Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
revista Mente y cerebro incluye en su
número actual (78-mayo junio 2016) un artículo sobre una cuestión que ha ido
ganando espacio en la literatura psicológica, además de otros campos. El
artículo, titulado "El peso de la memoria autobiográfica", está
firmado por Christine Köber y Tilmann Habermas, ambos de la Universidad J.W
Goethe, de Frankfurt Am Main. Caracterizan así los autores la memoria autobiográfica:
La memoria auto biográfica —nos explican— almacena
experiencias acompañadas de los sentimientos y pensamientos que estos
provocaron, así como los objetivos y deseos pasados. Contiene también los
recuerdos episódicos [...] y el conocimiento semántico de nosotros mismos [...]
A diferencia de la memoria episódica [...], solo contiene los recuerdos vividos
en primera persona. Se desarrolla a lo largo de la infancia y constituye la
base para formar la propia identidad.
Esta incluye el modo en que nos vemos a nosotros mismos y cómo nos presentamos
ante los demás. (p. 15)
Añaden
también los autores que los acontecimientos de la vida pueden "fijar o
modificar" la identidad.
La
relación entre historia, memoria e identidad se ha convertido en un campo de
trabajo interesante desde diferentes perspectivas. Cuando los autores hablan de
"almacenamiento", solo se refieren a un aspecto de la cuestión, pues
una cosa es cómo o dónde se guardan los recuerdos y otra cómo se actualizan y
ordenan ante la conciencia. La cuestión de la memoria tiene esa doble dimensión:
almacenar, filtrar, situar, por un lado- y todo lo que se refiere a nuestra
forma de entendernos o describirnos.
"En
pocas ocasiones nos encontramos en la tesitura de explicar toda nuestra vida a
una persona", plantean los autores y señalan que eso ha hecho que los
neurocientíficos se centran más en el acto de recordar ("recordación")
de actos concretos. La observación es interesante y tiene diferentes
implicaciones para las personas. En efecto, es difícil que nos encontremos en
la situación de tener que contar toda nuestra vida a alguien, pero sí es
frecuente que tangamos que contar largos periodos de nuestras vidas cuando nos
encontramos con personas de las que hemos estado distanciados durante mucho
tiempo. Contar entonces se convierte en un complicado ejercicio de selección de
momentos significativos que den sentido a lo que vamos haciendo.
Uno de
los aspectos más señalados del llamado "giro narrativo" es
precisamente el que nos lleva directamente a esa memoria autobiográfica (y a la
parte de la episódica competente) para la construcción del "relato"
de esa vida que contamos al ausente.
Construir
relatos se ha convertido en algo más que una facilidad que algunos tienen y que
se dedican a contar historias. Se ha convertido en una faceta humana que da
forma a nuestra propia existencia en ese concepto tan complejo llamado "identidad".
Los
seres humanos contamos historias a los demás y nos contamos como historia,
tanto a los otros como a nosotros mismos. El lenguaje es una herramienta que
ordena en las frases las acciones. Esas acciones verbalizadas construyen los
textos conforme a los principios lógico organizativos que estudiamos en el
campo de la narratología. Son las reglas que constituyen la lógica del relato.
Nuestras
culturas son dispositivos semióticos en los cuales tenemos un repertorio de
lenguajes y de modelos o géneros textuales para poder aprender a dar forma a la
experiencia. Hay todo un repertorio textual a nuestra disposición para poder
describirnos narrativamente, toda una retórica para enfatizar los efectos que
queremos crear en los otros a través de nuestro discurso biográfico.
Los
géneros memorialísticos —en su sentido
más amplio— sirven como modelos para dar forma a la experiencia y seleccionar
los acontecimientos. Actúan como guías que permiten acoplar nuestros propios
recuerdos en estructuras más amplias.
