Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Mientras
los discursos oficiales y oficialistas desgranan un llanto constante sobre la
incomprensión de mundo para con lo que sucede en Egipto, la protesta airada
ante las "inaceptables injerencias" en el armonioso sistema judicial
—el mismo que constantemente repite juicios según los cambios de gobierno, que
realiza condenas masivas a muerte o a cadena perpetua y libera a los represores
y dictadores—, llega un caso más que el mundo tampoco entenderá: las muertes
ayer, según las fuentes, de entre 25 y 30 personas a las puertas de un estadio
de fútbol. Ahram Online da a estas horas la cifra de 30.
En el
centro, de nuevo, la forma de actuación de la policía egipcia. Pocas veces
tiene tanto sentido la expresión "estado policial" como en el caso
egipcio. La Policía es un condicionante diario de la política y la estabilidad
egipcia; también de su imagen internacional, fuertemente dañada. Egipto se
rompe por cada intervención brutal de sus fuerzas armadas, en manos de las
mismas personas gobierno tras gobierno, sistema tras sistema. Solo la violencia,
especialmente la policial, es una constante en Egipto, gobierno tras gobierno.
La
ruptura de los firmantes de la hoja de ruta —que supuestamente debería haber
traído la democracia tras el derrocamiento de Morsi y la Hermandad Musulmana—
se produce tras las matanzas de las sentadas de protesta islamistas. Es la
actuación de la Policía la que determina la salida de Mohamed ElBaradei del
gobierno, del que era uno de los avales ante la comunidad internacional y una referencia importante interna. Su
salida, como sabemos, conlleva todo tipo de insultos y difamaciones sobre su
persona y pasa a ser un "enemigo del pueblo" más en la larga lista
egipcia. O se aceptan las muertes y sus muchas veces ridículas versiones o no
queda más salida que el exilio exterior y el silencio.
El
sistema egipcio actual se ha creado sobre la exaltación del militarismo
nacionalista y este conlleva la aceptación acrítica de lo que suceda en cuanto
al orden público. Al Estado le basta decir que está en guerra para justificar
sus actuaciones y culpar a los enemigos. El presidente Abdel Fatah El-Sisi es
un militar y la sisimanía no llega
por sus dotes como político —cuya única experiencia se dio bajo el gobierno de
Morsi, al que derrocó— sino por su capacidad para sacar a Egipto de los peligros que le acechan. El gobierno ha centrado su agenda en la "lucha contra el
terror" y lo demás, lo quieran o no, queda relegado por los acontecimientos. El mundo se fija en la política de derechos humanos y eso irrita mucho. Pero ¿cómo mirar hacia otro lado?
Solo
recuerdo una discusión sobre la Policía en estos años. Fue durante el gobierno islamista de
Morsi. Una parte de los policías pidió que se les permitiera dejarse barba.
Aquello, que parecía anecdótico, mostraba la reticencia de los cuerpos de
seguridad a dividirse en barbudos y afeitados. Era una forma de evitar la
infiltración islamista entre sus efectivos. El que quiera infiltrase, ¡que se
afeite!, parecían querer decir. Morsi quería ir desmantelando e islamizando la
policía. Pero no le dio tiempo a mucho. Aceptó que el ministerio del Interior y
el del Ejército se los dieran ya con dirección incluida dentro de sus pactos de
astucia con los militares. No duró un año. Sus errores y su soberbia fueron su
perdición.
Cuando
se habla de las "dos revoluciones" producidas en Egipto, algo que
forma parte del discurso oficial, se soslaya que la del 30 de junio fue una
protesta civil contra la islamización de la sociedad de los Hermanos. Pero que
tras la intervención militar, que fue jaleada por gran parte de la población,
se produjo una "petición de respaldo" mediante una gran manifestación
convocada desde el nuevo poder. Allí se pedía "carta blanca" para
actuar. Eso viniendo de un derrocamiento solo significa una cosa y así lo
manifestamos en su momento. No entendíamos qué sentido tenía pedir
"respaldo" a algo que era competencia de cualquier gobierno. El
sentido se vio muy pronto en las masacres y redadas masivas. La actuación poco
inteligente de los islamistas puso en bandeja el regreso del Ejército que había
sido el enemigo número 1 de la revolución y de la etapa represiva de la SCAF
tras la caída de Mubarak.
