Joaquín Mª Aguirre (UCM)
«No
cabe duda de que hemos entrado en una nueva era»*. Así comienza el historiador Anthony Beevor el
artículo publicado en el diario El País, titulado "Una nueva época, un
mundo infeliz". Tengo mis recelos sobre las divisiones históricas más allá
de los manuales escolares. El problema es que la gente las acaba tomando
literalmente, como si atravesáramos una puerta y saliéramos de una habitación
para entrar en otra. Hace unos días corregía en un texto que me pasaron un
comienzo similar, "no cabe duda", porque me parece una expresión cada
vez más dudosa y, sobre todo,
transmisora de una seguridad y confianza de la que uno se va desprendiendo con
el tiempo. Yo, por mi parte, tengo todas las dudas sobre que existan siquiera las
"eras" históricas más allá, como decía, de aclarar las cosas a los pobres alumnos
que aprenden cosas como ciertas en
los niveles más elementales para descubrir cuando llegan al final de sus carreras
académicas que la obligación de uno es dudar y que solo en la duda hay
progreso. No hay que confundir la duda, en el sentido que expresamos, con la indecisión, que provoca lo contrário, parálisis. La duda valiosa es la que provoca distanciamiento y autocrítica, es la que busca soluciones mejores a lo que uno mismo propone.
Como Anthony Beevor
no tiene duda alguna sobre lo de la era, traslada sus dudas a la capacidad de
los historiadores para desentrañar sus causas: «El problema es que los historiadores tardarán años
en determinar si los grandes cambios que estamos experimentado tuvieron
relación entre sí o si se produjeron simultáneamente por casualidad.»* No sé cómo aceptarán los historiadores esta tarea encomendada. Aquí "determinar" tiene un sentido excesivamente fuerte para lo que los historiadores van a poder alcanzar. La complejidad de los fenómenos históricos es tal que difícilmente se atreverá ya nadie a formular esas macroteorías que lo unan todo. Toda explicación en este sentido es una simplificación, pero en este caso es dejar demasiadas cosas fuera, llamar "todo" a muy poco.
Debo confesar que, al igual
tengo las dudas que me caben (que son muchas), tampoco me agrada esa forma de
entender la historia como un guión lleno de casualidades. Entre el rígido
argumento causal y la casualidad hay algunas vías más sensatas, si bien hay que
señalar que son esas oscilaciones las que hicieron bajar a la Historia del trono humanístico y ceder en sus
pretensiones.
No hay
campo o disciplina que en el siglo XX no
haya sufrido algún correctivo a su petulancia o, quizá mejor dicho, a la de los que
les ponen voz. Si hasta las "exactas" matemáticas tuvieron su Gödel,
las Ciencias Sociales y en especial la Historia, experimentaron la corrosión de
las pretensiones de lo absoluto, la certeza y demás seguridades que otros
tiempos permitían, pero que estos ya no. Una cosa es tratar de explicar por qué ocurren ciertas cosas y otra creer que lo que ocurre tenía que ocurrir.
Alguien
me dirá que Beevor está hablando metafóricamente y puede ser. Pero lo cierto es
que el artículo está lleno de esas "certezas" que sirven para poner
esas puertas y ventanas al flujo del tiempo. La Historia no existe más que como percepción y construcción humana, como forma de discurso explicativo o como teoría, como
manera de intentar aclararnos nosotros mismos sobre lo que nos acontece. Por
ello las preguntas y desafíos que Beevor lanza a sus colegas no se resolverán
nunca. Simplemente habrá alguien que sostenga con la autoridad suficiente la afirmación de que es así, de que tal y tal
acontecimiento son resultado estos otros. Podremos apilar montañas de
documentos, pero tal como ocurría en Los
apuñaladores, la obra de Leonardo Sciascia, que intenta reflejar "lo
sucedido" realmente en Sicilia en el siglo XIX. Los documentos acaban
formando una niebla sobre los que ocurrió, que está perdido en el tiempo,
desaparecido. Quedan sus restos y estos son interpretables. La Historia no
necesita distancia, como se dice. La distancia en realidad sirve para acallar
polémicas al alejarse los discursos de los hechos ocurridos. La Historia no son
los hechos sino su relato y explicación, que cada época necesita rehacer para
comprender porque ella misma ha cambiado. Por ello dudo que en el futuro, los
historiadores acepten el reto de Beevor pues le parecerá irrelevante para lo
que a ellos les está preocupando en aquellos futuros momentos.
