Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El descontento y el pesimismo crecen en Egipto. Este viernes está convocada una manifestación por parte de catorce partidos laicos que denuncian que los objetivos de la revolución no se están cumpliendo y reclaman la aplicación de medidas reales, como el incremento del salario mínimo o el regreso del dinero de la corrupción en el extranjero. Conforme se avanza hacia la fecha de las elecciones, el panorama no se aclara en su conjunto y se oscurece en sus detalles.
Los partidos islamistas no apoyan la convocatoria de la manifestación y, por el contrario, se ven favorecidos por los argumentos que los partidos laicos esgrimen, que la precipitación de las elecciones les favorecerá a ellos. Parece que las medidas que se toman desde el Consejo de la Fuerzas Armadas, quien realmente manda en Egipto, favorecen el avance de los grupos islamistas en detrimento del resto. ¿Tendrá que ver con el nivel de denuncia y exigencia por parte de los partidos laicos?
La diferencia entre un partido laico y democrático y uno islamista es muy sencilla. Para un partido laico se está compitiendo por un poder temporal alternante cuya función es atender los deseos de la ciudadanía. Para un partido fundamentalista islámico, la política no es más que un instrumento provisional para llegar a un estado final, el reino de Dios en la tierra, que supone la desaparición de lo político. La política para estos últimos no es más que una estrategia, de la misma forma que lo era para los viejos partidos comunistas, un instrumento para traer la dictadura del proletariado. Los islamistas radicales buscan traer la dictadura de Dios en la medida en que todo lo que supone su voluntad manifiesta o interpretable queda excluido de la voluntad humana. Sobre lo que Dios ha hablado, los hombres ya no tienen nada que decir. Evidentemente, los que interpretan a Dios siempre son los mismos y siempre tienen razón.
Anuncio de la creación del partido político con el que concurrirán a las elecciones los Hermanos Musulmanes |
Las afirmaciones tan chocantes de los partidos islamistas diciendo que ellos no tienen prisa, que no presentarán candidatos en todos los ámbitos, etc., que ellos prefieren “influir” en la política antes que actuar, no son más que las traducciones estratégicas de ese concepto de desprecio por lo político vinculado con la voluntad de los hombres. La Hermandad Musulmana ha creado un partido para desligar precisamente una cosa de la otra, la misión divina de la herramienta secular. Crean un partido simplemente porque hay elecciones y así no "contaminan" la Hermandad.
Pero la política es precisamente el arte de convertir en acciones la voluntad de los hombres. La política es una conjunción de hermenéutica y acción. Se requiere interpretación de las voluntades y su traducción a acciones posibles sobre la realidad y las relaciones entre los hombres.
Por eso no es fácil que se desarrollen sistemas democráticos en los ámbitos en los que los partidos islamistas tienen peso. La referencia de Turquía es importante porque es un intento de un partido islámico moderado que trata de salir de una dictadura miliar laica, pero el riesgo está siempre ahí porque no existe la aceptación real de la democracia cuando se plantea desde Dios y no desde los hombres. En este sentido es en el que hay que interpretar las preocupantes palabras que se recogen en el diario egipcio Al-Masry Al-Youm de los representantes islamistas como reacción a la manifestación del próximo viernes:
“We used to call for a civil state with religious reference,” said Ahmed Helayel, member of the International Union of Al-Azhar Scholars. “Now we will call for a truly Islamic state.”*
Si lo que se pone sobre la mesa en Egipto en las próximas elecciones es el debate entre un estado islámico y un estado moderno y laico, se habrá perdido una gran oportunidad de sacar adelante a los pueblos sometidos a las corrupciones y a la sumisión permanente. Si el islamismo político se cuela en las instituciones en periodo constituyente porque es quien ofrece menos crítica al Ejército, institución que sabe que en cuanto que deje el poder provisional será sometida a las mismas depuraciones que las instituciones políticas del régimen de Mubarak, el futuro de Egipto es complicado.
Los besos y abrazos del pueblo con las Fuerzas Armadas en los días de la revolución estuvieron bien, pero no eran más que el fruto romántico del momento, la visión idílica del Ejército que se había levantado ante la ciudadanía durante décadas. Ahora, perdido el romanticismo inicial, la sociedad egipcia tiene enfrente a la institución que en última instancia sostenía a un régimen dictatorial en el que la corrupción era la manera de pago. Es solo cuestión de tiempo que salgan las corrupciones militares.
Ante esta perspectiva, si la estrategia de los islamistas es ponerse del lado del ejército es porque favorece sus planes de implantación. Son ya varias las manifestaciones de los partidos laicos de las que se desmarcan los islamistas. Desde su punto de vista, es más sencillo coincidir con el concepto paternalista y patriarcal de un Ejército —institución suprapartidista— dirigiendo un país que con unos partidos políticos. La idea de fusión entre religión y ejército está plena de simbología y precedentes. Basta con que consideres que tu país es especial en el plano de la Creación para que eso justifique el dominio y la fuerza en nombre de Dios.
Los islamistas, como han dicho, no necesitan partidos o cámaras de representantes. Eso son solo estrategias temporales. Su objetivo es “influir”, configurar mediante los medios necesarios en cada momento la sociedad llevándola hacia su modelo integral. Eso puede implicar, por ejemplo, la censura en la calle, hacer bajarse de un taxi a una mujer egipcia si al conductor no le gusta cómo va vestida, o los exámenes de virginidad a las participantes en las manifestaciones que pasaban las noches de las acampadas en las tiendas de la Plaza Tahrir [ver entrada Los exámenes vergonzosos]. Todo a mayor gloria de Dios.
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