Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Pearl
S. Buck, la escritora norteamericana —ganadora del Premio Nobel y del Pulitzer—
fue probablemente la mayor difusora de la cultura de China por el mundo. La
milenaria China buscaba un modelo para avanzar, puso sus ojos en el país recién
creado, en los Estados Unidos de América con quien estableció unos lazos
peculiares. Parte de la intelectualidad nacionalista china veía en los Estados
Unidos ese modelo desde el que abordar la modernización. La civilización en
activo más antigua de la tierra, China, se miraba en el país nuevo, sin
tradiciones, que proclamaba la democracia como valor y la innovación como forma
de vida. Desgraciadamente, los norteamericanos veían en China bastante menos de
lo que los chinos veían en Estados Unidos.
Las
novelas de Buck fueron una visión distinta de China para todo el mundo. No eran
tópicos racistas, sino la demostración del amor hacia un pueblo y una tierra a
la que admiraba en muchos sentidos y en la que se había criado. Llegó con
apenas tres meses de edad, en 1892, junto con sus padres, misioneros
presbiterianos. Vivió cuarenta años de su vida en China, los más cruciales del
país, los que van de la caída del sistema de dinastía Qing, sigue con la República
en 1912 y acaba con la fundación en 1949 de la actual república. La China en la
que creció Pearl S. Buck padeció todo tipo de desastres con invasiones y
guerras civiles e internacionales, hasta que el 49, finalmente Mao Ze Dong se
hizo con el poder.
Las
novelas de Buck han sido muy populares y creo que todavía sirven para
comprender la China que vivió, depositaria de tradiciones y culturas muy
antiguas. Penetró en el centro sentimental del país y supo ver su unidad y sus
diferencias, creando personajes memorables, vivos, allí donde otros eran
incapaces de diferenciar a unos de otros.
Ha caído en mis manos un sorprendente y apasionante libro,
"Asia", en el que se recogen algunas conferencias y artículos
especialmente durante el periodo de la II Guerra Mundial. A través de ellos,
Buck disecciona las relaciones entre ambos países, pero también hace una
crítica profunda de una serie de circunstancias norteamericanas que son de
plena actualidad.
Me
gustaría centrarme solo en algunos aspectos que deberían servir de reflexión en
estos tiempos en que los peores fantasmas del pasado aparecen con una
escandalosa naturalidad entre nosotros.
El
primero de ellos tiene que ver con el racismo y el imperialismo. En el primer
artículo recogido ya se plantea con dureza el problema del "hombre
blanco" y de su desprecio hacia el otro y de la justificación del
colonialismo. Las observaciones se hacen todas ellas en el contexto del debate
sobre la alianza de China con los Estados Unidos y demás países que luchan
contra el "Eje", esencialmente la Alemania de Hitler y el Japón imperial.
Se trata de mostrar el recelo de la participación china junto a los que han
sido las potencias coloniales —Inglaterra, sobre todo, pero Estados Unidos con
Filipina, Francia con Indochina, etc.— que han dejado toda una serie de
prevenciones ante su actitud.
Escribe
Buck en el texto titulado "La yesca que puede prender en lo futuro",
publicado inicialmente en 1932 y que usará en 1942 para un discurso en plena
guerra.
Alemania ayuda al Japón en la tarea de
fomentar el odio de raza en Malaya, la India y Filipinas, afirmando que los
intereses de Asia la ligan al Imperio del Sol Naciente y no a Inglaterra y los
Estados Unidos. La propaganda japonesa sostiene una y otra vez en mil formas
distintas: «Los pueblos de color no pueden abrigar la menor esperanza de
justicia e igualdad por parte de los pueblos blancos a causa del inalterable prejuicio
de raza que éstos sienten contra nosotros».
Sería mucho mejor para nosotros si nos
diéramos cuenta del peligro que encierra la propaganda japonesa. La verdad es
que el hombre blanco ha actuado a menudo en Oriente sin sentido común ni
espíritu de justicia en lo que concierne a su prójimo de color. Y es algo más
que insensatez, es «peligroso» hoy, no reconocer la verdad, pues en ello está
la yesca que puede encenderse mañana.
