Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Ahram
Online publica otro nuevo artículo en el que se plantea la imposibilidad de la
comprensión realidad por parte de los corresponsales en Egipto (¿por qué no al
contrario?), esta vez de forma más teórica, considerando el mundo como un
universo de mónadas incomunicadas e incompresible unas para otras. Todas las
mentes bien pensantes se ponen al servicio de una idea general: todo es cuestión de los mensajeros. Egipto es incomprensible para el mundo,
se viene a decir, que mantiene así un juicio erróneo sobre sus acciones y situaciones.
"Nadie me
entiende", dice el adolescente régimen egipcio.
El artículo,
titulado "Coverage by omission: The dilemma of foreign correspondence"
, lleva la siguiente entradilla: "Does the narrative of Western media
coverage of Egypt contribute to the sense that the country is being maligned
intentionally? Politics aside, the answer also lies in the way foreign coverage
comes to being"*. La respuesta esta vez no es tanto la
"conspiración universal" como los problemas de los corresponsales,
que por mucho que se esmeren nunca llegarán a comprender lo que tienen delante.
No sé qué es peor, si el argumento conspirativo o este que se funda en la
incapacidad de la comprensión.
La idea de una "narrativa
de los medios occidentales" es una especie de excusa sacada de las propias
bases teóricas occidentales pero que, lejos de universalizarse, se aplican solo a
los medios ajenos, es decir, a los demás. Es la idea de la conspiración
universal pero en postmoderno, la
conspiración de siempre pasada por el "giro lingüístico" y por la interculturalidad.
Nadie ve la viga teórica en el ojo propio. ¿Qué ocurre, por ejemplo, con la
"narrativa de los medios árabes" sobre "Occidente", sea esto lo que sea?
Al-Sisi va a Naciones Unidas y nadie le entiende, pero él tiene una explicación a por qué nadie le
ha entendido: no le pueden comprender. No lo hacen porque su realidad es incomprensible para todo aquel que esté fuera. Los Derechos Humanos, por ejemplo, forman parte de la visión "occidental", por eso no la comparte y no está bien que se le recuerde. La excusa es siempre la misma y
aburrida.
Sin embargo, más allá de la teoría, lo que hay que
comprender creo que es muy sencillo: el gobierno egipcio y los que lo celebran
lo consideran una democracia porque tienen libertad de apoyar al presidente
al-Sisi; se equivocan, en cambio, aquellos (los incorregibles países
occidentales) que deducen que porque sean encarcelados aquellos que están en
desacuerdo con el gobierno suponen hay un
gobierno autoritario en Egipto.
La periodista egipcio-americana Fatemah Farag saca su
conclusión de los desacuerdos existentes con lo que cuenta The New York Times, objeto constante —junto a The Washington Post y algunos diarios británicos— de ataques debido
a su prominencia.:
The point I’m trying to make here is that the
“truth” of the Arab world can’t be brought down to one narrative, and may not
be reduced to mere “ruin”. Not in a single image nor in one of the multitude of
stories recounted in this “historic” full magazine-size feature do we glimpse
the albeit short-lived moments of victory and joy, heroism and hope that were
so much a feature of the Arab Spring, and at the time acknowledged with wonder
by all, including NYT.
The real point I would like to make here is
that stories of a globalized nature will only be true when they are executed by
a new form of journalism, one that not only brings together the collaboration
of journalists across countries and regions, but also ensures that the very
setting of the story and the editorial process that brings it to being is made
“native”.*
¿Cree la autora de la propuesta que todos los periodistas
"nativos" de un país, Egipto en este caso, interpretan lo mismo?
¿Cree que existe una forma "única" de entender la realidad o de
percibirla? La ingenuidad es enorme. La función del periodismo no es la
creación de una "verdad" incuestionable, que difícilmente existirá en
lo relacionado con lo Humano; sino la de tratar de dar forma (in formar) a la complejidad que nos
rodea. La idea de "verdad" es más filosófica que periodística, lo que no significa que lo que se afirme sea "mentira",
sino simplemente que es una respuesta coherente
(y honesta) a lo que nos enfrentamos cada día.
Mucho me temo que su bien intencionada propuesta —no tengo
por qué dudar— tenga como fondo un concepto naif de lo que es la
"historia" y mucho más de lo que es "verdad".
Lamentablemente los seres humanos debemos aceptar la humildad de nuestros
discursos respecto a los hechos y a sus interpretaciones.
El argumento de la verdad
local —los "nativos" entienden y los de fuera no— se
enfrenta a un elemento difícil de contestar: periodistas egipcios son
encarcelados por sostener una versión de la realidad
local diferente de la que el poder y los medios oficiales sostienen. Tan
egipcios son unos como otros.
