jueves, 31 de marzo de 2022

Los debates sobre la Filosofía

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Cada cierto tiempo, en España llega a los medios la polémica sobre las Humanidades. Unos y otros se tiran trastos a la cabeza sobre lo que debe ser el proyecto educativo y qué se puede incorporar a él. Como ocurre en este caso con la Filosofía, unos y otros se lanzan los trastos a la cabeza señalando insensibilidades, olvidos, ignorancia, una mezcla en la que nadamos todos.

Lo que ocurre con la Filosofía es el reflejo del estado de esta sociedad en la que se valoran otras cosas que se confunden con el pensamiento, como el ingenio. En un mundo cada vez más mecanizado, sujeto a protocolos y en el que ha hecho fortuna esa desafortunada frase de "no te pagan por pensar", el papel de la Filosofía debe ser explicado. Lo malo es que cuando tienes qué explicar a alguien para qué sirven las humanidades es signo de que no lo va a entender, por lo que no merece mucho la pena ponerse a ello. Si hay que explicar su "utilidad" es que estamos ya perdidos.

Convertimos lo que es previo, el pensamiento y su papel en la cultura, en un campo que puede ser ordenado, clasificado, resumido, convertido en manual. Y es por ahí por donde la Filosofía, nombre puesto a un conjunto de ideas y escritos muy diversos, repartido de formas muy diferentes, que van de novelas como El extranjero, de Albert Camus, a tratados como los de Spinoza o Kant, de ensayos como los de Montaigne a obras de teatro como Las manos sucias, de Jean-Paul Sartre. "Filósofos" y "Filosofía" son un intento de poner puertas al campo del pensamiento humano. Es una forma de convertir en libros de texto manejables lo que por su propia naturaleza es cambiante y expansivo. La filosofía, como dijo J. Derrida de la "deconstrucción", es todo y nada. Es nuestro amplio pensamiento enfrentado a las preguntas que el mundo nos plantea si estamos despiertos, lo que no es frecuente.

El abandono, rechazo, ignorancia, desprecio, etc. de la Filosofía es un signo de estos tiempo "huecos" (también T.S. Eliot hizo filosofía a través de la poesía). Ha estado viva cuando hemos estado vivos y se ha disfrazado de múltiples maneras, unas con sencillez y otras de forma muy compleja. Su pensamiento, además, se ha ido desgajando para ejercer la reflexión sobre el mundo y nosotros en él desde otros campos, lo que ha creado, recelos y suspicacias.

Lo que hay que separar claramente es el pensamiento del cómo del pensamiento del qué. Al convertirse en "materia" escolar o académica, algo que se enseña, se produce siempre una reducción. Aprender el pensamiento de otros puede ser útil, pero lo es más aprender a pensar por uno mismo, que es lo que hicieron esos pensadores a los que admiramos por su sentido crítico. Desgraciadamente el sistema educativo apuesta pocas veces por la independencia de criterio y tiene más como función uniformar a todos con apenas variantes. este es en gran parte el drama de las Humanidades en su conjunto, que se consideran un fin en sí mismas, un material que aprender, y no un punto de partida para la maduración intelectual de cada uno a su manera, con sus escritores, pintores, filósofos favoritos, que serían aquellos cuyas visiones del mundo nos satisfacen más. Pro ¿a quién le importa esto en un mundo trivial, donde se aprende a manipular a las personas para que voten o compren (apenas hay diferencias)?


La falta de sensibilidad ante la Filosofía se produce por la incapacidad manifiesta para comprender qué sentido tiene. Es el resultado de un mundo plano, unidireccional, que se olvida de su pasado, de su historia y legados, de cómo se ha visto el mundo y al ser humano. Eso ya está reflejado en los propios sistemas educativos y en sus resultados, las mentes.

Las peleas políticas sobre la asignatura de Filosofía, las sectoriales, etc. son ya el reflejo melancólico de aquello que se ha perdido, al igual que los románticos idealizaron una Naturaleza que ya estaba perdida o María Antonieta se disfrazaba de pastorcita.

La confianza depositada en las máquinas y en la Inteligencia Artificial no muestran que no vemos el futuro dentro de nosotros mismos, sino atendiendo a una máquina que piense por nosotros. Los filósofos no piensan por nosotros ni para nosotros. Su pensamiento real es un intento de cuadrar problemas, solución provisional tras solución provisional. Hoy queremos "resultados", "reducciones", "simplificaciones", "protocolos"... ¿A quién le hace falta la "filosofía"? dicen algunos.

Hace unos días un compañero se escandalizó al grito de "¡esto es filosofía!" cuando vio que mis alumnos recurrían a Michel Foucault en sus trabajos de análisis del poder y el control de los discursos, que utilizaba las ideas de Lotman para analizar las relaciones interculturales o que hacían trabajos partiendo de la idea nietzscheana de "metáfora". La palabra "filosofía" resultaba obscena en su boca, "¡esto es filosofía!". ¡Era un escándalo!

En este mundo donde se redirige al profesorado hacia estrechos caminos de especialización, donde cada uno solo lee aquello que le sirve para un artículo, que solo se cita lo que es de tu campo, etc., ¿qué podemos esperar? Se recoge lo que se siembra y a veces ha sequías e inundaciones.


Solo se debate la presencia o ausencia de la Filosofía como "materia", sobre las horas que se le dedica o si, como hace el gobierno, se ha transformado en otra cosa. Lo que debería debatirse es cómo aprender a pensar, pero eso siempre es peligroso. Los filósofos (o personas a las que hemos etiquetado así) han pensado, no han hecho filosofía, eso es más reciente. Tengo mis dudas sobre si la sociedad que estamos construyendo tiene como fin que pensemos. Tengo serias dudas que se quiera hacer de nosotros personas independientes, con criterio. Por contra, tengo muchas evidencias sobre la masificación, la trivialización y los cambios de valores sobre el mundo y sobre nosotros en él.

Si no pensamos en la sociedad de otra manera, más allá de las rutinas que ponemos en marcha, de los pobres objetivos que nos planteamos a través del sistema educativo y laboral, difícilmente podremos valorar la presencia de los autores diversos que han intentado darnos sus visiones críticas, reflexivas del mundo y de nuestra condición. El sistema prefiere aduladores, confirmadores de que esto que tenemos es lo mejor y lo necesario.

Muchos filósofos nos han informado de lo incómodo que resulta llevar la contraria a la corriente principal, pensar por uno mismo. Hoy, en un mundo mediático, es más fácil pensar en términos de manipulación que en términos críticos. La Filosofía es un estímulo para el pensamiento, para ponernos en marcha fuera de las rutinas a que estamos sometidos, un mundo cada vez más limitado en lo esencial y más variopinto en los circunstancial. Se nos invita a recorrerlo, pero no a profundizar en él, de la misma manera que se nos invita al narcisismo y no a la reflexión interior.

