domingo, 25 de marzo de 2018

Ser o no ser de los datos


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Prácticamente no hay diario que no traiga en estos días algún tipo de reflexión o comentario, entrevista o columna, que no trate de datos, redes, inteligencia artificial, etc. Muchas de las cosas que se dicen no son nuevas, pero sí se escuchan con otra atención respecto a los últimos años.
Es, sin duda, la revelación —muchas veces mal explicada— de lo ocurrido con los datos sacados de Facebook lo que ha disparado la sensibilidad hacia diferentes objetivos en lo que podemos llamar la vida digital. Ha llovido mucho desde que el pequeño mucho digital de los ochenta, convertido en refugio de los que abominaban del sistema en la vida real, consideraban la publicidad como una blasfemia intolerable. Pero a mediados de los noventa la invasión era imparable y el pistoletazo de salida se dio cuando las entidades de crédito decidieron asumir el riesgo del pago y con ello crear un cibermercado.
El bello "Manifiesto por la independencia del Ciberespacio", firmado por el recientemente fallecido John Parry Barlow (ciberactivista y letrista del grupo norteamericano de rock Greateful Dead) el 8 de febrero de 1996, en Davos, cuyos párrafos finales anticipan los valores del futuro:

Vuestras cada vez más obsoletas industrias de la información se perpetuarían a sí mismas proponiendo leyes, en América y en cualquier parte, que reclamen su posesión de la palabra por todo el mundo. Estas leyes declararían que las ideas son otro producto industrial, menos noble que el hierro oxidado. En nuestro mundo, sea lo que sea lo que la mente humana pueda crear puede ser reproducido y distribuido infinitamente sin ningún coste. El trasvase global de pensamiento ya no necesita ser realizado por vuestras fábricas. Estas medidas cada vez más hostiles y colonialistas nos colocan en la misma situación en la que estuvieron aquellos amantes de la libertad y la autodeterminación que tuvieron que luchar contra la autoridad de un poder lejano e ignorante. Debemos declarar nuestros "yo" virtuales inmunes a vuestra soberanía, aunque continuemos consintiendo vuestro poder sobre nuestros cuerpos. Nos extenderemos a través del planeta para que nadie pueda encarcelar nuestros pensamientos.
Crearemos una civilización de la Mente en el Ciberespacio. Que sea más humana y hermosa que el mundo que vuestros gobiernos han creado antes.


Lo que no podía suponer John Parry Barlow es que los hijos digitales copiarían las prácticas de sus padres materiales y hasta crearían monedas virtuales, como el bitcoin. La guerra entre el mundo material y el idílico del ciberespacio la perdió el mundo digital cuando fue absorbido por la codicia, cuando millones de personas se preguntaban una a otras por todo el mundo: ¿cómo se le puede sacar dinero a esto?
"Esto" eran, por supuesto, las amplias estepas digitales que se abrían ante ellos. Y necesitaban las promesas del oro para avanzar. Los profetas del ciberespacio se transformaron pronto en los gurús del cibernegocio. Miles de empresarios se reunían en todas las partes del mundo para escucharles explicar las riquezas que les esperaban al otro lado de la pantalla de sus ordenadores.
Pronto se dieron cuenta que el dinero estaba en el comercio electrónico, que permitía ampliar el mercado a todo el mundo, en la desmaterialización de objetos (los medios digitales, por ejemplo, abandonando el papel) y en reunir usuarios alrededor de algún tipo de espacio virtual (las redes sociales). Hay otras fórmulas, pero estas fueron las principales.
Los espacios sociales han ido transformándose por la deriva masiva hacia la vida social digital. Al igual que muchas cosas que antes se hacían físicamente y ahora se hacen digitalmente (las propias administraciones nos obligan a ello), la vida social se ha transformado por la presencia de los distintos tipos de redes sociales, que han  buscado acercarse a nuestra necesidades e incluso crearlas.


Vivimos en ellas. Pero tienen como contrapartida la pérdida de la intimidad en dos sentidos, uno horizontal (estamos expuestos a los ojos de los demás), que da lugar a fenómenos negativos, como el acoso o la falsificación de identidades; el otro es vertical: somos observados, estudiados por aquellos que nos crean la pecera en la que vivimos.
En realidad les importa muy poco nuestra vida, pero sí nuestros hábitos y costumbres, nuestros gustos y aficiones, nuestra forma de relacionarnos, etc. Somos un campo de observación al servicio de intereses comerciales (vendernos algo) y políticos (manipularnos políticamente).
Los avances tecnológicos y las mejoras en la computación permiten extraer informaciones valiosas de nuestros "datos", es decir, todas las huellas que producimos con nuestras acciones. Ha sido un giro estratégico. Los datos han pasado de ser un problema a ser una importante materia de investigación. El giro, como muchas otras grandes ideas, es sencillo, una epifanía luminosa en la que se comprende el sentido de lo que se tiene delante.
 El diario ABC entrevista a Byung Chul-Han y titula «Estamos inmersos en una masa de datos que nos controla totalmente»:

