sábado, 30 de abril de 2022

De lectores e influencers

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Creo que uno de los primeros artículos que publiqué siendo profesor se titulaba "Crisis de la lectura, lectura de la crisis", en la revista Crítica. Se centraba en una campaña del ministerio para la promoción de la lectura cuyos carteles nos mostraban a un chimpancé rascándose la cabeza. Durante mi etapa de profesor de Literatura Universal contemporánea, casi veinte años en el departamento de Filología Española III, hoy diluido como Sección departamental de otro en la Facultad de Filología, todo mi empeño era que la gente leyera. Y leían. Leían sobre todo porque además de las lecturas comunes que iban de Santiago el Fatalista y su amo o el Cándido de Voltaire, con las que empezábamos y llegaban a Camus y Sartre, a Beckett, a Ibsen, a Ionesco, a autores como Graham Green, con El poder y la gloria, tenían que escoger sus propios autores y géneros. Así, con asignaturas anuales, debían elegir un trabajo de autor, que entregaban a la vuelta de navidades, para el que leían 6 o 7 obras, algunos más, para entregar a final de curso otro trabajo de género, en el que entraba de la Ciencia-Ficción al relato policial, la novela de aventuras o cualquier otro que ellos elegía. Para este segundo trabajo debían leer otras 10 o 12 obras.

Los autores que elegían muchas veces eran de actualidad, con publicaciones recientes; recuerdo trabajos sobre Bret Easton Ellis, que entonces estaba en boga con su provocativa Menos que cero. Lo importante era dar la oportunidad de leer, de seguir una senda que te permitiera leer más y, sobre todo, mejor.  Era una senda individual, un descubrimiento propio, un tanteo por un mundo amplio, rico, diverso.

Mi labor era tentar, algo diabólico, atraer, ofrecer puertas posibles después de preguntarles "¿qué te gusta?". Cuando ya tenía un cierto perfil lector, lanzaba una propuesta inicial: "¡Lee esto, ya verás como te gusta!" Si no conectaban, existían muchas otras alternativas hasta conseguir esa sintonía. No había plan premeditado de imponer nada.  Había una parte común, variable cada año, y otra parte de libre elección de cada uno. 

Lo importante era que les gustara, que encontraran en la lectura un espacio de búsqueda y satisfacción, que comprendieran que era un universo inagotable, algo más que el marco rígido de un programa con unos autores fijos. Ya habrá tiempo de leer otras cosas, pero no se puede prescindir de la formación del gusto lector y del gusto del lector, que son dos cosas distintas. Hay libros, obras maestras, para todos y no solo esa dieta igualitaria que al final nadie acaba por leer. 

Leer es un aprendizaje en paralelo a la vida, un camino al que se recurre según los estados de ánimo, según el cambiante perfil que ofrecemos. Hay momentos Moliere, como hay momentos Dostoievski; hay momentos Byron, como hay momentos Ionesco; días Hölderlin y ratos Pavese. Todo lo demás es invadir y militarizar la península de nuestra mente. ¡Cuánto daño han hecho nuestros programas y clases empeñándose en crear panteones ilustres a edades indebidas en lugar de formar lectores que depositaran sus homenajes en los momentos adecuados! ¡Cuántos desertores de la lectura creados por la imposición de libros que había que leer porque lo decía el Ministerio!

Cuento todo esto al hilo de la noticia que nos daban en RTVE.es con el titular "Los jóvenes dedican siete horas diarias al ocio digital y uno de cada tres desearía ser 'influencer'" y que recoge los resultados de un estudio presentado estos días. En él se señala:

Ver películas, series y vídeos, escuchar podcast, jugar a videojuegos online en grupo o escuchar música en streaming son algunas de las numerosas opciones que tienen los jóvenes para consumir ocio digital, una actividad a la que dedican, de media, siete horas al día.

En este ecosistema tecnológico, los creadores de contenido, los llamados influencers, se han convertido en estrellas o referentes a los que cada vez más chicos y chicas quieren parecerse. Tanto es así que uno de cada tres jóvenes españoles de 15 a 29 años afirma que le gustaría dedicarse a ello y uno de cada diez declara que está actualmente intentando hacerlo.

Son datos que revela el estudio ‘Consumir, crear, jugar. Panorámica del ocio digital de la juventud’, realizado por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de la Fundación FAD Juventud y presentado este jueves.

El propósito de la investigación era profundizar en las experiencias, percepciones y motivaciones de adolescentes y jóvenes sobre sus prácticas de ocio digital, para lo que se ha realizado una encuesta online a 1.200 jóvenes de entre 15 y 29 años.* 

En todo el detallado artículo no se incluye una sola vez la palabra "lectura" o "leer", tampoco "libro". Se utiliza "ocio digital", pero el ocio ya no se vincula con la formación personal, sino con el "consumo", que es el único criterio que une producción y recepción. Es una actividad de "mercado" en la que el tiempo empleado, 7 horas al día, supone una forma variada de actividad económica. Los jóvenes son introducidos en un mercado que absorbe 7 horas diarias de su vida en un periodo esencial ya que en él se decidirán los gustos, aficiones y líneas vitales posteriores.

El fenómeno no es nuevo, pero ya no parece importarle a nadie. ¿Y por qué iba a hacerlo? ¿Por qué iba a hacerlo en un país con la mayor tasa de desempleo juvenil de la Unión Europea? ¿¿Por qué iba a hacerlo en un país en el que los jóvenes forman parte de un sistema de explotación institucionalizado a través de un empleo precario, mal pagado y peor valorado? ¿Para qué hace falta formarse en un país de pinches y camareros, de empleo de temporada? No vemos a los jóvenes como ciudadanos ni a España como un espacio común, sino como un mercado y una bolsa de desempleados mal pagados, sustituibles. Los que tienen más formación lo ocultan porque puede ser hasta un obstáculo para su contratación. ¿Qué se puede hacer cuando las propias instituciones educativas hacen negocio con la formación de los parados?