La polémica actual tiene muchos niveles, pero un solo problema: hay que convencer al que no lo entiende de porqué es necesario salir del camino trillado. Y cada vez son más las resistencias, dentro del utilitarismo que nos guía. Estas aumentan en un mundo que se desprende a pasos agigantados del pensamiento, que lo considera un obstáculo.

Que tengamos que explicar la importancia de la Filosofía, que haya que debatir sobre ello, ya es un fracaso.



miércoles, 30 de marzo de 2022

Dilema en el centro de la ficción

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


Seis de los diez artículos más vistos en el diario El País tienen que ver con la "bofetada de Will Smith", un "acontecimiento" mundial por el fondo, forma y lugar. El caso nos dice mucho de los medios, pero también mucho de nosotros como consumidores de medios y sobre el hecho en sí, que en realidad se puede contar en una sola frase: un marido enfadado da una bofetada a un cómico con mal gusto por hacer chistes sobre su esposa. Punto.

Yo mismo me encuentro que, tras resistirme varios días, hay una fuerza que me empuja a escribir sobre la bofetada. La bofetada como destino ineludible del que se sienta ante la pantalla de su ordenador y una pregunta en su mente: "¿sobre qué escribo?". Una vocecita en el fondo de tu interior dice tímidamente "sobre la bofetaaaadaaaa". Pero la parte racional de tu cerebro dice "¡noooo!". La cuestión se plantea hamletianamente porque a) no ha cambiado nada en el mundo más que los propios medios; y b) para negar algo, hay que escribir sobre ello, el silencio es cómplice. Con Trump pasaba lo mismo: hablar de él era malo; callar, todavía peor.



Mi problema no es "qué decir" sobre la bofetada, sino cómo evitar que me arrastre la corriente universal que lo impulsa por esas circunstancia señaladas, fondo (un chiste cruel y de mal gusto sobre la alopecia de la esposa de Will Smith), forma (una respuesta violenta en forma de bofetada) y lugar (la entrega de los premios Oscar, el suceso mediático más calculado del planeta). Desde estas tres líneas, los medios universales se disparan: del mal concepto del "amor" de Smith a las "sanciones" de la Academia (¿prohibirle la entrada a la próxima, atarlo a la silla...?), del machismo latente en abofeteador y abofeteado a la incapacidad de reaccionar de unos y otros al no saber si formaba parte de la realidad o era una ficción pactada. Entre todas estas líneas y otras muchas más, lo escrito sobre la bofetada es muy superior a todo lo escrito sobre los premios Nobel en todas sus ramas en los últimos veinte años, por utilizar la unidad de premios y trascendencia de los mismos. La bofetada ha conseguido incluso separar al propio Smith de su premio. Las explicaciones dadas entre lágrimas han sido el epílogo de su propia acción. ¿Deberían haber cambiado la tarjeta después del espectáculo previo y que se quedara sin Oscar?

La promoción excesiva de los Oscar es, en este caso, un arma de doble filo. Las expectativas mediáticas generadas se han visto satisfechas más allá de los tópicos manidos de los vestidos en la alfombra roja. Hace mucho que la entrega de los premios se ha disociado de los premios mismos, que la fiesta del cine se convirtió en la fiesta de la "alfombra roja", de los diseñadores de moda compitiendo en paralelo por llamar la atención con sus actores y actrices convertidos en perchas.


Tras la constatación de la expansión del caso de la bofetada glamurosa en el diario El País trato de hacer un merodeo por periódicos serios del planeta. Me dirijo a The Washington Post en busca de equilibrio y cordura. Me encuentro con un pequeño recuadro, orillado a la derecha de la pantalla, al final del listado de las columnas de opinión y leo el titular "The Oscars created worldwide talk — for all the wrong reasons", algo que aviva mis esperanzas de cordura mediática. Lo firma Michelle L. Norris y es muy sensato en sus términos. Tras señalar los logros que esta ceremonia tenía, desde el primer Oscar para un actor sordo a una mujer negra, latina y "abiertamente queer", Norris se lamenta de que esos focos de atención notable, únicos, hayan sido borrados de la faz de la tierra por la bofetada. Escribe Michelle L. Norris:

But days later, it seems like the beatdown is all that people are talking about. That’s a shame. It all points to the supreme selfishness of Will Smith’s actions. He knew that the room was filled with people who were living once-in-a-lifetime moments. He’d been the butt of jokes before — as a big-eared, awkward kid growing up in Philadelphia— and as one the highest grossing international stars on the planet. Rock’s “G.I. Jane” jab at Jada Pinkett Smith’s buzzed head was a low blow and an unforced error. It wasn’t even funny. You don’t go after a nominee’s spouse. You don’t try to earn laughs by mocking someone’s medical condition. And a man who made a movie about Black women called “Good Hair” ought to know better than to chide what does, or does not, grow out of someone’s scalp. But this was a case where the unfortunate was followed by the unacceptable.

Most of us have had a moment when we might want to smack the stank off someone. And if you live in the spotlight as Will and Jada Smith do, that probably happens several times a week. But throwing hands outside a boxing ring is rarely if ever acceptable, and throwing a punch on live television in a room full of people who hold the keys to your future is just not smart.

The Oscars were suddenly part of an international conversation for all the wrong reasons, and violence in America had once again — quite literally — taken center stage.*



Desde que los premios de la Academia necesitan justificarse más allá de la propia interpretación y se ven como la punta del iceberg de colectivos sociales, de demandas reivindicativas, cuotas, etc. un acontecimiento como la bofetada de Smith los reenvía a su mundanidad, a lo más bajo de la escala y deja al descubierto que todo lo que pretende —el Oscar como motor e imagen del progreso— quede en evidencia. La bofetada actúa como un hecho contrarrevolucionario, como una involución en la que en afortunada frase de Michelle L Norris, "lo desafortunado es seguido por lo inaceptable". Pero el problema es que lo inaceptable y lo desafortunado es ampliamente consumido y repetido aunque sea para su condena, generando una sinfonía a lo Berlioz, llena de sonido, furia y mucho de recreación mecánica.

Más abajo, descendiendo por la página de The Washington Post, me encuentro con la correspondiente tanda de noticias sobre la bofetada, todo un ancho de página. También ellos han sucumbido a la tentación, negando el espacio privilegiado a todos los que, por citar a su articulista, han luchado mucho para llegar allí y se ven desplazados por la imagen omnipresente, ineludible, descompuesta en momentos, de la bofetada.

La BBC, por ejemplo, se centra una línea destacada en el suceso, la alopecia de la esposa de Smith. Siguiendo la línea positiva, se apuntan a ya es hora de hablar del problema y que la bofetada es una entrada en él, una ocasión. No deja de ser un punto de vista, pero también nos dice mucho sobre cómo se mueven en la fila los problemas que nos acucian con mayor o menor intensidad. Un hecho como este llama la atención sobre un problema real de la gente.

