Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Hay
cuestiones que regresan una y otra vez como si fueran los ciclos de las
estaciones. Una de estas cuestiones es la del papel de las Humanidades en el
currículum escolar y académico.
Tenemos
una imagen —del alumno al docente, pasando por los padres y la administración
pública— muy distorsionada de lo que significa educar. En esta visión priman
una serie de factores exteriores, hábilmente camuflados, que se corresponden
con las luchas que se desarrollan en el campo de la educación. La educación es
el ámbito en el que confluyen las ideologías, los intereses personales, los productivos,
los de la inversión, etc. De ahí su posición conflictiva desde que empezamos a
tomar conciencia social de su papel, que comenzó con la formación de los
"ciudadanos". Había una educación de las elites para gobernar y otra
básica para los más humildes que podían acceder a ella. Pronto se organizaron
las batallas por conseguir formar en un sentido u otro a las personas que
pasaban por las aulas, con disputas entre laicos y religiosos, entre el Estado
y las familias. Todo ello se debatía con un ojo en el futuro, en las fuerzas en
conflicto, pero con muy poco puesto realmente en el aprendizaje de la persona,
en cómo funciona su mente o cuáles son sus necesidades anímicas y sociales. Algunos reformistas plantearon alternativas,
pero la idea triunfante es una especie de pragmatismo que enfoca la educación
como formación para cubrir con eficiencia los puestos de trabajo que las fuerzas
de producción necesitan. Lo demás da igual.
De vez
en cuando sale algún ministro diciendo que los estudios se deben orientar a la
oferta y la demanda y que eso de las vocaciones son romanticismos que abocan a
la desgracia. No es una cuestión española: lo mismo se plantea en todas partes
y proceden de la visión común del mundo planteado como una fábrica y de la sociedad
como una empresa.
The New
York Times nos trae una nueva versión de la polémica entre la formación técnico
laboral y lo que queda en el otro lado, eso que llaman
"humanidades". Lo hace con el sugestivo título "To Write
Better Code, Read Virginia Woolf" y lo firma J. Bradford Hipps, un antiguo
desarrollador de software y novelista. Señala el autor al comienzo de su
artículo:
THE humanities are kaput. Sorry,
liberal arts cap-and-gowners. You blew it. In a software-run world, what’s
wanted are more engineers.
At least, so goes the argument in a rising
number of states, which have embraced a funding model for higher education that
uses tuition “bonuses” to favor hard-skilled degrees like computer science over
the humanities. The trend is backed by countless think pieces. “Macbeth does
not make my priority list,” wrote Vinod Khosla, a co-founder of Sun
Microsystems and the author of a widely shared blog post titled “Is Majoring in
Liberal Arts a Mistake for Students?” (Subtitle: “Critical Thinking and the
Scientific Process First — Humanities Later”).
The technologist’s argument begins with a
suspicion that the liberal arts are of dubious academic rigor, suited mostly to
dreamers. From there it proceeds to a reminder: Software powers the world,
ergo, the only rational education is one built on STEM. Finally, lest he be
accused of making a pyre of the canon, the technologist grants that yes, after
students have finished their engineering degrees and found jobs, they should
pick up a book — history, poetry, whatever.*
En estas simples líneas hay concentrados cientos de malentendidos,
tópicos, etc. que el mundo científico-tecnológico ha acumulado dentro de su
lucha por el control de los espacios del saber, de la escuela a la Universidad.
Uno de los problemas de definición de la Ciencia es que la
mayoría de los estudios de Filosofía de la Ciencia se centran en el modelo de
la Física y se basan en el lenguaje de las matemáticas. La cuestión ya ha sido
advertida y criticada desde otros ámbitos de las ciencias, como hizo el
importante biólogo Ernst Mayr, que ha llegado a reclamar un "pensamiento
biológico" científico por entender que hay ciertas cuestiones que la
Física o la Química dejan fuera cuando tratan con la Vida. La complejidad aumenta hasta llegar a la Cultura, que es de lo que tratan las Humanidades. La materia, la vida, la sociedad y la cultura son los campos que configuran el mundo. Explicar el mundo científicamente no es solo competencia de los dos primeros campos, intentarlo en el tercero y fracasar en el cuarto, el reino caótico de las opiniones y gustos. Precisamente porque nos afecta como personas que conviven con otras personas, comprendernos y conocernos críticamente a través de lo que producimos, la cultura, es esencial para nosotros y no un simple complemento.