El miércoles, el día antes de la presentación, formé parte de una mesa redonda en la Facultad sobre la formación del comunicador pero en la que se acabó debatiendo el papel de los videojuegos y en concreto en la necesidad de formar guionistas de videojuegos. En la sesión anterior, la interviniente dijo entre sonrisas algo ya sabido, que el negocio de los videojuegos mueve más dinero que el del cine, los audiovisuales y el mundo editorial juntos. Se dijo con cierta sorna y superioridad. Todo se ve desde el dinero que produce.

Si creemos lo que nos dice el informe significa que estamos hablando con gente que solo coge algún libro esporádicamente, que dedica 7 horas al "ocio digital" y poco más, porque el día tiene 24 y otras 8 se dedican al descanso para poder seguir. Eso en España, en donde, por cierto, tenemos las mayores cifras europeas de abandonos y en donde a 4 de cada 5 les gustaría dedicarse, claro, a lo que hacen: dedicarse al contenido digital, a ser influencers. Sustituimos al sabio por el experto y al crítico por el influencer. ¡Hasta Putin tiene una hija influencer! No hay famoso o famosillo que no tenga una hija influencer dispuesta a lanzarse al mundo.

Hace unos días, la prensa española del corazón desvelaba un gran momento, aquel en el que la hija adolescente de no sé quién revelaba su futuro: quería ser influencer. Maquillada y vestida a la última, ya estaba lista para sorprender al mundo con su ingenio y desparpajo.

En 27 años, desde 1995, hemos creado un mundo que ha hundido la idea de cultura sustituyéndola por un concepto de mercado del ocio que requiere toda nuestra atención (Economía de la Atención), que absorbe todo el tiempo posible porque vive de él, da igual lo que hagamos, lo importante es estar conectados. El sistema económico descubrió pronto que los jóvenes nacido en un mundo de pantallas digitales se alejaba de los canales publicitarios y de dirección orientada del consumo, que necesitaba usar ese mundo, sus lenguajes y sus propios intérpretes. La inversión ha sido grande y la rentabilidad alta. Pero ha tenido sus costes en otros términos.

En vano psicólogos, sociólogos y pedagogos han advertido de los riegos de la adicción, pero no ha servido de mucho. Sabemos que la edad con la que se accede al teléfono es cada vez menos porque nadie quiere quedar excluido del grupo, un hecho fundamental que los psicólogos sociales nos cuentan y que es muy importante en las relaciones sociales.

Llevamos 27 años y esta industria cultural ha superado a todas las formas anteriores y sigue extendiéndose porque ya no hay formas de defensa en escuelas ni familias. Estamos ya en la segunda generación, es decir en la de familias que no han leído, que solo consumen cultura al dictado de la moda, que es un mecanismo sin memoria, de mera sustitución: se lee solo lo último, lo que está de moda y se olvida cuando deja de estarlo.

La adicción es poderosa y los es también el vacío que deja. Lo malo es que para ser consciente de ello hay que ser crítico y este mecanismo lo devora, es consumista y adictivo. No se plantea la crítica de su propia situación.

La gente en esta estado es mucho más manipulable y se mueve por estados emocionales. No es crítica, solo irritable. Con saber cómo provocarla es suficiente. De eso se encargan los analistas tras los equipos que analizan las estrategias de comunicación apoyados en lo que nuestros datos en la red revelan.

La cuestión es grave. Solo nos fijamos en los casos extremos, como el asesinato de los padres y una hermana por parte de un joven de 15 años al que se le quitó el teléfono móvil y se le prohibió acceder a las redes por su bajo rendimiento escolar. Deberíamos leer de forma crítica ese informe y observar con más detenimiento el deterioro y empobrecimiento de nuestra sociedad, especialmente desde el sistema educativo.

Hemos hecho negocio de todo, especialmente de la ignorancia, que siempre ha sido rentable, pues deja las puertas abiertas a más. No ofrecemos la aspiración a una sociedad mejor, sino más entretenida, más consumista, centrada en el ocio. Ese ocio digital del que se nos habla tiene sus paralelos en esa obsesión con el ocio como centro de la vida económica que hemos vivido en esta pandemia donde son más importantes las discotecas que las fábricas y los chiringuitos que la agricultura.

Necesitamos que la gente piense en salir y salir, dónde vaya ya se lo disputarán las Autonomía, los lugares de ocio. Hay que tener puentes y más puentes para ir a esos centros de ocio o a pasarlos, acompañados del teléfono o la consola.

Es raro ver a alguien leyendo en el transporte público. La gente mira sus teléfonos abstraídos, robotizados, aislados. Están produciendo, trabajando en el trabajo que se disfraza de ocio y requiere todas nuestras horas.

La creencia narcisista que se crea es la de que todos están deseando escucharnos, convertirnos en creadores de contenidos, la imagen que el espejo de la pantalla nos ofrece de nosotros mismos, dar el salto al otro lado, al del influencer.

Una compañera, con la que ya había compartido un libro-fórum, me ha dicho que va a hacer uno en la facultad. Le he dicho que cuente conmigo. Volveremos a la aventura de descubrir libros valiosos, un "deporte" al que ya ninguno se dedica porque el gimnasio no deja tiempo.

¿Para qué leer? Te convierte en un amargado, tus amigos te consideran raro y nadie te paga por ello, los tres pecados sociales de la lectura. En estos tiempos son imperdonables. No deja de ser un signo de esta época lo poco rentable que resulta ir contra corriente. Hay que dejarse llevar por el mainstream y sacarle el provecho. Son los tiempos de los comisionistas de las mascarillas, héroes populares. ¡Ellos sí que saben! Si no puedo ser influencer, me gustaría ser comisionista. Mejor eso que enlazar ocho contratos en un año y eso si tienes suerte, claro.