En el ABC se produce un curioso fenómeno de reciclado. A un artículo de opinión titulado "El Príncipe de Bel Air ha perdido el sentido del humor", firmado por Karina Sainz Bongo, y otro del provocativo Salvador Sostres, titulado "Insultar", se suma un artículo titulado "Violencia, drogas, infidelidad… la no tan feliz vida de Will Smith", fechado el 6 de diciembre de 2021, a cuya entrada se ha añadido el siguiente texto:

Will Smith fue el protagonista de la noche de los Oscars, y no sólo por ganar la estatuilla a Mejor Actor por su papel en “El método Williams”, sino por el bofetón que propinó al cómico Chris Rock durante la gana por llamar Teniente O' Neil a Jada Pinkett haciendo referencia a la alopecia que sufre la mujer del actor.**

De esta forma, el pasado se reescribe a la luz del presente, actuando de una forma asociativa. La "infancia traumática" que se invoca establece una extraña línea causal en la que a esa "violencia, drogas, infidelidad" y los puntos suspensivos del viejo título se añaden ahora la televisiva bofetada como el que pone la estrella en el árbol de navidad. No cae muy bien "el príncipe de Bel Air" en ABC, según parece.

¿Héroe, villano, aguafiestas, chupacámaras, narcisista, machista? ¿Es un poco el Don Lope del Tristana, de Galdós que Buñuel llevó al cine, una figura con demasiado orgullo protector machista, defensor de un concepto de honra un poco desgastado? ¿Una bofetada desafío, un nos vemos en la madrugada en las afueras? ¿Un nos vemos donde usted quiera?

La bofetada es materia de futuras tesis doctorales sobre Comunicación, investigaciones sobre el consumo informativo, sobre el comportamiento de los medios y de las audiencias, de la interacción entre ambos, de los géneros discursivos y periodísticos, entre otras muchas cosas. Es como una piedra tirada al centro de un estanque.

No hay que hablar tanto de la bofetada y, con un poquito de distancia, sobre la bofetada, como un suceso que rebota en las paredes mediáticas sin cesar, que abre caminos para reflexionar sobre el mundo y lo que lo tapa, sobre sus contradicciones, sobre qué es el humor o qué es la alopecia, sobre qué es y debe ser el amor. Quizá la ceremonia de los Oscar, la forma de plantearla y presentarla sean cosas del pasado y esto se produzca como fruto de los desajustes.

Pronto, otras entregas de premios incluirán piezas con parodias de la bofetada para tratar de conjurarla, de evitar que aparezca la realidad escondiéndola tras la ficción. Es eso o eliminar los chistes de mal gusto, los chiste personales, una vieja tradición con la que no quieren acabar.

Fondo, forma y lugar crearon esta tormenta mediática perfecta que nos absorbe en sus giros temáticos expansivos. Pensamos en los medios y en la información trascendente, saber sobre el mundo. Pero el mundo hoy quiere hablar y lo hace de cosas imprevisibles, triviales en sí mismas. ¿Para qué —se preguntaría un informador— elaborar extensos análisis cuando te ves sorprendido por un hecho inesperado de esta naturaleza y se eleva a universal? ¿Qué significa que, en medio de todo tipo de sucesos históricos, de peligros universales, la realidad sea desplazada por una bofetada entre actores en la ceremonia de las ficciones cinematográficas? ¿Veremos la concesión de un Oscar a una película sobre la bofetada, un premio al mejor documental sobre este hecho en el futuro? Es probable. Hollywood necesita moralejas finales y ésta todavía está por decidir. La ficción exorcizaría a la realidad en un acto del que casi todos dudaron que no estuviera preparado. Dilema en el centro de la ficción. Esa es la clave, la "fake reality".


* Michelle L. Norris "Opinion: The 2022 Oscars were part of an international conversation — for all the wrong reasons" The Washington Post 30/03/2022 https://www.washingtonpost.com/opinions/2022/03/29/oscars-will-smith-slap-diversity-international-conversation/ 

** Fernando Goitia "Violencia, drogas, infidelidad… la no tan feliz vida de Will Smith" ABC 6/12/2021 https://www.abc.es/xlsemanal/personajes/will-smith-hijos-infancia-vida-familia-jada-pinkett.html#vca=rot-ed-7&vmc=crosslinking-xlsemanal&vso=noticia-internacional&vli=1-violencia-infidelidades-drogas-la-vida-no-tan-feliz-de-will-smith

martes, 29 de marzo de 2022

El modelo del imperialismo ruso

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Dice el polaco Janusz Wojciechowski, Comisario europeo de Agricultura, que el método ruso de "expansión" es la creación de hambruna, es decir, destruir todos los recursos, una política de tierra quemada.* La invasión rusa de Ucrania, es cierto, está hecha con mentalidad del siglo XIX y tecnología del XXI.

Hay algo en la mentalidad rusa que no cambia en su forma de ver el mundo, en su sentido imperial, más que de súper potencia. De la misma forma, Vladimir Putin se percibe más como un despótico líder de una potencia imperial que como alguien que aspira a ser líder de una potencia mundial.

Las diferencias entre unos modelos y otros son bastante claras y se definen por el uso brutal de la fuerza, la realización de alianzas absorbentes y la respuesta en forma de amenaza de peores consecuencias, en este momento, amenazas nucleares.

La guerra contra Ucrania es una guerra imperialista. Busca la reducción del enemigo declarado a cenizas, la destrucción de todos sus recursos; los secuestros de miles de exiliados que se están produciendo son, igualmente, técnicas rusas del siglo XIX cuando los desplazamientos masivos y las sustituciones de las personas por nuevos colonos eran frecuentes. La ocupación de tierras es lo mismo que hace Israel en Palestina: expulsa y repuebla para ganar territorio.

Desde el inicio, Rusia trató que los "corredores humanitarios" que creaba acabaran en zona rusa. No se trataba de una forma humanitaria, sino de una toma masiva de rehenes con los que presionar a los resistentes y utilizarlos, si fuera necesario, como escudos. Con sus tierras destruidas, los rehenes serían llevados a otros lugares "habitables". La reconstrucción quedaría en manos rusas al quedar ocupado el territorio.

Esta forma de actuar nos dice mucho de la mentalidad de Putin, de una forma de actuación que tiene sus modelos en el pasado, pero que en un mundo empequeñecido e interconectado ya no tiene sentido a menos que se apueste de nuevo por los muros físicos, como ocurrió en Berlín, o como se aplicó al resto de la Europa ocupada mediante el concepto de "telón de acero". La estrategia es encerrar pueblos enteros y ponerles dictadores afines. Si esto es todo lo que Rusia puede ofrecer al mundo, tenemos un futuro complicado.

