miércoles, 4 de octubre de 2017

El derecho a sacar al perro

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Si una parte de la sociedad catalana cree que se puede librar fácilmente del monstruo que están creando, se equivocan. En el periodo que va desde 2011 en España (otros países tienen sus fechas propias similares) se ha contemplado el ascenso de grupos cuya forma de actuación es destructiva. La fuerza, para ellos, se demuestra en la calle. No hay otra cosa.
En España ya teníamos la experiencia que recordaba Fernando Savater hace unos días en el diario El País*. Contaba cómo tuvieron que fletar un autobús para recorrer toda la geografía española explicando la terrible vida de las personas que eran víctimas del acoso, el insulto y la violencia en calles, colegios, universidades, etc. perseguidos por no plegarse al pensamiento impuesto, las doctrinas nacionalistas.
Estos grupos fascistas desarrollaron una idea y una práctica, la de la "kaleborroka", una táctica de acoso callejero heredada de los camisas pardas y realizada sobre los que se oponían a sus ideas. Estos grupos, mediante la violencia sobre las personas, trataban de dejar el País Vasco en manos de una extraña alianza entre burguesía nacionalista e izquierda revolucionaria, basadas ambas en una idea de sangre desarrollada como concepto teórico a la sombra de pedagogos, curas e historiadores afines a las ideas racistas del siglo XIX. Al final consiguieron que muchos tuvieran que abandonar su tierra acusados de ser "españolistas", insulto terrible.


Cuando a los grupos violentos les dio en 2011 por acosar a las personas en distintos sitios de España (Cataluña entre ellos), le pusieron un extraño nombre, el de "escraches", creyendo así que lo importaban de la Argentina. Empezaron a intimidar, escupir, zarandear, etc. a las personas que ponían en el punto de mira. A lo físico, seguía la persecución mediática y en redes sociales, denunciada por muchos. Muchos quedaban temerosos de decir lo que pensaban porque, aunque la ley les diera derecho, ellos se lo retiraban. 
La calle era suya y el Derecho también, pues consideraban que las instituciones no eran más que prolongaciones de bancos y militares, de multinacionales y conspiradores capitalistas; todas estaban regidas por corruptos. Era como estar todos los días tomando la Bastilla y afilando la guillotina, como levantar cada día cadalsos y picotas. Ellos eran jueces, jurados y verdugos amparados, como siempre, en ese Fuenteovejuna tan español y que sirve para tirar la piedra y esconder la mano. En grupo, todo vale.


Fernando Savater no tenía necesidad de mostrar su talante democrático. Sin embargo, el hecho de oponerse a ellos implicaba la calificación inmediata de "fascista", uno de esos rescoldos de su nostalgia por la lucha antifranquista, que tanto echan de menos. Así son sus fantasías, delirios de revolucionarios de pacotilla, autoritarios de vocación.
La creencia de que lo que había pasado en el País Vasco no podría ocurrir en la "civilizada Cataluña" está empezando a mostrarse como un error de percepción. La violencia está ahí y busca rentabilizarse para atraer las miradas o, como dijo Puigdemont, el "respeto de  Europa", lo que muestra claramente sus limitaciones en diversos órdenes.


Me ha resultado impactante lo cotidiano de la experiencia de la directora de cine Isabel Coixet, otra catalana, nada sospechosa de nada, sino de querer ser ella misma, que es la máxima aspiración en la vida. Por eso da miedo pensar en estas calles convertidas en juzgados. Escribe Isabel Coixet:

Escribo esto con la cara encendida. No de vergüenza, sino de rabia. Dos individuos con banderas esteladas atadas al cuello me han increpado gritándome en la puerta de mi casa llamándome "fascista"..."¡debería darte vergüenza!". Yo bajaba a pasear al perro y a reciclar plásticos y al principio, como era temprano y estaba medio dormida porque no he pegado ojo en toda la noche, no creí que hablaban conmigo y he seguido mi camino. Seguían gritándome y me he vuelto con una tranquilidad que aún ahora dos horas después me asombra y les he dicho: "¿Pero no os da a vosotros vergüenza decirme esto a mí sin conocerme?". Han continuado con sus gritos. El perro tiraba de mí. Me he alejado.
He tirado los plásticos al contenedor. He continuado caminando en shock. Poco a poco, una rabia sorda, malsana se ha apoderado de mí. Desde hace meses, años quizás, si contamos el momento en que firmé el manifiesto del Foro Babel (que pedía un bilingüismo real), los insultos y las descalificaciones a los que, como yo, no seguimos el pensamiento único del independentismo y manifestamos nuestro desacuerdo han sido constantes. Y estos últimos meses el odio que hemos suscitado está alcanzando cotas inusitadas.
Hasta ahora, se circunscribían al linchamiento mediático y yo personalmente las resolvía no teniendo Facebook ni Twitter (este último me lo hackearon, igual que me han hackeado mi WhatsApp atribuyéndome un texto que yo no he escrito), aunque siempre hay alguien que te cuenta la marea negra de basura que te echan encima, pero esta es la tercera vez que me gritan fascista en lo que va de semana (la primera que contesto) y hay algo en mí que se está rompiendo. Me doy cuenta con una claridad espeluznante que, pase lo que pase, no hay sitio para mí ni para nadie que se atreva a pensar por su cuenta en este lugar que me ha visto nacer, que hoy será esto, ayer fue el insulto a gente de mi familia, anteayer, a amigos cuyos amigos critican sin ambages que sigan considerándonos amigos y mañana será algo peor.**


