Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Es lo
visible contra lo invisible. Como no puedes ver el coronavirus, te diriges
hacia tu portador. La mente hace un juego retórico y ¡voila! ya tienes delante
al culpable, al asiático, convertido en "chino". Es sencillo. Nuestra
mente necesita de objetivos hacia los que dirigir miedo y odio, una figura
susceptible de absorber la rabia y la frustración.
Donald
Trump es un maestro especializado en redirigir el odio. Lo ha hecho contra los
hispanos ("bad hombres", narcos, violadores y asesinos), contra los
demócratas (izquierdistas y comunistas, antiamericanos), contra los árabes
(terroristas), contra los medios de comunicación (los enemigos del pueblo,
conspiradores para acabar con el mejor presidente de los Estados Unidos)... y
contra China, su objetivo favorito. Todo
lo malo viene de China; todo lo malo está en China.
La
pandemia estalló, hay que recordarlo siempre, en plena guerra arancelaria contra
China, contra Huawei, contra el 5G. Cuando pensaba que la epidemia no saldría
de allí, felicitaba a China desde su superioridad benevolente diciendo que el
presidente Xi hacía un "gran trabajo". Era una de sus formas despistar
del objetivo principal, aislarla y separarla de Europa esencialmente. Lo hacía
con los aranceles contra China y contra los países europeos, incluida España.
El aceite y otro productos pasaron a ser "enemigos", "peligros
potenciales" sin saber porqué. La administración Trump se ha acostumbrado
a no dar explicaciones a sus actos de fuerza; es la simple imposición a los
demás de lo que deben creer, sobre cómo deben mirar el mundo. A su vez, Trump
está dirigiendo la mirada y el pensamiento de millones de norteamericanos que
han encontrado en él una especie de líder de una secta cada día más fanática,
un fenómeno que hacía muchas décadas que no se experimentaba y que explica la
fascinación de Trump por los dictadores, los únicos con los que se siente a
gusto, ante el desprecio que percibe en los líderes de los países occidentales.
El otro
día, en la Casa Blanca, se produjo un incidente con una periodista norteamericana
de ascendencia asiática. A una de sus preguntas le dijo "¡Pregunte a
China!", ante lo que la periodista le pidió explicaciones que,
evidentemente, Trump no dio. No es la primera vez que Trump da muestras de
racismo en distintas direcciones, pero ahora es China el blanco constante.
Este
dirigir constantemente el odio hacia China tiene consecuencias dentro y fuera.
En el interior de los Estados Unidos ha causado ya problemas a muchas personas
que no tienen nada que ver con la epidemia. En realidad, nadie tiene nada que
ver con el COVID-19, es nuestra tendencia innata a antropomorfizarlo todo (como
bien señalo Nietzsche) lo que hace que hayamos convertirlo un hecho de
naturaleza en un hecho social. El bulo del laboratorio no es más que una forma
de racionalizar, una mitificación (un discurso explicativo) que permite una
explicación a algo que simplemente no acabamos de entender. De la misma forma
que el mundo de la antigüedad daba un "sentido" a las plagas y
enfermedades, muchos están convirtiendo el COVID-19, pese a todas las
advertencias de los científicos en una forma de "guerra"
intencionada. El narcisismo de Trump y su contagio a parte de los Estados
Unidos hace el resto. Los medios contribuyen en gran medida a extenderlo y eso
convierte la xenofobia en un hecho social que se extiende.
Deberíamos
recordar en España, por ejemplo, que nuestros dos primeros casos fueron de
turistas europeos en zonas turísticas y que, pese a ello, seguimos anhelando
que se abran nuestras fronteras, hoteles y playas. Que yo sepa nadie lo ha
llamado el virus alemán o el virus francés ni el italiano cuando empezaron a
venir de esos países. Nuestra tendencia a los mitos es fácilmente manipulable y
eso se aprovecha para los racistas previos, que ven la ocasión de oro para
trabajarse la opinión pública, a los integristas políticos, que ven lo mismo
pero desde la perspectiva de que la causa es el comunismo chino, o los
antiglobalización, que ven en esto una consecuencia de la expansión de su
economía.
Es
sorprendente cómo esas tres tendencias —racismo, política y economía— pueden
generar tantas corrientes de odio. Cuando las personas de rasgos asiáticos
empezaron a ponerse camisetas o a hacer circular el hashtag "#no_soy_un_virus"
lo hicieron porque ese fenómeno de suma de prejuicios y odios estaba empezando
a afectar a sus vidas cotidianas, de pasear por la calle a las escuelas. Aquí
hemos estado denunciando estos desde el 21 de enero, por lo que no fue tarde
cuando esto comenzó primero en los medios y después a la gente. Se trabajaba
desde la preexistente amenaza contra China a raíz de la guerra comercial y el
caso contra Huawei... y se dio el salto.