La cuestión se plantea, pues, en el estudio de la sociedad humana
(Ciencias Sociales) y de lo que esas sociedades producen como textos (Arte,
Filosofía, Literatura, Música...), es decir, la Cultura.
En esta frase de J. Bernard Hipss se concentra
el problema: "The technologist’s argument begins with a suspicion that the
liberal arts are of dubious academic rigor, suited mostly to dreamers". Los
métodos científicos se pensaron para ciertos campos, con sus posibilidades de
experimentación y verificación radicalmente diferentes a los que se producen en
otros campos. El problema está en que en cuanto se sale de esos campos, eso
métodos se vuelven inútiles o algo peor: creadores de falsas percepciones de cientificidad. Y se cae en el cientifismo.
Cualquiera que desde el campo de las Humanidades o de las
Ciencias Sociales haya participado en reuniones con colegas de los campos
"duros" se habrá sentido como en una sociedad de castas ocupando, por
supuesto, la más baja posición, algo que los más estirados no tendrán reparo en
recordarle: ellos hacen ciencia; usted pasa el rato. Y eso se hace sentir
en diferentes formas de actuación.
El debate en sí se podría considerar absurdo de no ser por
la trascendencia que tiene y lo que está afectando a la formación de millones
de personas en todo el mundo, a las que se le viene a decir que no pierdan el
tiempo con esas tonterías de las Humanidades, que lo dejen para las vacaciones
en la playa, para relajar la mente entre cosa importante y cosa importante.
Es probable que este desastre obedezca precisamente a la
forma en que se han ido dividiendo los saberes y la consiguiente
especialización en la formación de las personas. La necesidad de trabajar por
objetivos (ya es una deformación) implica que todo aquello que no pueda
justificarse y no tenga un resultado inmediato queda fuera.
Las propias Humanidades —lo he dicho muchas veces— son las
principales responsables de esta situación porque no han sabido ni argumentar
ni defender realmente el papel que juegan en la mente de las personas y en la
configuración social.
Lo que se estudia no son las "humanidades" en sí; es sumergirse en las raíces de la cultura, término que no
por amplio deja de tener una concreción real. La especial relación que la
Ciencia guarda con su propio pasado —el progreso reduce a Historia lo que antes
estaba vigente al ser sustituido por
algo mejor, más eficaz explicativamente del funcionamiento del mundo— es muy
diferente a la que tienen las Humanidades.
Allí donde la Ciencia convierte en pasado lo superado, las Humanidades, por el
contrario, lo mantienen vivo porque es lo que explica nuestro presente. No hay ruptura. A esto se llama "tradición", una palabra que parece enfrentada con la
de "progreso", pero solo para los que la perciben de una forma
retrógrada.
Si en algún sitio tiene cabida el pensamiento
"crítico" es en las Humanidades, en el estudio de la Cultura. Es
precisamente donde el peligro se basa en la repetición, es decir,
en el lastre del pasado convertido en discurso único e inmutable. Eso es lo que supone el pensamiento integrista o
fundamentalista religioso, político, etc. Es el pasado como repetición
constante, como cárcel del pensamiento.
Lo deseable es precisamente la conversión del pasado en materia
del presente, lo que hace que cambien las mentes y se pueda evolucionar. Nada
más equivocado en la Humanidades que la sacralización de los textos o de
cualquier otra cuestión relacionada con la cultura. Las Humanidades han
momificado los textos al querer protegerlos de las lecturas cambiantes que los
tiempos deben hacer de ellos. El profesorado se ve a sí mismo como una especie
de guardianes del templo, destinados a proteger el sagrado tesoro. Esto es un
gran error. Es además la negación de la historicidad, algo que deberíamos haber aprendido de nuestro propio pensamiento humanista, algo esencial para la comprensión de los mecanismos de la cultura.
