Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Una
cosa que se aprende pronto cuando se estudia la historia de las tecnologías de
la comunicación es que se desarrollan en paralelo los medios para frenarlas.
Cuando se desarrolla una nueva tecnología (la imprenta, la televisión,
internet...) aparece inmediatamente la forma de controlar sus efectos, por un
lado, y la intoxicación informativa por otro. Es un principio de acción y
reacción, más lento o más rápido, que está presente limitando las libertades de comunicación, el "gran problema" que a muchos incomoda.
La
libertad de pensamiento y de expresión, la libertad de difusión de la
información, etc. forman un núcleo transformador de la sociedad que nace desde
la persona. No hay energía más poderosa que las ideas. El orden se sustenta en
las ideas aceptadas, que se resisten a cambiar una vez que se han instaurado;
las nuevas ideas tienden a mostrar las fallas de las viejas y son reprimidas
para evitar que se altere el orden. Existe un conflicto constante entre el
orden y el cambio. El agente de ese cambio es la información en todos sus
niveles. El orden cambia porque cambian las mentes; las mentes cambian porque
reciben nuevas informaciones.
Durante
milenios el orden se ha sostenido por las ideas religiosas, políticas,
filosóficas, etc. Las ideas son las que mantienen unido nuestro universo
social, nuestra cultura, las que diseñan el orden existente. Las libertades que
favorecen el cambio y dinamismo de las ideas pronto se vuelven peligrosas y se
recela de ellas. En ocasiones se restringen, pero en otras se saturan para que
las ideas resulten inocuas en medio de un circo cacofónico de informaciones.
El
diario El País publicó ayer en su edición digital una interesante exploración
de la situación actual de los medios en el mundo desde la perspectiva de la
censura. Su título "La mordaza en la era digital" y ha sido realizado
por Phillip Bennett y Moisés Naím, con la ayuda documental de Eduardo Marenco.
En su introducción señalan:
Dos convicciones se han asentado en el
pensamiento contemporáneo sobre el periodismo. La primera es que Internet es la
fuerza que más está convulsionando los medios de comunicación. La segunda es
que la Red y las herramientas de comunicación e información que ha generado,
como YouTube, Twitter y Facebook, están desplazando el poder desde los
Gobiernos a la sociedad civil y a los blogueros, ciberciudadanos o los llamados
“periodistas ciudadanos”. Es difícil no estar de acuerdo. Sin embargo, estas
afirmaciones esconden el hecho de que los Gobiernos están teniendo el mismo
éxito que Internet a la hora de irrumpir en los medios de comunicación
independientes y condicionar la información que llega a la sociedad.
Es más, en muchos países pobres o en los que
tienen regímenes autocráticos, las acciones gubernamentales pesan más que
Internet a la hora de definir cómo y quién produce y consume la información.
Hay un hecho sorprendente que lo ilustra: la censura está en pleno apogeo en la
era de la información. En teoría, las nuevas tecnologías hacen que a los
Gobiernos les sea más difícil, y en última instancia imposible, controlar el
flujo de la información. Algunos sostuvieron que el nacimiento de Internet
presagiaba la muerte de la censura. En 1993, John Gilmore, un pionero de
Internet, declaraba a Time: “La Red interpreta la censura como un obstáculo que
debe evitar y evadir”.*
Creo
que no hay contradicción en el hecho de que exista un aumento de la censura
cuando aumentan los flujos de información. Por el contrario, se cumple la norma
básica que hemos señalado antes. En la medida en que el poder, sustentador del
orden, piensa que se pueden modificar sus condiciones de permanencia, se
movilizan las formas de neutralización. Es algo que podemos observar cada día y
que se nos va detallando en el artículo indicando aquellos regímenes que actúan
como censores de las informaciones y de perseguidores de quienes las elaboran.
Los
desfases producidos entre las nuevas formas de emisión y las de censura o
control no son más que tecnológicas. Se trata de desarrollar instrumentos que
frenen la expansión de la información que se ha iniciado con los nuevos avances
tecnológicos. En ocasiones eso se hace de forma técnica (como la limitación de
la recepción o los filtros de contenidos), pero en otras ocasiones se hace por
medios menos escandalosos, más sutiles. Señalan los autores:
Como periodistas, hemos conocido de primera
mano los efectos transformadores de Internet. La Red es capaz de reformular
cualquier ecuación de poder en la que la información sea una variable. Pero
esto no es una ley universal. Cuando empezamos a cartografiar ejemplos de
censura, nos alarmó el hecho de encontrar a simple vista tantos casos y tan
descarados. Pero más sorprendente todavía es la magnitud de la censura que no
se ve, y que es difícil detectar por diversos motivos. Primero, algunas
herramientas de control de los medios se enmascaran como perturbaciones del
mercado. Segundo, en muchos lugares, el uso de Internet y la censura se están
extendiendo rápidamente de forma simultánea. Tercero, aunque Internet es un
fenómeno mundial, la censura se percibe todavía como un problema local o
nacional. Las pruebas indican otra cosa.*
Los
tres aspectos son de órdenes distintos. El primero es la compra encubierta de
medios hostiles para transformarlos; es la censura desde dentro. El segundo es
más bien una descripción del principio general, pero concretado en la misma
herramienta, como es el caso de China, en donde se ha extendido la red, pero creada
y controlada desde el poder. El tercer aspecto es también de un orden diferente
y tiene que ver con nuestra propia valoración de los hechos.
