Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
reciente asesinato del escritor jordano Nahed Hattar a manos de un fundamentalista que se sintió "ofendido" porque el
escritor había compartido en su página de Facebook una caricatura sobre los terroristas
del Estado Islámico y su concepto de la divinidad ha reavivado el peligro y, por otro lado, la necesidad de la crítica en Oriente Medio.
El caso, que tratamos en su momento, cae pronto en el olvido
porque el viento de la actualidad lo barre todo arrojando a los márgenes del
flujo informativo el análisis y la reflexión —palabra casi obscena hoy— sobre lo que
ocurre y su sentido. Las cosas ocurren, simplemente; se nos muestran y desaparecen sustituidas por las siguientes.
La revista Muftah recoge una reflexión sobre el asesinato
cuyo comienzo es aplicable de forma general a un mundo cada vez más complejo,
violento y dogmático. En el artículo, titulado "Jordanian Writer Nahed
Hattar Killed Over “Blasphemous” Cartoon", Sarah Moawad —coeditora de
la sección de Egipto y Norte de África— se hace la siguiente reflexión inicial:
To be a writer, journalist, or artist in the
Middle East requires a tremendous amount of courage these days. Sharing and
publicizing controversial opinions in novels, articles, or on social media, in
a region rife with political instability and arbitrary laws dictating who and
what can or cannot be criticized, comes with serious, sometimes fatal,
consequences.*
Recordaba ayer con una amiga egipcia, con un chocolate y un
té por medio, el encuentro que tuvimos, también con unos cafés por medio, en la
librería Diwan, de El Cairo. Rodeados
de libros, viendo qué había y qué faltaba, qué se traducía y qué quedaba
reservado a unas minorías educadas. Los estantes de una librería son el reflejo
de la vida intelectual de un país, como lo es la biblioteca personal de cada
uno de nosotros. Somos lo que leemos, lo que nuestros intereses reflejan en
esos estantes, hoy sustituidos por libros digitales que hacen opaco nuestros
gustos.
Pasado un tiempo desde aquel encuentro, hablamos de la
soledad del intelectual que no se pliega a las dos corrientes que como tenazas
ahogan la libertad personal, la libertad de pensamiento, las posibilidades de
reflexión. Por un lado se encuentra el fundamentalismo, verdadera negación del
pensamiento, traducido en repetición del dogma. Pero por el otro lado se
encuentra la propaganda de los poderes que han sido dominantes durante décadas,
pisoteadores igualmente del pensamiento y la libertad.
Unos y otros abominan de la crítica, de un pensamiento que
evolucione en busca de nuevas soluciones a la Historia, porque ambos la niegan.
Ambos representan el inmovilismo violento que anula y destruye cualquier
pensamiento al margen de sus dictados. Representan ambos el estado de anulación
de la individualidad a través de sus afirmaciones totalitarias disfrazadas de
estados redentores.
Hablamos de la soledad de quienes se encuentra entre ambas
corrientes, negando la violencia del dogma y de la propaganda. La muerte de Nahed
Hattar, de la que da cuenta el artículo, muestra precisamente esa confluencia
de ambos poderes, el político y el religioso —si es que es posible etiquetarlos
así, ya que ambos buscan confundirse— en la eliminación del disidente.
Los amigos y familia de Hattar denunciaron cómo las
autoridades habían dejado sin protección al escritor, asesinado cuando iba a
declarar a los juzgados. La Justicia jordana había aceptado la denuncia de los
extremistas contra él y había marcado el punto en el que debería estar ante el
juez. Hattar había tenido sus enfrentamientos con el poder en Jordania. La
desaparición del escritor ha dejado más tranquilos
a ambos bandos, que se han desprendido de alguien crítico y han mostrado lo que
ocurre.
El drama de la intelectualidad es precisamente la falta de apoyos
en los que poder sostenerse para poder mostrar su pensamiento y su
individualidad crítica. No le interesan a nadie las voces que no pueden ser
controladas.