Como ocurre en otras zonas del planeta, Rusia no tiene ninguna cultura de la democracia. Todavía en Dostoievski o Turgéniev leemos los debates sobre la "liberación de los siervos" en la segunda mitad del siglo XIX. Un estado paternalista mantiene a los pueblos bajo obediencia suministrándoles lo esencial y asegurándose que dependen de ellos para todo. Cualquier desarrollo es realizado y controlado por el partido, el estado o una fusión de ambos. Los modelos están ahí, con todas sus variantes de dureza, de China a Egipto. En estos estados solo prosperan los adeptos y los que son críticos desaparecen de una forma u otra, ya sea emigrando, encarcelados o desparecidos sin rastro. La dureza varía de unos estados a otros en función de diversos parámetros y de la vigilancia exterior. Es una forma de despotismo que se está imponiendo por el mundo gracias a las propias acciones de Rusia, que establece buenas relaciones y asegura a los dictadores su posición mediante un respaldo que asegure que dependan de ella y sean socios fieles. Esto se puede hacer asegurando armas o mandando turistas.

Cuando los terroristas islamistas atentaron contra un avión ruso lleno de turistas que había salido de Egipto de regreso, el gobierno egipcio se negó a reconocer que había sido un atentado y que les había fallado estrepitosamente la seguridad. Putin ha castigado a Egipto sin turistas rusos durante varios años. Luego volvieron cuando él lo decidió. Si leemos los artículos egipcios actuales sobre la cuestión ucraniana, la mayoría de ellos, los firmados por figuras del régimen, sostienen las tesis rusas y atacan las norteamericanas y europeas en un claro clima adverso. La culpa, según ellos, la tienen los ucranianos y occidente, que sacan las cosas de quicio.

Los métodos rusos no son de este siglo. Desgraciadamente, esta frase no es más que un elemento retórico. De este siglo es todo lo que ocurra, pero las formas rusas provienen de su propia mentalidad del poder y de la fuerza como recursos.

Rusia reinició un estado de violencia por un deseo de "recuperar" un estatus perdido frente a otras opciones que tenía ante sí, como era un mayor desarrollo económico, lo que le hubiera llevado a una mejor relación con el mundo. Pero, evidentemente, no era ese el camino, sino que ha usado lo que lleva usando desde hace siglos, la fuerza, el chantaje energético, el sentido imperial absorbiendo territorios, desplazando millones de personas, repoblando y amurallando para evitar que la gente se vaya. Cada vez que Rusia hace esto destroza sus posibilidades de convivencia con el resto del mundo. 

Que solo puedas mantener relaciones con los que te temen o con los dictadores de otros países es un destino muy negro para un país que siempre se siente inseguro, amenazado, porque traslada sus miedos constantes hacia su vecinos con los que evita mantener una relación positiva y solo se relaciona desde la amenaza, sembrando el miedo.

De nuevo saltan a los medios las noticias sobre envenenamientos de discrepantes, de retenciones de los desplazados, del secuestro de alcaldes por donde han ido pasando sus tropas. La Rusia de Putin es agresiva, lo ha sido siempre. Su visión del mundo la revela la mirada oscura y recelosa de Vladimir Putin. Una parte de Rusia anhela ese tipo de dictadores que les venden glorias futuras mientras les escamotean las libertades más básicas. Putin, como otros dictadores, sabe que hay que sembrar riqueza entre ciertos grupos para que el mantenimiento del sistema sea posible. Son los que vinculan su destino al destino de su presidente, los que le aplauden e idolatran como quien les devolverá a un pasado idealizado, pero inexistente más allá de la propaganda.

Nada hay más significativo que el hecho que los grandes beneficiados y controladores de los negocios en Rusia tengan gran parte de su fortuna, sus mansiones, yates y jets privados fuera de Rusia, lejos de miradas envidiosas y peligros. 


* Bernardo de Miguel "El comisario europeo de Agricultura: “El método ruso de expansión para dominar otras naciones es provocar hambrunas”" El País 29/03/2022 https://elpais.com/internacional/2022-03-29/el-comisario-europeo-de-agricultura-el-metodo-ruso-de-expansion-para-dominar-otras-naciones-es-provocar-hambrunas.html


lunes, 28 de marzo de 2022

¿Hemos aprendido algo del COVID?

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Sanidad vuelve a hacer de las suyas. De nuevo —¡qué casualidad!— la llegada de un periodo vacacional abre las alegrías preventivas. Los expertos que aparecen quedan ya divididos en dos, los que hablan de la famosa "gripalización", que es como una lista de buenos deseos, y los que advierten con un "demasiado pronto" mientras señalan que las cifras está de nuevo en ascenso.

Que no hayamos podido bajar de ciertas cifras es un mal síntoma y nos muestra lo difícil que es hacerlo con tanto festivo que hay que cumplir, por decirlo así. En el diario ABC nos explican los datos:

Los últimos datos oficiales, publicados por el Ministerio de Sanidad, reflejan un aumento de casos de covid-19. La trasmisión ha aumentado desde el lunes en 25 puntos hasta los 461 casos de incidencia acumulada, así como el número de nuevas infecciones covid, que suben de las 54.147 a las 72.892, aunque los ingresos hospitalarios siguen en retroceso. Aumenta la incidencia acumulada en todos los territorios de España, menos en Cataluña, que baja de los 515 a los 496 casos, mientras que autonomías como la Comunidad Valenciana experimentan fuertes subidas de la trasmisión (de 297 hasta los 400 casos).

Pese a los datos, la última decisión es poner fin al aislamiento en los casos leves y asintomáticos a partir de este lunes. Todos los casos confirmados con síntomas leves ya no tendrán que aislarse, sino "extremar las precauciones y reducir todo lo posible las interacciones sociales utilizando de forma constante la mascarilla y manteniendo una adecuada higiene de manos durante los 10 días posteriores al inicio de síntomas", han indicado desde Sanidad.*

Toda la estrategia actual se basa en un deseo: que la gente "aprenda" a vivir con el virus. Eso de "extremar las precauciones" nos suena a sánscrito cuando lo que la gente solo reacciona a un sistema binario de decisiones, blanco o negro, mascarillas o no mascarillas. Pasar la pelota a las personas y, lo que es peor —y de lo que se quejan los expertos—, lanzar opacidad sobre los datos al reducir el acceso a lo existente, es muy malo.

Es en ese "pese a los datos" donde radica el problema del planteamiento. Cualquier razonamiento que parta de esa ignorancia de lo real está destinado al fracaso, que en estos términos significa el crecimiento de los contagios y el riesgo con ello de la aparición de nuevas variantes con imprevisibles mutaciones.

Los planteamientos ministeriales son, una vez más, el cuento de la lechera, un conjunto de deseos que la realidad acaba haciendo fracasar. Mandar a los contagiados "leves" —a los "graves", por ahora no los sacan de los hospitales— a trabajar dejando en ellos la responsabilidad de saber si lo que les rodean son o no susceptibles de contagiarse por motivos diversos es asumir un riesgo que solo puede hacer aumentar, pero que nunca puede obviamente hacer disminuir. Por eso el cambio de la contabilidad vuelve a ser objetivo del gobierno como parte esencial de la campaña. Lo malo es que eso tampoco reduce nada más que los discursos creando a la vez una falsa sensación de mejoría que contribuirá a hacer ascender los invisibles datos de contagio.