The New
York Times publicó ayer un interesante artículo de la escritora norteamericana
de origen surcoreano Euni Hong. El texto lleva
por título "Why I’ve Stopped Telling People I’m Not Chinese", lo que
nos lleva a un interesante cambio en la mentalidad la parte de origen asiático
de los Estados Unidos.
La escritora recuerda diversos momentos en su vida en los
que ha tenido que explicar los ataques recibidos por sus rasgos asiáticos.
"Asiático" engloba a todo el que tenga los rasgos o apariencia, más o
menos marcados, nombres o apellidos, forma de vestir, etc. que la sociedad
norteamericana que se consideran "puros americanos" establece.
Es interesante no perder de vista que esto se ha hecho
anteriormente a los asiáticos con los "hispanos" o los "árabes",
también estigmatizados. En Estados Unidos, todo el mundo es potencialmente
peligroso si no tiene el perfil que la comunidad rectora establece que es el
"perfil americano". Esto no es nuevo. Ninguna sociedad juzga tanto
por el exterior como la norteamericana. Basta recordar los incidentes que se produjeron
contra los hispanos con la llegada de Trump al poder. Las noticias empezaron a
recoger incidentes en restaurantes, supermercados, etc. contra aquellos que
hablaban en español. Se trata de tener la suerte de que esta comunidad, que se
considera superior al resto, no la coja contigo, con tu continente, tu país o tu
cultura. Así ha sido y parece que permanece a la espera, agazapada, de nuevas
ocasiones en que aparezca el odio, el desprecio, la discriminación sobre el
grupo elegido.
Euny Hong escribe en su artículo:
Last month, a Chinese-American friend of mine
posted on social media about a targeted internet ad that had outraged her. In
the wake of Covid-19, some clothing vendor saw a business opportunity: a series
of T-shirts with slogans like, “I’m Asian but I’m not Chinese,” “I’m not
Chinese, I’m Korean,” “I’m not Chinese, I’m Malaysian,” etc. Her friends’
comments under her post were equally indignant. (So much for predictive
algorithms, by the way.)
My first thought was, “I wish we’d had these
shirts when I was a kid.”
And then I stopped myself, horrified.
By way of context — not justification — Asians
have been siccing people on other Asians for ages. In World War II-era America,
some Asian-owned businesses posted signs in their windows specifying that they
were not Japanese. I have even met a few Asians of that generation who
currently believe that it made political sense for Franklin D. Roosevelt to put
Japanese-Americans in internment camps. Just the Japanese.
Which is not to say that mislabeling isn’t
dangerous; it can even be deadly. In Highland Park, Mich., in 1982, there was
an incident that all Asian-Americans of a certain age remember vividly: A
Chinese-American named Vincent Chin was murdered in a strip club by two white
autoworkers who assumed he was Japanese — one of the people who, they believed,
had destroyed the American auto industry.
It was a tragic case of mistaken identity. But
to respond to that horrific incident with “Vincent Chin wasn’t even Japanese!”
is to create a dangerous distraction from the core issue: It is never OK to
attack anyone based on their race.*
Esta fórmula combinada con otra, la del linchamiento, es
peligrosa porque convierte al que no se ajusta al modelo en objetivo. Lo que
señala Hong es cómo ese miedo social a convertirse en la víctima lleva a la
falta de solidaridad y a redirigir el odio hacia otros. Se trata solo de dejar
claro que "no se es china",
a lo que se deben dirigir todos los esfuerzos. Son los mecanismos del fascismo
social, manejar el miedo para asegurarse el control y el poder. De ahí que ella
misma manifieste su horror al darse cuenta de que ha caído en la trampa, lo que
se representa en el lema de la camiseta. Simplemente se trata de que no de dé
la piedra que arrojan, no de evitar que se lance.
Desgraciadamente no podemos decir que esto es una minoría.
Es la mayoría que ha llevado a Trump a la Casa Blanca y la misma que le sigue
defendiendo en su xenofobia, sus mentiras patológicas desde el Senado o desde
las calles. Son los que aceptan el "¡Liberad los estados!" e invaden
las instituciones con las armas en la cintura o a la espalda.
Hay que tener mucho cuidado. Trump ve peligrar su
reelección, al igual que las fuerzas que están tras él, las que le apoyan y
salen a la calle a manifestarse. Trump es un veneno social, como lo son algunos
de los que tiene alrededor, como lo es la Fox News, que actúa sobre la opinión
pública esparciendo odio y falsedades.