No tengo nada contra el ocio digital en sí. Lo tengo contra la creación de adicciones y contra un ocio que barre la Historia, la Cultura y todo el legado de un plumazo, en una generación, a la que se llena de momentos divertidos pero a la que a la vez se explota a través del ocio y del negocio. Los jóvenes son mercado importante desde los años 50 del siglo pasado; se fueron creando nichos cada vez más aislantes, generacionalmente hablando, pero nunca se llegó a estos extremos separadores que ahora vemos.

Desde hace mucho he intentado diversas fórmulas para promocionar lo que considero valioso en el cine, en la literatura, el pensamiento o la música. Al final es difícil penetrar esta costra española que nos envuelve y acabas con alumnos extranjeros que llegan desde lugares que tienen más clara la distinción entre el ocio y la cultura, entre este presente constante y el flujo cultural de la historia. Este desprecio a lo anterior por viejo, por ser en blanco y negro, por no tener ilustraciones o por cualquier otra característica que te mande al olvido es muy español; es fruto de un país que pasó de la pobreza a la riqueza en una generación, pero que no asimiló la necesidad de la cultura en su desprecio orgulloso. ¡Que inventen ellos!" fue un grito mal interpretado. Ni inventamos ni pensamos, solo vivimos en el ocio, un agujero de consumo que nos consume. Durante siglos, el ocio era precisamente el espacio del que uno disponía para la reflexión, para poder comprender el mundo serenamente. ¡Qué lejos de lo que hoy llamamos ocio!

Es terrible tener que buscar trincheras en las que defenderse de esta ola de abandono que hemos aceptado solo porque produce dinero, poderoso caballero. Pero si podemos morir por dinero para que la economía funcione, ¿por qué no morir incultos cuando ya vivimos incultos? ¿A quién le importa?

Lo más terriblemente irónico es que todo está ahí, en las redes, en repositorios y bibliotecas digitales, casi siempre gratuito. Hay cultura para estar entrando en ella varias vidas seguidas, de todo lo que queramos: libros, revistas, música, pintura, cine... Todo está allí... Pero falta el ánimo de unos para promocionarlo, las ganas de otros para acceder a ello. La atención se nos roba en un mundo en el que produce beneficios lo intranscendente mientras que lo valioso se ignora aunque se regale. Nada es valioso, solo aquello que nos atrapa y le renta a otros.

Sé que hay gente que usa su influencia para buenas causas. Muy loable. Pero el problemas es el método, la forma en que nos acostumbramos y acaba formando nuestros hábitos comunicativos y culturales. Esto no es inocuo, tiene sus efectos. Nunca en la Historia se ha dispuesto de una maquinaria tan poderosa de manipulación mental de la cuna a la tumba y en todos los rincones del globo. 

¡Qué pena que se cierren iniciativas culturales sencillamente porque no asiste nadie, mientras que son muchos lo que se matan por ocupar asientos ante cualquier ingenioso que nos cuenta chascarrillos de actualidad! Muchos le miran con envidia desde sus asientos con el secreto deseo de poder ganarse la vida de la misma forma, rellenando la vida de tantos otros de olvido, del momento que se acaba antes de pasar al siguiente.

Nunca se vendió el alma por tan poco. Nunca se olvidó lo valioso tan rápido porque hemos dejado de valorarlo. Simplemente desaparece; es de otro mundo, no del nuestro.


* "Los jóvenes dedican siete horas diarias al ocio digital y uno de cada tres desearía ser 'influencer'" RTVE.es 28/04/2022 https://www.rtve.es/noticias/20220428/jovenes-estudio-ocio-digital-influencers/2343044.shtml





viernes, 29 de abril de 2022

Extrañas escépticas en un tren

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Suelo ir escuchando música en mis idas y venidas en Metro y tren cuando tengo que ir a Madrid. La música tiene el doble efecto de relajar y de aislarte de un entorno en el que a la gente le gusta que la oigan en sus conversaciones, ya sean en personal como telefónicas. Ese aislamiento me permite concentrarme en la lectura y alejarme de las distracciones de las conversaciones, que pueden incluir a personas a más de veinte metros. Creo que no se enseña en las escuelas a mantener tonos que no molesten y hay gente en los trayectos que mata el aburrimiento aprovechando para llamar. ¡Qué tiempos aquellos en los inicios de los móviles en los que la gente salía a hablar al espacio entre vagones en los trenes! Ha aumentado el desprecio por los que tenemos cerca y, en igual medida, pero a la inversa, el sentido de la intimidad, que se ha reducido a la nada a tener de las conversaciones que te obligan a escuchar.

Pero hace dos días no llevaba la música y desde el otro lado del pasillo del tren comenzaron a llegarme las voces de dos mujeres del otro lado del pasillo. Levante la vista y solo podía ver a una de ella, mientras que la otra permanecía oculta por el respaldo de su asiento. La que yo veía desde el mío hablaba de las noticias que había visto en la televisión sobre Ucrania. Mencionaba imágenes de niños que yo había visto esa misma mañana durante el desayuno, temprano. Se mostraba muy emocionada con la descripción del horror de lo que le mostraban.

Pronto saltó la voz de la otra mujer. Donde la otra voz mostraba emoción, la nueva mostraba dureza y hablaba acelerada:

—¡A mí todo esto me parece un paripé! —explicó. ¡Tanto que dicen que el presidente está escondido porque le amenazan y está todo el día recibiendo visitas! ¡Un paripé que se han montado entre ellos!

Y así siguieron el resto del trayecto, la una emocionada por lo que veía y la otra escéptica y firme en sus argumentos. Todo era un paripé. Cuando fui hacia la puerta traté de fijarme en ella. Eran dos tipos muy distintos. El pelo recogido en una, sencillez general, mientras que la oculta mostraba un pelo blanco con un moderno corte a flequillo, bien trajeada, con estilo, varios anillos en sus manos y un bolso de marca.