Que la pandemia ha causado fatiga es indudable. Pero esto no se combate con un tipo de medidas similares al avestruz o con consignas como "ha llegado el momento de las sonrisas", que además de cursis son ineficaces y contraproducentes. Precisamente porque las reacciones a la fatiga frente a las restricciones son la tendencia a la desprotección, hay que buscar otras estrategias y planteamientos que no nos dejen en manos de decisiones personales cuando ya se ha demostrado el binarismo anteriormente.

Así nos describe Pablo Linde en el diario El País la situación que comienza hoy mismo:

La forma de actuar frente a la covid da un giro radical desde el lunes. Después de más de dos años en los que, ante cualquier síntoma, había que hacerse una prueba y aislarse en caso de dar positivo, las reglas cambian: ahora las personas leves o asintomáticas no tendrán ni que someterse a un test ni, por lo tanto, recluirse. La vigilancia se focaliza en personas mayores de 60 años, las que padezcan con patologías que las hagan más vulnerables o en centros sanitarios y sociosanitarios. Estas son las nuevas normas y recomendaciones:

¿Qué hago si tengo síntomas de covid?

Las personas sanas menores de 60 años tienen que actuar de modo similar a como lo hacen con un catarro o una gripe. Si tienen síntomas leves, pueden hacer vida normal, aunque es recomendable que reduzcan los contactos sociales, especialmente con personas vulnerables, y que mantengan el uso de la mascarilla en todo momento. Para los mayores de 60, quienes padezcan alguna inmunodeficiencia o cualquier patología que les haga especialmente vulnerables, las mujeres embarazadas y los residentes en centros sociosanitarios, la recomendación es consultar al médico para recibir un diagnóstico, incluso con síntomas leves.

¿Y si los síntomas empeoran?

Como con cualquier otra enfermedad, ir al médico, que será el que decidirá cómo proceder.

¿Puedo ir a trabajar con síntomas? ¿Tengo que comunicar el positivo a la empresa?

Si los síntomas son leves no habrá positivo, porque no será necesaria prueba. El Ministerio de Sanidad recomienda que en caso de síntomas, en la medida de lo posible, se teletrabaje. Pero si no se puede y el médico no ha dado una baja, se tendrá que ir a trabajar. Una vez más, manteniendo la mascarilla, que sigue siendo obligatoria en interiores.

¿Cómo sabremos si suben o bajan los contagios?

Como los casos dejan de contarse de forma exhaustiva, ya no habrá un indicador exacto de incidencia acumulada como el que lleva en vigor casi dos años. Ahora las autoridades sanitarias se guiarán por indicadores indirectos, como la ocupación hospitalaria o los casos en personas mayores, que pueden dar una idea de la transmisión general.** 

El "es recomendable" pasa a ser la regla, pero ¿quién lo recomienda? Evidentemente, mi propia estimación, ya que seré yo quien decida. Esto es considerar que los asintomáticos pueden mezclarse con los que no lo son, es más, que yo debo intuir si estoy ante una persona de riesgo. La realidad es que la persona de riesgo pasa a ser el asintomático, un riesgo para los demás que ahora tiene patente de corso para hacer de todo, dejando en manos de los demás el tener que sospechar que los que tienes cerca pueden estar infectados por el COVID-19. Si una persona de riesgo se contagia, la culpa será suya por no haber tomado medidas. El que contagie queda exento de responsabilidad porque nadie le obliga a recluirse, solo en los casos más graves y por decisión del médico, al que puede no acudir.

Todo el sistema se basa en unas condiciones que la realidad dejará claro si funcionan o no. Ojalá que funcione porque si no podemos vernos ante una nueva ola, que el ministerio tendrá que volver a camuflar. Los expertos están siendo claros en la evaluación de las medidas. Les parecen precipitadas con los datos que tenemos. Que estén tranquilos en este sentido porque pronto ya no tendremos datos. Esos "indicadores indirectos" serán selectivos e interpretables. Por fin se ha conseguido hacer que la gente sea absolutamente responsable de lo que ocurra y el ministerio quedará exonerado de responsabilidad. La gente se contagiará porque quiere, al no tomar las medidas adecuadas, que son la que se deben tomar cuando tengas en tu trabajo a más de una persona.


En el texto citado en primer lugar, la nueva ola se da por descontada ya desde el titular: "El aviso del doctor Carballo en La Sexta ante una posible nueva ola de covid en Semana Santa: "Sin duda"". No es ser agorero, sino contemplar lo que supone declarar de hecho a los asintomáticos como no contagiosos. Esto va contra todo lo que hemos aprendido.

Los "síntomas leves" no reducen en absoluto la capacidad de contagio. Es otra dimensión distinta. No por estar más grave se contagia más, en el mismo sentido. La medida del ministerio es abrir una puerta a la enfermedad ya que echa la responsabilidad en quien no la tiene, mientras que libera al que la tiene para moverse y actuar. La falta de test será otro condicionante para saber si realmente se está contagiado. Ojos que no ven....

Cuando paseo, veo a mucha gente con la mascarilla puesta, pese a la idea de no llevarla en exteriores. La gente ha aprendido dos cosas, a tomar medidas y a no fiarse de las alegrías ministeriales, más pendientes de otros compromisos. Es triste, pero es así. Cuando son preguntados sobre las mascarillas, algunos responden "demasiado pronto", "hay que esperar un poco más". Más vale pecar de prevenidos que de osados.

Las cifras nos han hecho perder la perspectiva. Hace unas semanas estábamos en cifras de incidencia de miles de contagios. Al haber bajado hasta los 400 nos parece que es un gran logro. Sin embargo, los expertos señalaban cifras sobre los 40-50 casos para hablar de "normalidad", muy lejos de lo que seguimos teniendo. La solución fue, una vez más, cambiar las formas de conteo. El problema es que cada vez que esto se hace se vuelven a disparar los casos, como ya está ocurriendo.

"España pasa página a la pandemia" decía un titular de El País. Ahora está por ver si el COVID-19 pasa de nosotros.  


* "El aviso del doctor Carballo en La Sexta ante una posible nueva ola de covid en Semana Santa: "Sin duda"" COPE/ABC.es https://www.cope.es/actualidad/television/noticias/aviso-del-doctor-carballo-sexta-ante-una-posible-nueva-ola-covid-semana-santa-sin-duda-20220328_199426128/03/2022

** Pablo Linde "¿Qué hago si tengo síntomas de covid a partir de ahora?" El País 27/03/2022 https://elpais.com/sociedad/2022-03-27/que-hago-si-tengo-sintomas-de-covid-a-partir-de-ahora.html

domingo, 27 de marzo de 2022

Dependencias múltiples

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Ayer comentábamos que existe una geografía de la paz, la que está construida por las relaciones culturales y comerciales, lo que incluye del deporte a la energía, de una gira operística a los productos alimenticios, de las series de TV al turismo. Estas relaciones crean contactos y establecen lazos con dependencias. Sobre la base de esa paz, explicábamos, ha sido construir un mundo con un enorme desarrollo del que se han beneficiado —en muchos sentidos— los participantes buscando el equilibrio de las relaciones.