Algunos pensarán que es una anécdota. Pocos han movido un músculo institucional en estos años en los que llevar la contraria al nacionalismo doctrinario y callejero suponía no poder salir a pasear al perro. 
Se habla mucho del referéndum, pero poco, en cambio, de los que han vivido callando por temor a que hablar les pusiera en el punto de mira de aquellos a los que les molesta que pienses de otra forma. También los casos  de queja son clamorosos.
Isabel Coixet padece ahora lo mismo que Fernando Savater y muchos otros padecieron en el País Vasco es esta escandalosa muestra de sedición a la brava que las autoridades catalanas están gestando, llevando al conjunto de la sociedad hacia el abismo. Nadie ha visto algo así en Europa y menos en la Unión Europea.
La Unión Europea es precisamente un antídoto contra el nacionalismo, que es lo que no han querido entender estos burdos románticos decimonónicos, creyentes en el vínculo entre el suelo y las raíces que a algunos les surgen de las plantas de los pies. Con la Unión, Europa esperaba deshacerse de los visionarios de la pureza de la sangre que tanta han derramado en dos siglos de productividad teórica. Es la lengua la que le concedió a la Alemania nazi el "derecho" a invadir Austria; es la lengua lo que le ha concedido a la Rusia de Putin la excusa para anexionarse Crimea y quedarse con parte de Ucrania.  A Isabel Coixet la atacan por pedir bilingüísmo. es decir, para que se hable castellano y catalán y no que se persiga al primero como idioma "opresor" o "colonial". Los ejemplos de los males del nacionalismo se pueden multiplicar.
En el final de su artículo de desahogo, Coixet tiene una petición desesperada:

Mientras pienso todo esto, me voy tranquilizando y veo que, después de todo esto es una insignificancia; que ahora mismo en el mundo hay hombres y mujeres sufriendo toda clase de bajezas, calamidades y humillaciones espantosas. Que el mío, el de otros como yo, es un problema del primer mundo. Recurro, como en muchas ocasiones, a minimizar lo que me pasa para no alimentar más el monstruo del odio que no me haría diferente de los que me insultan. Nunca creí que el precio a pagar por decir con respeto y con honestidad lo que uno piensa iba a ser tan alto. Y sin embargo, no cambiaría por nada esta seca y silenciosa tierra de nadie en la que me hallo, en la que sé que muchos nos hallamos, en la que no suenan himnos ni gritos ni proclamas, en donde el aire solo mueve banderas blancas que susurran al viento "socorro" con la vana esperanza de que alguien, en algún lugar, alguna vez, antes de que sea demasiado tarde, las escuche.**

No hay que odiar, efectivamente; pero tampoco te deben tomar por tonto. El nacionalismo lo hace muy frecuentemente. Es la víctima eterna en los traspiés; el héroe glorioso en sus logros. Llevan décadas diciendo lo que quieren y quejándose de que no les dejan decirlo. Ningún país consentiría que sus representantes fueran insultando a su propio Estado. España sí. Las giras de Artur Mas por el mundo no tenían otro objetivo.
Sí, efectivamente, nuestro problema es del "primer mundo", pero con un enorme e intransigente anacronismo. Es de un "primer mundo" viejo y gastado, aburrido de deslealtades, de insultos y jeremiadas. Son los ricos que quieren ser más ricos ignorando que la propia Europa es solidaria para alcanzar una igualdad que ellos, los nacionalistas sediciosos, rechazan. Ese es su argumento, efectivamente, de insolidaridad, además de incierto.


Hoy Cataluña ha tenido una "huelga general", otro ejemplo de convivencia y democracia a la brava. Poco a poco, la sociedad catalana responsable se dará cuenta de que debe, como Coixet, expresar su rabia ante la pérdida de los derechos constitucionales y estatutarios a manos de matones callejeros e intimidadores variados. Acabarán cogiendo, como Savater, ¡qué remedio!, el autobús para explicar el acoso y romper el cerco de silencio.
Hasta el momento, la presión sobre la mitad de la población de Cataluña ha sido constante e intimidatoria. Frente a los golpes propagandísticos, bien organizados por el gobierno catalán para causar la "pena universal", la cotidiana evidencia del acoso y la intimidación, la ruptura del orden legal.
Hoy empiezan a elevarse voces por Europa y Estados Unidos aclarando la fantochada del referéndum y la vulneración de las leyes. Puede que muchas de estas cosas dejen en evidencia al secesionismo precisamente por haber requerido más atención. Las leyendas para consumo interno no funcionan bien en el exterior. El nacionalismo tendrá que buscarse otro dragón, porque España es desde hace mucho, un país de libertades y derechos. Solo el nacionalismo catalán es claramente colonialista, como bien saben sus vecinos del sur.
Muchos descubren que sacar al perro sin que te insulten es una garantía que, hoy por hoy, el gobierno de Puigdemont, no concede.


* Fernando Savater "El escudo de la libertad" El País 1/10/2017 https://elpais.com/elpais/2017/09/26/opinion/1506427131_090762.html

** Isabel Coixet "Tierra de nadie" El país 3/10/2017 https://elpais.com/elpais/2017/10/03/opinion/1507044965_792324.html





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