Hoy las noticias nos hablan de la visita de Antonio Guterres, el Secretario General de Naciones Unidas, a Kiev a encontrarse con Zelenski tras haber pasado antes por la larga mesa del Kremlin. Los edificios que les mostraron en su visita a la capital Ucraniana fueron bombardeados de nuevo esa misma tarde. ¿Casualidad o una nueva forma de comunicación rusa, una advertencia?

Me imagino que en el siguiente trayecto, la mujer escéptica insistirá en sus argumentos para convencer a su compañera de viaje de que todo se trata de un "paripé". Lo hará todos y cada uno de los días en que regresen juntas porque ella ejerce una forma de liderazgo que necesita ser escuchada y convencer de sus posiciones a su interlocutora. Esta, por su parte, es una persona que cree en lo que ve y siente empatía por el sufrimiento que se le muestra. Para la negacionista de la guerra, por contra, las ideas previas le hacen distanciarse de las emociones que las imágenes provocan y les aplica un cinturón de descreencia mostrando así su dureza. A ella, nadie la engaña.

Creo que estas situación es el reflejo reducido al ámbito de lo personal mínimo, dos personas, de la guerra informativa que padecemos. Rusia, en el ámbito macro, el máximo, niega todo, discursos e imágenes: nada es verdad. Ellos no invaden, no bombardean ciudades, no masacran, no ejecutan, no cavan fosas comunes. No necesita explicación alternativa, le basta con la negación de la existencia. Todo es paripé.

Según la línea que une el Kremlin con la señora escéptica del tren de Cercanías, todo es un montaje: Ucrania se bombardea ella misma y ellos tratan de salvarla de la peste de neonazis, corruptos y gais. Los rusos, por su parte, aceptan en su mayoría y de buen grado lo que se les transmite oficialmente. Es lo que llevan cientos de años haciendo en una combinación trono-patriarca de Moscú que en ocasiones ha sido sustituida por el por el líder de turno del Partido Comunista y que ahora vuelve a la combinación Putin-patriarca.

En el paripé, por supuesto, se incluyen los miles de medios de información de todo el mundo que están informando sobre el terreno. La señora escéptica, me imagino, solo ve Russia Today, la única cadena que en su opinión es objetiva porque dice lo contrario a los demás, algo que siempre le ha gustado porque le permite ejercer su liderazgo en el lugar de trabajo llevando siempre la contraria a lo que sus compañeros dicen. Ella sabe; los demás están manipulados.

Llevar la contraria suele ser un fuerte rasgo de personalidad. Todos conocemos a personas que dirán B cuando digamos A y viceversa. Es lo que se llamaba antes el espíritu de la contradicción y que hoy se manifiesta a través de los circuitos informativos de las redes sociales, en las que se lanzar mensajes contrarios para que sean recogidos por esas personas a las que les gusta votar, discutir, apostar por aquella postura minoritaria que le permita la confrontación.

Las posturas escépticas y negacionistas tiene bastante parecido, pero orígenes diferentes. El negacionista tiene una estrategia para la negación; el escéptico contumaz solo el llevar la contraria para mostrarse superior a los demás, a los crédulos. En ocasiones se combinan las dos posturas, sin duda.

En los medios de comunicación algunos ejercieron este tipo de postureo escéptico intentando distanciarse y llamar la atención. Ellos eran incrédulos, que es su manera, como la señora del tren, de decir que a ellos nos les engañan, que ellos comprenden que los medios pueden ser manipulados y desarrollan diversas teorías ante los ojos perplejos de quienes les escuchan.

Este escepticismo inicial con el temor de la manipulación ha ido decayendo porque cada vez es más difícil sostener que en Ucrania no ocurre nada, como hace Putin, que vende nueva estrategias y viejas amenazas en cada intervención pública, en cada encuentro con dirigentes del mundo que intentar convencerle.


No tenemos una idea real de cómo piensan los rusos, de cómo se está agrupando la opinión ante lo que recibe, que no es mucho. Indudablemente, el control de los medios permite el control de la opinión, pero esto no es sencillo, especialmente en grupos urbanos grandes, donde se establecen otras líneas de transmisión de información al margen de las que están vigiladas. Las protestas rusas contra la guerra han sido un hecho callejero, pero no sabemos qué respaldo puedan tener. La imagen del cien por cien del pueblo ruso convencido de que lo que les dicen es verdad es muy improbable. Se nos habla de ruptura de familias ruso-ucranianas, pero tampoco es probable que esto sea un absoluto, sino que tendrá sus porcentajes de división y credulidad.

Putin ha controlado siempre la disidencia, de Navalni a las Pussy Riot. Rusia es un país que no ha relajado la represión a lo largo de su historia. Me imagino que la mayoría de los represores zaristas pasaron a afiliarse a la represión comunista, tal como la represión comunista acabó en las filas de Putin, él mismo un dirigente de la KGB.

Un triste destino el del pueblo ruso, con una riqueza cultural asombrosa —basta con contar artistas, escritores de Pushkin y Dostoievski, a Tolstoi y Lermontov, a Bulgakov... a tantos autores queridos que dieron cuenta de su "alma" contradictoria, turbulenta, explosiva... muchas veces desde exilios lejanos, como mi admirado Turgéniev, a teóricos de todos los campos, como Bajtin o Lotman en el estudio de la Cultura, como Lev Vigotsky en la Psicología del Lenguaje... Tantos otros que pudieron crear frente a las barreras oficiales, castrantes de la imaginación, impositoras de estilos oficialistas, modelos que había que seguir a cualquier precio.

Cada día es más difícil negar el horror, el abuso, la ferocidad. Cuando Rusia descubra el alcance de la barbarie que se está haciendo en su nombre solo podrá hacer dos cosas: llorar su ceguera o seguir defendiéndola, asegurando que todo es una conspiración de sus enemigos eternos.