La "verdad" de la que habla Fatemah
Farag no es un problema de localización
sino de poder, voluntad de verdad,
que no tiene que ver con "lo cierto" sino con su capacidad de ser
impuesto. Eso es lo que hace el gobierno egipcio cada vez que encarcela a
periodistas o ciudadanos acusándolos de "esparcir mentiras" para
debilitar al régimen y hacerlo caer cuando discrepan de sus afirmaciones, que
constituyen la verdad oficial. Por eso los países democráticos tienen libertad
de prensa y expresión porque es la forma de asegurarse que no se impone una
"historia" (narración) de la Historia (hechos). Los hechos se pierden
en el flujo del tiempo y solo quedan sus huellas, los testimonios, y los
discursos con los que son recreados. Es ahí donde surgen las discrepancias
interpretativas. Por eso el mundo periodístico, el de la información, debe
permaneces abierto, crítico y polifónico en todos los ámbitos, locales e
internacionales, en contante retroalimentación unos con otros.
Si ni la Historia llega a sedimentarse nunca, a convertirse
en verdad única y oficial, difícilmente podrá hacerlo el Periodismo con su
trabajo día a día, teniendo que anticipar interpretaciones de flujos de
acontecimientos cuyo origen no es fácil de establecer y cuyas consecuencias son
muchas veces imprevisibles. Es ahí donde entra la competencia periodística, la
capacidad de establecer descripciones y explicaciones coherentes.
El caso de Azza al-Hennawy, periodista y presentadora del
canal oficial "Al Kahera", ha sido juzgada por decir al presidente
que no había cumplido con sus promesas electorales y que no se estaba trabajando
como se debía. En una democracia, cualquier ciudadano debería poder decir esto:
pero no en Egipto. Allí se considera que se falta a la verdad, se pervierte la
ética del periodismo, etc., una sarta de sandeces para encubrir que se censuran
las críticas.
La propuesta —redacciones de periodistas nativos y
extranjeros— es naif . El presidente al-Sisi está en la
fase en la que lo niega todo: acusa a los medios extranjeros de no entender y a
los egipcios de no representar la realidad como a él le gustaría que lo
hicieran, de forma triunfalista y según los discursos oficiales de los
ministerios. En su obsesión, el presidente ha llegado a pedir públicamente que
solo se le escuche a él; todos los demás mienten, están mal informados o son
enemigos de Egipto, un Egipto que él encarna en exclusiva porque tuvo un
"sueño profético" del que, por cierto, la prensa egipcia apenas ha
dudado dándolo por fuente oficial. ¿Se debe aceptar que está ahí por voluntad divina?
Quizá sí cuando la "verdad" oficial se convierte
en un mezcla de política y religión. Lo que es meramente humano se trata de
reforzar con un elemento que lo fortifique, en este caso, el apoyo de las
instituciones religiosas.
En estos días se ha producido un hecho que cuestiona la
versión oficial del gobierno sobre sus logros. Es un hecho trágico, el
naufragio de un barco cargado de emigrantes que se van en busca de un futuro
que no les llega. Pero el discurso oficial, el gubernamental, esa
"verdad" nativa que el mundo no entiende, se lanzó a acusar a los
muertes [ver entrada]: todos eran insolidarios, no creían en las promesas del
gobierno de puestos de trabajo para todos, se gastaron el dinero en el viaje en
vez de invertir en el país, etc. El infame diputado Elhemy Agina manifestó no
sentir ninguna pena o solidaridad por sus muertes, francamente carentes de
patriotismo, algo que a él le sobra.
Daily News Egypt
nos trae hoy el refuerzo religioso de esa "verdad" oficial, la que denigra
al que se va porque no tiene un futuro a la vista:
In this week’s Friday sermon, Minister of
Religius Endowments Mohamed Mokhtar Gomaa condemned the concept of illegal
immigration, describing it as un-Islamic.
He added that it is illegal on both a judicial
and religious level, saying that people who practice it subject themselves into
misery and humiliation by “entering a country illegally”. In the sermon, which
he gave in Sinai and was aired on Egyptian state TV, he called for “patience,
resilience, work”.
He justified the waiting, by saying that young
people will soon have job opportunities in the new national projects created by
the state.
Gomaa added that youth should take the proper
legal steps if they wish to travel, and “follow the law and their guardian”.
On the celebrations of the new Islamic year,
which marks the journey of the prophet Mohamed from Mekka to Medina, Gomaa
said: “there was no immigration after Islam was announced.”