¿Quién puede ponerlo en duda cuando se ha
visto a un policía blanco pegar a un coolie en Shanghái, a un marinero blanco
dar un puntapié a un japonés en Kobe, a un capitán inglés azotar con su látigo
a un vendedor hindú? ¿Quién de nosotros, tras de haber presenciado semejantes
escenas orientales u oído el acostumbrado hablar despectivo del hombre blanco
en un país de gente de color, puede olvidar el terrible y amargo odio que se
refleja en el rostro del nativo y el brillo que aparece en sus oscuros ojos? ¿Quién
de nosotros puede ser tan estúpido como para no ver el futuro escrito en esas
expresiones? Una de las estupideces humanas más peligrosas es la de la raza
blanca que alimenta el prejuicio, sin base alguna, de que la más ruin de las
criaturas blancas puede despreciar a un rey si la piel de éste es oscura. ¡Qué
fácilmente podría ser curada esta estupidez, sin embargo, si se limitara al
ruin! Pero entre nosotros, aun aquellos que son inteligentes y honrados se
muestran a veces tan ciegos como el ruin.
Una de
las más intensas creencias que existen es la falta de credibilidad de la causa
democrática más allá de las fronteras occidentales. Japón usaba el colonialismo
anterior demostrado por las potencias europeas en Asia (las Guerras del Opio en
el caso de China y las imposiciones posteriores) para convencer a los demás
países de la zona de que nunca les iba a llegar la libertad de la mano de los
colonialistas "blancos".
Las escenas
que Pearl Buck describe, nos dice, se pueden ver por toda Asia, allí donde el
"hombre blanco" se encuentra con el "hombre de color". Son todas
demostraciones de arrogancia y desprecio, de autoritarismo y de falta de
interés en ellos. La propaganda japonesa y alemana tiene un fácil camino de
penetración en aquellos que han padecido desprecio, violencia y explotación.
Esta
idea la tenemos hoy en el caso de Oriente Medio, zona en la que nadie cree en
el discurso norteamericano sobre la democracia. Obama, que representó una
esperanza, quemó los últimos cartuchos. Las personas que tratan de establecer
una democracia en los países árabes temen acercarse porque la propaganda de los
islamistas es siempre la misma: Occidente busca destruirlos. Los ejemplos,
claro está, siempre vienen del pasado. Y el pasado es colonial. Da igual cómo
haya sido; siempre ha sido colonialismo.
La
crítica va a las raíces del problema de la democracia norteamericana, al
"pecado" que otros intelectuales, de Twain a Robert Penn Warren,
consideraron una traición a la idea fundacional norteamericana: el racismo.
[...] ¿estamos capacitados para convertirnos
en guías de la democracia? ¿Qué es esa división entre nuestra creencia en la
democracia para todos y nuestra práctica de la democracia sólo para algunos?
No se trata de hipocresía. Los
norteamericanos no somos hipócritas, excepto en las cosas de poca monta.
Preguntad a un sencillo norteamericano si cree honestamente en la igualdad, en
la justicia y en la concesión de derechos democráticos a todos. Pero pedidle a
continuación que os diga algo sobre el hombre de color, y entonces no daréis
crédito a vuestros oídos. Diríase que no era el mismo hombre el que contestaba.
No, el hombre de color, a lo que parece, no puede recibir idéntico trato que el
blanco. «¿Por qué?», preguntaréis. El norteamericano blanco se rasca la cabeza
y responde: «¡Qué sé yo! Las cosas son así». Ni que decir tiene que estas
palabras producen un gran regocijo a nuestro actual enemigo el Japón.
¿Qué es lo que sucede con ese norteamericano?
La respuesta es obvia. Padece lo que en psicología se denomina un
desdoblamiento de la personalidad. Su interior está formado por dos
norteamericanos distintos. Uno de ellos es benévolo, amante de la libertad y
justo. El otro puede o no ser benévolo, pero ciertamente no es demócrata en su
postura racial, y en esta cuestión arroja por la borda la justicia y la
igualdad humana tan por completo como lo haría un fascista.
La
pregunta inicial es esencial porque la democracia ha pasado a ser una palabra
con un sentido dentro y otro fuera. En el caso del racismo, como señala el
ejemplo de Buck y los periódicos que vemos hoy es la negación de la igualdad
dentro. Los apoyos a Trump por parte de los "supremacistas blancos"
es un claro ejemplo de que los males señalados regresan o simplemente estaban
ocultos.