Escribe
Anthony Beevor tras señalar los hitos que le parecen que configuran esta nueva
era en la que hemos entrado, aunque no sepamos de cuál hemos salido:
En los últimos tiempos hemos asistido a un importante
aumento de lo que yo llamaría la “dramatización deformada de la realidad” tanto
en documentales como en películas de ficción. El peligro es que, en la
actualidad, para la mayoría de la gente esta “historia para entretener” es la
principal fuente de conocimiento histórico.
La obsesión de Hollywood por afirmar que una película es
real incluso cuando es ficticia en su práctica totalidad es un fenómeno
relativamente nuevo. Por lo visto, ahora hay que comercializarla proclamando su
autenticidad. De vez en cuando se refuerza la falsa sensación de verosimilitud
proyectando aquí y allá nombres de lugares y fechas concretas, como si el
público estuviese a punto de presenciar una recreación fidedigna de lo que
sucedió determinado día, algo que resulta especialmente lamentable cuando se
trata de personas que solo han tenido contacto con el tema a través de la
ficción cinematográfica o televisiva. Poco después del estreno de la película El Código Da Vinci, en Gran Bretaña se
hizo un estudio para investigar sus efectos. A pesar de que la película es
ciertamente absurda, la encuesta mostró que, después de verla, casi la mitad de
la muestra diseñada para representar a la población estaba convencida de que
María Magdalena había tenido un hijo con Jesús y de que su linaje pervivía
hasta hoy. El incremento de la ficción realista coincide con una época en la
que mucha gente tiene cada vez más dificultades para distinguir entre fantasía
y realidad.*
Realmente
no sé si esto se trata de una "novedad" que define a nuestra "era"
o si solo se trata de una variante más de la "ignorancia", algo
existente a lo largo de las épocas. Los antiguos tenían sus propios relatos,
los mitológicos, que aceptaban como buenos
hasta que dejaban de hacerlo. En realidad —esta tarde han puesto en un canal
televisivo una película de un Thor galáctico, no por ello menos "dios"
dentro de su universo y con un padre poderoso que se parecía mucho a Anthony
Hopkins— lo que hay que definir es la realidad y la fantasía. Para el escritor
y periodista Tom Wolfe, la "teoría de la evolución" darwiniana es un
cuento, poco más o menos como El Código
Da Vinci, según acaba de contarnos en una entrevista en El Mundo. Algunos autores del siglo
XVIII recogen en sus escritos que cuando viajaban a Inglaterra, los amigos le
mandaban recados para los personajes de las novelas de Richardson, que tomaban
como ciertas y a ellos como existentes. Muchos no dudaban de la existencia de
Werther o Lotte. Por su parte, Napoleón
aparece en Guerra y Paz y contribuye
a configurar su imagen en la Historia tanto como otro tipo de textos.
El
mundo se ha llenado de gente que no
distingue la realidad de la fantasía, sí, pero también es cierto que algunos
comienzan a no distinguir lo probable
(en mayor o menor medida) de lo cierto,
que es muy escaso. Lo que sí ha
aumentado, creo yo, es la cantidad de personas deseosas de que aceptemos sus
ficciones, fantasías y embustes como realidades o verdades. El cine de Hollywood es uno, pero creo que no es el
único ni quizá el más peligroso.
Lo que creo que ha aumentado es el número de gente ignorante que recibe información
y por ello da su opinión. El ignorante solía callarse por prudencia; pero ahora
se le invita a manifestarse y se le dan todos los medios para que lo haga. Ya
en Platón se discute la diferencia entre el conocimiento
y la apariencia de conocimiento. No creo que sea una novedad, pero sí la
virulenta intensidad.