Puede que algún día vuelva a coincidir con estas dos extrañas en el tren, escuchar es tensa negociación sobre qué es verdad y qué es mentira. Espero que para entonces el pueblo ucraniano haya dejado de sufrir esta sangría y que pueda disfrutar de su suelo —hoy lleno de minas y muertos—  y vida en paz con los supervivientes y los más de cinco millones de exiliados.

jueves, 28 de abril de 2022

La OMS advierte de la falta de información sobre el COVID

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Dice el refrán que "no hay peor ciego que el que no quiere ver", un punto en el que la sabiduría popular se junta con la psicología social. La observación es más pertinente en un mundo en el que se fina constantemente los reclamos de la atención, en un mundo en el que lo que no se "ve" en los medios deja de existir. No querer ver, dejar mirar para que el problema no esté en boca de todos es un ejemplo de dirección de la opinión pública, de hacer juegos de ilusionismo haciendo desaparecer los problemas con solo dejar de hablar de ellos. Pero los problemas reales no desaparecen porque no se hable de ellos.

Euronews nos mostraba ayer la denuncia de la dirección de la OMS respecto a la desaparición de la información sobre el COVID. La noticia escrita es escueta y la pieza breve, apenas 25 segundos:

El nuevo riesgo vendría de bajar la guardia al dejar de vigilar los contagios de la Covid-19.

El director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus, instó a los gobiernos a mantener la vigilancia de las infecciones por coronavirus.

Aseguró que el mundo está "ciego" respecto a la propagación del virus porque ha disminuido el número de análisis y variantes y mutaciones del virus podrían pasar desapercibidas.*

Aquí hemos llamado la atención sobre los sucesivos ejercicios contables sobre la enfermedad, sobre la reducción de los datos y cambios de parámetros para tratar de justificar acciones que hoy mismo los expertos señalan sin pudor que "pueden haber sido precipitadas". La limitación de datos a los mayores de 60 años y la reducción de días de información para evitar que cada día aparezcan en los medios es un ejemplo paradigmático de cómo se produce eso que la OMS denuncia, el silencio.

El hecho de que la gente que esté contagiada no tenga que guardar cuarentena, que pueda incorporarse a su puesto de trabajo, donde las mascarillas han desaparecido, que se desconozca el número real de casos porque solo algunos se registran como tales, etc. Es precisamente lo que la OMS denuncia.


La mejor forma de combatir el virus no es ignorarlo, sino lo contrario, tener la mejor información sobre él, sobre las variantes, número de afectados, síntomas, secuelas etc. Pero la vía elegida por muchos países no es la de la salud, sino que la situación económica es prioritaria, máxime cuando se abre una importante crisis por la situación creada por la invasión de Ucrania.

La división de los medios en secciones es solo una ilusión clasificadora. En la realidad todo está mezclado, todo influye sobre todo en mayor o menor medida. Es el mundo real, complejo e inabarcable en sus relaciones sistémicas. Pero renunciar a la información es lo peor que se puede hacer.


Por eso, la OMS denuncia que la falta de información no ayuda a resolver nada, solo produce ceguera. Y más que eso, agrava las situaciones ante la imposibilidad de establecer acciones que detengan el virus. Difícilmente se podrán realizar acciones si se desconoce el impacto real del virus, su circulación, a quienes afecta, qué síntomas se desarrollan, etc.

La queja por la falta de información debe ser tomada muy en serio. Nos va la salud a corto, medio y largo plazo en ello, pues tratar de poder puertas al campo de la salud siempre tiene consecuencias. La ceguera y el silencio se pagan muy caros en un mundo donde tener acceso a los datos es esencial para cualquier acción preventiva.

Lo más sorprendente son estos cambios de estrategia que acaban en silencio. La incidencia está subiendo entre los mayores de 60 años, lo que no me atrevería a llamar "mejora" de nada. En los grupos de edad de mis estudiantes, se siguen produciendo casos, con ingresos incluidos. No sé dónde van esos datos. Lo cierto es que son necesarios

La maniobra del silencio es clara: si no nos enteramos, muchas actividades sociales no se interrumpen, se dejan a criterio de los participantes, lo que lleva a más conflictos sociales sobre el uso o no de las mascarillas, las distancias, condiciones de los espacios, etc. Por otro lado, difícilmente se puede tener un buen criterio si falta la información. Hay gente que interpreta de forma inversa efectos y causas, es decir, creen que se quitan la mascarilla porque ya no hay virus, lo cual es un error. Esto se incrementa si estamos recibiendo constantes invitaciones a viajar, a salir, a adentrarnos en las variantes del ocio. Por eso lo expertos que intervienen estos días en los medios no quieren comprometerse apoyando una situación que les parece "precipitada" y preocupante. "Estamos avanzando a ciegas", señala el director general de la OMS. Cada vez se recibe menos información y aunque los datos generales van a la baja, el virus no ha desaparecido. Cabe preguntarse si es el método contable el que ha reducido las cifras. "La ignorancia no puede ser bienvenida", señala en la conferencia de prensa el director general.

La OMS necesita información. Es esencial para todos. Pero la información es lo que no se quiere dar para crear una sensación de "normalidad", que es falsa porque el virus sigue, existe la amenaza de nuevas variantes y, especialmente, se desconocen los efectos a largo plazo, por lo que el seguimiento es esencial.

Hemos denunciado aquí la campaña contra la mascarilla, que se ha convertido en la enemiga en vez del virus. Los artículos se suceden en los medios sobre el entierro de la mascarilla, que ha sido nuestra salvadora y no nuestra opresora. Pero los intereses económicos han estado siempre luchando contra ella, porque el negocio del ocio, por ejemplo, no es el mismo a cara descubierta que tapados, juntos que distantes, en intimidad u obligados a mantener distancias "sociales". Las explicaciones de por qué la gente no se las quita van desde el acné juvenil al síndrome de la cara vacía pasando por las inseguridades de todo tipo. Pero creo que la realidad es más sencilla: no se la quitan porque no se fían. No se fían de las informaciones o falta de informaciones desde las autoridades y no se pueden fiar del propio entorno en el que están porque si nadie tiene obligación de guardar cuarentena no sabes a quién tienes a tu lado. 


