jueves, 17 de abril de 2025

El libro que nunca existió

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Son cada vez más los casos en los que los criminales buscan notoriedad y hacer daño a través de ella. Quizá sea el signo de los tiempos, quizá los criminales se adaptan en su deseo y sus formas. El deseo se intensifica y sus formas se amplían, disponiendo de los recursos existentes. En todo ello hay presentes dos factores, la posibilidad de negocio de unos y otros y el morbo social que hace atractivos los crímenes más horrendos.

Sin duda habrán ya adivinado los hipotéticos lectores a qué caso me estoy refiriendo, pero no es excepcional, hay otros muchos casos recientes en los que ya sean personalmente o por medio de amigos y/o familiares, el crimen horrendo busca ser llevado a páginas y pantallas, convertido en motivo de atracción seriada en los medios para consumo prolongado.

Creo que finalmente el caso del crimen al que aludimos se ha resuelto sopesando beneficios y pérdidas reputacionales que pudieran afectar a la editorial  y perder por un lado lo que se ganara por otro. La ley les daba el derecho, pero el sentido común no apuntaba al éxito, como inicialmente se pensaba, sino a un desastre en la marca en sí, asociada con muchas otras obras y autores, que se podrían ver perjudicadas en el corto y medio plazo. Puedes soñar con esta publicidad... hasta que se convierte en pesadilla incierta, en un posible desastre anunciado.

Es de resaltar que la Justicia convirtiera la cuestión en un problema sobre libertad de expresión, permitiendo a la editorial la publicación, lanzando así la responsabilidad sobre ella y nada más que ella. De esta forma, nadie tenía excusas para iniciar campaña contra la prohibición. Simplemente, la editorial renuncia a la compra, lo que es su derecho.

Lo que nos lleva hacia otro punto, el del autor, al que nadie le cuestiona su derecho a escribir sobre lo que quiera. Los que accedan a su publicación futura sabrán que asumen su libertad, contando con el precedente de la negativa de la editorial que iba a hacerlo.

Los tiempos cambian y la posibilidad de comercializar el mal en estado puro, en convertirlo en atracción ferial por lo que supone en sí está siendo cada vez más frecuente. Los detalles y las causas ya no se hacen para conjurar el mal, sino para convertirlo en objeto de atracción aprovechando su "tirón" mediático y apoyándose en la experiencia obtenida por los precedentes. Por eso es relevante (y determinante) la campaña "en mi librería no", todo un aviso.

El afán por el protagonismo tiene en los casos criminales extremos un componente esencial. Hay crímenes que se apartan de lo que podríamos considerar como "normalidad", etc. Son términos que, por desgracia, es la frecuencia lo que convierte en tales. Y, en efecto, eso que hemos dado en llamar "violencia vicaria" ha crecido. Que el crimen llama a la imitación es indudable; que su monstruosidad es un factor más en su atractivo, también. Que ser el futuro protagonista de portadas y novelas puede ser atractivo para algunos, es también pensable por parte de una mente enferma.

RTVE.es

Indudablemente, el autor de la novela no es Fiodor Dostoievski. La Justicia y la sociedad han condenado al autor del tremendo crimen solo apoyado en el deseo de hacer daño a los vivos. El que ha visto "oportunidad" económica y promocional más que otra cosa, ya sea de orden estético, ético o moral, se enfrentará a las consecuencias, pues será —para bien y para mal— hijo de sus propios actos y decisiones.

El mal es siempre el resultado de una serie de decisiones. Lo demás es "desgracia", "fatalidad", etc. El mal es una decisión plenamente tomada, un deseo de hacer daño. El atractivo que pueda tener para muchos proviene precisamente de su miedo a afrontar las consecuencias. Hay un mal narcisista, el que se regodea en sus efectos y considera su superioridad frente a ese miedo de los otros. Homenajearlo o usarlo como referencia indirecta, crearle un "monumento" solo es potenciar su narcisismo y con él su posibilidad de repetición.

La historia nos muestra muchos crímenes que se hicieron para destruir la propia mediocridad. Diferentes campos, incluido el del arte, han mostrado ese narcisismo o esa insignificancia. Raskolnikov asesina a la vieja usurera para demostrarse que es capaz de hacerlo, para poder definirse como un individuo superior. No tenía nada contra la usurera; esta era solo una vía hacia la superioridad, No es el caso de la maldad consciente del criminal novelizado a mayor gloria de su insignificancia, solo deseoso de hacer daño por la vía más cobarde.

Hay cada vez más crímenes de este tipo, del deseo puro de hacer daño. Hay que intentar comprender sus causas, aunque esto no sirva como prevención, ya que el origen en sus mentes es demasiado oscuro. Pero sí sabemos que esa notoriedad alcanzada en un mundo mediático esa peligrosa, puede convertirse en una luz en ese camino oscuro, concretar su objetivo de nuevo en inocentes, que pagan ser objeto de amor por alguien a quien se desea dañar infinitamente.

RTVE.es

Quizá usamos con demasiada "normalidad" y frecuencia la idea de "violencia vicaria" sin comprender con la profundidad suficiente lo que busca: hacer responsable a una persona de la muerte de lo que más quiere. Es un sentimiento que debe durarle toda la vida, una condena a tortura perpetua. Es también, por el otro lado, una "satisfacción" que hará soportable cada día de codena sabiendo que el otro sufre infinitamente. Por eso la publicación es una forma de ampliación doble, del sadismo y del narcisismo.

Nuestra "sociedad del espectáculo" es peligrosa porque supone el aprovechamiento de este tipo de comportamientos. Vemos cada día convertidos en seriales, novelas, entrevistas, etc. los comportamientos más abyectos, que se ven premiados en su voluntad de hacer daño. Es un rasgo más de una forma de sociedad degenerada, con más intereses que principios, lo que tiene sus consecuencias, como podemos ver.

Crecer en ella, rodeados de esta pseudo normalidad, supone estar expuesto a demasiados riesgos. Hay gente que muere por hacerse un selfie; otros matan por ello. Al deseo de hacer el mal se le suma el morboso deseo de difundirlo.

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