"Realidad",
"hecho" y "verdad" no son lo mismo, como tampoco lo son
"ficción" y "mentira". La Historia es fabricación humana,
una forma de discurso que selecciona, agrupa, conecta y explica. El discurso de
la Historia no es la realidad; es una forma de relato que contiene "acciones"
y "afirmaciones", pero no la "realidad", que se nos escapa
entre los dedos del conocimiento. No aspiremos a la verdad (por la que muchos
matan y mueren) sino a la "coherencia", que suele ser menos dogmática
y más razonadora, que puede cambiar por pequeños detalles, como esa moneda
encontrara en el acueducto de Segovia que ha obligado a cambiar todos los
folletos donde constaba su antigüedad y en tiempo de quien se construyó. Esa monedita ha tirado por tierra las
pretensiones de los expertos, que le habían echado más años y se la apuntaban a
otro emperador romano***. Lo que hasta ayer era verdad, hoy eso solo historia de la Historia. Y así funciona
la Ciencia en casi todos sus campos con humildad y reparación rápida de los
errores detectados.
Todo es
humano, demasiado humano. Y ni siquiera "humano universal", sino empapado de diferencias culturales,
con escrituras de la Historia diferentes y en discordia. No sé cómo interpretarían sus
certezas en otras partes del mundo que no comparte explicaciones ni percepciones.
Casi
nunca se mata la gente por lo que se dice en Física, Matemáticas o la Química,
que tienen formas de intentar probar lo que dicen. Sí en cambio, nos matamos
con frecuencia por lo que pone en nuestros campos sociales: la Economía y en
especial la Historia. Eso quiere decir que le damos más importancia a las
visiones del mundo que al mundo mismo, que nos importa más la verdad (que es
nuestra) que los hechos (que se han esfumado).
En
realidad no estamos entrando ni saliendo de nada. Hace unos días otro reportaje
se quejaba de la necesidad establecer con claridad
las fronteras de la juventud, la infancia, la madurez, la vejez, etc.
Igualmente son líneas que se le pintan al continuo de la vida, convenciones
para aclararnos y poder jubilarnos todos a la vez o sacarnos un carné de
conducir. En la realidad, un día nos sentimos
más jóvenes que otros y algún día nos llega la vejez por sorpresa o, como
cantaba Sinatra, nos preguntamos quién es ese hombre que nos mira desde el
espejo, quién es ese en el que ya no nos reconocemos.
Muchas
de las cosas que señala Anthony Beevor en su artículo me parecen interesantes y
comparto su preocupación. Dice que están en peligro la verdad y la democracia. La
verdad lo ha estado siempre; la democracia allí donde la ha habido. En muchos
sitios no han tenido ocasión ni de estar en peligro porque se vive en una falsedad
que se presenta como verdad incuestionable y tampoco existen libertades. Lo que
sí ha aumentado objetivamente es el número de púlpitos, metafóricamente
hablando, desde los que esparcir mensajes que pueden tener un grado muy
variable de "verdad". El ejemplo de Tom Wolfe es claro: todo el mundo
le ha puesto un micrófono delante para que diga que la "teoría de la
evolución" es un cuento. Está en la sección "Líderes".
No me
parece en cambio, que nadie esté entrando o saliendo porque me parece un error
emplear esa metáfora que, como enseñó George Lakoff, puede condicionar nuestra
precepción del mundo. Lo que sí estamos haciendo es comenzar cada vez más
nuestros discursos diciendo "no cabe duda". Y eso sí es preocupante.
*
Anthony Beevor "Una nueva época, un mundo infeliz" El País 31/10/2016
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/10/24/babelia/1477319509_442404.html
**
"Tom Wolfe: "La teoría de la evolución es un cuento"" El
Mundo - Papel 30/10/2016
http://www.elmundo.es/papel/lideres/2016/10/30/58121c89468aebbe468b4585.html
***
"El hallazgo de un sestercio cambia la edad del acueducto de Segovia"
El País 1/11/2016
http://cultura.elpais.com/cultura/2016/10/31/actualidad/1477929489_402129.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.