Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
última de las piezas que dejan constancia de la visita de Abdel Fattah al-Sisi,
presidente de Egipto, a los Estados Unidos de Donald Trump es el editorial de
The New York Times, cuyo titular reza "Enabling Egypt’s President Sisi, an
Enemy of Human Rights"*.
En
estos días hemos tratado de analizar una visita importante, con un gran valor
simbólico, en diferentes sentidos. Después de la salida, cogidos de la mano, de
Theresa May, la primera ministra británica, se puedo percibir que las
relaciones públicas de Trump (no de los Estados Unidos) se iban a clasificar en
tres grandes bloques: los "amigos", los "compromisos" y los
"enemigos". No me estoy refiriendo con el término de
"aliados" porque no se trata de una cuestión de estados, que va
paralela, sino del mantenimiento de una imagen pública que quiere contrarrestar
los innumerables conflictos que Trump tiene dentro de casa y los "líos"
que, como se quejaba hoy mismo respecto a Siria, "ha heredado". La
"herencia" se llama "historia", pero Trump la entiende en
términos económicos como si se tratara de una empresa que hay que reflotar y se
encontrara en peor estado del que se esperaba. Pero la historia es siempre un
tren en marcha. Y eso el político debe aceptarlo.
La
visita del presidente egipcio, uno de los pocos que aceptaron verle antes de
que fuera presidente es resultado de una amistad forzada. Trump no tiene muchos
"amigos" —hasta le colgó al primer ministro australiano— y al-Sisi
tiene muchos menos. La apuesta egipcia era obligada y tenía forma de plegaria:
con Hillary Clinton las relaciones empeoraría, sobre todo por la campaña contra
ella favorecida desde los medios estatales y privados, que la hacen responsable
de la creación del Estado Islámico y de todo lo que ocurre en la zona.
La
reciente visita a la Casa Blanca, por ejemplo, de Angela Merkel ha tenido un
tono muy distinto y entra en la categoría de "compromiso". Alemania
ha manifestado una actitud bastante firma ante Trump, especialmente porque este
la ha tenido en el punto de mira negando su política económica y su política de
refugiados. Los medios recogieron la negativa de Trump a dar la mano a Merkel
en uno de los encuentros. No quería esa foto. Le hizo un favor a Merkel.
El
editorial de The New York Times se condensa en la ilustración que lo encabeza:
es la bandera egipcia cuyos colores están representados por líneas de alambre
de espino. Es difícil ser más sintético en la representación de la idea. El
texto lo desarrollará.
American presidents must sometimes deal with
unsavory foreign leaders in pursuit of America’s national interest. But that
doesn’t require inviting them to the White House and lavishing them with praise
and promises of unconditional support.
Yet that’s what President Trump did on Monday
in not just welcoming but celebrating one of the most authoritarian leaders in
the Middle East, President Abdel Fattah el-Sisi of Egypt, a man responsible for
killing hundreds of Egyptians, jailing thousands of others and, in the process,
running his country and its reputation into the ground.
The expressions of mutual admiration that
permeated the Oval Office were borderline unctuous. Mr. Trump praised Mr. Sisi
for doing a “fantastic job” and assured him he has a “great friend and ally in
the United States and in me.” In return, Mr. Sisi, who had been barred from the
White House during the Obama administration, and who craved the respect such a
visit would afford, expressed his “deep appreciation and admiration” for Mr.
Trump’s “unique personality.”
Mr. Trump acknowledged that the two countries
“have a few things” they don’t agree on, but he pointedly did not mention the
abysmal human rights record of Mr. Sisi’s government, which the State
Department and human rights groups have accused of gross abuses, including
torture and unlawful killings.*
La descripción del presidente egipcio como «one of the most
authoritarian leaders in the Middle East»
establece los límites entre la admiración que ambas figuras puedan tenerse
personalmente y el compromiso que supone para los Estados Unidos respaldar a un
dirigente al que se considera responsable de la violación de los derechos
humanos, calificándolo de "su enemigo" ya desde el titular.
Egipto está embarcado en una especie de campaña promocional
que ha hecho que sus diarios oficiales se llenan de noticias de apariciones de
restos arqueológicos por todas partes. Se trata de una campaña que busca romper
el cerco informativo mediante la promoción de estos hallazgos. Incluso todavía
se mantiene la polémica por el destrozo de una estatua a cargo de una
excavadora.
En muchas ocasiones hemos resaltado aquí el despropósito de
todas estas campaña promocionales —directas o encubiertas— mientras exista la
posibilidad de que hagan su aparición editoriales como el que comentamos de The
New York Times o los artículos aparecidos en estos días con motivo de la
visita. Cualquiera de ellos tiene un peso enorme sobre la opinión pública de
los países en los que sí importa la política de derechos humanos y libertades
políticas.
