domingo, 22 de abril de 2018

Raíces imperiales


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La BBC ha publicado un interesante artículo firmado por Paul Cooper, con el título "Saddam's 'Disney for a despot': How dictators exploit ruins". Lo ha incluido en la sección de Cultura, con las etiquetas de Arquitectura e Historia.
El artículo nos comienza describiendo el abandono de las ruinas del palacio que Saddam Hussein construyó frente a las ruinas de la antigua Babilonia. El hundimiento del régimen de Saddam Hussein acabo con la gloria que aquellos muros prometían. Los muros, nos dice, se encuentran llenos de pintadas y sin cuidar. El inmenso palacio sirve para que los niños jueguen en su interior fantasmal. El palacio quiso envolver las ruinas de la antigua civilización integrándolas en una unidad de sentido.
Paul Cooper, tras contarnos cómo los aposentos de Saddam Hussein daban a las antiguas ruinas de Babilonia, escribe:

This striking view is no coincidence. Visitors to this palace were supposed to look out over the ruins of Babylon and make the connection that they were standing in the presence of a great ruler whose legacy would last for millennia.  Saddam isn’t the first dictator to have used ancient ruins in this way. In fact, the link between idealisation of ancient ruins and totalitarian rulers has a long history. This is because ruins are never just what they seem: a collection of walls crumbling into the sand. They are repositories of memory and myth in equal measure. They help construct fascist narratives of past greatness lost to modern decadence and argue for the tyrannies of the past to be reconstructed in the modern age. Such appropriation of ruins often jeopardises them too – and with the destruction of the ancient sites at Palmyra by the so-called Islamic State such a recent blow, it’s worth remembering that the efforts of Saddam, and before him Mussolini and Hitler, to ‘preserve’ ruins often stripped them of context – including other legacies that didn’t fit with the message of the state.*


La manipulación del pasado, especialmente en aquello que puede ser mostrado como sus restos, para poder ejercer influencia en el presente es una tentación. Es sorprendente la capacidad de identificación con los pueblos anteriores y en especial con los imperios especialmente si estos han sido importantes centros de poder.
El prestigio del pasado crece ante los ojos de aquellos cuyo presente es deficiente. Surge entonces la necesidad de intensificar los lazos entre pasado y presente. Evidentemente se trata de una maniobra del hoy de recuperar el viejo poder perdido, ya fuera real o imaginario. Si Saddam Hussein se acostaba y levantaba contemplando las ruinas de Babilonia, se encargaba también de que esa idea asociativa imperial se formara entre los iraquís.


Para las dictaduras, un pasado imperial es como una revancha sobre la Historia. Los enemigos, la decadencia, etc. que hicieron que la gloria, el poder y el esplendor se perdieran por el camino son de nuevo combatidos en su versión actual para poder el esplendor injustamente perdido. La vuelta del pasado glorioso es la promesa que el nuevo líder establecer con el pueblo, que queda fascinado por la posibilidad que se les abre.
Entre las imágenes que acompañan al artículo de la BBC hay una que nos muestra perfectamente el sentido de esta promesa de nuevo despertar, de la llegada de la gloria bajo el líder. Nos muestra a un Saddam Hussein en un antiguo carro babilonio, vestido a la antigua, apuntando con su arco a los enemigos,  aviones, helicópteros y navíos sirios. Frente al carro yace un león del que asoma una flecha. Atrás queda el flamante palacio construido como un símbolo de la recuperación del imperio. El palacio significa el resurgimiento, la solidez; el arco, el poder. La imagen, encargada por el propio Saddam Hussein, nos lo muestra como un emperador surgido del pasado contra un mundo moderno poblado por armas mortíferas. Pero él no las teme; está armado con su arco de cazar leones.  Tras sus flechas vuelan los misiles que derribarán a los enemigos. La imagen es muy elocuente y está meticulosamente construida.


Menciona Cooper la destrucción de las ruinas bajo los golpes del Estados Islámico allí donde las han encontrado e Irak y Siria. Ruinas y objetos antiguos en los museos de las ciudades conquistadas eran objetivos prioritarios por varias causas.
Destruir las ruinas del pasado era volver a destruir a los imperios que levantaron sus grandes obras que han resistido el paso del tiempo. También era destruir el paganismo que representaban, desde el fuerte componente religioso que acompaña a los yihadistas del Estado Islámico. Lo político y lo religioso se unen en un mismo pensamiento, en una misma doctrina; son herramientas usadas con violencia para destruir cualquier vestigio de lo que no cuadre con la ley divina.
La destrucción de esas obras y ruinas tenía un factor psicológico poderoso: desconectar del pasado a los que se vinculan y dejarles huérfanos históricamente hablando. Borrar las raíces es perder el sentido de la continuidad, que real o imaginario, se ha establecido con el pasado.
Uno de los elementos que Margaret MacMillan desarrolla en su interesante obra Usos y abuso de la Historia

