martes, 16 de octubre de 2018

Alarma democrática

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La presencia de un llamativo titular en el diario El País, "La democracia, en peligro", podría hacernos pensar que se trata de algún mensaje exagerado, apocalíptico o forma de reclamo para quedarse después, como es frecuente, en poca cosa o en casi nada. Sin embargo, no es este el caso. Otra cosa es que seamos capaces de evaluar las situaciones existentes para llegar a esa conclusión.
La falta de visión de conjunto, el desinterés por comprender los orígenes y causas de las cosas y, especialmente, el sentido confiado en que nada cambiará ocurra lo que ocurra, hará parecer a muchos un mensaje alarmista. No creo que lo sea. Aquí hemos tratado desde hace tiempo muchos de los síntomas que muestran que algo está pasando en la forma de percibir la política y las formas en que nos manifestamos.


Hace tiempo que se trata de la crisis política interpretándola como una crisis de legitimación, como crisis de la representación, como crisis de las instituciones, etc. Son un sinnúmero de crisis ya que la realidad no es tan clara como el papel en que se describe.
No explica el editorialista del diario El País:

El avance electoral de la ultraderecha en Brasil, que el próximo día 28 podría traducirse en la elección de Jair Bolsonaro como presidente de la República, ha venido a confirmar la extensión y la profundidad de los riesgos que se ciernen sobre la democracia parlamentaria en todo el mundo. Las amenazas no proceden de un extremo ideológico o de otro, sino que ambos parecen de acuerdo en deslegitimar el sistema político en su camino hacia el poder, al tiempo que se sirven de los derechos y libertades que el propio sistema les reconoce. América Latina no es la única región donde el fenómeno está alcanzando estaciones de difícil retorno, en países como Venezuela, Bolivia o Nicaragua; también en Europa las opciones extremistas de todo signo están pasando de condicionar la agenda política desde los márgenes del sistema, según había venido sucediendo hasta ahora, a instalarse sólidamente en su interior, gracias a un apoyo electoral cada vez más amplio. Entretanto, Donald Trump aspira a ganarse la lealtad de las fuerzas que cuestionan los regímenes de libertades, Vladímir Putin maniobra cada vez más abiertamente a través de ellas para destruirlos y China persevera en un modelo propio.*


Como mero recuento de las situaciones ya es bastante inquietante. Pero las noticias circunstanciales que acompañan estos avances hacia el autoritarismo se complican cuando se da cuenta de lo ocurrido en Alemania, los inicios de Vox aquí o la noticia de que en Hungría se ha aprobado una ley que permitirá multar y encarcelar a los sin techo por vivir en la calle que es uno de esos síntomas que no fallan pues revelan una forma de entender la vida un tanto autoritaria: no se solucionan problemas, solo se ocultan. 

Este barrer la pobreza como se barre la basura es un indicador de que la sensibilidad social hacia los problemas ha descarrilado y que los gobiernos acogen este tipo de situaciones como normalidad inquietante. En Egipto, por el ejemplo, un ministro se ha enfadado porque los pobres van a la capital cuando deberían quedarse en sus localidades. Es un mismo síntoma.
Sorprendentemente esta pérdida de la sensibilidad social es un resultado de la perversión de la propia forma de malentender la democracia, interpretada como la forma en que lo mío se impone a lo tuyo. Desgraciadamente, la larga crisis económica y sus antecedentes nos han dejado una forma de ver la política, la democracia especialmente, como una mera herramienta para conseguir lo que se quiere o lo que se ofrece.
La democracia es algo más que ganar. Es sobre todo un ejercicio de responsabilidad y solidaridad con el conjunto. La democracia puede ser partidista, pero no puede ser sectaria, es decir, de unos contra otros porque se acaba perdiendo el rumbo y perdemos todos con ello. En España estamos bastante aquejado de este problema, quizá porque nuestra democracia es joven, aunque lo mismo ocurre en otras más viejas, que se han disparado hacia el egoísmo, como ha ocurrido en los Estados Unidos con Trump. Su triunfo se ha entendido como una liberación de instintos reprimidos, pues solo así se explica la explosión del racismo y la insolidaridad, la caza fronteriza de inmigrantes, etc.  formas claramente anti democráticas.