El
repaso sobre los efectos de las diferentes formas de censura en el espacio
digital da un panorama sombrío de la deriva mundial. El aumento de las
posibilidades de información ha traído el espectáculo de las censuras y las
manipulaciones informativas en todo su esplendor. Pero, por lo que decíamos
antes, era previsible que así ocurriera porque lo que no cambia es la
naturaleza del poder, que simplemente se adapta.
La
pregunta sobre la "Sociedad de la Información" que se hacían los
autores revela cierta ingenuidad porque era previsible que la batalla
se trasladara al escenario más activo, la información, y se eligieran las mismas armas para combatir.
El hecho de que se haya trasladado
la lucha (nacional o internacional) al campo de la información es un
signo de la relevancia de esta. La intensidad de la censura es indicadora del
nivel de preocupación que suscita la circulación de ideas. La censura de la
imprenta, por ejemplo, tuvo como preocupación inicial la difusión del
"erasmismo" y del protestantismo, cuyos textos ayudó a difundir.
Por
estar en una sociedad de la Información, creo que junto a la preocupante
censura hay que tener en cuenta otros usos que buscan el mismo objetivo, la
manipulación de la sociedad a través de la propia información. El artículo hace
referencia a algunas de ellas, pero se soslaya la degradación del propio
periodismo envuelto en una ideología "comunicativa". Ya no se enseña
en muchos campos el valor liberador que la información tiene, sino, por el
contrario, el valor manipulador para los objetivos de cada uno. La reducción a
una tecnología se convierte en un peligro cuando están ausentes las verdaderas
motivaciones de la libertad de expresión y de prensa, cuando no hay valores
detrás.
Los
valores de la libertad de expresión y de prensa no son evidentes, no son
obvios. Requieren de un fondo de valores sobre los que crecer. La justificación
de la censura es fácil y la vemos todos los días. Basta con invocar ciertas grandes palabras. Hoy los censores son
maestros de la justificación y hasta son aplaudidos por muchos.
Pero
también es cierto que la información es hoy un arma. ¿Podemos considerar los
vídeos del Estado Islámico como dentro de las libertades de expresión y
difusión? Diremos que no, pero habrá quien diga que sí y le parecerá estupendo
que se difundan por todos los rincones del globo como aviso de lo que depara el
futuro. Los mismos que mandan al mundo sus macabros vídeos matan a los que están
viendo un partido de fútbol en los televisores, como supimos hace poco. No hay paradoja, solo la lógica
sangrienta del poder cruel en estado puro.
Los
dilemas surgen constantemente porque a la utopía de la información se superpone
la realidad conflictiva. Nadie supone que sea fácil. Lo preocupante es el
retroceso en la libertad de información, pero también el aumento exponencial
en la manipulación informativa. Hoy la censura es un elemento que se aplica selectivamente mientras que se crean medios millonarios para inundar el mundo
de informaciones que moldeen nuestra forma de pensar. La censura es solo una parte; la manipulación de la información es una forma de censura más sutil, que puede encubrirse bajo una aparente diversidad de medios. Los autores denuncian la reducción en ciertos países de las posibilidades de recibir información no sesgada por el poder. Se compran medios y se cambia su orientación o se modifica su agenda informativa. Pronto desaparecen enfoques o problemas. La realidad que recrean los medios se ve alterada.
Toda
información afecta a nuestra forma de pensar. Por eso el signo de la nueva
manipulación es el adoctrinamiento emocional. Lejos de desarrollar el sentido
crítico, este se anula mediante los fenómenos de la adhesión indiscriminada a
una religión, una ideología, un partido... La censura tradicional nos deja sin
información. La manipulación, en cambio, nos inunda bombardeándonos con estímulos
constantes, sin cesar. La presión de la manipulación informativa busca generar en nosotros los fundamentalismos y las intransigencias, una visión unilateral del mundo en donde no existe el diálogo o el razonamiento.
Nos
convertimos así en seres emocionales, de respuesta empática, condicionados por
los estímulos recibidos desde todos los ángulos. Con ello pierde la
racionalidad, el sentido crítico, que queda postergado. Eso es destructivo. No
es casual que los estados en los que se detectan formas de censura sean los que
más intensamente juegan con los nacionalismos, populismos, fundamentalismos,
etc. Todos ellos necesitan de la información modeladora, reafirmante de sus ideas, y de la estigmatización de
los discrepantes. Desparece la información libre y solo queda la propaganda. El nuevo autoritarismo no tiene nuevas ideas, pero sí la
capacidad mecánica de amplificar y multiplicar sus mensajes. Grita y silencia, reclama nuestra atención y la desvía de otros focos.
Frente a la censura, la mejor garantía es la profesionalidad vocacional del periodista, su compromiso honesto con su trabajo y la sociedad en la que desarrolla su tarea. Los que quieren reducir la profesión a una mera capacidad técnica de comunicar con eficacia también forman parte de los peligros que acechan a esas libertades que surgen del mundo de las ideas. Muchos periodistas pagan un alto precio por dar a la sociedad la información que muchas veces no valora.
*
"La mordaza en la era digital" El País 22/02/2015
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/02/20/actualidad/1424461152_496757.html
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