Pero también es cierto que ese escenario no siempre se ha desarrollado con la inteligencia ni la buena fe como para asegurar un camino seguro. Muchas veces esos lazos han creado dependencias tóxicas, como estamos experimentando ahora con la energía que nos llega de países como Rusia, que la utilizan como arma de guerra. Serán los historiadores los que nos deban explicar desde qué momento la estrategia rusa ha sido crear una dependencia europea para así asegurarse (o al menos intentarlo) la impunidad de sus acciones con el chantaje energético, que provoca una serie de desórdenes en cadena, como vemos en España. "Lo barato sale caro", suele decirse y ahora tenemos un ejemplo de esta gran verdad.

En RTVE.es se nos intenta explicar porqué la dependencia del gas ruso es una trampa que, además, divide a Europa por encima de las circunstancias destructivas de cada país, lo que solo puede significar una mala noticia, que unos se están beneficiando y no quieren que la situación cambie mientras otros se asfixian. En el artículo, uno de los expertos consultados señala:

"Esto es una lección para toda Europa, que lleva una década luchando por la sustitución del carbón por el gas, pero eso nos ha hecho más vulnerables", dice Jorge Sanz. El experto considera que a la UE le ha faltado "visión estratégica para darnos cuenta de que los países suministradores de gas no son muchos y, además, son inestables desde el punto de vista político".*


Esto significa que tenemos que mirar una serie de factores antes que el precio. En Estados Unidos se usaba antes una expresión para establecer el grado de confianza que nos suscitaba un candidato a la presidencia. Se hacían la pregunta de si a ese candidato "se le compraría un coche usado", es decir, si te suscitaba la confianza suficiente como para creerle y hacerle una compra importante. Nosotros le hemos comprado el coche a Putin y ahora ya está empezando a fallar, la rueda de repuesto está pinchada y descubrimos que el cuentakilómetros está trucado. Es ahora cuando nos damos cuenta los riesgos de todas nuestras decisiones hechas sobre unos supuestos erróneos: que Putin es fiable, que Rusia y la Unión Europea tienen unos objetivos comunes.

Es ya muy tarde para rectificar algunas cosas. Hay aspectos que se podrán resolver a medio o largo plazo, siempre que se encuentren alternativas más fiables. Estados Unidos ha aumentado su exportación de gas a Europa, lo que no nos hace menos dependientes, sino solo menos dependientes del gas ruso. Estados Unidos antes importaba gas, pero gracias a una serie de decisiones y estrategias de inversión y desarrollo ahora se puede permitir exportar, teniendo un nuevo mercado. Los europeos solo cambiamos de dependencia y rogamos ya que nos vaya mejor. Hoy tenemos a Biden, pero mañana puede volver Trump u otro del mismo corte, que nos quiera cobrar con creces del gas a la defensa a precio de oro, un Trump que juegue como hizo el ex presidente a darse abrazos con Putin, al que sabemos que admira. Fue con Trump cuando empezó la política de crear conflictos y luego "arreglarlos" además de la política comercial vinculada con estrategia política con series de baterías de sanciones o de aranceles. Un Estados Unidos agresivo con sus socios y necesitados de protección ante el empeoramiento de las relaciones entre Europa y Rusia y un distanciamiento de China, a la que veía como la gran rival y a la que había que separar a todo trance del mercado mundial, especialmente del europeo para recuperar protagonismo.

Todo esto es ya conocido y aquí lo hemos desarrollado a lo largo del mandato de Trump y los peligros que traía. La dependencia de la energía es un mal para Europa porque significa, lo estamos viendo, que es Rusia quien puede controlar nuestro futuro en muchos campos.


1/11/2021

La independencia absoluta puede que no exista, pero tampoco debería existir la dependencia absoluta. La estrategia rusa dura el tiempo que nosotros seamos capaces de superarla mediante estrategias que, hoy por hoy, no están ya sobre el tablero más que de forma imprecisa. Elegir de quién se va a depender en las próximas décadas no es una tarea sencilla. Necesitamos una cuidadosa elección para no vernos en las mismas con otros agentes que se aprovechen de nuestra situación. Nos ponemos muchos límites cerrando nuestras energías disponibles o creando condiciones que nos atan.

Las dictaduras como las de Putin o las de los países árabes tienen muchos menos escrúpulos en de dónde sacan la energía, a qué coste. Eso ha permitido que esas dictaduras hagan comer en su mano a las democracias, donde —como vemos en España— unas presiones hacen salir a medio país a protestar a las calles, con sectores enteros pidiendo ayudas y los cláxones sonando por todo el país pidiendo dimisiones.

No es bueno depender de nadie y mucho menos de gobiernos de autócratas que se acaban protegiendo tras nuestra dependencia o, como la Rusia de Putin, atacando a las democracias colindantes o jugando a distancia con ellas a través de toda una serie de turbias maniobras de agitación, desinformación e intervencionismo desestabilizador.

Hay que elegir muy bien de quién se depende, mirar menos el precio y más la letra pequeña. De lo contrario nos encontramos en una situación como la actual, con terribles efectos sobre la economía europea y especialmente graves en los países más frágiles y dependientes.


Es el caso de España, un país construido a golpe de dependencia (70% de dependencia energética), que ha ido sacrificando muchos de sus sectores en beneficio de un mayoritario: el turismo y aledaños. Lo hemos tratado aquí muchas veces en estos años: España necesita que Europa vaya bien, que esté en paz y enriquecida, con excedente económico para gastar en lo que les ofrecemos. Con la inflación comiéndose el dinero para otros gastos, con una Europa a la defensiva ante las amenazas rusas, necesitada de inversiones en defensa y aumentando sus reservas, lo que quedará disponible para venir a gastárselo en España será menos de lo que requerimos para que nuestro chiringuito nacional se mantenga abierto y productivo.

No solo dependemos de la energía exterior —afortunadamente, no de la rusa—, sino que dependemos de tener el mismo número de turistas por temporada que el número de población. Necesitamos de 30 a 40 millones de turistas extranjeros para mantenernos medianamente en marcha. Con una Europa con la guerra en su interior, el turismo va a ser un nuevo factor de riesgo, como nos ha demostrado la pandemia. Ya quedó claro el desastre de una economía con pinzas y un empleo con alfileres.


