martes, 4 de septiembre de 2012

Dirty Romney o juego de sillas

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
—¿No has escrito nada sobre los mormones? —me pregunta mi compañera en la Facultad con un vaso de café apoyado sobre la parte trasera de un coche aparcado en la sombra.
—¿Los mormones...? —respondo sorprendido, intentando hacer un rápido repaso sobre lo que escrito desde que nos vimos— No... ¿Sobre Romney...?
—Sí...
—Sí... —dudé— ... alguna cosa.
La verdad es que no es fácil escribir sobre Romney. Romney es siempre alguien que aparece de pasada en una frase. Escribí en varias ocasiones sobre Rick Santorum porque era una máquina de provocar ya desde su mismo apellido. Si le dejan, Santorum hubiera invadido el Vaticano. Yo escribí sobre él porque hablaba con Dios y eso me parecía jugar poco limpio en unas primarias. Enfrentándose a Obama, lo hubiera entendido, pero recurrir a la Divinidad para enfrentarse a sus compañeros republicanos me parece que no es jugar limpio. Dios está con todos ellos.


Sí, no es fácil escribir sobre Romney y ha conseguido que la campaña gire sobre grandes ausencias: su declaración de la renta y una silla vacía en la convención republicana.

Los norteamericanos se quejan de que Mitt Romney nunca dirá a nada que no; es como una especie de anguila política que se escurre entre las manos en cualquier situación que no le favorezca. Y es que Romney no es solo un empresario; es un vendedor, que es muy diferente. La revista Time ironiza en la portada que le dedica: "Sure, He looks like a President. But What Does Mitt Romney Really Believe". Romney, que recorrió París de puerta en puerta intentando convencer a los franceses de que se unieran a los mormones o, al menos, abandonaran la bebida, ha aprendido a sobrevivir a los treinta primeros segundos en los que la puerta se puede estrellar contra tu cara. No digas nada que haga que te rechacen; cuando estés dentro, ya les cuentas. Es el abecé del vendedor callejero.
La pobreza asombrosa del discurso republicano tras la era "Bush", que se fumó los argumentos de una década, ha dejado el listón muy bajo, pero ha reducido las discusiones a absurdos que solo la frustración causada por Obama explica pueda causar el entusiasmo de alguien.
El problema no es Romney, ni lo fueron los otros candidatos republicanos, con las extravagancias de Santorum o el libertarismo a la americana de Ron Paul, que casi resulta el más sensato. Todo el mundo estaba de acuerdo en que el nivel era absolutamente mediocre. Las críticas a Romney fueron que su estrategia —¡lo que le costó despegarse del resto!— consistía en no decir nada y dejar que los demás se estrellaran. La prensa se dedicó a intentar pillar las flagrantes contradicciones entre sus actos como empresario y como político, y sus palabras como candidato según le interesara mostrarse ante cada auditorio. Romney era Romney y su contrario; un vendedor que dice a su cliente lo que quiere escuchar en cada momento.


Romney se ha negado a mostrar sus declaraciones de la renta para que se sepa lo que gana y cotiza. Eso le hará ganar votos entre lo que consideran que hacer eso está bien porque los impuestos están mal y confirmará que no lo voten los que no querían votarlo. La declaración se ha convertido en una cortina de humo hacia la que se dirigen los argumentos críticos permitiéndole controlar la dirección de los disparos. El argumento de que en la América de Obama se persigue a los empresarios de éxito se lo han puesto en bandeja, pues muchos de los que le van a votar consideran que los impuestos son un robo que el "gobierno" les hace para pagar los vicios de la pobreza y la enfermedad, asuntos morales tanto sociales como económicos. Hay que escuchar estas cosas en boca de los republicanos para creerlas. Como lo de las violaciones y los embarazos, que ya comentamos.
Los demócratas se han centrado en el documento ausente, como los republicanos se han centrado en una silla vacía, transformando la convención republicana en un show beckettiano en el que Obama se convierte en un Godot que nunca llega.


