Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Es como
si, subidos por primera vez sobre una tabla de surf, intentáramos deducir los
principios sobre los que se funda nuestro inestable deslizar. Algo así ocurre
con nuestra experiencia sobre la tabla de la Historia, acelerada esta vez por
el fenómeno de las Nuevas Tecnologías globales de la Comunicación. Pasan muchas
cosas, pasan muy deprisa y la experiencia que extraemos cada vez sirve menos
para enfrentarse a un futuro inmediato. Todo cambia con demasiada rapidez como
para hacernos sabios. Nuestra eficacia especulativa decrece con la velocidad e
intensidad de los cambios. De ahí la proliferación de futurólogos y gurús en el
campo de la evolución social. ¿Dónde vamos y de qué nos sirve la experiencia
acumulada?, pasan a ser las dos preguntas claves.
Thomas L. Friedman, el columnista de The New York Times, recupera la figura de Wael Ghonim, el
ejecutivo egipcio de Google que desencadenó con su página de Faceebook la
revolución en 2011 en Egipto. Los hace a través de un interesante artículo,
"Social Media: Destroyer or Creator?", en el que se pregunta sobre
los efectos de la ola sobre la que cabalgamos ya por la Historia:
Over the last few years we’ve been treated to a
number of “Facebook revolutions,” from the Arab Spring to Occupy Wall Street to
the squares of Istanbul, Kiev and Hong Kong, all fueled by social media. But
once the smoke cleared, most of these revolutions failed to build any
sustainable new political order, in part because as so many voices got
amplified, consensus-building became impossible.
Question: Does it turn out that social media is
better at breaking things than at making things?*
Creo que nos hemos hecho esa pregunta muchas veces estos
años al hilo precisamente del caso egipcio, que ha tenido aquí atención
preferente. Las conclusiones a las que llegan Friedman y Ghonim son muy
parecidas a las que hemos señalado y también a las que muchos otros han
llegado. Con la perspectiva que va dando el paso del tiempo, las ideas se van
asentando. La cuestión es si es útil para el futuro o son estas ideas las que lo
condicionan de forma inevitable.
Los medios sociales han sido capaces de provocar grandes
reacciones ante situaciones, tienen un enorme poder de convocatoria, son
explosivas, pero su capacidad de construcción —una segunda fase— es
inmensamente menor. Quizá este efecto tenga su explicación en su misma naturaleza
y que tengamos que redefinir no solo los canales sino sus capacidades para
poder usarlos con inteligencia. Sin embargo, el fenómeno de los medios sociales
es más "emocional" que "inteligente" por su propio diseño.
Por mucho que hablemos de "inteligencia emocional" y de
"inteligencia colectiva", lo cierto es que siempre hay un "inteligente
cero" (por analogía a la idea de "paciente cero" en las
epidemias), es decir, un punto en el que algo comienza. En nuestro caso es
evidente que esa "inteligencia cero" fue la de Wael Ghonim.
Así describe lo ocurrido entonces, contado por Thomas L.
Friedman:
In the early 2000s, Arabs were flocking to the
web, Ghonim explained: “Thirsty for knowledge, for opportunities, for
connecting with the rest of the people around the globe, we escaped our
frustrating political realities and lived a virtual, alternative life.”
And then in June 2010, he noted, the “Internet
changed my life forever. While browsing Facebook, I saw a photo … of a
tortured, dead body of a young Egyptian guy. His name was Khaled Said. Khaled
was a 29-year-old Alexandrian who was killed by police. I saw myself in his
picture. … I anonymously created a Facebook page and called it ‘We Are All
Khaled Said.’ In just three days, the page had over 100,000 people, fellow
Egyptians who shared the same concern.”
Soon Ghonim and his friends used Facebook to
crowd-source ideas, and “the page became the most followed page in the Arab
world. … Social media was crucial for this campaign. It helped a decentralized
movement arise. It made people realize that they were not alone. And it made it
impossible for the regime to stop it.”*
Los antiguos teóricos de los movimientos sociales solían trata
de distinguir entre "revoluciones", "revueltas",
"rebeliones", etc. por un lado y por otro entre "masas",
"multitudes", etc. La cuestión no era baladí porque de alguna forma
trataban de establecer una relación entre el tipo de "movimiento" en
función de la "masa" (los términos proceden de una concepción determinista
de "física social", como se pensaba al principio del pensamiento
sociológico). Como ya hicieron los teóricos de "masas",
"multitudes" o "muchedumbres", de Le Bon a Freud, partían
del principio de que estas concentraciones poseían fuerza, pero no inteligencia.
