martes, 9 de octubre de 2018

El peligro de la internacional nacionalista

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La Unión Europea se ve expuesta a un nuevo peligro, el del las corrientes ultranacionalistas, el peligro del ultraderechismo. Históricamente los nacionalismos son una creación del movimiento contrario, una reacción. En este sentido, el internacionalismo y el nacionalismo son movimientos de sentido contrario que se refuerzan mutuamente, algo frecuente en el ámbito de la política.
El internacionalismo era una reacción precisamente a la agresividad del nacionalismo que se planteaba la fuerza de la alianza de la sangre y la tierra, amalgamadas por la lengua como expresión del destino. En tiempos convulsos y belicistas, el internacionalismo tendía a ser "pacifista", oponiéndose a las guerras desde una perspectiva superadora de diferencias en favor de lo que nos hace comunes. Los "internacionalistas" anteponían las fuerzas de la "clase" y proclamaban estar al servicio de los que nada tenían, los proletarios. Las guerras eran cuestiones de los ricos, de los terratenientes, de los que tenían intereses, frente a los que solo tenían necesidades.
La Unión Europea surgió como un intento de superar los nacionalismos en favor de un concepto rico de "ciudadanía" y en favor de un escalón superior, el europeísmo. Se quería alcanzar una forma de nivelación de las diferencias a través de un concepto rico en significados, de una formulación de lo común aún por construir, que se cimentara en la plenitud de derechos políticos y económicos creando ciudadanía y mercado simultáneamente.


Su éxito inicial llevó a Europa a una unión diversa construida sobre una riqueza en derechos y en bienestar nunca vistos, lo que la hizo crecer y convertirse en una referencia. Pero, como todo crecimiento, conlleva el aumento de la complejidad a través de la integración de mentalidades distintas y, especialmente, con grados diversos de cohesión respecto a las unidades básicas, los estados.
Con el titular "Salvini y Le Pen preparan el asalto a Europa", el periodista del diario El País, Daniel Verdú, manifiesta la preocupación desde Roma por el intento de crear una "internacional nacionalista", una especie de "punto gordo" en el que se sintetizan ultranacionalismos populistas que conectan directamente con una especie de obrerismo de derechas que ve en la idea de nación la forma de protegerse ante el miedo a la globalización, en la que se representan esos intereses del capital anónimo frente a la personalización de ese último refugio.
No deja de ser interesante el juego retórico que se pone en marcha para conseguir que sean los menos favorecidos los que apoyen las reivindicaciones de aquellas fuerzas que tradicionalmente seducían a los propietarios. Eso es lo que caracteriza a la seducción populista, una mezcla extraña entre lo que era los valores nacionalistas y la unión con otros nacionalismos con los que se verán abocados a competir.


Esto se ha manifestado claramente en el populismo de Trump, agresivo y contra otros países a los que pretende anular como competencia del capitalismo norteamericano. "America First" es un grito que no necesita de mucha aclaración y que convierte la política norteamericana directamente en xenófoba e imperialista, cerrando el país a la inmigración y creando una guerra arancelaria. Por contra, el nacionalismo europeo trata de establecer alianzas coyunturales escondiendo los futuros e inevitables gritos de un "Francia First" o un "Italia First", etc.
Describe Daniel Verdú en el diario El País con gran claridad la enorme confusión:

El ataque, sin embargo, es el de siempre. El enemigo es la globalización, el búnker de Bruselas, las élites. También tienen nombres y apellidos: el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker; y el comisario europeo de Asuntos Económicos y Financieros, Pierre Moscovici. Todos ellos, han defendido ambos, han traicionado al pueblo en pos de unos intereses ocultos entre los que siempre acaba citado el magnate multimillonario George Soros. Le Pen lo resumió así. “La UE no se construyó para los pueblos, para su prosperidad, sino para reforzar el poder de una pequeña clase mundial que genera muchísimo dinero. La UE se opone al poder de los pueblos y lo hace a través de amenazas, extorsiones y unos resultados que no lo justifican: inmigración masiva, disminución de los salarios. Todo esto se llama globalización. Y la globalización salvaje es como los restaurantes, el último que sale paga la cuenta. Yo no quiero que sea Europa quien la pague”.
La idea, han dado a entender ambos líderes, es ocupar desde la derecha el espacio que, supuestamente, ha abandonado la izquierda. Un experimento que ya llevó a cabo con éxito el Front National (Frente Nacional) en Francia. Salvini lo ha recordado. “Estamos recogiendo unos valores de una izquierda que ha traicionado a los trabajadores. Ayudamos a tantos precarios y parados que la izquierda ha abandonado. Creo que en las sedes del PD [Partido Demócrata] y socialistas entran más banqueros que obreros”. Una idea que también se extiende a una modulación ideológica del acercamiento a la cuestión migratoria. “La izquierda tiene un gran interés en una inmigración ilimitada porque necesita nuevos esclavos para las industrias europeas”. Le Pen, cautivada por la seguridad y coincidencia programática de su interlocutor, asentía todo el tiempo.*