Antes de que Facebook se convirtiese en el centro de todas las miradas y de que algunos usuarios empezasen a plantearse seriamente la conveniencia de eliminar sus cuentas, el pensador surcoreano Byung Chul-Han (Seúl, 1959), gurú del pensamiento contemporáneo y azote del llamado capitalismo digital, ya había advertido de que, en realidad, somos poco más que un puñado de datos fluyendo sin control por el ciberespacio. Somos, asegura, el producto final que se trocea, se comparte y, finalmente, se vende al mejor postor. «Se supone que un e-book, por ejemplo, está para que yo lo lea, pero luego resulta que el e-book me lee a mí e interpreta mis hábitos a través de algoritmos», señala el filósofo para sintetizar lo que él mismo denonima «dataísmo». O, dicho de otro modo, la sumisión del «sujeto soberano» a la avalancha de macrodatos que nos envuelve.*


El ejemplo del ebook es muy claro. El dispositivo de lectura está construido con una capacidad de conectarse a la red. Cuando nosotros descargamos libros para el e-book eso queda registrado, convirtiéndose en un indicador de nuestros gustos. Permitirá que nos ofrezcan pronto otras lecturas acordes con nuestros gustos. Pueden usar una estrategia de sugerencia diciéndome que otras personas que han leído lo mismo que yo se han decantado posteriormente por los que me ofrecen. Hasta aquí, la cuestión queda en los libros.
Pero las lecturas son una forma más profunda de conocimiento de las personas, ya que revelan muchos de sus aspectos, como los son muchos de nuestros gusto. La empresa que dispone de nuestros gustos lectores decide rentabilizar esos datos y —¿por qué no?— los vende a terceros. Esa nueva empresa se dedica a comprar los datos de otros campos también interesantes para describir nuestros hábitos, costumbres, gustos, preferencias... De todo ello, tras el tratamiento de los datos, van surgiendo perfiles, patrones de comportamiento que conectan unas cosas con otras y permiten dos cosas: que nos conozcan mejor (el conocimiento es poder) y poder manipularnos (el poder es poder).
Los datos se pueden seguir vendiendo pues no se agotan. Puede haber un momento en que haya un cambio social y haya que renovarlos, pero son eficaces para muchas cosas. Y sobre todo: son muy rentables para quienes no tienen límites en su uso.

Ahora se recuerda la intervención del despedido CEO de Cambridge Analytica, Alexander Nix, en la Web Summit de Lisboa en noviembre pasado. Sus palabras son analizadas con lupa:

¿Dijo la verdad cuando se dirigió a los cientos de asistentes que llenaban el patio de butacas? ¿O eran medias verdades? ¿Qué ocultaba bajo sus gafas? ¿Era consciente de que sus maniobras podían provocar un terremoto en el sector?
«La ciencia de los datos no es la panacea. Es imposible convertir a un mal candidato en un gran candidato de la noche a la mañana», señaló en una conversación con Matthew Freud, responsable de la influyente agencia de relaciones públicas Freud Communications y descendiente directo del mismísimo padre del psicoanálisis, Sigmund Freud.
El prestigioso diario digital portugués ‘Observador’ ha puesto el dedo en la llaga rememorando de forma exhaustiva su intervención en la capital del país vecino. Por ejemplo, ni se inmutó al ser cuestionado: ¿Traspasó usted alguna línea durante su trabajo para la campaña de Trump?
Su respuesta: «Creo que estas elecciones van a ser recordadas por muchas razones, algunas más controvertidas que otras. Prefiero pensar que la gente se va a acordar de ellas porque fueron las primeras verdaderamente orientadas por los datos. Fueron las primeras elecciones en las que el poder del análisis y de la previsión del ‘big data’ se usó para tomar decisiones como nunca antes había sucedido».**


En eso sí acertó plenamente: las elecciones van a ser recordadas. Él, la primera víctima, será quien mejor las recuerde. Pero no ha sido castigado por lo que ha hecho, sino por bocazas, por incontinencia verbal y presumir demasiado de lo que podía hacer.
De no ser por la importancia de su uso en el campo electoral norteamericano y la posibilidad de deslegitimar a Donald Trump por sus sucios trucos y connivencias, no estaríamos discutiendo esto. Por el contrario, se estarían cantando como cada día las excelencias del Big Data como motor de la economía.
La cuestión es compleja. Lo es porque las redes producen de forma natural los datos en cada etapa de cualquier proceso. La mayoría de esos datos eran obviados. Hoy han surgido empresas que, como Cambridge Analytica, se especializan en el tratamiento de los datos y en la extracción de información que sirve posteriormente para tomar decisiones y en la reducción de riesgos e incertidumbres.
El problema es que nuestra vida se ha digitalizado rápidamente y probablemente en exceso, aunque esto es una valoración. No hay duda de que hay grandes aspectos positivos, pero nos hemos convertido en más vulnerables precisamente porque no somos conscientes, por los automatismos desarrollados, de sus efectos.
Hasta hace unos días lo que se criticaba de las redes era el exceso de atención que recababan de nosotros, especialmente de los más jóvenes, que crecen inmersos en un mundo desconectado de otras realidades formativas. O nos preocupaba el almacenamiento de nuestros datos personales o el etiquetado de nuestras caras. Son aspectos muy evidentes para los que se desarrollan mecanismos legales. Pero cuando se incumplen las leyes o se violan los acuerdos comerciales, nos damos cuenta de lo expuestos que estamos y de los riesgos de la vida digital.