* "La OMS advierte que estamos "cada vez más ciegos" ante el coronavirus" Euronews 27/04/2022 https://es.euronews.com/2022/04/27/la-oms-advierte-que-estamos-cada-vez-mas-ciegos-ante-el-coronavirus

miércoles, 27 de abril de 2022

La nueva anormalidad

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


Hay palabras de las que se abusa, sobrevaloradas. Son palabras que en la cabeza de cada uno toman más significados de los que esperamos. Las escuchamos y pensamos que sabemos lo que nos están diciendo o lo que el otro tiene en mente. Me estoy refiriendo, por no divagar más, a la palabra "normalidad", un término que es ya difícil manejar en estos tiempos de pandemia, donde ha pasado a ser futuro imaginado, pasado idealizado y presente confuso y alternativo. La normalidad, no, ya no es lo que era.

Deberíamos haber sospechado algo cuando se empezó a jugar con lo de la "nueva normalidad", algo que iba desde la recuperación del cafelito en terraza a la retirada a tutiplén de mascarillas, la vuelta de la sonrisa a la negociación comunera del espacio de los ascensores, entre muchos otros casos pandémicos en los que unos ven una "normalidad" y otros otra.

No sabía yo que la RAE había incluido la "nueva normalidad" en el Diccionario. Allí se define como: "1. f. Situación en que la forma de vida normal o habitual se modifica debido a una crisis o a razones excepcionales; p. ej., en una pandemia."

Como sucede con las palabras, unas nos mandan a otras. Si no podemos ponernos de acuerdo en la "normalidad", menos lo haremos en la "nueva normalidad", que muchos han entendido como vuelta a las andadas y han interpretado como "volver a lo que hacías antes", sea esto lo que fuera. Teniendo en cuenta que el DRAE tiene siete acepciones de "normal", siendo la primera "Dicho de una cosa: Que se halla en su estado natural" y que todo esto viene de "norma", que son precisamente las que nadie cumple porque "lo normal" es saltárselas, es comprensible que nademos en la confusión y que muchos incluso se ahoguen.

Sí, lo de "normal" está cada vez más difícil y eso que se han instaurado rigurosas disciplinas para lo que llaman "normalización", pero funciona bien con los enchufes y cargadores de móviles, pero en la vida humana, cada día más revuelta para unas cosas y más plana para otras, está perdiendo su sentido.


Una muestra ejemplar de que la normalidad ya no es lo que era nos la ofrecen los juzgados en donde se está escuchando —atónitos— a los dos comisionistas de las mascarillas, sí, los de los Rolex, el yate, pisos, los coches de alta gama (¡qué bonita expresión!) y alguna juerga, de alta gama también. El diario ABC nos cuenta estos instructivos interrogatorios:

El juez instructor del caso mascarillas, Adolfo Carretero, fue muy crítico en su interrogatorio a los empresarios Luis Medina y Alberto Luceño cuando este lunes, comparecieron ante él y se avinieron a responder sus preguntas. En el caso del hermano del Duque de Feria, cuestionó que tachara de «normal» la elevada comisión que entre ambos se llevaron y que ascendía a seis millones de dólares, la mitad del importe abonado por el Ayuntamiento de Madrid por una partida de mascarillas, otra de guantes y una más de test de covid.

«¿A usted le parece normal que de unos guantes la comisión suya ascienda a un 81%? Porque según usted, Luceño no le ha engañado, pero él cobra cinco millones y usted uno (...) Entonces, está conforme con que cobrase eso. 

¿Le parece normal?», inquirió el juez ante las respuestas que intentaba, con cierto atropello, dar Medina.

Aunque el empresario insistió en que estaba conforme porque Luceño «hizo todo el trabajo y traía la oferta (de productos sanitarios) que no había» en aquellos momentos en Madrid, reconoció que el precio no era tan normal, pero porque «un contenedor que se mandaba por dos mil euros en esa época lo mandaban por 30.000».

«Ni normal ni no normal», acabó por decir Medina, y el juez replicó: «Pues si era tan normal, ¿Por qué no se lo dijo al Ayuntamiento? Si usted le hubiera dicho al Ayuntamiento, oiga, nos llevamos esta comisión, el Ayuntamiento habría dicho sí o no (...) pero tampoco Luceño les dijo el precio que quería Leno. Leno quería un precio, vendía por eso, y no se lo dijeron (al consistorio)». *


La palabra "normal" aparece seis veces en este diálogo anti platónico, bien apegado al suelo de las dudas más que metódicas sorprendentes. El diálogo entre juez instructor y los dos comisionistas es digno de los Álvarez Quintero y, ahora que Madrid quiere recuperar la asignatura de Filosofía (¡qué extraño sentido del humor tiene Díaz Ayuso!) podría ser debatido en las aulas como ejercicio adecuado a temas del programa que van del citado Platón, el metódico Descartes, el obispo Berkeley, el positivismo comteano y hasta los límites del lenguaje y del mundo de siempre actual Wittgenstein. ¡Una joya de la retórica, vamos!

En esta banda comisionista, donde tenemos al cerebro y al rostro, en perfecta sintonía. El famoso "pa´la saca", eslogan e himno generacional ya, es equiparable al "Cogito ergo sum" en donde el pienso es sustituido por "comisiono", una forma a la que hay que dar un nuevo sentido en el DRAE.

El juicio de las mascarillas (uno de ellos, por lo que vemos) quedaría perfecto en una comedia italiana, con su pareja bien combinada, de cerebro uno y cara los dos. Explican bien que lo de la "normalidad" este sujeto a revisión y perversión constantes. Antes "anormal" era un insulto, ahora no sabemos bien qué es.

La verdad es que yo no quiero ser "normal", como el dúo Medina-Luceño. Tenemos una sociedad tan abierta, que padecemos estos catarros éticos por las corrientes de sinvergonzonería que se producen.