El show de la silla vacía montado por Clint Eastwood era un extraño número del teatro del absurdo en un programa televisivo de variedades. El actor recrimina a un presidente invisible no haber cumplido sus promesas, justo lo que los republicanos necesitan, no más republicanos, sino captar demócratas desengañados y a los indecisos. Romney no tiene que decir nada o muy poco.

Obama se encuentra en una extraña posición en la que los votantes republicanos le acusan de no haber enderezado la economía, mientras que los demócratas le acusan de no haber enderezado a los republicanos, es decir, las políticas de la era Bush en el campo de las finanzas, que es para lo que le habían elegido, seguros de que era el punto radical que podía cambiar las cosas. Sin embargo —y esa acusación es general— Obama ha mantenido no solo esas políticas respecto a Wall Street, sino que ha ratificado a los responsables del desastre que sacudió la economía mundial desde la norteamericana. Todo el esfuerzo último de Obama ha ido encaminado a convencer a los norteamericanos de que la culpa de la situación la tienen los europeos. Pero eso intranquiliza todavía mucho más a los votantes, que se plantean que el problema es entonces de liderazgo. Los norteamericanos prefieren un presidente que les diga que el problema está delante de ellos, a uno que les diga que no puede hacer nada porque el origen se encuentra en otro lado. En España sabemos algo de esto.
Clint Eastwood puso una silla vacía sobre el escenario. La silla no dio mejores respuestas que las que da un Romney visible. Fue un golpe de efecto en una intervención cuyo sentido no tenían muy claro; un recurso de actor que no quería soltar discursos al auditorio —eso le convertiría en político— sino convertir a los asistentes en espectadores de una "representación". Pero les bastó reírse en los momentos clave o que ellos pensaban que lo eran.


No creo que muchos lo entendieran como tampoco creo que el propio Eastwood entendiera muy bien qué estaba haciendo. A la mitad de los que estaban allí no les habría hecho mucha gracia Gran Torino; se habrían quedado con Harry el sucio o con el pistolero sin nombre de Sergio Leone, cuya imagen —¡ironías de la vida! el Eastwood europeo— le pusieron detrás. Clint se habría tenido que bajar del estrado con su arma para intimidar a los dos republicanos que echaron frutos secos a una reportera negra de la CNN diciéndole "¡Así es como alimentamos a los animales!". ¿Quién dijo que no tienen programas sociales? Clint les habría hecho cagarse en los pantalones mientras le temblaba el ojo izquierdo. Pero estaba haciendo justicia en otra parte, frente a una silla vacía.
Se terminó con el público entregado coreando con el actor el famoso "¡arréglame el día!", "Go ahead, Make my Day" de Harry Callahan, una forma sintética de expresar "arréglame la economía", "arréglame el paro", "arréglame la deuda con China" y un sin fin de arreglos y apaños que, en opinión de aquellos cinéfilos, necesita el país. ¡"Arréglame a Obama!", Mitt!


Quizá no escribí sobre "los mormones", como dice mi compañera, porque me resultaba triste escribir sobre Eastwood. Acabó el número preguntando a su silla vacía si no había llegado el momento de que un "hombre de negocios" se siente en la Casa Blanca. También dijo "los políticos son nuestros empleados", pero eso fue para quedar bien con la otra mitad de su filmografía y con sus asombrados fans de medio mundo. Quizá me recordaba demasiado "Las sillas", de Eugene Ionesco, en la que una pareja de ancianos se dirigen sus invisibles asistentes a los que ofrecen asiento en las sillas del escenario. Ni siquiera me cabía el consuelo de escuchar las palabras del "Viejo" en la obra: "Amigos míos, tengo una pulga. Os visito con la esperanza de dejar la pulga en vuestra casa”. Ese hubiera sido un buen final; una frase digna de Eastwood, más que de Harry.


Escenario de Las sillas, de Ionesco


"Dirty Romney" ya está en la calle, bajo el sol del mediodía. Una música de Morricone resuena por el pueblo, cuyas gentes se retiran asustadas y cierran las ventanas antes de que las balas comiencen a volar. Sobre el escenario vacío queda una silla solitaria.

* "Así es como alimentamos a los animales" Público 29/08/2012 http://www.publico.es/internacional/441525/asi-es-como-alimentamos-a-los-animales






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