¿Derechas, izquierdas? Todo vale en el asalto a lo que tienen enfrente, Europa, descrita con unos tonos grotescos en los que se opone la "carne nacional" a la "máquina burocrática internacionalista". La "nación" y el discurso nacionalista que genera se humanizan deshumanizando a su rival. Las naciones existen, como se quería en el romanticismo del que salen. Son la fusión de tierra y espíritu, de historia y lengua. Tienen realidad doliente. Por el contrario, ideas como Europa no son más que construcciones burocráticas, artificiales. De nuevo la oposición de lo orgánico a lo mecánico, de lo vivo a la frialdad sin alma.
Los dos párrafos citados anteriormente revelan la ideología real, pero también la alianza estratégica que busca liberarse del cuerpo actual para volver a la encarnación de lo nacional. Los discursos, las poses, la escenografía populista de LePen o el sincorbatismo de Salvini son las formas en las que se representa ese elemento cotidiano, real, esa comunión patriótica de la vuelta a las naciones, que arrastra emociones frente a la abstracciones internacionalistas que buscan conceptos como "derechos" o "ciudadanía", sobre los que se construye la idea europea.
La proliferación de los discursos populistas y su absorción de derechas e izquierdas lo vemos en España en la creación de nacionalismos opuestos de enorme agresividad. La prensa ha resaltado el estallido preocupante de Vox y cómo se alimenta de la parte contraria, el nacionalismo separatista catalán, el secesionismo. Ambas fuerzas son resultado de una realimentación que crece gracias a los discursos del otro. Cuanto más agresivo sea el nacionalismo catalán más crecerá el enganche del un ultraderechismo nacionalista español.


Por desgracia, el ultranacionalismo se alimenta del odio a las instituciones que perciben como artificiales. "Europa", y también de la xenofobia que se usa como forma de rechazo de la diversidad. La idea de nación y pueblo heridos se ve reforzada por un rechazo del otro al que se ve igualmente como enemigo. No es casual que en todos ellos haya un enemigo que viene a destruir, parasitar, etc. lo que se es por naturaleza. El populismo de Trump ha tenido que ir de mano del racismo, de la xenofobia, del machismo antifeminista, etc. pues necesita convertirse en el eje de cualquier posición. Los llamados valores "tradicionales" son "antimodernos"; van en contra de cualquier forma igualitaria (económica, social, de género...) y perciben todo como amenaza. Esto es necesario para implantar el discurso del miedo —todo es amenaza— y de la identidad —lo diferente es destructivo—.
La idea de una "Europa de las Naciones" es peligros cuando la idea de "nación" que la fundamenta es de carácter populista y de ultraderecha. Las sonrisas que hoy cruzan sus halcones, los abrazos de sus líderes, no esconden lo que sería un escenario en el que pasaran a considerarse enemigos debido a la intransigencia de sus planteamientos nacionalistas. De la misma forma que Trump se ha revuelto contra aquellos que son "competencia", una Europa de este tipo dejaría de ser un proyecto común para convertirse en campo de batalla, como lo ha sido tantas veces en la Historia. La misma insolidaridad que guía a Donald Trump y sus políticas exclusivistas se multiplicaría no asumiendo nadie aquello que "no le conviene" expresamente, negándose a hacer políticas de conjunto pues solo se haría lo propio. Los ejemplos están ahí.
El artículo de Verdú termina con un canto antiamericano, el rechazo  expreso de quien está más interesado en que esto prospere, Steve Bannon, estratega repudiado por Trump que sabe que la división debilitaría a Europa y volvería a "hacer grande a América". Tomamos sus ideas pero no afrontamos sus consecuencias.
Se pregunta Verdú:

Y, todo esto, ¿quién lo patrocina? El jarro de agua fría fue para Steve Bannon, con quien Le Pen marcó un distanciamiento estratégico. El exasesor del presidente de EEUU, Donald Trump, lleva meses visitando Europa y ha constituido una suerte de fundación en Bruselas que busca agrupar a todos las corrientes soberanistas para participar en las elecciones europeas. Se llama The Movement y debía ser paraguas que aglutinase partidos tan dispares. Pero, según Le Pen, no tendrá ninguna capacidad decisión política: “Bannon no es europeo, es estadounidense. Él ha sugerido a los nacionalistas crear una fundación de estudios, sondeos y análisis aquí. Pero la fuerza política somos nosotros y nosotros solos la estructuraremos. Nos debemos a nuestra soberanía y a nuestra libertad. Quiero que este tema este extremadamente claro”.*

Sin embargo, no lo está. Bannon es más listo que todo esto. Sabe que tras esta fragmentación solo quedará la debilidad de las alianzas con otros. Y nadie querrá enfrentarse con el rival más fuerte, los Estados Unidos. Ni con Rusia, el otro gran interesado en que la Unión se rompa.
Son horas decisivas en muchos países que ven enfrentados a estas corrientes que dirigen las frustraciones y la violencia generada hacia el rechazo de las propuestas modernas, las de elaboración de identidades hacia las que nos movemos para superar la violencia de los nacionalismo, un hecho histórico que no puede ser ignorado. Los abrazos que hoy se dan los líderes ultranacionalistas, mañana serán ataques, una vez que se hayan cubierto los objetivos de desmontar Europa desde dentro.
No existe la Europa de las Naciones, porque el nacionalismo es egocéntrico y paranoide. Son naciones que, además, se siguen fraccionando, como Italia, Francia... o España, en unidades más pequeñas y débiles, en micronacionalismos, presas más fáciles.




* "Salvini y Le Pen preparan el asalto a Europa" El País 8/10/2018 https://elpais.com/internacional/2018/10/08/actualidad/1538999603_406901.html





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