El intento egipcio de silenciar los diferentes incidentes
sectarios contra los cristianos haciendo que sean los propios coptos los que se
nieguen a comentarlos y se les pida a la comunidad en Estados Unidos que no
protesten —algo que ya hemos tratado— como una especie de sacrificio no deja de
ser una forma absurda de intentar lo imposible: controlar la imagen del país en
el exterior. El gobierno egipcio y los medios que les respaldan trasladan sus
propios errores a quienes los critican, estableciendo un círculo vicioso del
que es difícil salir porque conlleva la represión de quienes intentan decir lo
que ocurre. Un caso evidente, como se ha señalado aquí muchas veces, es el de
Giulio Regeni que, como explicábamos ayer, volverá a salir con toda su
virulencia con la próxima visita del Papa Francisco a Egipto. No puede ser de
otra manera.
Trump ha presentado a al-Sisi como un "reformista
religioso". Se le ha olvidado comentar los enfados y conflictos con la
Universidad de Al-Azhar, que se niega a hacerlo. Lo moderado no es la
moderación, sino la palabra de aquel que está en el poder. La moderación es relativa,
por ejemplo, al Estado Islámico, pero no significa que no se encarcele a los
que proponen reformas reales y entran en el centro de la cuestión, en la
doctrina. Esos son encarcelados con las bendiciones del régimen, que quiere
mantener el control burocrático de la religión para no tener más problemas de
los justos con una sociedad que respaldó en las urnas a los partidos más
islamistas que se presentaban, los Hermanos Musulmanes y los salafistas. Juntos
se hicieron con el 70% de los escaños. La sociedad había ido deslizándose hacía
el conservadurismo religioso que fue aprovechado por los grupos islamistas para
hacerse con el poder social.
El resultado es que cuando se produce la primera convulsión social
seria reclamando libertades, los que entran —bien posicionados— son los
islamistas, los únicos con penetración popular profunda, control de las
ciudades y una estructura robusta, fortalecida tras las persecuciones. Su
carácter internacionalista, además, ayuda. Los gobiernos islamistas ayudan y
apoyan a los que quedan en la sombra esperando para dar el salto.
Al-Sisi llevaba cuatro objetivos: levantamiento del estigma
mediante la foto y las palabras de Trump, apoyo económico para salir de un
inmenso agujero; el respaldo a su política de represión (el "good
job") y la condena de los Hermanos
Musulmanes para que fueran considerados un grupo terrorista. Solo ha sacado la
foto y el respaldo a la represión.
La economía egipcia es capaz de tragarse todo lo que se
destine, devorarlo sin que realmente haya ningún progreso para la sociedad. Está
contaminada por la corrupción y la ineficacia de décadas. Tiene un doble peso:
la presencia militar en la economía (forma de mantener el poder) y la subvenciones
(forma de mantener la calma por la dependencia). Es una visión obsoleta de la
función de la economía y de la propia sociedad que ha mantenido los índices de
pobreza actuales y una inmensa separación entre los que tienen mucho y los que
apenas tienen nada. La crisis última ha destrozado a la testimonial clase
media, que se ha visto atacada por la inflación y los impuestos.
La cuestión de los Hermanos Musulmanes ya se había mostrado
peliaguda para la administración norteamericana. Bajo Obama, al-Sisi era un
golpista aunque se negara a calificar como "golpe de estado" el
"no-coup" que le llevó al poder. Bajo Trump, al-Sisi es el "fantastic
guy" que realiza un "good job". No se ha ganado nada y se ha
perdido mucho. Los islamistas seguirán teniendo cancha en el exterior,
justificada precisamente por la represión.
La estrategia islamista es siempre la misma y solo varía en
su velocidad. Mientras están fuera son demócratas y se ofrecen como solución a
situaciones de violencia radical. Se presentan como lo mejor de "dos
mundos". Sin embargo, como estamos apreciando en Turquía de Erdogan, eso
funciona hasta que tienen el poder suficiente o, por el contrario, lo están
perdiendo. Los islamistas no admiten lo que es una "alternancia" y
que para ellos es regresión. Sus cambios son para siempre. Los Hermanos musulmanes de Morsi salieron rápidamente del
agujero a tomar posiciones. Lo demostraron en su intransigencia en la redacción
de la constitución, excluyendo a los demás, en su prepotencia política y en la
regresión en temas de derechos de las mujeres y minorías. El malestar social
estaba justificado y las protestas —con ayuda o sin ella— eran reales. Salir de
una dictadura militar y meterse en una religiosa es un pobre equipaje para una
revolución.
El gran "error" de al-Sisi y de los militares, auténtico
poder egipcio, fue la matanza de islamistas, que motivo la salida de los apoyos
políticos democráticos que podrían haber dado alguna credibilidad al régimen en su transición hacia una democracia real.
Cayó Mubarak, pero no el régimen, que se hizo con el poder pronto. Y ahí
murieron las esperanzas.
El gran problema es cómo se puede crear una democracia en
estas condiciones de precariedad de libertades y enfrentamiento social. La
respuesta del régimen es la represión. Finalmente solo podrán disfrutar de
libertades aquellos que estén de acuerdo en que estas no son necesarias,
increíble paradoja política, pero perfectamente posible en términos de
autoengaño. Al-Sisi echó un órdago cuando ordenó la matanza. El drama egipcio
es que ninguno de los que luchan por el poder tiene interés ninguno en la
democracia, solo en el mantenimiento del poder. A Mubarak le importaba poco y a
Morsi poco más o menos lo mismo.
