Se me
quedó grabada la frase: "¡con lo que tenemos aquí!". Era una voz más,
la final, en una pequeña pieza del telediario de la 1 de Televisión Española.
Durante el breve tiempo que duró pieza en el noticiario hablando sobre los
rebrotes en Lleida, las palabras decían unas cosas, pero las imágenes mostraban
otras, hasta que llegaba la frase de marras, "¡con lo que tenemos
aquí!". Y lo que mostraban las imágenes, una tras otra, era la presencia
de africanos o de mujeres con ropas características y pañuelos en la cabeza por
las calles. Caminando, sentados en el suelo, consultando su teléfono, etc. pero
la gran mayoría eran claramente extranjeros, ya fueran temporeros o residentes,
algo que no se nota.
Los
medios desarrollaron —ya lo comentamos aquí— una cierta fijación con los
orientales con mascarillas o sin ellas para hablar de la pandemia. Nos
mostraban, es un ejemplo real, imágenes de "jóvenes valencianas" y lo
que veíamos eran mujeres asiáticas con mascarilla. Nos mostraban Londres y,
¡qué casualidad! también paseaban por sus calles, luciendo mascarillas, jóvenes
asiáticas. Es una forma de marcado social, de fijación de objetivos que estamos
viendo con demasiada frecuencia. Esta vez le toca a los temporeros e
inmigrantes africanos, tanto subsaharianos como norteafricanos, a los que se señalada en un
mensaje paralelo visual, que se cierra con ese concluyente "¡con lo que
tenemos aquí!" Y lo que "tenemos" se nos ha mostrado ya. Sutil
sin sutilezas.
Frente
a los mensajes neutrales sobre los brotes ocasionados por funerales y
cumpleaños, fiestas y residencias, bares y terrazas, se están marcando
visualmente los que llegan desde fuera a trabajar, a recoger la fruta que no
queremos recoger nosotros, a los que se muestra como peligrosos contaminantes. Esta vez el objetivo del mensaje visual
son los africanos. Me molesté en contar los planos y prácticamente en casi
todos ellos había algún extranjero identificable. Por supuesto, esto no afecta
a los extranjeros turistas, sino solo a los que están trabajando o circulan por
las ciudades. Ayer se entrevistaba a un marroquí que decía llevar varios meses
por España sin trabajo, que estaba "sin papeles". ¿Qué sentido tenía
ese testimonio? Las lecturas se hacen siempre en conjunto, sumando dos más dos.
No hace falta decir resultados, basta con que el espectador perspicaz sume las
piezas.
En La
vanguardia podemos leer:
La UGT FICA de Catalunya ha denunciado este
miércoles que algunos ayuntamientos del Segrià tienen un “trato
discriminatorio” hacia los trabajadores temporeros de la campaña de la fruta.
Concretamente, el sindicato pone como ejemplo
el comunicado vecinal de la localidad de Aitona, en el cual se pide a estos
trabajadores que “limiten” su actividad en espacios públicos y privados y que,
una vez finalizada la jornada laboral, “permanezcan en sus casas y únicamente
salgan a la calle cuando sea estrictamente necesario”.
Ante este comunicado, UGT considera que es
“básico” no estigmatizar al colectivo que, a su vez, “no es culpable de la
situación de precariedad laboral” que padecen.
En este sentido, aseguran que la crisis
sanitaria del coronavirus ha puesto de manifiesto una precariedad laboral que
hace años que denuncian y que, en algunos casos, se traduce en jornadas de
hasta 12 horas diarias, aunque les pagan solo 40 horas semanales.
Por otra parte, UGT señala directamente a las
grandes empresas que, según su criterio, han hecho un llamamiento a estos
trabajadores, pero “no han querido asumir la responsabilidad de acogerlos en
condiciones”.*
Recordemos
lo ocurrido en los Estados Unidos con grupos de inmigrantes, encerrados para
trabajar en condiciones de segunda categoría respecto a las distancias sociales
de protección, que se reservan para los ciudadanos de "primera
categoría". Lo hemos visto en Alemania, en los rebrotes de las empresas
cárnicas, de donde se filtraron las imágenes de las condiciones de los
comedores, auténtica garantía de contagio por el hacinamiento de los
trabajadores.
Nuestros
empresarios del sector, en declaraciones televisivas, se han defendido diciendo
que no es el trabajo donde se contagian, sino después. El "después"
incluye evidentemente las situaciones en las que se encuentran. El plan
perfecto sería, claro, que trabajaran, que si se contagian solo se relacionen
con sus compañeros y que sean después devueltos todos a la frontera en
trasporte rápido.
