Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Venía
de regreso a casa leyendo el pesimismo de Cioran en sus textos. Me parecía
demasiada negrura. Encendí el televisor y me encontré con la práctica de la
brutalidad, con el enfrentamiento entre mitos,
entre odios teorizados durante cientos, ya miles de años, entre las fórmulas
que vienen salidas de los mundos religiosos, discusiones sobre de qué lado está
Dios y a quién eligió primero.
Escribe
Cioran en su texto "Genealogía del fanatismo", incluido en Adiós a la filosofía y otros textos, una
obra compuesta por extractos de obras de los 40, 50 y 60:
No se mata más que en nombre de un dios o de
sus sucedáneos: los excesos suscitados por la diosa Razón, por la idea de
nación, de clase o de raza son parientes de los de la Inquisición o la Reforma.
Las épocas de fervor sobresalen en hazañas sanguinarias [...]
El fanático es incorruptible: si mata por una idea, puede igualmente hacerse matar por ella; en los dos casos, tirano o mártir, es un monstruo. No hay seres más peligrosos que los que han sufrido por una creencia: los grandes perseguidores se reclutan entre los mártires a los que no se ha cortado la cabeza.*
Es al
fanatismo a lo que estamos asistiendo. Hace unos días escribimos sobre el
fanatismo del que justifica la muerte como parte de un plan de Dios frente al
mundo, frente a los que se le oponen, por un lado; por otro está la
"lógica del martirio" que busca llevar a la muerte de forma gozosa
prometiendo otro mundo rebosante de felicidad frente a este, en el que el
mérito es hacerse explotar frente a otras personas.
La acción
del fanático de uno y otro bando causa un sufrimiento que puede ser justificado
mediante los principios que sustentan su propio fanatismo convertido en
necesidad. Todos dicen estar haciendo lo inevitable.
El
texto de Cioran opone el fanático al distante, aquel que no se deja atraer por
los cantos de sirena. Tanto el sionismo como las corrientes fanáticas
islamistas buscan el alejamiento de la indiferencia, insensibles al dolor.
Ambos practican el "ojo por ojo", en donde todo es cómputo. No hay
sentimiento, que es percibido como traición al mensaje divino, que es propio de
cada uno, un mensaje de la verdad.
Israel
e Irán no quieren paz alguna; solo existe la paz de la muerte. Esa "monstruosidad"
incorruptible, señalada por Cioran, no es otra cosa que otra indiferencia imperdonable,
la indiferencia ante el dolor humano, vista como excusa, no como algo que haya
que evitar.
Cada bomba que cae lo hace para mayor gloria de Dios. Las víctimas propias son mártires; las ajenas tienen su castigo por desafiar la voluntad divina.
Cuando
se inició el conflicto en sus fases últimas dijimos que nadie puede ganar una
guerra que no tiene objetivos concretos, finitos, negociables. Aquí no se
negocia nada, no hay nada que poner sobre el tablero. Alguien tendrá que
inventarse alguno so pena de llegar a una destrucción sin fin.
Los
ataques "preventivos" de Israel solo son una manifestación de esta
guerra en la que se ha acumulado información (real o supuesta) sobre el otro.
Es una guerra en la que los aspectos básicos se ven cubiertos con el espectáculo
de la tecnología, como ha ocurrido primero con las explosiones de los buscas,
los teléfonos, etc. y ahora con el espectáculo del escudo antimisiles. Las
emisoras del mundo nos muestran este nuevo show, con las explosiones de
unos y otros en el cielo, especulando sobre el número y el tipo de misiles
empleados. Se destacan los pequeños detalles tecnológicos que permite el
despliegue informativo. Es como una lluvia de estrellas, pero de terribles
consecuencias. Es la guerra espectáculo de consumo.
El
pesimismo de E.M. Cioran no era casual. Le tocó vivir otras guerras absurdas, otras
guerras en las que viejos y nuevos mitos se usaban para justificar la
destrucción. Los fanatismos de la raza, de la religión siguen acaparando
nuestra necesidad patológica de destrucción. Como bien señala Cioran, aquellos a los que
no se les cortó la cabeza y sobrevivieron son ahora los más fanáticos. Son
fanáticos que necesitan de otros fanáticos para mantener el impulso de la
dominación.
Lo que vemos hoy es el resultado de una acumulación de errores, propios y ajenos. De malentendidos y de malas intenciones, de deseos de que el fanatismo propio triunfe y dar las gracias a Dios por ello. Es el error del "apoyo incondicional", el que ata tu destino al de los fanáticos creando una cadena de responsabilidades, de decisiones condicionadas.
¿Cómo se para esto? ¿Cómo se libera al mundo de esta cadena de apoyos al fanatismo?
RTVE.es |
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