viernes, 16 de noviembre de 2018

La degradación de la educación

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Cada día es más complicado encontrarse con alguien optimista en el ámbito de la enseñanza. Surge de forma casi espontánea en cada conversación, en cualquier momento del día.
Ayer mientras mantenía una tranquila tutoría llegó una compañera en un grado de desesperación como hacía mucho tiempo que no percibía. Había chocado con el muro más temible en el mundo educativo: la indiferencia. Me consta que es una persona altamente preocupada por sus alumnos, que saca tiempo y fuerzas de donde puede para organizar actividades que les sirvan, que les abran los ojos al mundo en el que viven y en el que van a vivir. Había estallado ante la indiferencia de las personas que no comprenden el esfuerzo que supone mantener la atención, el interés de un grupo al que quieres abrir puertas y que están, más que a la defensiva, a la deriva.
En estos días ha estado circulando de nuevo un artículo que reaparece como si se acabara de publicar, el testimonio de un profesor sudamericano tirando la toalla educativa. Confiesa que ya no puede estar más hablando en aula con personas que no son capaces de apartar la vista de sus móviles. Los comentarios que este texto suele despertar son los de solidaridad absoluta, todo el mundo confiesa tener problemas parecidos. Es real.
Pero esto es solo una parte del problema, la de una sociedad en la que la trivialidad se ha convertido en el centro gracias a una visión degenerada y comercial de lo que se entiende por industrias" de la cultura, por un espectáculo chillón y maleducado al que llaman política y por un destino al que llaman precariedad y provisionalidad. En este contexto es difícil mantener una vocación, es decir, una ilusión por ser algo que no te suponga una frustración.
En un contexto en el que de La Moncloa para abajo los estudios están bajo sospecha, donde se aprende que lo importante son los títulos y no los conocimientos, donde los empresarios acaban de decir que necesitan gente de "formación profesional" y no universitarios, etc. no es fácil mantener una enseñanza que realmente sea formativa.
Lo que está en cuestión es precisamente el concepto mismo de "formarse", algo que ya se debatía desde el siglo XVIII cuando se empezó a ver la educación desde distintos aspectos, principalmente como el conflicto en enseñar para producir o enseñar para pensar y ser una persona crítica. Pese a que en muchas partes ya hay una sonora crítica contra la formación de las personas en función de lo que el sistema productivo necesite y volver a una educación humanística que forme a las personas, que les permita controlar su vida más allá de la insulsa promesa de la "educación continua", un absurdo que intenta tranquilizar a aquellos que no encuentran sitio en una sociedad en la que el trabajo se va sustituyendo no ya solo por las máquinas sino por el desarrollo de la automatización y la inteligencia artificial.
La degradación del trabajo conlleva una perversión de la propia educación, que no es más que un intento de mantener a las personas bajo control a lo largo del tiempo necesario antes de ser lanzados al embravecido mar del empleo en donde se abren unas inmensas brechas de desigualdad producidas por una nueva concepción vertical del mundo. Ya no se trata de reyes y súbditos, sino de empleadores y asalariados jugando a la baja, mientras se atomiza el tejido productivo en algo que llaman "microempresas" o "autónomos", que no es más que la destrucción del tejido industrial de aquellos países en los que se abandona a su suerte a los ciudadanos dentro de unas política entreguistas que son las que están favoreciendo hoy el alzamiento del populismo, que promete empleos a fuerza de echar inmigrantes, establecer aranceles, etc. No se solucionan problemas, sino que se crean otros pues si algo sabemos es que el aunque retrocedamos, ya es imposible volver a lo que había.
En este contexto, la educación se transforma en una herramienta de control social, de ingeniería, en un negocio más y no en la pieza clave para lograr aquello a lo que toda sociedad juiciosa debe aspirar, a la armonía y a la convivencia, a la mejora cultural, a la liberación humana de sus propios mitos.
Hemos trasladado el ambiente bélico al seno de la sociedad a través de la idea de competencia, que hemos elevado al altar de las ideologías, recuperando lo peor del siglo XIX, lo que llevó a las guerras y al colonialismo moderno, que todavía hoy siembra recelos. Nuestro ingenio no logra salir del problema que hay entre producción y sostenibilidad y siguen produciendo individuos ciegos ante un problema que nos come cada día el futuro.