23/06/2020

Para complicarnos la vida, nos enfrentamos a nuestro suministrador de gas más próximo, Argelia, con un tema como Marruecos. Afortunadamente nos han dado un balón de oxígeno energético con declararnos una "isla", una excepción. Esperemos que esto nos permita liberarnos de otra dependencia interna, los transportistas, que ha demostrado que les importa poco el resto y que cada uno se busque la vida por su lado. Las pérdidas causadas a todos los sectores superan ya lo "razonable". Otro problema que la demagogia ha dejado pudrirse y con difícil solución con un sector atomizado y sin demasiadas alternativas con una España vaciada en la que ya no paran los trenes. Lo cierto es que no se ha tenido mucha capacidad de reacción y, lo más evidente, existe una nula previsión estratégica. España camina a golpe de dependencia, a golpe de reacciones airadas y no por sendas planificadas e integradoras de los intereses sectoriales, que es lo que se debería intentar, armonizar intereses y no dejar que los problemas crezcan para prestarles atención cuando ya no hay solución fácil.

Es imprescindible comprender nuestras carencias y dependencias, tratar de encontrar un equilibrio que evite secuestros futuros. Hay que analizar las dependencias dentro de programas globales, con estudios estratégicos centrados en el futuro a diferentes plazos, tratando de resolver los más acuciantes. Hay que dibujar un mapa de dependencias por sectores y geografía buscando crear un país sólido. hay que salir del modelo de debilidad extrema que supone el turismo y tratar de repoblar los espacios disponibles con alternativas productivas que nos permitan resistir estos ataques fomentados por nuestra propia debilidad, claramente patente desde fuera. Y sobre todo, debemos evitar dispararnos en el mismo pie con la frecuencia que los hacemos.

La prensa está llena de avisos sobre todo esto en fechas muy anteriores a la guerra en Ucrania y a las subidas energéticas. Todo estaba escrito, pero la mirada estaba puesta en otros sitios. Parece que solo avanzamos con los desastres en las puertas, que  prevención es una palabra que no existe en nuestro vocabulario ni el desarrollo estratégico en nuestras mentes.

 

21/05/2021

* Alberto León "Las claves de la 'excepción ibérica', el acuerdo europeo que permite a España rebajar la presión energética" RTVE.es https://www.rtve.es/noticias/20220326/claves-excepcion-iberica-acuerdo-europeo-presion-energetica/2323416.shtml


sábado, 26 de marzo de 2022

La geografía de la paz

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

En estos días hemos visto cómo se cortaban los lazos con Rusia en muchos campos perjudicando a muchas personas individualmente. Hemos escuchado, por ejemplo, decir que "no se debería mezclar la política con el deporte", un tópico manido que vuelva salir en la situación actual. ¿Es esto así?

Parece existir una cierta creencia en que el mundo "en paz" es un "estado natural", mientras que la guerra es una "interrupción" de ese orden, algo "antinatural". En realidad la "paz" y la "guerra" son construcciones conceptuales, como el propio Putin pone en evidencia cuando llama a la invasión violenta una "operación militar especial" que tiene por objetivo la "liberación" de Ucrania "desnazificándola" y evitando un "genocidio". Todas estas formas de camuflaje verbal esconden una violencia desatada sobre una población que se resiste, que no tiene culpa alguna, pero que se ve afectada.

Rusia está siendo excluida de los distintos torneos internacionales de fútbol —tanto de clubes como de selecciones—, de baloncesto y sus deportistas individuales quedan fuera igualmente; ha sido excluida de los espacios culturales, como expulsada del Festival la Canción de Eurovisión o de otros tipos de festivales; ha visto interrumpida su colaboración en programas científicos internacionales, incluso con escisión en la estación espacial internacional... de prácticamente todo. Ella, por su parte y en un rasgo de probable propaganda interna se ha presentado como candidata para próximas finales de torneos europeos de fútbol, un chiste poco afortunado, pero con el que pretende decir "¿crisis, qué crisis?", citando el título del famoso álbum del grupo Supertramp.

El caso del deporte, de cualquier forma, ya nos ha mostrado en estos años las sanciones a Rusia por el dopaje sistemático de muchos de sus participantes. Muchos rusos han competido, en los mismos juegos olímpicos de invierno en Pekín bajo una bandera internacional al estar su país sancionado por las trampas constantes de sus entrenadores, manipulaciones oficiales de las muestras de dopaje, etc. Esto demuestra una cierta forma previa de actuar de las autoridades rusas, manipulando a sus propios deportistas para conseguir medallas u otro tipo de premios. Pero esto no es lo esencial ahora.


En 1945, después de dos guerras mundiales en el siglo XX, y un siglo XIX igualmente conflictivo sobre el suelo europeo, especialmente por las guerras arrastradas por el fin de los imperios (que tuvieron las suyas) y la construcción de los estados nacionales, se empezaron a crear instituciones capaces de crear lazos que llevaran las relaciones más allá de los enfrentamientos bélicos.

Son este tipo de lazos pacíficos los que han creado un mundo de interconexiones que permitiera vivir y convivir. Junto a organismos que aseguraban foros de diálogo e intentaban evitar el uso directo de la fuerza, se crearon muchos otros específicamente culturales, enseñando a los estados que es mejor competir con canciones o películas, en campos de fútbol, en piscinas o en pistas de hielo, entre otros muchos terrenos de juego.


Las instituciones empezaron a trazar líneas de unión, como ocurre con los programas de intercambio, de estancias en el extranjero, becas internacionales, etc. Partían del principio implícito de que "conocerse es amarse" o, al menos, que la gente que mantiene lazos pacíficos tiende a evitar conflictos que los deterioren. No siempre es posible, pero el deseo general se ha mantenido allí donde se crearon.

La aplicación de sanciones a Rusia es una ruptura de todo tipo de lazos al mostrarse como inservibles ante las hostilidades con un vecino al que invade y en el que masacra a los civiles y destruye hospitales, escuelas, edificios de viviendas, etc.

Es evidente que no se puede compatibilizar esto con la celebración de partidos de vuelta en Moscú o la organización de la Eurocopa en sus sedes. Si las sanciones por dopajes evitando banderas e himnos de Rusia trataba de no afectar a aquellos atletas honestos, para que no pagaran justos por pecadores, en el caso de la guerra la sanción afecta a todos ya que se han roto la reglas del juego y no tiene sentido alguno el evento por sí mismo. Por decirlo así, "no queremos jugar contigo".


Hoy, los titulares de algunos noticiarios nos dicen que Rusia acusa al mundo de haberles declarado la guerra, "una guerra híbrida". Conforme la situación admite menos recubrimientos, el Kremlin trata de camuflar los efectos haciéndose el ofendido, la víctima inocente ante lo que ocurre. Todo ello es, claro está, parte del problema interno, que no es otro que el tratar de justificar esa marginación de Rusia de los escenarios de paz. La maniobra de solicitar ser sede de los torneos europeos de fútbol es la más clara de ellas.

Los rusos se preguntan ahora por qué se han quedado sin redes sociales, por qué cierran algunos de sus medios, por qué sale una señora con un cartel diciendo "no a la guerra" y "te están engañando", por qué su seleccionada no compite en el festival de Eurovisión y no podrán verlo porque se convertirá en un alegato contra la invasión de Ucrania.