Sí, la democracia no se encuentra en buen estado. Más bien se encuentra en un lamentable estado de abandono por parte de los propios políticos y del su público, convirtiéndola en lo que no debe ser, un circo romano. Los Estados Unidos son un ejemplo de este mal, pero también lo son en aquellos países que han perdido las referencias y usan los poderes para recortar las libertades.
Las libertades son importantes, pero tan importante como ellas es su uso. Y es ahí donde fallamos estrepitosamente. Una democracia que usa de forma insolidaria su libertades no sobrevive a sí misma. Por eso el que ejerce mal el poder, abre brechas y no hace que los ciudadanos tengan un mayor sentido de la comunidad solidaria, está causando un grave deterioro.
La democracia es ejemplar o no lo es. Es el viejo problema de la libertad y el mal. Si elegimos el mal, seremos malvados libres, que es mucho con lo que nos encontramos hoy en día cuando parlamentos de todo el mundo suman sus votos para alcanzar mezquindades, maldades o irracionalidades entre aplausos y abrazos, que no se entiende muy bien a qué vienen, pues cada victoria de este tipo en una derrota del conjunto. No les importa mucho, es cierto, pues esto es solo encubrimiento del autoritarismo.


Hay que preocuparse por las libertades propias y ajenas y hay que ser solidarios con todos; hay que hacer el bien lo que se pueda. Un estado que vende bombas porque son precisas o que dice que entre la paz y el pan, se queda con el pan, no tiene un futuro brillante, sino solo un ejercicio constante de cinismo.
No solo está en peligro la democracia allí donde no se practica, sino también allí donde no se la respeta en su fondo. Esa falta de respeto va calando y se llega así a la segunda y más peligrosa falta, el abandono, el desinterés, que es lo que ha acabado ocurriendo allí donde las viejas promesas remozadas llegan a captar la atención de las gentes. La vuelta de los fascismos disfrazados una vez más de patriotismo es un grave síntoma de perversión política, pero sobre todo de la falta de ilusión por los valores democráticos.
El desencanto de muchos se produce porque habían creído que la democracia era como una carta a los Reyes Magos. No es el caso. No hay nada en ella que no surja y se alimente de otra cosa que de nuestro esfuerzo. Es una concepción muy pobre la de una democracia solo de resultados y no de valores.
Por eso crecen los que prometen mundos nuevos que saben a rancio. El desconocimiento de la Historia y la falta de sentido de futuro alienta movimientos y tendencias, enfoques desviados, que prenden en situaciones críticas.


Son demasiados casos y ejemplos del deterioro de la democracia y sus valores. Y es cada vez mayor el descaro de aquellos países que no solo no la respetan sino que se burlan de ella como una debilidad. Son demasiado líderes presumiendo de su fuerza, de su ausencia de respeto por los valores democráticos que son los del diálogo, el respeto y un sentido solidario de la comunidad, no solo nacional sino internacional.
Un comentarista de la CNN recordaba ayer algo que aquí hemos resaltado varias veces: el viaje de Donald Trump a Arabia Saudí proclamando que no iba allí a impartir lecciones de moralidad ni conferencias diciéndole a la gente cómo debía actuar. Los resultados los tenemos hoy en los titulares. Solo Canadá se ha atrevido a decirle a los saudíes que ellos valoran más los principios que el dinero que invierten en los países para acallarlos, incluido el nuestro.
El ejemplo dado por los Estados Unidos, el mal ejemplo, ha prendido allí donde se copian las formas y maneras de su presidente, la prepotencia y el egoísmo del nuevo proteccionismo. Aquella manifestación de que no importan los principios democráticos ha sido asumida por otros países que siente que ya no deben fingir que viven conforme a las normas y valores democráticos, sino exterminar a sus opositores dentro y fuera. La alarma por las muertes de periodistas en todo el mundo, especialmente en países en los que no se habían dado, se debe apuntar también en el haber de quien desprecia a la prensa y la llama la "enemiga del pueblo".


¿Alarmismo? No lo creo. Más bien debería llevarnos a una serie reflexión sobre cómo se aprovechan de nuestros errores e indiferencia aquellos que quieren acabar con la democracia. El editorial termina hablando de grandes palabras que han servido como identidad de la democracia. Creo que sería más eficaz pedir pequeños actos y grandes gestos que representen que anteponemos los valores comunes a los egoísmos particulares.
Mecanizando la democracia se le hace un flaco favor. Pasar de vez en cuando por las urnas no es democracia, tan solo una parte de ella. Partidos, instituciones, ciudadanos, medios, etc. deben reflexionar sobre lo que es y representa la democracia. Las alarmas están muy bien, pero es mejor no llegar a ellas y que mantenerla viva con ejemplaridad, ilusión y compromiso.



* Editorial "La democracia, en peligro" El País 15/10/2018 https://elpais.com/elpais/2018/10/14/opinion/1539530782_976260.html



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