Pero este factor social de la educación se ve agravado por el profesional, dirigido a golpe de "méritos", es decir, a aquello que se define como tal por medio de una serie de parámetros que se convierten en leyes sagradas. Es este sistema el que desplaza a todo aquel que no lo sigue a los márgenes, ocupando los puestos centrales los que se ajustan al modelo, por lo que se produce un proceso de selección negativo.
Estos ingenieros del control social han definido qué deben ser los profesores, cuál es su papel en este sistema cada vez más restrictivo y convertido en fiel reflejo de los vicios sociales y no de lo mejor, como debiera.
El profesor ha dejado de ser un "modelo" respetable para convertirse en una pieza de una maquinaria cuya función en el control del alumnado para que alcance unas "habilidades" y "competencias" (el propio lenguaje deja al descubierto el proceso), perfectamente definidas, dejando fuera todo aquello que no se considera necesario por parte del sistema productivo, que es quien dicta realmente el modelo. Es lo que acaban de decir los empresarios y lo que los gobiernos deben realizar.
Lo peor de todo es la transformación del propio profesorado. Cada día se escucha a más gente decir que no quieren participar en este sistema que solo dirige hacia la mediocridad certificada, gente que prefiere seguir su vocación educativa antes que quedar en manos de una burocracia vigilante, obsesionada con las "mediciones" según parámetros interesados y más que discutibles, que ha conseguido convertirse en un enorme negocio a través de los sistemas de publicaciones, auténtico filtro que da un poder ilimitado y de donde cada día escuchas más abusos y sinsentidos.
Escuchas a muchas personas discursos de rechazo, pero también escalofriantes discursos egoístas sobre cómo cada uno lucha por lo suyo. La educación es siempre un acto generoso. Pero ahora se nos enseña cada día que esto es una lucha en la que se han establecido unos escalones de poder en los que pueden controlar la vida de los demás de forma descendente en un sistema de vigilancia y control, de informes constantes que quieren convencernos de que lo que en ellos pone, en sus cada vez más rígidos y estrechos parámetros, reside la "excelencia", palabra mágica que esconde una mediocridad disfrazada de cifras e índices cabalísticos con los que se quieren medir en trabajo dejando fuera todo aquello que no es medible y que suele ser el núcleo formativo más importante, el de las personas. Pero eso no le importa a nadie.
Me dio mucha pena mi compañera; había estado preparando con toda la ilusión del mundo unas actividades para ellos, para poder romper la rutina que a muchos interesa (en todos los campos). Se esforzó y dio más de lo que debía. Por eso su decepción y desesperación fue mayor.
La enseñanza se ha convertido en un trabajo que cada día pierde más lo que debería enseñar, su libertad. Sin alegría y sin libertad, la enseñanza no es más que una rutina. A esas rutinas les ponen nombres rimbombantes y técnicos, pero no dejan de ser lo que son, un disfraz de una penosa realidad que percibe aquel que se preocupa por ella y que le resulta indiferente —y puede que hasta cómoda— a los que se siente satisfechos con este sistema. 
La educación se degrada porque la sociedad misma ha cambiado sus valores y su percepción. No es el problema de unos o de otros, sino de todos. El problema es que el sistema educativo debería servir para transmitir unos valores de futuro y no el mero pragmatismo, pero eso es lo que nos rodea en todos los ámbitos. Lo hemos aceptado y estas son las consecuencias. Tenemos demasiados malos ejemplos del mal uso de las instituciones educativas, de su instrumentalización para conseguir otros fines. Hay cosas más importantes que hacer que aprender, piensan algunos. Demasiados malos ejemplos que nos han hecho daño a todos, pero que no nos deberían extrañar: son la consecuencia de esa degradación general que rodea a la educación y sus instituciones en una sociedad que valora otras cosas. Si la educación no aspira a mejorar  la sociedad, se convierte en su reflejo. 
Los que siguen creyendo que convirtiendo la educación en un mero sistema de controles esta mejorará, se engañan. La mejora solo puede venir de la ruptura de esas barreras de indiferencia y egoísmo, que son las que impiden que se vea la educación con ilusión y como un ejercicio de libertad. Hoy es un camino trillado para unos y para otros, que solo algunos recorren con ilusión vocacional, ya sean docentes o alumnos con ganas de ampliar su mundo. Son cada vez menos.
Mi compañera, que es buena, volverá a seguir intentando derribar ese muro de la indiferencia.


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