Comprendemos ahora que la paz no es un estado natural sino una aceptación de unas reglas de juego que permite la convivencia y las relaciones más allá de los campos de batalla. Los rusos lo comprenden de forma práctica, es decir, cuando no pueden comprar ropa en las tiendas de Zara, comerse una hamburguesa en el Burger de su barrio o ver la última película de Marvel; lo comprenden cuando ven el equipo de su ciudad ya no sale a competir fuera del país y que ellos no verán a los grandes equipos internacionales. Comprenden que solo les quedan en la televisión la sonrisa cínica de Vladimir Putin diciéndoles que todo va según el plan previsto, aunque ellos no tuvieran previsto nada ni se les preguntara sobre ellos.


¿Servirá de algo? Creo que sí, aunque las consecuencias de estos no se van a parar. No creo que esto funcione "sales de Ucrania y aquí no ha pasado nada", "pelillos a la mar", como decía la vieja canción infantil:

- ¿Adónde va ese pelo?

- Al viento.

- ¿Y el viento?

- A la mar.

- Pues ya la guerra está acabá.*

La cuestión con Rusia nos muestra varias cosas que ya no es posible ignorar. La primera es que la invasión cruenta de Ucrania no es un "pronto" ruso, sino un plan elaborado en el tiempo, desarrollado en diversas etapas. Esto no se puede despreciar porque no sabemos si es el final o solo una etapa hacia nuevos actos. La prevención de lo que pueda ocurrir mañana es esencial y el primer paso es distanciarse del que consideramos peligros. Rusia no ha mostrado en momento alguno ser "pacífico", sino más bien tramposo y violento, antes y ahora. Por ello, ha dejado de ser confiable. La segunda ya la estamos viendo. Rusia utiliza los lazos de paz de forma interesada y reclama que seamos sus amigos pese a las atrocidades que está cometiendo. Evidentemente, los distintos países que se sienten amenazados o preocupados, mantendrán la distancia y la expulsarán del club pacífico. No es bienvenida.

Con su acción invasora, Rusia ha modificado la vida de los europeos (y de otros países previamente, como en Oriente Medio). Nuestras actitudes, nuestros gastos e inversiones no pueden ser los mismos; hemos entrado, nos guste o no, en una nuevo estado mundial. Esto va mucho más allá del "gas ruso", del "turismo ruso", los "yates rusos" o la compra de mansiones multimillonarias y de la visa de residencia. Es mucho más.


Lo que se ha perdido es el sentido naif de la paz como estado natural, algo que surge espontáneamente si no se interfiere. Nuestro mundo es mucho más pequeño que el del siglo XX y muchísimo más pequeño que el del XIX. Ha cambiado nuestro sentido de la distancia (un elemento defensivo siempre eficaz) y, por ello, de la proximidad del peligro. Medimos la "peligrosidad" de Corea del Norte, por ejemplo, en función del alcance cada vez mayor de sus misiles. Igualmente, a otros países considerados peligrosos, se les imponen limitaciones para evitar que en apenas unos minutos se pueda desencadenar un conflicto irreversible.

Rusia ha abandonado la paz. Ha salido del espacio de tranquilidad y ha comenzado, por decisión propia, a destruir todos sus lazos, unos lazos que puede echar en falta en su soledad internacional. Puede que Putin se acabe aburriendo de solo poder recibir a unos pocos jefes de estado y de visitar solo los países afectos a su régimen autoritario. El club de los dictadores puede ser muy aburrido. A los rusos no les va a quedar mucha opción de viajar o de consumir productos que antes tenían sin esfuerzo en sus tiendas. Muchos ya no tienen la posibilidad de tomar el sol en Marbella o salir de compras en las galerías de  Europa, ya no pueden ir al estadio a aplaudir a su equipo y silbar al Real Madrid, al Barcelona o PSG. Los días festivos se dedicarán al monótono divertimento de corear a Putin, banderita en mano, a pintarse la bandera rusa en las mejillas y pegar la "Z" en el capó de coche. Vivirán en un limbo patriótico que no diferirá mucho del que ven en la televisión, en los periódicos o en sus películas. Florecerán, eso sí, los mercados piratas de venta de vídeos sin estrenar o las copias de los partidos que alguien pueda sacar de internet.

Nosotros podremos seguir leyendo a Pushkin, a Dostoievski y a Tolstoi, a Turgéniev y a Chejov, a Gogol, a Lermontov, a Esenin, a Pasternak y a Alexander Solzhenitsyn, a mi querido Mijaíl Bulgakov, convirtiendo de nuevo en bestsellers libros como Doctor Zhivago y el imprescindible, Archipiélago Gulag, mediante los cuales entraremos en eso que se llamó siempre el "alma rusa", algo que a lo largo de la historia tuvieron y que con Putin al frente parece haberse diluido en la pura propaganda alrededor del boss ruso.

La paz no es natural; por el contrario, probablemente sea nuestro invento más exitoso, pero también el más frágil. Exige de la participación de todos, de la buena fe y de la confianza, algo que Vladimir Putin ha ido socavando día tras día desde hace años y no sabemos en qué estado o momento se encuentra. Evidentemente, a él no le afectan directamente todas estas cosas porque no creo que vaya mucho de compras o al cine. Afecta a millones de rusos, a los que aplauden y a los que no lo hacen. Putin quiere llevar a un orden internacional basado en la intimidación, en la amenaza, con el botón rojo cerca del dedo por si hay algo. No hay paz cuando solo se habla de hacer intervenir armas nucleares y demás lindezas. Ni paz ni descanso, pues se nos obliga a estar vigilando, en tensión constante.

Hemos comprendido que la paz se construye con cultura, viajes y turismo, con tiendas, con gastronomía, con libros... manifestaciones de la buena voluntad, de la confianza y del intercambio. Es una geografía de paz. Las otras posibilidades son ignorarse y, la más terrible, el conflicto, el elegido por Putin. Por ahora, es lo que hay.


Lamentamos todos mucho que los rusos se queden sin divertidos o interesantes programas de TV, sin partidos, sin vacaciones por Europa, etc. pero todo esto no es más que una pequeña factura en comparación con los que ven destruidos sus hogares y sus vidas, con los que tienen que enterrar familiares o cargarlos a la espalda para huir, con los cuatro millones de refugiados que han salido de Ucrania en apenas un mes, una ruptura del tiempo histórico y sentimental, un cambio en la geografía de la paz.

La última vez que Rusia puso un pie en el interior de Europa costó décadas que saliera de allí. Mucho tiempo de represión y autoritarismo tras un "telón de acero"  tras el que quiere volver a estar. Pero parece que Rusia añora su imperio y a sus súbditos bajo su bota.

Putin se ha condenado a la soledad; nosotros quedamos condenados a la vigilancia. Queremos que se retire de Ucrania, pero sería ingenuo pensar que ahí se acaba todo.  Putin ha matado nuestra inocencia.

 
* "Pelillos a la mar" Universidad Isabel I https://www.ui1.es/blog-ui1/del-dicho-al-hecho-historico-de-donde-viene-la-expresion-pelillos-la-mar