El
discurso hoy se ha hecho mucho más cínico. Hoy no se habla de democracia; solo
se habla de "intereses". Parte del problema de Oriente Medio es la
política llevada a cabo por las potencias apoyando regímenes despreciables por
el simple hecho de ser el mal menor o de que buscan ampara frente a los
enemigos. No se lleva la libertad sino que se arma y ampara al que más
interesa. No son solo los Estados Unidos; Rusia juega la misma baza, como vemos
en Siria. Turquía se dedica ya a lo mismo. El rasgado de vestiduras de cuatro
países autoritarios frente al terrorismo y Qatar es casi un chiste viniendo de países
altamente represivos. Arabia Saudí quejándose es realmente ridículo, cuando es
el mayor exportador de teocracia y
radicalismo de la zona. Pero ya no se lucha por las libertades sino por evitar
que otros interfieran en las dictaduras propias. Se ha hecho siempre, sí, pero
nunca han reclamado el aplauso considerándolo como bien general.
El
artículo de Buck tiene que ver con algo que en estos tiempos —Trump es solo la
culminación— ha dejado de preguntarse. Se trata de la "autoridad
moral". No es otra la pregunta sobre si Estados Unidos está capacitada
para "llevar la democracia", una democracia que en su propia casa
hace discriminaciones con las personas distinguiendo si son blancas o no. Buck
es rotunda.
En un
segundo artículo, publicado en 1942, "¿Por qué luchamos en Oriente?",
vuelve a hacerse preguntas morales sobre el sentido de la guerra para cada uno
de los que intervienen. Los motivos norteamericanos —salvar su forma de vida—,
no dice, no puede ser suficiente reclamo para lograr aliados en Asia. No todos
luchan por lo mismo, porque no todos tienen lo mismo. Los países asiáticos
pueden estar debatiéndose entre un colonialismo occidental y uno japonés, por
ejemplo, pero que eso no les va a reportar ningún beneficio de futuro.
Escribe
Pearl S. Buck:
[...] la complejidad en los fines de guerra
puede resultar desastrosa en los actuales momentos. Todos deberíamos ser
capaces de establecer de una manera concreta y precisa qué pretendemos de esta
guerra. Entonces podríamos realmente luchar con todo el corazón y estar seguros
de que lo hacemos por el bien común. Tal como están las cosas hoy, nuestros
aliados de color, que son la mayoría por muchos millones, sienten en lo más
profundo de su espíritu una secreta turbación.
No lucharán por nosotros a menos que se
convenzan de que lo hacen por su libertad tanto como por la nuestra, por su supervivencia
tanto como por la nuestra. Porque si nosotros podemos sentirnos libres después
de la derrota del Eje, a ellos no les sucederá lo mismo. Tienen un pasado que
recordar y que vencer.
La cuestión de los fines de guerra no es,
como pudiera creerse, un asunto baladí. Nos parece de una gran complejidad
porque esta guerra es en sí misma enormemente compleja. Ignorar la verdadera
naturaleza de la misma es correr el riesgo de la derrota.
De
nuevo, la escritora lleva al terreno moral, de las libertades y la igualdad, el
sentido de la guerra. Lo demás es entrar en el mundo egoísta de los intereses
coloniales. Cada país puede tener sus propios intereses, pero solo la libertad igualitaria
es un bien que no admite discusión, absoluto. O se beneficia de él lo que menos
libertades tienen o la guerra será imperialista.
Es
interesante cuando se plantea que las diferencias económicas entre unos países
participantes y otros son enormes. No es esa la cuestión, que depende de muchos
otros factores. La libertad y la igualdad son el centro. Con ellas, los pueblos
pueden prosperar.
El
artículo se cierra con una declaración clara: «El
grito es: libertad para todos, libertad e igualdad humanas. Haríamos bien en
proclamarlo mientras sea tiempo, mientras seamos un pueblo libre».
Esta misma idea es la que desarrollará en el tercero
de los textos, titulado "Libertad para todos", un discurso
pronunciado en Nueva York, el 14 de marzo en el Waldorf-Astoria, con motivo del
India-China Friendship Day. Buck ve
la celebración de lo que será en el futuro dos enormes democracias, la de los
países más poblados del mundo, sujetos a restricciones del colonialismo, de
enormes desigualdades y discriminaciones. La guerra solo tendrá sentido si esos millones y millones de
personas consiguen lo que es privilegio de unos pocos.
