Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Dice el
señor Sánchez Dragó que nunca ha sentido tanta "vergüenza propia y
ajena" como cuando ha visto moverse por Madrid a un grupo de ciudadanos
chinos que han tenido a bien venir a España a disfrutar de unos días de vacaciones
porque el propietario de su empresa ha decidido financiarlas. No entiendo por
qué, pero completando la idea debo decir —creo que también tengo derecho a
ello— que pocas veces he sentido tanta vergüenza ajena (la propia la reservo
para otras cosas) como cuando he leído lo que el señor Sánchez Dragó ha escrito
y que ha titulado "China cañí", dentro de su sección en el diario El Mundo, que por extensión se ve contaminado con el escrito.
Sencillamente, es impresentable por lo que rezuma de xenofobia y de algo que al
autor le gusta mucho, la provocación, y que les es cada vez más complicado.
Siempre le ha gustado decir a Sánchez Dragó que no se siente español, algo que supongo le agradecemos todos.
No
tenemos bastante con dar muestra de nuestra mala educación insultándonos entre
nosotros para que ahora haya que hacerlo con aquellos cuyo único mal es haber
elegido nuestro país para poder recorrerlo y descansar unos días. Es algo, según
parece, para lo que tenían que haberle pedido permiso al señor Sánchez Dragó. No
voy a molestarme en decir más palabras sobre este señor. Allá él con sus vergüenzas.
Mi
interés, por el contrario, se centrará en aquellas personas que se sienten
atacadas sin comerlo ni beberlo por este tipo de personas sobradas. La noticia
me llegó cuando me senté ante el ordenador del despacho y vi un comentario muy
dolido de una de mis estudiantes chinas. Acababa de terminar una tutoría con
otra estudiante que me había manifestado su deseo ilusionado de estudiar su
doctorado para poder ser el día de mañana profesora de español en una
universidad en China. Lo había hecho después de que estuviéramos un buen rato
hablando de cosas muy interesantes sobre la cultura china y el trabajo que
estaba realizando, mucho más que las que el autor del artículo haya podido
decir, tan ingeniosas algunas como
que llevaban camiseta azul por el "celeste imperio". Nos consta que
el conocimiento de Oriente, del que siempre ha presumido, debería dar algo más de
sí o tener una finalidad más noble. La sabiduría, cuando es tal, debe cundir.
Puede
que ya no dé más de sí; lo ignoro, pero creo que es profundamente ofensivo lo
que ha escrito. Puede que sea una estrategia para llamar la atención y
conseguir interminables comentarios. Yo solo haré este y es el profundo
desprecio y tristeza que me causa una exhibición gratuita de mal gusto y
zafiedad xenófoba respecto a personas que merecen respeto y agradecimiento por
interesarse por este país extraño, mezcla de superioridad e inferioridades, en
el que vivimos, y que tiene la desgracia de que su intelectualidad, por
llamarlo así, no aspira a mucho más que a estas gracias. Le gusta al autor la
frase de R.L. Stevenson de que siempre se
es demasiado joven para morir, pero también —añadimos nosotros— nunca se es
demasiado viejo para meter la pata.
Hace
tiempo que se ha puesto de moda entre algunos este tipo de comentarios
xenófobos que afectan a muchos de nuestros alumnos extranjeros. No entienden
cómo su entusiasmo por nuestro país, el interés que les ha llevado a estudiar
español durante años y a separarse de sus familias para venir aquí, se ve correspondido
por estas salidas de tono en artículos o programas. No lo entienden y yo
tampoco.
Los
artículos también marcan a los
medios. Aquí no vale eso de "no nos hacemos responsables de las opiniones
expresadas". Es una tontería legal. Sí lo son, por lo que además de
apenarnos por el caso individual, hay que hacerlo también por el lamentable
estado de nuestra prensa, en la que se priman este tipo de discursos que no
llegan a provocadores y se quedan en irritantes, algo que se arregla abriendo
un poco la ventana.
Hace
muchos años que comparto clases y trabajos, artículos y actividades con mis
alumnos chinos —además de con los de otros lugares— y me gustaría ver la misma
actitud receptiva e interesada que encuentro en ellos en muchos de los que salen
de nuestras aulas. Hace tiempo que los medios se dedican a realizar reportajes
tratando de infravalorar su presencia y méritos. Mis alumnos chinos, por
ejemplo, leen a Nietzsche, a Yuri Lotman o a Mijaíl Bajtín; leen a Foucault o
estudian la pragmática para analizar la cortesía verbal. En seminarios hemos
leído a Kant, a Rousseau o a Carlyle, entre otras muchas cosas.
Mantengo
con ellos un blog paralelo a este precisamente para compartir e intercambiar
ideas sobre la cultura, la comunicación y la intensas relaciones
interculturales a la que estamos abocados, desde mi perspectiva, para bien. Ampliar
horizontes es el mayor enriquecimiento al que podemos aspirar y a no este
embrutecimiento castizo al que nos someten desde dentro, cada día, tratando de
que nos riamos de todo lo que es diferente. Para mí es una aventura
gratificante, renovadora, poder compartir cosas nuevas para ellos y para mí.
Siempre
les digo que hay una cosa importante:
aprender un idioma como ellos lo han hecho con el español es una gran
responsabilidad. Significa convertirse en puentes
de doble dirección, hacia ellos y hacia nosotros. Su manejo del español
significa que nos ayuden a conocer lo importante de su cultura y que viertan a
la lengua china lo que más les guste e interese de la nuestra. El problema es
que hay gente a la que le sobra todo.
Por eso
me siento irritado por ese ejercicio de mal gusto, insulto y tontería. Me
alegra ver cómo —mientras escribo— muchos compañeros españoles de mi alumna,
personas que saben de su esfuerzo y valía, le mandan mensajes calificando al
autor del artículo con bastante menos delicadeza que con la que yo lo estoy
haciendo, aunque compartiendo por dentro la misma indignación.
Muchas
de las tesis que realizo con ellos se ocupan de los problemas de comunicación
intercultural. Lo del artículo no entra siquiera en la categoría de
"problema intercultural" sino sencilla y llanamente en la mala educación
con pretensiones de ingenio. Mucho me temo que el que se ha quedado en
Berlanga, en como alcalde vuestro que soy,
despotricando desde una ventana mediática, es él, tan oriental, tan
cosmopolita.
Reserva el autor, en cambio —quizá por ir contra los tiempo—, sus
simpatías para los toros. El año pasado se recogía en La Vanguardia (5/04/2015)
su pregón taurino sevillano, actividad que no le suscita esos arrebatos antiturísticos:
"Este pregón es un canto a la amistad, a la fraternidad y la bondad. Tres
virtudes propias del toreo, de quienes lo practican y de quienes, como
nosotros, gustan de él y con él que se emocionan", les decía a los
sevillanos y turistas llegados a la ciudad. ¡Practíquelas con más frecuencia,
junto con la humildad, que también hay que aprender del toro!
Afortunadamente,
mañana por la mañana me sentiré más animado al repasar los proyectos de tesis
que debemos entregar en estos días, muchas de las cuales los tendrán ocupados
en temas más serios que esas tonterías que los medios de comunicación hacen
circular de vez en cuando para evitar que se desarrolle nuestra inteligencia.
Lamento
que haya gente en mi país que escriba de esta forma sobre las personas de
otros. No es el único, desde luego. Me gustaría que fuera el último.
Pensad
en todo lo bueno que compartimos y olvidaos de estas cosas. Digo aquí lo que le
dije a ella: no ofende quien quiere, sino
quien quiere. Aprender otro idioma es un acto de amor y muchas veces de
paciencia.
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