De país multiétnico con una "ciudadanía común",
Trump y los suyos han apostado por el racismo. Ser americano ya no es un hecho
constitucional, sino racial. Es lo que están padeciendo los asiáticos, como antes
lo han padecido y lo siguen padeciendo los afroamericanos, los hispanos o
cualquier otro grupo que no sea "puramente blanco" según sus
criterios.
Voceros de Trump como Peter Navarro, que ya era anti China, o
Mike Pompeo vuelven a realizar apariciones en las televisiones atacando,
creando un clima discriminatorio en el interior y bélico en el exterior. Con
lacayos como este, Trump trata de crear el miedo y el deseo de violencia, algo que
puede ser difícil de controlar internamente, como ya advertían en The New York
Times.
Los medios han comprendido la estrategia de Trump y le
exigen que explique todas y cada una de las afirmaciones que realiza. Si se
siente presionado cierra la sesión (como hizo) o retira la palabra y pasa a otros. Ya no es
posible aceptar sus visiones racistas y xenófobas. Conforme el mundo se va
acercando al mayor control de la pandemia, la agresividad de Trump crece, como
lo hacen sus promesas de una vacuna para después de las elecciones de otoño. El
truco es tan burdo que solo los adeptos pueden creerlo ciegamente.
Estados Unidos ha perdido el prestigio internacional a manos
de Trump. Y algo peor, la confianza de muchos norteamericanos en las instituciones
y en el mismo país. Los hubo que decidieron irse a vivir fuera, a Canadá, hasta
que Trump se fuera. No sé si era la solución más acertada, pero el desastre que
va a dejar a sus sucesores en la Casa Blanca tendrá dimensiones colosales, con
un pueblo dividido como no lo había estado desde la Guerra Civil.
Afortunadamente, la presión sobre la sociedad está dejando
también el ánimo firme de muchas personas que no le seguirán el juego del odio
y la división. En el final de
su artículo, Eunt Hong escribe:
If someone says, “You Chinese are killing us,”
I am in that moment Chinese. Whether I give the other person a piece of my mind
or not — awkward, perhaps, from six feet away — my instinct should be
indignation, not deflection. Because one of many lessons I’ve learned from the
pandemic and its consequences is that focusing on being misidentified by a
xenophobe is nothing better than trying to negotiate a more accurate insult.*
Esa es la clave. Darse cuenta que no podemos ponernos del
lado del xenófobo para evitar ser atacados nosotros, para no ser su blanco. La
consecuencia es vivir con miedo, sin libertad de poder expresar lo que se
siente. Y lo que se debe sentir es precisamente ponerse al lado de aquellos que
son insultados injustamente, solo para satisfacer su ego racista.
Lo que pasa con las personas asiáticas en Estados Unidos pasa en más sitios. También ha ocurrido aquí, si bien de otra manera porque no hay autoridades jaleando a los violentos, solo algún energúmeno. Pero los españoles lo hemos padecido en otras partes del mundo cuando la pandemia había llegado a un punto crítico. No lo debemos olvidar. No debemos olvidarlo nunca.
Cuando vemos injusticias de este tipo, debemos decir, "yo también soy chino", como hemos dicho "yo también soy París" o "I Love New York". Es estar del lado del que sufre persecución o discriminación injustamente. Ellos también han sufrido muertes y dolor por las pérdidas, luchan como nosotros.
Pese a las muchas circunstancias adversas que viven, me ha emocionado ver cómo muchos chinos en España han vivido solidariamente nuestra situación, como unos más entre nosotros, sufriendo además al ser señalados o mirados al pasar. Hay muchas cosas que están haciendo por nosotros, desde traducir manuales de prevención a poner en contacto a médicos españoles con médicos chinos para compartir experiencia o niños en las escuelas que mandan dibujos de ánimo.
Mis alumnos chis son caso aparte, una alegría en mi vida. Su preocupación constante por mi estado, por cómo me encuentro o si necesito algo, es muy de agradecer y la tendré siempre conmigo. Muchos no se atreven a salir a la calle por miedo a que les digan algo.
Solo te pido una cosa, si ves una situación así, dile al agresor, al xenófobo, "yo también soy chino". No pienses ni en economía ni en política, solo en que la persona que tienes delante te necesita.
Yo también soy chino.
* Euny Hong
"Why I’ve Stopped Telling People I’m Not Chinese" The New York Times
15/05/2020
https://www.nytimes.com/2020/05/15/opinion/coronavirus-chinese-asian-racism.html
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