Libertad para todos; tal ha de ser el
significado de esta guerra; si no, no tiene ninguno. ¿En dónde está el frente?
El frente se halla donde hombres y mujeres amantes de la libertad luchan contra
los que sólo lo hacen por sí mismos, por su propia raza, por su propio
engrandecimiento, por su propio poderío, a expensas de los otros seres
humanos. Pero yo abrigo grandes
esperanzas para lo futuro. Se avecinan espléndidas jornadas. Pronto se llegará
a comprender lo que significa la tiranía, para a renglón seguido deducir lo que
la democracia debe ser. La democracia es la completa libertad; libertad
política combinada con la libertad de la igualdad humana. Así la India, en
cuanto sea libre políticamente, abolirá las grandes desigualdades humanas que
existen entre sus gentes y establecerá la libertad para todos, si es que desea
ocupar un lugar adecuado en el mundo nuevo. Nosotros, los norteamericanos, hacemos
exactamente lo mismo que la India. Nuestro pueblo goza de libertad política,
pero no de equidad humana. Nuestra guerra civil abolió la esclavitud, pero no
nos dio la libertad humana. El pueblo de China goza de libertad humana, pero no
de libertad política.
Todos pertenecemos a democracias parciales,
no podemos estar seguros de la victoria hasta que no logremos que lo sean
completas: ¡Qué enorme lucha! ¡La más noble que la mente humana ha concebido es
la que se sostiene para que el pueblo sea libre! Y si las personas han de ser
libres como seres humanos, entonces deben ser todas iguales.
Una
cosas son los deseos y otra las realidades que toman forma en el tiempo. Los
resultados de la II Guerra Mundial fueron muy diferentes a los que la escritora
pensaba. Pero lo que ella manifestaba eran deseos y compromisos. Si no existían,
y en eso tenía razón, el desastre sería enorme. La guerra en sí no trajo mucha democracia. Los que la tenían clara,
siguieron con ella; Otros la perdieron en la Guerra Fría y algunos la están
esperando todavía. Muy pocos la consiguieron. Demasiados muertos, mucha
destrucción.
El
siguiente texto tiene por título "Las mujeres y la victoria". Si los
hombrees hacen las guerras, las mujeres deben trabajar en la paz. Buck comienza
mentalizando a las mujeres sobre un problema que se va a plantear con el
regreso de los soldados. En las décadas siguientes va a haber un desequilibrio
importante entre el número de hombres y mujeres. Las mujeres serán más y el
matrimonio no será la salida habitual. Buck hace un llamamiento a que las
mujeres aprovechen para dar el salto, sin prejuicio ni tristeza, hacia el mundo
del trabajo. Y no de cualquiera trabajo, sino de aquellos en los que las
mujeres puedan mejorar el mundo ante la incapacidad de los hombres.
Uno de
los campos que considera especialmente necesario que sea ocupado por las
mujeres es el de las relaciones internacionales, el entendimiento entre los
pueblos. Los hombres han demostrado ser buenos elevando barreras, discriminaciones,
las mujeres son buenas estableciendo uniones.
La
actualidad de los problemas de la inmigración en los Estados Unidos de Trump
hace resaltar estos párrafos:
¿Cuántas americanas saben que las leyes de
inmigración son más estrictas con los chinos que con los japoneses? Un chino de
elevada posición me dijo el otro día que si modificáramos nuestras leyes de
inmigración que fijan el cupo de inmigrantes chinos, aunque el cupo se
aumentara tan sólo en unos cuantos centenares cada año, la impresión que esto
produciría en China sería enorme. He aquí algo que deben tener muy en cuenta
las mujeres.
En uno de nuestros Estados no les está
permitido a los niños chinos asistir a la escuela de los niños blancos. Los
chinos han protestado, pero de nada les ha servido su protesta. ¿Por qué?
Algunos dicen que a causa de que saben que muchos niños son dependientes de
tiendas de comestibles. Pero en los grandes almacenes de comestibles
pertenecientes a hombres blancos no dejan intervenir a los chinos en el
negocio, manteniéndolos en condiciones desventajosas.