La soledad de quienes viven e intentan pensar críticamente
en Oriente Medio es absoluta. Son pocos los que les escuchan y pocos los que
desean establecer un diálogo constructivo con ellos hacia el futuro. Encerrados entre el
rechazo a "Occidente", al que también responsabilizan de su situación, y el
rechazo a las dos fuentes de poder que compiten en Oriente Medio, islamistas y la
fuerzas políticas que han sostenido dictaduras durante décadas tras la
descolonización, se han quedado sin interlocutores.
En efecto, como señala la periodista de Muftah, hace falta mucho valor para ser periodista, escritor o
cualquier otro trabajo —los artistas— que trate de ejercerse al margen. Es más
fácil dejarse llevar por las fuerzas del conformismo que acepta unas versiones
simplificadas y defectuosas de la realidad que ven, de la que viven cada día.
Pero hay muchos que tratan —con riesgo de su vida— de sobrevivir con dignidad,
manteniendo sus voces claras.
Muchos están ya fuera de un mundo en el que el silencio y la
hipocresía son exigencias cotidianas. Prefieren marchar ante la insoportable
presión a que están sometidos, ante el peligro del disparo en la calle o la
denuncia en los juzgados y pudrirse después en cárceles infames en las que se
muere por falta de atención médica, por enfermedad o una paliza mal dada.
El drama que se vive en Oriente Medio, en el mundo islámico,
es mucho más profundo que las guerras cuyas imágenes nos llegan como choques diariamente.
Las guerras solo son manifestaciones terribles de la superficie del drama
subyacente, de la lucha del dogma y el poder por laminar la persona, por
dejarla reducida a "súbdito" de poderes que anulan sus voces, ideas y
deseos.
Solo la ingenuidad puede hacer pensar que el drama existente
se resolverá con una paz en Siria, que no es más que uno de los escenarios elegidos para
hacer manifiesta la lucha física.
El verdadero conflicto es el que se mostraba
en aquella librería cairota, en sus carencias, en sus
prohibiciones. Es el conflicto sin resolver en el interior de una cultura; son
los conflictos generados por la intransigencia, por la incapacidad de dialogar
y convivir con otros discursos, interna y exteriormente. Es el fracaso en asumir
la Historia, de verla como enemiga en cuanto que representa cambio, sencilla palabra de terribles
consecuencias.
Es una Historia negada, cuyos efectos se tratan de
revertir mirando hacia un tiempo remoto. En el otro extremo, una Historia que se niega como progreso por el inmovilismo, por la
desidia de los poderosos, insensibles a las causas sociales desde sus atalayas
de corrupción. Una historia condenada porque aleja del ideal o porque acerca a la
emancipación, enemiga del poder en cualquiera de sus manifestaciones. Sumisión es el objetivo en cualquier variante.
La complejidad de lo que está en juego es muy grande. La
guerra es solo una parte, la más ruidosa. Hay
una energía insatisfecha que busca encaminarse por otros derroteros, encontrar
una salida.
El silenciamiento de los intelectuales —con censuras, con
balas, con exilio— hace que sea todo más difícil pues ambas fuerzas han
elegido la ignorancia como suelo sobre el que edificar.
Tiene razón Sarah Moawad. Como ocurrió en el siglo XVIII en Europa, los libros —esas
armas cargadas de ideas— se vuelven peligrosas para los sistemas estáticos, para los regímenes que abominan del cambio. Se necesitan intelectuales, ilustrados, discursos sin estereotipos o prejuicios. El poder
busca imponer una voz única, un libro único y hacer desaparecer todo lo demás. Los que escriben, los que piensan, los que leen... se vuelven un peligro. Sin embargo, es en ellos donde está la posibilidad de imaginar las futuras puertas de la ratonera.
* Sarah
Moawad "Jordanian Writer Nahed Hattar Killed Over “Blasphemous”
Cartoon" Muftah 30/09/2016
http://muftah.org/jordanian-writer-nahed-hattar-killed-blasphemous-cartoon/#.V_4OueCLQf1
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.