Los
científicos de la memoria se centran en los aspectos que les interesan en su
propio campo. Pero no se aborda la cuestión de los modelos que la cultura
ofrece a las personas para contarse ante uno mismo y ante los otros. Tampoco se
distingue el acto de recuerdo del acto de la construcción del discurso que
recuerda. Si es poco frecuente que contemos nuestra vida completa a otros, es
menos probable aún que nos la contemos nosotros mismos. Sí creo, en cambio, de
que disponemos de nuestras propias historias encapsuladas ya en discursos, como
si fueran capítulos en los que organizamos alrededor de momentos o experiencias
cruciales el sentido de lo que ocurre o incluso de lo que puede ocurrir.
La
lógica del relato es poderosa pues establece los vínculos lógicos y
cronológicos que dan coherencia y cohesión al discurso. Frente al recuerdo
espontáneo que surge, la linealidad del discurso obliga desarrollar una forma
narrativa que pueda ser contada. Eso, como decimos, no solo implica contarlo
sino mecanismos que afectan a la explicación o, si no se puede, a la falta de
explicación de los acontecimientos en los que somos el centro.
La
distinción entre memoria episódica y memoria autobiográfica por el hecho de
contar la historia de los otros es una distinción borrosa en la medida en que
el grado de participación de los otros en mi vida es constante. Sin los otros
no hay mucho que contar. El otro, además, está inserto de forma implícita y
como modelo en el propio discurso narrativo que produzco para él. Es una suerte
de oyente modelo, por seguir el concepto de Umberto Eco.
Esta
otredad receptora del discurso también considero que afecta al discurso
autobiográfico en el que soy yo mismo quien me proyecto como oyente a la vez que narrador. Los
fenómenos del diálogo interior no son un descubrimiento nuevo, sino una
práctica que realizamos de forma constante.
Lo vivido como tal desaparece; queda como recuerdo, pero es evocado de forma
discursiva, queda como lo narrado. La
realidad de lo vivido depende de nuestra propia percepción, de nuestra forma de
evaluar lo que experimentamos, real o ficticio. El recuerdo, además, resulta
modificarse por muchos elementos que pueden cambiar nuestra percepción de por
qué ocurrió a la vista de lo sucedido posteriormente, pues tienden a formar
secuencias y estructuras —algo ocurre por algo y causa algo— para adquirir
sentido junto a otros recuerdos.
El
psiquiatra Carlos Castilla del Pino intervino en el ciclo de conferencias "Literatura
y memoria", organizado por la Fundación Caballero Bonald y el Ayuntamiento
de Jerez, publicado en 2002. En el coloquio con invitados y público tras la
conferencia, Castilla del Pino señaló:
La vida de los demás y la propia las
entendemos muy bien cuando se nos dan como un discurso estructurado, con
comienzo, desarrollo y fin (esto puede decirse tanto del conjunto como de cada
uno de los muchos episodios de los que se compone). Desde mi punto de vista, es
falsa la correspondencia estructural entre lo ocurrido, lo evocado y lo
narrado. Lo que nos ocurre es claro que transcurre, porque lo que llamamos
ahora -que no es nunca puntiforme, sino más o menos duradero o extenso tiene
una estructura narrativa. La realidad no la hace el sujeto, sino que se hace
con el sujeto. Yo no he hecho esta realidad: la hago con ustedes, y ustedes
conmigo (además, ustedes son “muchos” más). Efectivamente, tiene su forma
narrativa, como un discurso, porque toda situación tiene su comienzo, su
desarrollo y su fin, para dejar paso a otra, la que ha de venir. Pero la
experiencia de este ahora, de la realidad presente, no es un reflejo de la
realidad: la realidad se convierte en
experiencia interna en cada uno de los protagonistas puesto que, además de su
aprehensión, es necesaria la interpretación de aquello que, al mismo tiempo que
transcurre, nos ocurre. Y que muchas veces nos requiere, además, actuar. Es lo
evocado lo que, para una mejor intelección de lo transcurrido, posee ya una
estructura narrativa, resultado de la conversión y representación de aquello
que ocurrió en algo que transcurrió. Esa estructura narrativa se perfila y
consolida cuando se ha de contar porque, si no se hace en forma de narración,
con un “érase una vez” implícito, no se entiende por parte del que escucha o
lee. Pero eso es ya un artificio creado con posterioridad, y aleja la ilusión
de identidad entre lo vivido y lo narrado. Resumiendo: a nosotros no nos
transcurren las cosas; a nosotros nos ocurren. Cuando las evocamos -que es una
forma de contárnoslas a nosotros mismos- y, mucho más, cuando las referimos,
ofrecemos aquello que nos ocurrió como transcurrido. (92)
Creo
que parte del esfuerzo mental y personal es conseguir integrar los
acontecimientos en narrativas con sentido. No hay acceso directo a los hechos
que son acontecimientos y, por ello,
percibidos, jerarquizados, valorados, etc. a través del conjunto de nuestras
capacidades psíquicas. Lo que ocurre, ocurre ante nosotros como un hecho integral
que es unido a otros en forma de secuencias estructuradas hasta allí donde otro
acontecimiento decisivo crea su propia estructura. Nuestra habilidad es ir
engarzando esas unidades en unidades superiores en la que vamos alcanzando
sentidos, coherencias que construyen la identidad.
