Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Cualquiera que haya tomado un taxi en El Cairo sabe que el vehículo puede llegar a convertirse en una segunda casa. El tráfico de El Cairo es un ejercicio de paciencia frente a la tendencia natural a la desesperación que provoca. Por eso, la iniciativa de algunos taxistas cairotas de convertir sus vehículos en bibliotecas ambulantes no está nada mal. La han llamado "Taxis del conocimiento". La noticia la recogieron EFE y la BBC al menos y saltó en diciembre de 2010. La cadena Alef Bookstores está tras ella apoyándola y ha ido creciendo. Meter libros en los coches y ponerlos a disposición de los clientes es una forma de humanizar el caos, difundir la cultura y aprovechar el tiempo.
Las experiencias del tráfico cairota son legendarias y cualquiera puede contar anécdotas sobre lo que supone montarse en un coche y recorrer las calles de una ciudad en la que las aceras son espacios de convivencia y charla, en donde las sillas se agrupan para montar las conversaciones, y las calzadas son compartidas de forma sorprendente por peatones y vehículos. Porque la diferencia esencial entre las aceras y calzadas es que en unas se está quieto y en las otras apenas se mueve uno. Como se hace difícil caminar por las aceras, finalmente las calzadas acogen a todo lo que se mueve o quiere moverse. El tráfico cairota es un espectáculo en sí mismo, algo que una foto no puede mostrar y que solo el vídeo puede recoger. Es irónico que solo la imagen en movimiento pueda hacer justicia a un atasco, pero es así.
La página principal de la iniciativa "Taxi del conocimiento"en Alef Bookstores |
La idea de leer en los taxis es buena y ayudará a reducir el nivel de stress y aumentar el de cultura. Egipto necesita de buenas ideas por parte de todos aquellos capaces de tenerlas. La sequía de ideas provocada por el régimen de Hosni Mubarak ha sido de tal calibre que las ideas tienen que ser incorporadas inmediatamente a cualquier escenario de la vida, desde la política hasta los atascos. En el fondo no hay tanta diferencia entre una y otro, ambas se reflejan. La causa de los atascos, en gran medida, se debe al abandono de las infraestructuras y a la falta de pericia de los que se suponen que coordinan el tráfico a ras de suelo, los guardias, cuyas actuaciones a veces crean más atascos que los que evitan.
No sé si las democracias sirven para evitar los atascos, pero creo que sí pueden servir para elegir a los que sean más eficaces para diseñar políticas que puedan resolverlos. La democracia no son solo grandes ideas, sino también pequeñas soluciones a problemas cotidianos. En el fondo, elegimos a las personas que nos parecen más adecuadas por un programa “único”: que se preocupen por mejorar nuestra situación inicial. Nos olvidamos muchas veces de esta cuestión tan sencilla, pero real: elegimos personas para que hagan bien las cosas y resuelvan los problemas que tenemos. Las dictaduras, además de ser crueles, suelen ser indiferentes en la práctica y grandilocuentes en su retórica. Intentan convencer a los ciudadanos de que hace lo mejor para todos, aunque solo se benefician unos pocos. En el caso de Egipto ha sido dramáticamente así.
—Esta era la ciudad más bonita del mundo.
No le falta razón. Notas cierta y tristeza resignación en la voz de los egipcios cuando te dicen esto. Se han acostumbrado a ser elogiados por cosas que están lejanas en el tiempo, el pasado faraónico, las grandes mezquitas, la modernización de la ciudad a finales de siglo XIX y principios del XX, con sus calles modernas y sus edificios como los que podemos encontrar en nuestra Gran Vía madrileña, la París africana.
— ¡No lo hemos hecho nosotros! —te dicen cuando les ponderas la importancia de lo que ves.
Hay que convencerles de que no es un problema de quién ha hecho las cosas hermosas o importantes. Necesitan urgentemente recuperar esa autoestima que las dictaduras pisotean. Tienen muchos motivos para sentirse orgullosos y, lo que es mucho más importante, sienten la necesidad de estar orgullosos. El “Proud to be Egyptian” es una afirmación de ese deseo. Sin él, no es posible más que la melancolía frustrante del pasado glorioso que, en el caso de los egipcios, es doble.
El orgullo no debe venir solo de los monumentos, de lo espectacular. Hay pueblos que aportan ideas y ejemplos y los egipcios lo están haciendo. Ese puñado de taxis que se han transformado en bibliotecas para aprovechar los atascos de esa urbe gigantesca que es El Cairo son una muestra de ese deseo de cambio, de transformación social que debe recorrer todos los estratos de la vida.
El centro de la sociedad no está en los parlamentos, en la vida política. Eso es un elemento importante, pero no es más que el reflejo de la voluntad general de los pueblos. Esa misma voluntad es la de cambiar todos los rincones, los que están al alcance de nuestras manos. Los políticos deben hacer su tarea, pero un país es cosa de todos. Son las grandes leyes y las pequeñas transformaciones de lo cotidiano, porque tras ambas debe estar siempre el corazón de la gente, su deseo de vivir un poco mejor cada día y compartirlo con los demás. El taxista del que partió la iniciativa es un buen lector y también un buen ciudadano y quiere que los demás ciudadanos que suben a su taxi puedan bajarse de él un poco mejores de como subieron. Si cada uno trata de transformar su entorno inmediato, todos viviremos mejor.
Es ese deseo de mejorar a los que te rodean, de hacerles mejores y más felices, el que es garantía de progreso. Llevamos demasiado tiempo invirtiendo en egoísmo y no da resultado. Por eso, la iniciativa es poderosa por lo que tiene de apuesta personal y social, por muy anecdótica que pueda parecer.
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