Los líderes políticos siempre han sabido el gran valor que tiene compararse con grandes figuras del pasado. Les ayuda a darles estatura y legitimidad como herederos de las tradiciones de la nación. Al compararse con Iván el Terrible y con Pedro el Grande, Stalin estaba asumiendo su papel como constructores de una gran Rusia. Saddam Hussein a su vez se comparaba con Stalin o, acudiendo al pasado islámico e iraquí, con Saladino. El último shah de Irán intentó trazar una línea a través de los siglos que condujera desde Ciro y Darío a su propia dinastía. A Mao Zedong le gustaba remarcar los paralelos entre él mismo y el emperador Qin, que creó China en el año 221 a. C. (M. MacMillan, capítulo II)


Por muy irracionales que nos puedan parecer estar prácticas asociativas, funcionan en aquellos que tiene el sentido de haber sido grandes pueblos y encontrarse hoy humillados por su posición en un mundo con otro reparto del poder.
Durante siglos, puede que se ignoraran las ruinas. Es el surgimiento del nacionalismo, la formación de las identidades nacionales, el que necesita de este ejercicio de emulación y recuerdo de los tiempos imperiales gloriosos. Para ello los monumentos y los restos del pasado son importantes porque mantienen la ficción de la continuidad histórica, que es una de las mejor manipulables. Al igual que se transmite a los pueblos que ellos son los herederos de aquellos gigantes del pasado, también se hace con los líderes, como nos señalaba MacMillan.
Quizá nadie haya llevado esto del resurgimiento imperial más adelante que Recep Tayyip Erdogan, cuyo gusto por reeditar el imperio Otomano es bastante nítido. Palacios enormes, guardias de opereta, etc. tratan de mostrarnos a Erdogan como una reedición de los sultanes enfrentados a occidente.
El 19 de marzo, Bloomberg titulaba "Sultan Who Raged at the West Becomes a Hero in Erdogan’s Turkey". Se refería al sultán Abdulhamid II. Nos cuentan en Bloomberg¨:

“Behind everything that’s harmful to this nation,” the Turkish leader said, “lies an order from the West.”
That’s Ottoman Sultan Abdulhamid II, in an episode of the historical TV drama watched by millions of Turks every Friday. And if they come away drawing parallels with contemporary politics, the country’s current ruler probably wouldn’t object.
“Are you watching ‘Payitaht’?” Recep Tayyip Erdogan asked supporters at a recent rally, as he winds up for an election campaign that could crown his career. He spelled out why they should be. “Foreign powers are still seeking concessions from us,” the president said. “Never!”
Abdulhamid, who was deposed in a 1909 coup, is enjoying an unlikely political moment in Turkey, where Erdogan is due to seek re-election to a newly empowered presidency in 2019, or earlier if elections are brought forward.***


Este es el dirigente turco que se queja porque se le pongan obstáculos para la entrada en la Unión Europea y cuyo país está integrado en la OTAN. Las reticencias ante las pretensiones europeas de Erdogan son cada vez más pertinentes. Convenciendo, como se hace en todo Oriente Medio, que todos sus males provienen de Occidente y restaurando la idea del imperio otomano, identificándose con el Sultán Abdulhamid II, Erdogan está realizando las mismas prácticas que realizaba Saddam Hussein para movilizar al pueblo iraquí. Es la misma manipulación: anunciar la vuelta de la gloria y apuntar hacia los enemigos. Conecta con el pasado imperial, con las raíces. Este próximo año, 2019, estará lleno de celebraciones en las que Erdogan podrá convertirse en la nueva inagen de Abdulhamid II, con lo que sus improperios contra occidente llegaran a su culmen. Ya tiene el gigantesco palacio y ha montado el espectáculo de guardias y banderas gigantes. Las telenovelas ayudan a la identificación hasta tal punto que en Egipto ya han hablado de prohibirlas. Dicen que es porque estropean el árabe, pero me parece que escuece más el recordatorio del imperio otomano del que Egipto formaba parte.
El mundo se nos está llenando de estos émulos de grandes emperadores y héroes míticos que, como en la pintura de Saddam Hussein, dirigen sus flechas imaginarias contra sus enemigos. La vuelta de los pasados imperiales no son buenos ni en pintura ni en gloriosas telenovelas, películas, operetas o canciones patrióticas creadas para atraer un destino triunfal. Siembran malas ideas. 



* Paul Cooper "Saddam's 'Disney for a despot': How dictators exploit ruins" BBC 20/'4/2018 http://www.bbc.com/culture/story/20180419-saddam-disney-for-a-despot-how-dictators-exploit-ruins
** Margaret MacMillan (2009) Usos y abusos de la Historia. Trad. de Ana Herrera.
*** Selcan Hacaoglu "Sultan Who Raged at the West Becomes a Hero in Erdogan’s Turkey" Bloomberg 19/03/208 https://www.bloomberg.com/news/articles/2018-03-19/sultan-who-raged-at-the-west-becomes-a-hero-in-erdogan-s-turkey




Palacio presidencial turco

Parte del palacio de Saddam Hussein

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