La
identidad es juez y parte. Vivimos y organizamos lo vivido, aceptando,
rechazando, interpretando siempre. ¿Somos sinceros
cuando lo hacemos? ¿Somos justos? Me
temo que esos términos son demasiado civilizados y morales para ciertos niveles de la
mente.
En otra de sus intervenciones en el coloquio, Castilla del Pino, al
referirse a la autobiografía señala: "No hay que temer tanto a la
distorsión: a lo que hay que temer es a la mentira." (99)
La distorsión es fruto de esa
subjetividad variable de la experiencia, del ahora perceptivo y del mañana del recuerdo. Es
natural. Los recuerdos no son fotografías en un álbum; son constructos. Los revivimos
desde la emoción y desde el paso de la vida por nosotros. La mentira en cambio es
otra cosa, ya sea a los otros o a nosotros mismos. Puede que nosotros podamos
perdonarnos, pero no siempre lo harán los otros. La mentira no tiene que ver
con la vida como recuerdo, sino con el intento de actuar sobre ella desde el engaño. Se recuerda y se miente en el presente. La diferencia es que la mentira busca cambiar el presente y apunta hacia el futuro, aunque hable de lo pasado. La mentira en la autobiografía tiene que ver con el cómo queremos ser recordados falsificando lo que sabemos que hemos sido.
Castilla
del Pino dedicó en el coloquio palabras afiladas a la publicación de algunas
memorias y autobiografías que consideraba esencialmente mentirosas. No había distorsión natural, sino engaño social en
ellas, intento de encubrimiento propio.
No solo los hechos forman parte del recuerdo. También forman parte los sueños, incluso las frustraciones por lo que no ha sido y que se recuerda con la misma intensidad. Las tensiones entre lo acontecido y lo deseado son enormes en el ser humano.
Como
seres narrativos, somos una colección de historias, de recuerdos engarzados. Las
historias forman la identidad de los pueblos y también de las personas. Puede
que no contemos la totalidad de nuestra vida y que ese intento de ejercicio integral del
recuerdo esté reservado a los novelistas y demás trabajadores de las vidas contadas.
Pero han salido todos ellos de esa facultad de hacer desfilar ante la mirada
interior de la conciencia nuestras vidas.
* Christine
Köber y Tilmann Habermas. "El peso
de la memoria autobiográfica", en Mente
y cerebro (78-mayo junio 2016) pp. 10-15.
** Carlos Castilla del Pino (2002). "Después de la autobiografía", en Josefa Parra Ramos (ed.) Literatura y memoria, Fundación Caballero Bonald y el Ayuntamiento de Jerez. pp. 70-120.
** Carlos Castilla del Pino (2002). "Después de la autobiografía", en Josefa Parra Ramos (ed.) Literatura y memoria, Fundación Caballero Bonald y el Ayuntamiento de Jerez. pp. 70-120.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.