En su trabajo seminal sobre las multitudes, el psicólogo
social y físico aficionado Gustavo Le Bon ya consideraba que el fenómeno tiene un
aspecto claro, lo efímero, lo inconstante de las poderosas manifestaciones explosivas
de esas multitudes que cambian la Historia a golpe de ira. Señala en su
prefacio:
Su conjunto constituye un alma
colectiva, poderosa, pero momentánea.
Las masas han desempeñado siempre
un papel importante en la historia, sin embargo nunca de forma tan considerable
como ahora. La acción inconsciente de las masas, al sustituir a la actividad
consciente de los individuos, representa una de las características de la época
actual.
Cuando a los sociólogos ha dejado de gustarles la palabra
"masa", adquiere sin embargo una curiosa manifestación a través de
los fenómenos de los medios y redes sociales. Tienen un gran poder de
convocatoria, un poder explosivo en sus reacciones, pero como señalaba Le Bon,
este es momentáneo.
Siempre se ha considerado importante el papel de las redes
sociales, tal como cuenta el propio Ghoneim, en el caso egipcio. Cuando se
produjo la revolución egipcia, llamamos la atención sobre algo: el efecto que
había tenido el corte de varios días de las comunicaciones, internet en su
conjunto, la telefonía, impuesto por el gobierno de Mubarak. Se
"cortaron" las comunicaciones. Los activistas tunecinos tenían medios
alternativos para superar el corte de sus redes, pero no así los egipcios. El
país quedó prácticamente aislado por el corte de internet. Señalamos entonces,
cuando se produjo, que el efecto había sido hacer que la gente no se moviera de
las calles, permaneciera unida físicamente. Trataban de compensar la pérdida de
las comunicaciones. El efecto conseguido por el régimen con el corte fue el
contrario.
Pero lo importante, tal como apunta Ghonim es que en un
primer momento fueron los medios sociales los que aglutinaron las reacciones
emocionales de la gente y guiaron sus actos a golpe de convocatoria. Pero todo
eso no es poder de construcción. La convocatoria lleva a un punto y momento en
el espacio. Puede producirse un choque, puede asaltarse un palacio o una
comisaría, pero no es fácil ir más allá. Los medios sociales son un arma
poderosa, permiten dirigir el foco hacia un punto, pero ¿es eso suficiente?
Señala Friedman:
Alas, the euphoria soon faded, said Ghonim,
because “we failed to build consensus, and the political struggle led to
intense polarization.” Social media, he noted, “only amplified” the
polarization “by facilitating the spread of misinformation, rumors, echo
chambers and hate speech. The environment was purely toxic. My online world
became a battleground filled with trolls, lies, hate speech.”
Supporters of the army and the Islamists used
social media to smear each other, while the democratic center, which Ghonim and
so many others occupied, was marginalized. Their revolution was stolen by the
Muslim Brotherhood and, when it failed, by the army, which then arrested many
of the secular youths who first powered the revolution. The army has its own
Facebook page to defend itself.
“It was a moment of defeat,” said Ghonim. “I
stayed silent for more than two years, and I used the time to reflect on
everything that happened.”
Lo que se encierra en estas líneas anteriores es de gran
trascendencia porque resumen un fenómeno que se daba por primera vez: una
batalla virtual, una guerra cuyas armas son el
ruido y la furia. Es la historia de un ascenso y caída, del robo histórico
de una revolución y de la inversión masiva de la emoción redirigiéndola contra
aquellos que la iniciaron. Es un fenómeno histórico y trascendente del que han
aprendido mucho las dictaduras y poco las democracias.
En esas líneas se encierra la frustración del que ve cómo le
son sustraídas las armas y la iniciativa. Islamistas y militares consiguieron
hacerse con el control sucesivo de la revolución iniciada porque poseían el
valor más importante para las carreras a medio y largo plazo: la organización. Puede
que las guerrillas ganen escaramuzas y batallas, pero solo los ejércitos gana
guerras.