La
teoría que se aplicó después es la de la "mano firme" para evitar la
desestabilización de Egipto por sus enemigos. Pero no se reconoce algo obvio,
que los intentos por evitar la desestabilización son fuente primaria de
inestabilidad. Egipto está gobernado por un militar y, algo peor, por una
mentalidad militar, un estratega cuyo forma de razonar es en términos de
polarización amigo-enemigo. Desde esta perspectiva maniquea, la sociedad que
reclamaba diversidad se unifica desde el estado, que tiende a restringir todo
aquello donde pueda surgir la divergencia, como es característico de las
sociedades que aspiran a mayor grado de libertad. Todo queda reducido a un
problema de "orden público" porque todo, absolutamente todo, se
traslada a las calles como enfrentamiento, como conflicto.
Egipto ha dado poderes absolutos a un
presidente que lleva gobernando por decreto demasiado tiempo. No hay parlamento
y cuando por fin se han fijado fecha para las elecciones, muchos se están
planteando el boicot, pues se van dando cuenta ya de que su participación
constituye un aval de una situación de control parlamentario antes de que se
celebren los comicios. Se ha diseñado un parlamento absurdo, que estará
manejado directamente desde el poder. Es la ocasión de oro para que regresen
los mubarakistas, que eran quienes controlaban las redes clientelares de votos
y la corrupción electoral. Recordamos aquí, por ejemplo, la dimisión del
encargado de la campaña presidencial en Alejandría denunciando que estaba
rodeado de partidarios de Mubarak, algo que recogimos en su momento.
La
prensa egipcia da cuenta de la masacre producida ante el estadio. Como hoy todo
queda grabado por alguien, no resulta fácil hacer que prevalezcan las versiones
engañosas. El escándalo por la muerte de Shaimaa al-Sabbagh y los intentos de
cargarla a uno de sus correligionarios, frente a la claridad de las imágenes de
la manifestación y los testimonios de los presentes, no se ha apagado todavía y
ya tenemos otro escandaloso caso de actuación desproporcionada. Las imágenes
nos muestran a la multitud llevada por el cerco policial hasta un callejón sin
salida y, una vez allí, a un policía recibe las órdenes de un superior de que
dispare las granadas de humo. De eso no
hay duda alguna, se hizo bajo el balcón desde el que se grabó y se ve a la
perfección. Se puede apreciar como después son recogidos del suelo los restos
de cartuchos.
No
faltan ya algunos medios señalando la participación de islamistas. Es la forma
en que se justifica todo, cualquier muerte producida en una actuación policial.
A Shaimaa la mataron sus correligionario, el joven DJ escogió suicidarse al
paso de una manifestación y ahora, ¿por qué no?
Una
policía de un país que dice encaminarse hacia la democracia debe tener otra
valoración de la vida humana. Debe tener claro que aunque tenga que disolver
disturbios, preservar la vida de aquellos que tienen delante, aunque sean
manifestantes, es su obligación. Si no, las calles se convierten en el lugar de
los juicios sumarísimos. Quien dio la indicación al agente que disparó las
granadas esperó a que no tuvieran lugar por dónde salir, con lo que la
estampida les obligaba a matarse entre ellos. Esta vez eran las víctimas
perfectas.
Tras la
masacre del partido de Fútbol en Port Said, con más de setenta muertos, más
otros cuarenta producidos en las protestas, se suscitaron dudas y se dijo que
la no intervención de la Policía fue la causante de las muertes en el enfrentamiento
de las dos aficiones. A raíz de aquello, se limitaron las entradas a los
estadios, por lo que el problema se ha trasladado a los aledaños, donde se
agolpa la gente sin entradas intentando colarse.
No voy
a pensar que estaba programado ni que era una venganza de nuevo contra los
grupos de hinchas de ningún equipo. No es necesario. Con una hipótesis más
sencilla se puede explicar Es un caso grave de negligencia policial, de pésima
forma de actuación al causar una estampida después de haberlos encajonado. Si
había otras intenciones, que los historiadores la saquen a la luz si es
posible. Lo que está claro hoy es que es la Policía la que decide en las calles
quién vive y quién no. Puedes morir por una bomba terrorista y en eso se basa
la justificación de muchos para estas y otras muertes. El miedo y la seguridad,
pero ¿no hay miedo e inseguridad con esta forma de actuar?