Tiene
razón UGT al quejarse de una situación sobre la que se ha mirado
tradicionalmente a otra parte, pero que ahora a la luz de la pandemia adquiere
su dimensión trágica para ellos. Ya no se trata de hacinarlos y decir que
"están mejor que en sus países" en explicación infame.
"Acogerlos
en condiciones", como se exige, significa más gasto, encarecer el
producto, cuando lo que se quiere es aumentar los márgenes. Al tener cerradas
las fronteras sur, los temporeros surgen de los irregulares circulantes de los
que hay que aprovecharse pero no responsabilizarse. La responsabilidad ahora es
imprescindible.
Los que
se contagian porque se tienen que ganar la vida cada día son muy diferentes de
los que se han contagiado por ir a una fiesta en un bar o en una casa privada,
como está ocurriendo; muy diferentes de los que se agolpan a celebrar que su
equipo ha ganado a un rival o se han llevado la Liga.
Las
imágenes de Alemania y de Estados Unidos en las fábricas cárnicas eran
reveladoras del problema. Las condiciones de hacinamiento forman parte del
proceso de producción. Cuando no había enfermedad, no importaba. Ahora, cuando
el hacinamiento tiene consecuencias, sí importa porque los rebrotes afectan a
los ciudadanos que se pueden permitir el lujo de salir a la calle sin
mascarillas a hacer deporte y quieren tomarse después un buen zumo de frutas.
Cómo haya llegado la fruta hasta ellos no es algo que les preocupe o afecte.
Pero
volvamos al papel de los medios. ¿Qué están haciendo algunos de ellos? ¿Qué
quieren conseguir poniendo una diana clasista xenófoba en la espalda de los
inmigrantes, de los trabajadores temporeros que llegan de otros países?
"Africanos" y "rumanos" se nos decía en otra pieza
televisiva. El racismo se nos está colando en las casas.
Hay que
buscar culpables para asimilar que el
optimismo que se ha generado para el verano es falso. El virus sigue ahí y no
se ha ganado ninguna batalla. El aumento de la movilidad produce nuevos casos,
porque el coronavirus sigue ahí y se planta tozudamente entre nosotros. La
gente irresponsable y despreocupada son más de los que se pensaba. Las multas
con las que se amenaza en Cataluña a todo el que no lleve mascarilla contrasta
con la creencia generalizada en que las multas puestas durante la pandemia no
se van a cobrar nunca.
Al
trasladar la responsabilidad a las Comunidades Autónomas, estamos asistiendo a
un curioso juego de responsabilidades y acusaciones. El "paciente
cero" en el País Vasco venía, nos dicen, de Lleida. En Lleida les llega de
los temporeros. Todos son paraísos contaminados por perversos agentes
exteriores dispuestos a romper la paz y el progreso. Al final, siempre se acaba
echando la culpa al que viene de fuera, siempre y cuando no se le invite a
llegar como turista, dispuesto a pagar por paz, sol y sonrisas. Fueron los
madrileños y algunos casi colocan minas alrededor de sus pueblos. Han sido
chinos y asiáticos en general porque no ibas a pedirles el pasaporte. Ahora
tocan los temporeros extranjeros o cualquier persona que nos sea útil para
hacer lo que no queremos hacer y lo hacen más barato. Te quejas de que la fruta
se pudre en los árboles, pero no te importa que la gente se hacine en barracones
y campamentos infames.
Ya lo
decía aquella señora en la televisión "¡con lo que tenemos aquí!" Ni
"mejores" ni más "fuertes". Salimos más "egoístas",
más "interesados" más "hipócritas" de esta pandemia; no se
crea lo contrario, aunque se lo repitan cada día. Trabaja barato, muere
rápido y no me infectes. Es el mensaje de la explotación aquí y allá de los inmigrantes. Y deben dar las gracias.
Se necesita a esos temporeros, pero los queremos invisibles, silenciosos, aislado. No los queremos ver en nuestras calles ni alojar en nuestros hoteles ni cuidar. Pero muchos, como ocurre en parte de Europa y de América, no tienen bastante con eso. Es una forma de mantener el conflicto azuzando a la gente. Se buscan los peores sentimientos para sacarles el mejor provecho.
Una sociedad es mejor cuando hace cosas mejores. Las cifras no muestran la decadencia moral.
*
"UGT denuncia el “trato discriminatorio” de algunos ayuntamientos a los
temporeros del Segrià" La Vanguardia / EFE 8/07/2020 https://www.lavanguardia.com/vida/20200708/482191398816/ugt-denuncia-trato-discriminatorio-ayuntamientos-temporeros-segria-coronavirus.html
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