Ese carácter explosivo y momentáneo de la revolución se fue
diluyendo hasta ser robado por el propio enemigo. El absurdo egipcio es que se
canta la revolución mientras se acusa de agentes extranjeros a los
revolucionarios, que la revolución se loa en la constitución mientras se
encarcela o exilia a sus miembros, como al propio Ghonim al que se pretendía no
hace mucho privar de su nacionalidad egipcia. Todo ello procede de esa
incapacidad de consenso, de organización de esas fuerzas desatadas. La
oportunidad perdida es la de la organización. Las fuerzas que se acaban
llevando el gato al agua son las organizadas, el Ejército y los Hermanos
Musulmanes, una organización con noventa años de vida y una férrea disciplina y
control de sus miembros.
Los medios sociales pueden derribar dictadores al canalizar
la ira y la frustración. Pero por su propia idiosincrasia esa difícil que sea
posible construir algo con ellos. Requieren una organización que es difícil por
su propia naturaleza. Es más fácil intoxicar con ellos que crear corrientes
estables, que siempre tenderán a ser minoritarias allí donde no exista detrás
de ellas otras organizaciones que den soporte y eviten del deterioro o la
tendencia a la dispersión pasado un tiempo.
En un antiguo artículo sobre el papel de las redes en la vertebración
social distinguía entre acción en las
redes y acción a través de las redes.
Las redes son más eficaces si esa tendencia a lo efímero se contrarresta con la
solidez de las organizaciones exteriores a las redes. En la Primavera árabe,
esas organizaciones eran los islamistas y el ejército. De ahí el interés
político en evitar que la sociedad se vertebre más allá de esas dos grandes
fuerzas conformadoras, perfectamente jerarquizadas para establecer los fines y
llevarlos a cabo. Por el contrario, los revolucionarios solo contaban con la
ira. Su acción fue intensa pero corta en el tiempo y con un solo objetivo a su
alcance: a caída de Mubarak. Eso era un objetivo claro. La construcción de una
democracia después requería de unas condiciones, organización y medios muy
distintos. No se construye una democracia en las redes sociales, por más que
algunos hablen de repúblicas virtuales o demás lindezas utópico-virtuales.
Friedman recoge las enseñanzas que tras dos años de silencio
en las redes Wael Ghonim ha madurado. Son las siguientes:
Here is what he concluded about social media
today: “First, we don’t know how to deal with rumors. Rumors that confirm
people’s biases are now believed and spread among millions of people.” Second,
“We tend to only communicate with people that we agree with, and thanks to
social media, we can mute, un-follow and block everybody else. Third, online
discussions quickly descend into angry mobs. … It’s as if we forget that the
people behind screens are actually real people and not just avatars.
“And fourth, it became really hard to change
our opinions. Because of the speed and brevity of social media, we are forced
to jump to conclusions and write sharp opinions in 140 characters about complex
world affairs. And once we do that, it lives forever on the Internet.”
Fifth, and most crucial, he said, “today, our
social media experiences are designed in a way that favors broadcasting over
engagements, posts over discussions, shallow comments over deep conversations.
… It’s as if we agreed that we are here to talk at each other instead of
talking with each other.”*
Algunas de estas ideas se han detectado ya en el análisis de
los medios y redes sociales. Pero creo que son acordes con lo que hemos
señalado antes, con distinto grado de concreción o detalles en ciertos
aspectos. Por ejemplo, lo observado sobre la tendencia a los
"rumores" ha sido padecido por el propio Ghonim cuando se le
considera un agente extranjero. Las redes amplifican cualquier rumor y no tiene
nadie forma de pararlo. The Washington
Post de hoy incluye un vídeo informativo sobre la preocupación despertada
por el papel de una app, "KIK", cuya función es asegurar el anonimato
en la red. Cuando se inventó la imprenta, los primero que se hizo fue
establecer lo que Foucault llamó la "función autor", es decir, el responsable del texto. Por el contrario,
hoy buscamos herramientas que aseguren nuestro anonimato. Eso se hace para
evitar ser rastreados, pero en el fondo es conceder una antifaz que puede ser
usado para la alegría del carnaval o para asaltar bancos.