Me ha
impactado profundamente la caricatura valiente de Andeel en la publicación Mada
Masr:
Police officer: Die, you son of a bitch.
Father: Long live Egypt.. Long live Egypt.
Es difícil sintetizar de una forma más directa una situación
que se está haciendo insostenible. Ese triángulo formado por un
"padre", un "hijo" y un siniestro "policía"
forman una dramática relación en la que está el trasfondo real de la cuestión
egipcia: la distancia generacional entre los que hicieron la revolución contra
un dictador y aquellos que han confundido el amor a su país con la llegada de
otra dictadura. Lo que ha entrado en conflicto es la retórica nacionalista con
su propio pueblo, concepto que es asumido unilateralmente. Decía Bertrand
Russell que es característico de las sociedades modernas buscar la diversidad
antes que la unanimidad. Hoy la idea de "Egipto" es altamente
excluyente, no solo de los enemigos oficiales del Estado, los islamistas, sino
de cualquiera que trate de manifestar otra idea de Egipto. Egipto se aisla.
La distancia se agrava entre ambas generaciones, la que se
quejaba de Mubarak pero no hizo nada por corregir la situación, y la de los
jóvenes que salieron a la calle a realizar una revolución que se quedó a medias
porque no se imaginaban que la resistencia de sus propios padres sería tan
fuerte. La paternidad la encarnaba
aquel Mubarak que se ofrecía a hablar como
un padre a los hijos e hijas de Egipto, según su expresión, sin
entender que aquellos "hijos" no lo eran voluntariamente, que querían
dejar de serlo, reivindicando su derecho a un futuro distinto. Egipto sigue
buscando figuras paternas —y el suministrador es el Ejército, el atento galán
de Misr—, cuando debería buscar ciudadanos que no lo requieran.
En su momento la llamamos "la revolución de los hijos"
y espero que viendo esa caricatura terrible se comprenda en toda su profundidad
trágica. Lo que siguió al 30 de junio fue el regreso colérico del padre a poner en orden la casa que los hijos habían dejado empantanada. Lo hizo contra los
islamistas, pero también contra los sembradores
de desorden, los partidarios de la revolución y del cambio real en Egipto.
La revolución acumuló mala prensa y
se hizo ver que se trataba de una revuelta contra
Mubarak, no contra el sistema en sí. Se fomentó el rechazo social contra
los grupos que denunciaban que muy poco había cambiado.
Hoy solo queda la baza del miedo y del nacionalismo entremezclados; el
uno refuerza al otro. Cuantas más agresiones, más conspiraciones
internacionales, más incomprensión internacional, etc., más se estimulará un
aislacionismo suicida que deja en unas únicas manos el destino de Egipto.
La muerte absurda de 30 personas más, de forma absurda, con la excusa oficial de proteger las propiedades queda como un ejemplo más del problema de tener que demostrar quién manda en el país. Y tener que hacerlo de forma constante y en todo lugar y ocasión. Es un caso más en espera del siguiente. ¿Por qué iba a cambiar algo?
Hace unos días, un joven publicaba una carta en la prensa egipcia diciendo que lo que más le había llamado la atención del vídeo que mostraba la muerte de Shaimaa al-Shabbag, el que mostraba a un hombre cargando con el cuerpo herido primero y después muerto, de la activista era la indiferencia de las personas junto a las que se pasaba. Le había impactado el ver quea la gente que no se levantaba de sus sillas, tomando un té, al paso de la mujer herida.
Ayer no se suspendió el partido pese a lo que estaba ocurriendo fuera. Solo cuando uno de los jugadores se negó a seguir sobre el terreno, jugando como si no ocurriera nada, se suspendió el partido. Algunos regresaron enfadados a su casa; otros no regresaron.
Egipto está jugando un partido sangriento que llega al tiempo de descuento con un resultado incierto. Solo queda ver qué ocurre en las elecciones legislativas. Si una vez terminada la hoja de ruta no se ha avanzado, el futuro será complicado y puede que insostenible con estos métodos.
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