Hacemos lo que queremos y hemos desarrollado la maquinaria de las excusas, que es la que se pone en marcha para lanzar las cortinas de humo de la "normalidad", tal como hacen los comisionistas en el juicio. No sé si el juez logrará entender qué es "normal" para estos individuos. La excusa del "normal" suele ser que todos lo hacen, pero cuando lo que hacen es saltarse las normas, ya entramos en terreno resbaladizo. La anormal normalidad parece ser la norma. Es decir, si todos lo hacen, ¿por qué yo no? Mi temor es que a muchos les caigan simpáticos, un modelo a imitar. Los tiempos están muy raros.

 

 

* Isabel Vega "La bronca del juez a Medina por la comisión: «¿A usted le parece normal?»" ABC https://www.abc.es/espana/abci-bronca-juez-medina-comision-usted-parece-normal-202204261017_noticia.html

martes, 26 de abril de 2022

Hola, mundo cruel o el estrés en que vivimos

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

La pandemia ha servido para sacar a la luz mucha información que antes apenas tenía hueco y que ahora vemos a diario. Me refiero a la cuestión de la salud mental, un asunto que provocó hasta la risa parlamentaria de algún "alma sensible". Salvando estas sensibles excepciones, lo cierto es que la expresión "salud mental" aparece casi a diario. Las noticias llaman a las noticias y lo que despierta interés sigue saliendo. Esto es importante en un sector en el que la tendencia al silencio o a la ocultación suele ser frecuente, cuando no la burla, como en el ejemplo parlamentario antes citado.

En estos días de retirada oficial de las mascarillas se nos habla de "complejos", de "miedos" a mostrar el rostro, de inseguridades en niños y adolescentes, también en adultos, de los que se nos dice que la mascarilla favorecía su deseo de ocultación.

Hemos visto con el confinamiento en la pandemia la escalada de la violencia en los hogares, lugares en los que la convivencia se traducía en muertes y agresiones. No creo que la pandemia en sí sea la que lo ha generado, pero sí ha incidido en la mayor visibilidad, por un lado, y en el aumento de la presión sobre las personas, que han estallado ya sea en implosiones, agravando sus propias situaciones, y en explosiones, haciendo que otros los padezcan.

Vivimos en el filo del estrés, provocado este por múltiples situaciones que no solo no se resuelven sino que van aumentando con el tiempo, nos desequilibran y en muchos casos nos hacen estallar. Estamos en una sociedad que resuelve pocos problemas y crea muchos. Vivimos bajo presión laboral, económica, informativa, física y emocional. Todo esto se debe gestionar por uno mismo ya que nuestra sociedad ha contabilizado el gasto que supone nuestra salud mental y ha decidido ignorarlo. La atención para la salud mental es una de las grandes fallas de nuestro sistema, incapaz de valorar, diagnosticar y ayudar a resolver. Los medios son muy insuficientes ante el desbordamiento de los problemas mentales que se esconden y enquistan hasta que estallan con imprevisibles consecuencias.

Muchos de estos problemas son la traducción de las agresiones exteriores. En RTVE.es leemos sobre los efectos de las violaciones:

 Asaltada, violada y golpeada a los 16 años. ¿Cómo se puede afrontar el trauma de vivir algo así? Hay que tratarlo cuanto antes, para que deje menos secuelas. Lo primero es hacerles ver que ellas no son responsables sino víctimas. Pero hay más dificultades en el proceso. ¿Qué secuelas deja? Desde lo físico a lo emocional y lo social. Vergüenza, desesperanza, desconfianza ante la vida. Un estado constante de hipervigilancia. El proceso puede acompañarles toda la vida.*

"Apoyo, terapia y tiempo" es lo que se necesita y es justamente lo que falta, lo que hace que nos alejemos de la solución de los problemas o de la simple atenuación.

La cuestión es quién te acompaña en el proceso, quién vela porque eso no deje secuelas. En lugar de ello, nos preocupamos por describir las secuelas, que fruto de los hechos, poro también de la falta de asistencia.

Somos el país del mundo con mayor consumo de ansiolíticos, según nos decían hace unos días. Los propios médicos, ante la imposibilidad de profundizar en los trastornos por falta de tiempo en las consultas, confesaban que no les queda otra opción que intentar tapar los síntomas a base de pastillas, que están desbordados y que así es imposible mejorar la salud mental. No solo no arreglamos nada, sino que además creamos problemas de dependencia. Las pastillas lo tapan todo, el dolor, el insomnio, los recuerdos.

También en RTVE.es leemos sobre las secuelas del maltrato infantil:

En España hay 15.000 denuncias al año por maltrato a menores pero son muchos los casos que quedan silenciados. Ese maltrato está detrás de más de un tercio de los problemas mentales que se diagnostican en la edad adulta, como depresión, trastornos de la personalidad o intentos de suicidio. Laura Sanmartín sufrió abusos sexuales de los 8 a los 13 años y asegura a TVE que no sabe "qué clase de persona hubiera sido" si esto no le hubiese sucedido: "Sé que la niña que yo era deje de serlo".**

No sabemos quién podríamos haber sido, pero sí que la existencia es una tortura. La vida se plantea como una carrera de obstáculo en la que cada salto se refleja en lo que sigue. Cada problema es un peso en la mochila vital.

Lo peor es que el sistema en su conjunto se ha deshumanizado. Hablamos de maltrato infantil, violencia de género, pero dejamos de lado la violencia laboral, el estrés que supone trabajar tapado por el estrés que supone el desempleo. Ha sido una sorpresa para muchos comprobar que los despedidos de empresas durante la pandemia —especialmente en el sector de la hostelería— no regresaban a los puestos de trabajo. La explotación en el sector, la precariedad, etc. ha generado un estrés que ha hecho que no regresen y busquen colocación en otras.