Extender rumores,
difamar a las personas, acosar, etc. son aspectos que las redes sociales
han intensificado al permitir la amplificación primero y el anonimato después.
La sensación de impunidad es siempre peligros. Habrá que dar la razón a los que
consideran que nos somos demasiado buenos por naturaleza sino, en muchos caso,
por temor a ser castigados por nuestras acciones negativas. La impunidad del
anonimato es un elemento muy peligroso, de lo que tenemos ejemplos todos los
días. Los ejemplos beneficiosos existen, por supuesto, pero no es cuestión de
equilibrio, sino de lo que le toca a cada uno padecer.
El último punto señalado por Ghonim es determinante porque
afecta realmente a lo que se pueda conseguir con los medios sociales que las
redes posibilitan. ¿No da más de sí su naturaleza? Es una pregunta que requiere
de contestación y, sobre todo, intentar saber qué se puede hacer para evitar
esos efectos negativos, esa tendencia a la amplificación primero y a la
dispersión después. ¿Cómo construir, dónde construir?
La reflexión política de Ghonim es la de la tristeza de la
ocasión perdida, la del mirar hacia atrás y ver los resultados del esfuerzo, de
las muertes de tantas personas:
Alas, the euphoria soon faded, said Ghonim,
because “we failed to build consensus, and the political struggle led to
intense polarization.” Social media, he noted, “only amplified” the
polarization “by facilitating the spread of misinformation, rumors, echo
chambers and hate speech. The environment was purely toxic. My online world
became a battleground filled with trolls, lies, hate speech.”
Supporters of the army and the Islamists used
social media to smear each other, while the democratic center, which Ghonim and
so many others occupied, was marginalized. Their revolution was stolen by the
Muslim Brotherhood and, when it failed, by the army, which then arrested many
of the secular youths who first powered the revolution. The army has its own
Facebook page to defend itself.*
Cuando veo los comentarios en algunos medios digitales egipcios
(en muchos otros pasa igual), compruebo efectivamente los mecanismos mediante
los que se desactivan las ideas, se silencia a las personas, mediante las agresiones,
los insultos, las descalificaciones de profesionales del rumor y la difamación.
Trolls, mentiras y palabras de odio,
dice Ghonim. El Ejercito, nos señala, tiene su propia página de Facebook para
defenderse y muchas otras camufladas para atacar, además de los francotiradores
virtuales repartidos por foros y chats. No son los únicos. Ellos y los
islamistas seguirán tratando de que no haya organización social —de ahí lo
ataques a la financiación extranjera a las ONG, que es lo más cercano a un
grupo organizado—, para poder conseguir sus fines y evitar que otros alcancen
los suyos.
El párrafo final del texto de Friedman recoge las
conclusiones, la enseñanza obtenida después de cinco años intensos de
emociones, alegrías y frustraciones:
“Five years ago,” concluded Ghonim, “I said,
‘If you want to liberate society, all you need is the Internet.’ Today I
believe if we want to liberate society, we first need to liberate the
Internet.”*
Y eso abre otra serie de preguntas igualmente complicadas.
La pregunta sobre la validez de estos medios virtuales para
conseguir ciertos fines sociales sigue abierta. Son poderosas herramientas para
aglutinar gente, pero ¿permiten construir? ¿Tienen la estabilidad suficiente
para mantener esos grupos en el tiempo cumpliendo sus objetivos? Eso es algo
que no está tan claro a la vista de la experiencia que la Historia va acumulando.
La enseñanza que tenemos es que unos mueven el árbol y otros recogen las nueces. Sin organización capaz de articular el flujo, es difícil avanzar. La segunda parte es que los que fueron tomados por sorpresa, ya no se dejan sorprender y dominan y controlan los nuevos mecanismos. Ya no es solo una lucha desde Facebook o Twitter. Es una lucha en Facebook, Twitter y en cualquier otra parte del universo virtual.
* Thomas L
Friedman "Social Media: Destroyer or Creator?" The New York Times
3/02/2016 http://www.nytimes.com/2016/02/03/opinion/social-media-destroyer-or-creator.html
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