Por ello es muy importante la actitud internacional para
tratar de amparar a las personas que realmente quieran algún día que Egipto
deje de ser una dictadura aplaudida por sus partidarios. Lo que critica The New
York Times es precisamente esto. Antes todavía tenían lo posibilidad de hacer
gestos que dieran a entender el desacuerdo por la ausencia de democracia y
falta de respeto a los derechos humanos. El abrazo de Trump es un mensaje de
que se haga lo que se haga se calificará como un "good job". Y se
hará desde la perspectiva de Trump, no desde lo mejor para la propia sociedad
egipcia y su futuro.
Los dos párrafos finales del editorial —tras recordar las
matanzas que le llevaron al poder— hacen hincapié precisamente en lo que de
mala señal tienen las palabras de Trump:
Mr. Trump has now made it transparently clear
that human rights and democracy are not his big concerns and that he places
more value on Egypt as a partner in the fight against the Islamic State. What
he does not grasp is that, while Egypt is an important country, it cannot be a
force for regional stability nor the partner Mr. Trump imagines on
counterterrorism or anything else if Mr. Sisi does not radically change his
ways. Mr. Sisi’s repression against enemies real and imagined, his management
of the economy and inability to train, educate and create jobs for his nation’s
youth can only fuel more anger and unrest.
Mr. Sisi’s task is to undertake economic and
political reforms that benefit all Egyptians, not just the military. The White
House spectacle might have been worth it if Mr. Trump had tried to make these
points to his guest.*
Es malo para los Estados Unidos, que pierde su pretensión de
liderar el llamado "mundo libre" o los países democráticos; es malo
también para Egipto que se ve condenado a que se piense que su estado natural
es el de "dictadura" cuya existencia se justifica externamente en
evitar la expansión del terrorismo hacia Occidente, que es quien paga la
factura, e internamente en mantener el
control de su propia sociedad. Como le han dicho hasta el aburrimiento, ambos
planteamiento solo lleva al crecimiento del terrorismo, que es la alternativa
antioccidental (quien paga) y antimilitarista (están al servicio de Occidente y
no de su pueblo). Con esta misma actitud fue porque que crecieron los islamista
en Egipto, haciendo ver que sus dirigentes estaban al servicio de Occidente (e
Israel), que eran malos musulmanes y buscaban la destrucción de los buenos. La
radicalización no es solo tomar las armas, sino otra forma de ver el mundo.
El resultado ha sido que los países con mayor índice de
antiamericanismo son Egipto y Turquía, además de Jordania, todos ellos, en
teoría, aliados. Es precisamente el carácter de dependencia de los Estados
Unidos lo que las oposiciones —o el propio gobierno, como Turquía— han sabido
manipular para generar rechazo.
El ataque descarnado que el presidente egipcio ha recibido
en su visita a Estados Unidos ha sido en gran medida debido al propio
presidente Trump, en guerra con la prensa. No sé qué efecto habrá tenido sobre
sus seguidores.
Lo más preocupante sigue siendo la ausencia de alternativas
democráticas a militares e islamistas. No hay forma de consolidar un movimiento
democrático que pueda ofrecer un futuro en paz
una sociedades condenadas a la intransigencia y cuya radicalización se
concreta en la creación de bandos, pero también en la dedicación a la violencia
de un porcentaje pequeño pero suficiente para mantener crisis de seguridad
abiertas por todo el mundo.
La estrategia seguida hasta el momento no ha funcionado y,
lo que es peor, nos y les condena a vivir bajo una espiral de violencia hacia
el futuro, de auto radicalización que justificará la violencia y la represión
sin fin. Por más que se nos quiera decir que esta situación no será muy
duradera, lo cierto es que no parece cercana a terminar por la razón sencilla
de que no tiene fin. Es un principio.
No es una guerra; no hay territorio que conquistar. Son
mentes que deben salir del bloqueo en que se las tiene mediante otro tipo de
apertura hacia ideas de convivencia. Eso es lo que no se vislumbra por ningún
lado. Mientras esto no se afronte así y solo se haga militarmente o
policialmente no acabará.
Trump ha respaldado una política que no ha dado resultado;
solo una falsa sensación de seguridad en medio de una fortísima crisis
económica y social. El régimen egipcio carece de ideas y de soluciones porque
niega el problema mismo: la división social que arrastra en contra de las
libertades a unos y a otros. Todo lo que no sea trabajar en ello es tirar
piedras al propio tejado. Hasta que el tejado se hunda y sepulte a todos los que disputan bajo él.
Hay que encontrar interlocutores y diseñar un mundo posible.
Hoy no se ven ni los interlocutores ni ese mundo al que deberíamos todos
aspirar, un mundo en paz honesta y digna. Por eso vender la represión como un
"buen trabajo" es inmoral. Eso es lo que han dicho.
* "Enabling Egypt’s President Sisi, an Enemy of Human
Rights" The New York
Times 4/04/2017 https://www.nytimes.com/2017/04/04/opinion/enabling-egypts-president-sisi-an-enemy-of-human-rights.html
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