Quizá haya que cambiar precisamente la mentalidad de las
Humanidades para que lo que tienen bajo custodia se pueda regenerar a través de
lecturas más orientadas al presente. No me refiero a ese tipo de actos
folclóricos con los que a veces hablamos de modernización. Me refiero a la formación de la mente hacia el presente, a su actualización para dar respuesta a los cambios del mundo, a sus crisis.
Me refiero a la comprensión crítica y profunda del papel que
juegan los discursos filosóficos, religiosos, artísticos, históricos,
económicos... todo lo que forma parte del acerbo textual que configura nuestras
mentes. No necesitamos panteones sino seminarios y talleres. Los primeros para
la revisión de los textos, diálogos abiertos sobre las ideas y los lenguajes
que los hacen transitar por la historia y la sociedad; los segundos para educar
la sensibilidad, para traer la estética a primer plano de la vida, no como un
conocimiento muerto, sino como experiencia viva. Hay que recuperar el valor formativo
y existencial de las artes.
No se trata de caer en el pragmatismo con que a veces se
trata de defender las humanidades diciendo que la lectura ayuda a redactar,
etc. Se trata de concebir a las personas como seres pensantes a los que la
sociedad necesita en su inteligencia amplia y no solo aquellas habilidades que
sirven para producir bienes materiales.
Las Humanidades son las que dan forma a esas sociedades a través de las
grandes ideas, que quedan anquilosadas precisamente porque se transmiten de
forma repetitiva y no crítica.
Si no se modifican pronto estas carencias y separaciones
absurdas y contraproducentes, corremos el riesgo que ya estamos atisbando en el
horizonte: el peligro de millones de personas manipuladas porque carecen de la
capacidad de conectar el conocimiento que reciben con la vida y con las ideas
que configuran su cultura.
La palabra clave es precisamente la de "cultura"
como un espacio semiótico en el que conviven las ideas y sus traducciones a
textos. Como seres culturales vivimos inmersos en espacios de ideas, en mares
de textos. Cercenar nuestra capacidad de comprendernos es muy peligroso y es lo
que estamos haciendo al mutilarnos en nombre de un mal entendido pragmatismo
que no hace sino ocultar una ignorancia despectiva y una incapacidad disfrazada
de elitismo estético.
El artículo de The New York Times se cierra con una defensa
para la mejor escritura de ese código informático tan necesario en su
elegancia:
How much better is the view of another Silicon
Valley figure, who argued that “technology alone is not enough — it’s
technology married with liberal arts, married with the humanities, that yields
us the result that makes our heart sing.”
His name? Steve Jobs.*
Hemos aceptado la idea de que cualquier persona debe crecer
solo por una de sus partes, la más rentable. Es una forma de castración
individual y de desastre colectivo que en un par de generaciones no hace
percibir el pasado, más allá de unas décadas, como un espacio oscuro en el que
ignoramos que están las raíces de nuestro presente.
Somos cada día más ignorantes, cada día comprendemos menos.
El siguiente paso después de la especialización —que hace que cada uno piense desde una parcela distinta— es la reducción de los que deben pensar a unos
pocos. Esos no tienen problema ninguno en diseñarle su currículum escolar desde
cualquier teoría (poco científica, por cierto).
Gracias al hundimiento de las Humanidades, ante la sonrisa cómplice de los colegas de otros campos, la Ciencia se sustituye con la superstición, la Filosofía con la autoayuda, la espiritualidad con la secta, la Historia con la manipulación y el Arte con la bazofia destinada a alimentar el entretenimiento.
No se hundirá una sola parte del edificio; se hundirá todo entre nubes de barbarie y ruido estruendoso de ignorancia presuntuosa.
El
hormiguero está dispuesto.
* "To
Write Better Code, Read Virginia Woolf" The New York Times 21/05/2016
http://www.nytimes.com/2016/05/22/opinion/sunday/to-write-software-read-novels.html?_r=0
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