Lo cotidiano de nuestra vida digital tiene el agravante de la "normalidad", especialmente en aquellos que han nacido en estas formas de espacio social. Byung Chul-Han hablaba de que yo leo el libro, pero es el libro el que está sacando información de mí. Lo mismo ocurre cuando navego, exploro un periódico, hago compras online (o pago con mi tarjeta en la tienda), cuando juegas con tus amigos una partida,  buscas en Google, etc. De todo queda huella. Las mejoras en el almacenamiento y en el procesamiento, con unas velocidades mayores y unos algoritmos más precisos hacen que sea rentable para las empresas. Los datos se envían a las empresas dedicadas a este negocio y se dan los resultados para elegir las estrategias más eficaces en función del tipo de negocio. Y así acaban en la política.
Lo escandaloso del asunto es que es la política. Cambridge Analytica accedió de forma fraudulenta, gracias a la laxitud de los controles de Facebook (que sacó su parte), a información que daba información en el nivel macro (tendencias) y en el micro (personas), creando líneas de campaña y haciendo llegar a las personas contenidos que modificaran sus opiniones al encontrarlos predispuestos o dubitativos. Los indecisos son el blanco que puede padecer la presión mayor en cada elección, personas que reciben aquello que les hará inclinarse hacia un lado y otro.
Parte del problema es que nuestros perfiles se pueden reconstruir desde muy diferentes tipos de datos. Facebook es muy cómodo porque ofrece datos muy variados, pero podrían extraerse de otras fuentes o combinar varias.
Lo cotidiano se vuelve transparente. Muchos de los periódicos que se quejan de lo ocurrido con Facebook hacen lo mismo usando la información de nuestros accesos, que usan para la publicidad (o cualquier otra cosa). Sus departamentos comerciales pueden usarlos o, por qué no, venderlos a terceros. Leer un periódico deja huellas y son aprovechables.


El problema de las elecciones norteamericanas es solo uno. Otros son más peligrosos, como los países que están desarrollando sus propias plataformas digitales vendiendo que así no tendrán los occidentales sus datos. Es una maniobra de aislamiento y de control gubernamental que nos acerca a un totalitarismo digital de corte orwelliano.
Los etiquetados dan información de millones y millones de personas: dónde estás, a quiénes conoces, con quién te relacionas... Los sistemas de reconocimiento facial al final de los millones de cámaras instaladas en las calles nos identifican con solo caminar por las calles, ya no hace falta actividad digital; es el mundo el que está digitalizado. Todos nos obligan a descargarnos aplicaciones en los teléfonos para facilitarles la tarea, de tu banco a tu cine del barrio. Quieren saber cómo somos, dónde estamos, que hacemos... quiénes somos.
Al filósofo surcoreano le preocupa que seamos un flujo de datos. Nos empujan a serlo. La ingenuidad romántica de John Parry Barlow en su Manifiesto fue enorme: "Debemos declarar nuestros "yo" virtuales inmunes a vuestra soberanía, aunque continuemos consintiendo vuestro poder sobre nuestros cuerpos", decía. Nuestro "yo" digital está hoy más vigilado que el corporal; tiene menos soberanía y sus derechos son difusos en un mundo global y retorcido. 


El ciberespacio se colonizó a mediados de los 90 y desde entonces todas las fuerzas han intentado meternos dentro. No es malo en sí, pero sí peligroso si se convierte en parte de un observador Gran Hermano estatal o comercial y no se toman medidas de control más serias y eficaces. Sería un error pensar que solo es cosa de Facebook. Todos recogen datos de nosotros y desde hace mucho. La cuestión es quiénes y que hacen con ellos.
Muchas veces nos cuentan que gracias a estos procedimientos se podrán curar enfermedades, mejorar muchas cosas, etc. Y es verdad, son fuente de investigaciones que pueden tener hermosos y útiles fines. Pero el problema no son ellos, sino los otros, aquellos que los piden para una cosa (como el psicólogo de Cambridge) y luego los usan para otra. O los que simplemente no sabemos que los tienen y los usan, venden y revenden sin escrúpulo alguno.
El mandato del escrito en el templo de Apolo en Delfos decía "¡Conócete a ti mismo!". Hoy, nos dicen, nadie nos conoce mejor que quienes acceden a nuestros datos, mejor que nosotros mismos. Y eso tampoco es bueno.


* Byung Chul-Han «Estamos inmersos en una masa de datos que nos controla totalmente» ABC 25/03/2018 http://www.abc.es/tecnologia/abci-estamos-inmersos-masa-datos-controla-totalmente-201803250339_noticia.html
** "Alexander Nix, CEO de Cambridge Analytica: «Los datos que poseemos son benignos»" ABC 22/03/2018 http://www.abc.es/tecnologia/redes/abci-alexander-cambridge-analytica-datos-poseemos-benignos-201803222235_noticia.html




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