This comes following the capsizing of an
illegal migration boat off the coast of Rashid in Beheira governorate last
week. The death toll has risen to 202.**
¿Cabe manipulación más infame de los 202 dos muertos? ¿Se ha
podido ver una declaración, repetida por los sermones oficiales en cada
mezquita oficial del país, más cercana a la propaganda? ¿Hace falta ser nativo para darse cuenta? ¿Podemos los
demás entenderlo? Me imagino que sí. Cuando los emigrantes muertos han salido desde
Siria, los medios airean lo malo que es Occidente que no les acoge y la suerte
que tienen los egipcios por no acabar en guerra civil como allí ocurre; cuando,
en cambio, son ciudadanos egipcios que huyen de la pobreza creciente en su país,
son los medios oficiales los que se ceban en ellos, los que les insultan
creando uno de los mayores escándalos de falta de humanidad que he podido ver
en mucho tiempo. Los jóvenes deben tener paciencia, dice, porque el estado
pronto les pondrá buenos trabajos a su disposición. Infame.
Toda la maquinaria institucional para hacer que esa
"verdad" del gobierno se convierta en "aceptable" dentro
del marco que se le ha creado. No es la primera vez que se usa esa táctica del
refuerzo religioso para potenciar los argumentos —la "narrativa"— del
régimen. Se hizo en otro caso sonado, el de las islas de Tiran y Sanafir, al
que también se dio respaldo desde el discurso religioso. Ahora se utiliza para
reforzar la imagen del gobierno denigrando a los muertos.
¿Es esta la "verdad" que los medios de todo el
mundo no entienden? ¿Es este el Egipto incomprendido?
Son muchos los problemas reales para hacer comprender lo que
ocurre en los países y muchas versiones diferentes, pero sobrevivir en el
enmarañado bosque de los símbolos, como nos enseñaron los teóricos hermeneutas,
deben mantener coherencia. Los hechos se describen pero son interpretados y es
ahí donde comienzan las discrepancias. Los 202 muertos están ahí, pero el
discurso oficial los criminaliza. Los críticos, en cambio, ven en esa muerte la
desesperación por la falta de oportunidades, por el deseo de salir de un país
que abandonan hartos. La verdad, si
es que se puede decir, así, se la llevaron al fondo.
En la entrevista titulada "Verdad y Poder", Michel
Foucault señalaba:
El problema político esencial
para el intelectual no es criticar los contenidos\ ideológicos que estarían
ligados a la ciencia, o de hacer de tal suerte que su práctica científica esté acompañada
de una ideología justa. Es saber si es posible constituir una nueva política de
la verdad. El problema no es «cambiar la conciencia» de las gentes o lo que
tienen en la cabeza, sino el régimen político, económico, institucional de la producción
de la verdad.
No se trata de liberar la verdad
de todo sistema de poder — esto sería una quimera, ya que la verdad es ella
misma poder— sino de separar el poder de la verdad de las formas de hegemonía
(sociales, económicas, culturales) en el interior de las cuales funciona por el
momento.
La cuestión política, en suma, no
es el error, la ilusión, la conciencia alienada o la ideología; es la verdad
misma. (189)
Lo que está haciendo el régimen egipcio es juntar todas las
formas de hegemonía (mediáticas, políticas, religiosas...) para producir una ilusión de verdad muy potente, no por
ello es más verdadera que otras, sino que posee un mayor potencial de represión
de quien discrepa. La verdad, como bien señala Foucault, es poder. No es la realidad sino la maquinaria que la construye, administra e impone. Pero esa verdad se va erosionando con el poder, apareciendo la crítica. Ningún régimen es hoy tan poderoso como para poder un silencio absoluto y una verdad absoluta. El egipcio lo intenta con mayor empeño, precisamente porque se le escapa el poder y necesita poner en marcha todas las instituciones capaces para sostener la verdad que los otros deben aceptar, dentro y fuera.
La verdad es una, oficial y egipcia.
* Fatemah
Farag "Coverage by omission: The dilemma of foreign correspondence"
Ahram Online 1/10/2016 http://english.ahram.org.eg/NewsContentP/4/244976/Opinion/Coverage-by-omission-The-dilemma-of-foreign-corres.aspx
**
"Egypt’s Islamic institutions continue to condemn illegal
immigration" Daily News Egypt 30/09/2016
http://www.dailynewsegypt.com/2016/09/30/egypts-islamic-institutions-continue-condemn-illegal-immigration/
** Michel Foucault “Verdad y poder”, en Microfísica del
poder, 1979, Madrid, Las Ediciones de La Piqueta.
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