No es conveniente establecer diferencias
entre nuestros ciudadanos; pero ampliar estas diferencias hasta excluir a los
hijos de nuestros aliados de nuestras escuelas, es amenazar nuestra unidad en
el esfuerzo bélico. Y estad seguras de que todas esas injusticias son conocidas
en el extranjero, no sólo por nuestra aliada China, sino también por nuestro
enemigo el Japón. Estas injusticias han penetrado en el espíritu de los hindúes
y han turbado a millones de ellos. Y ahora se preguntan a sí mismos si también
los norteamericanos son un pueblo imperialista dispuesto a dominar a los
pueblos de color.
¿Y qué hay sobre las relaciones entre árabes
y judíos, entre los rusos y nuestro propio pueblo, entre las colonias africanas
y sus gobernantes, y también entre los distintos grupos de nuestro propio país?
De nuevo
la denuncia de la discriminación interna. La falta de sentido de la igualdad
con los propios aliados es sembrar los problemas futuros, pero sobre todo —como
veíamos en los textos anteriores, una lacra moral, un vicio que destruye los
fundamentos de la democracia y las libertades.
Hoy
asistimos a medidas discriminatorias de este tipo, a estigmatizaciones de
pueblos enteros. Los que jalean a Trump piden medidas de este tipo o recriminan
al que habla otro idioma diferente al inglés dentro de sus fronteras. El
"America First" solo puede ser masculino.
El mundo aguarda precisamente lo que nos
corresponde dar. No hemos de temer la competencia del hombre en el campo de las
relaciones humanas, puesto que hasta la fecha no se ha hecho nada en este
sentido. Nuestros asuntos internacionales han sido dirigidos exclusivamente por
las mentalidades de tipo mercantil de nuestros hombres de negocios.
La
mujer pasa a ser la alternativa a la nefasta política llevada hasta el momento,
que ha sido desarrollada por los hombres. Para cumplirla, Buck hace un
llamamiento a las mujeres; deben buscar la educación, aprender para poder
cumplir estas metas que requerirán esfuerzo y formación. Dice Buck: «Todo esto
es asunto nuestro, de las mujeres. En realidad, todo lo que es humano es asunto
nuestro.» Lo inhumano
es la guerra, la discriminación, la humillación del otro, las desigualdades... La mujer tiene otro sentido de la injusticia.
Su sueño final, su llamamiento sigue siendo válido
casi en todas partes, pero especialmente allí donde existe la gran
discriminación universal, que es la del género:
Pensad en grande con la vista puesta en el
mañana, mujeres inteligentes y de cultura; pensad en grande, maestras de las
mujeres del porvenir. El mañana nos exige pensar en grande porque grandes son
las cosas que hay que hacer. A despecho de lo que sientan y de lo que deseen,
las mujeres harán del mañana lo que quieran. Si piensan demasiado en pequeño,
las mujeres pueden convertir el mañana en un desastre personal y una calamidad
nacional.
Pero si las mujeres piensan en grande, pueden
obtener en todo el mundo la victoria de la paz.
La
validez de los discursos de Pearl S. Buck, más allá de la Historia, está en su
reivindicación moral de la política y el deseo de una "libertad para todos"
que permita la igualdad real. Cuando algunos tratan de convencernos que se
puede llamar "aliados" a estados que practican la represión e imponen
la desigualdad se está ignorando el principio moral de que esa alianza se
establece para que los pueblos avancen en sus libertades y no para reforzar las
tiranías que los oprimen.
Si tu
aliado oprime a su pueblo, lo estás oprimiendo tú. Eres cómplice de esa
opresión. La idea de la libertad para todos se ha perdido ante el avance de
pragmatismo más cínico. Se puede abrazar tiranos, dictadores cruentos,
déspotas, etc. solo por un buen contrato de gas o petróleo, porque te dejen
pescar en sus aguas o te produzca algún beneficio.
Eso es
tener poca altura moral, pervertir los principios de las libertades y sostener
la injusticia. Los escritos de Pearl S. Buck son muy inspiradores en esos
apartados. No tuvo problema en criticar lo que consideraba una perversión de su
propio país.
Amó profundamente una China en la que creció viendo el dolor y el horror de guerras e invasiones. Quería a su país y por eso quería que fuera mejor, que se librara de sus lacras. Sobre su lápida en una granja en Green Hills Farm, en Perkasie (Pennsylvania), está escrito su nombre, 賽 珍 珠 Sai Zhenshu, Pearl S. Buck.
No quería la comodidad de una libertad propia, sino que la quería para todos.
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