Recibo información de muchos ex alumnos que se desempeñan en diversos trabajos. Cuando esperas escuchar la alegría del que tiene un trabajo, te encuentras con una descripción de abusos y humillaciones, de miserias padecidas por parte de compañeros y superiores que no deja de sorprenderte. No es solo aquí, desde luego. Es este mundo creado para explotar sin escuchar, para sacar de ti el máximo posible al menor precio, que una vez usado te tira a tu suerte. Un mundo duro.

El diario ABC nos trae una noticia más, el aumento de suicidios entre la Policía Nacional y la Guardia Civil:

Los meses posteriores al confinamiento dispararon el número de suicidios, también en los ámbitos laborales más comprometidos. En concreto, en las fuerzas de seguridad del estado hasta 17 policías nacionales y 17 guardias civiles se suicidaron en 2021, según los datos de un estudio interno elaborado por los sindicatos y expuesto este lunes por Jupol. La cifra es alarmante, pues supone que cada 11 días se suicidó un agente.

Según el perfil elaborado por el sindicato policial, el 98% de quienes se suicidaron eran hombres, frente al 2%, que eran mujeres, y el 90% de ellos lo hizo con su propia arma, expuso en una mesa redonda sobre salud mental organizada por el CES Carcenal Cisneros Laura González López, policía nacional y secretaria de riesgos laborales en Jupol. 

Tras la pandemia descendió la edad de los agentes que se quitaron la vida, pasando de 47 a 42 años, respecto al año anterior. Llama la atención que 4 de estas personas se encontraban en prácticas o habían empezado a prestar servicio recientemente.

«El problema es que no tenemos ayuda y necesitamos ser superhombres o súpermujeres, cuando en realidad somos personas como todos», ha defendido González.

Según los datos recabados de todos aquellos agentes que han utilizado la ayuda psicológica a través de su teléfono de atención 24 horas la mayoría achacan estrés laboral, y según la función policial que desarrolle influyen también otros problemas laborales así como divorcios o conflictos legales. En los guardias civiles, además, pasa factura el aislamiento y la soledad, pues particularmente trabajan en pueblos o pequeños municipios alejados de las grandes urbes en contraposición al resto de fuerzas policiales. ***


De nuevo la pandemia como desencadenante, pero no es la causa en sí. Podemos entender que la propia naturaleza del trabajo sea estresante, pero no se entiende de nuevo la falta de ayuda, que es la que puede frenar las muertes si se recibe la atención necesaria, que debe estar prevista por las instituciones. Pero nos encontramos aquí con el mismo problema: la falta de ayuda. ¿Se han asumido los suicidios como una situación "normal", algo con lo que ya se cuenta? ¿"Problemas personales"? El descenso de la edad de los suicidas nos indica que el desbordamiento se produce antes, cada vez más pronto. Los suicidios de las personas en prácticas son otro indicador preocupante del aumento del estrés.

Lo terrible de este tipo de situaciones la están padeciendo otros sectores llevados al límite, como ocurre con la Sanidad, en la que vemos el desbordamiento, la falta de recursos denunciada una y otra vez, la precariedad de personas contratadas y despedidas varias veces al año. La situación puede verse en casi todos los sectores, pues es el mundo al que nos hemos "acostumbrado", por el que uno no debe quejarse, sino dar las gracias. Que te despidan es un privilegio porque significa que has estado contratado.

El estrés generado produce violencia contra uno mismo y contra los otros, lo que acaba de agravar el problema. El estresado transmite su rabia contra otros formando una cadena descendente que llega hasta los últimos rincones de las empresas o de las escuelas. Es difícil encontrar puntos de desahogo que no impliquen pagarlo con otros reproduciendo el ritual del maltrato normalizado.


Pero no es solo el trabajo. El aumento de la violencia entre adolescentes los estamos viendo cada día en las noticias. El sector educativo padece muchos de estos problemas, donde la violencia se transmite entre niños y adolescentes a través del acoso escolar. Han aumentado los suicidios entre jóvenes. La noticia de que la mascarilla les había servido para esconderse no debe ser tomada a la ligera.

Más allá de los estudiantes, el sector educativo se encuentra en permanente estrés presionado por mal entendidas fórmulas de competición en las que se reparte miseria y estabilidad. Como todo sector altamente jerarquizado, es fácil que se produzcan abusos, desahogos, y una vez más un estrés crónico. 

Hay mucho más estrés que los abusos en las escuelas repartido por todo el sistema, de universidades a colegios. Pero, una vez más, son el reflejo de este mundo violento e implacable que hace que las personas se tengan que proteger detrás de mascarillas, reales o simbólicas. Es sistema es cruel, distante, donde los problemas que genera este tipo de vida se asumen como parte del conjunto. Se nos acusa de sobreprotectores cuando tratamos de paliar los efectos; la realidad no va a cambiar, cuanto antes nos acostumbremos a ella, mejor, nos dicen. Es elevar la supervivencia a estado de normalidad. Y muchos no sobreviven.

De poco sirve denunciar problemas si el principal problema es la falta de atención. Son de estas cosas de las que se deben ocupar nuestros responsables en las instituciones, en los parlamentos, ayuntamientos y Consejerías. Este empeoramiento de la salud mental, estén donde estén sus límites y definiciones, es preocupante porque se traduce en muchas formas de violencia, unas penalizadas, otras ignoradas y muchas consentidas.  


* "Las claves para recuperarse de una violación: apoyo, terapia y tiempo" RTVE.es A la Carta La 1 Telediario 2 https://www.rtve.es/play/videos/telediario-2/claves-recuperacion-violacion-mujer/6502182/ 

** "El maltrato infantil detrás de los problemas mentales" RTVE.es A la Carta Telediario 1 25/02/2022 https://www.rtve.es/play/videos/telediario/maltrato-infantil-problemas-mentales-adultos/6508593/ 

* Nieves Mira "Hombre de 42 años y con problemas personales: el perfil de los agentes de la ley que se suicidaron en 2021" ABC  26/04/2022 https://www.abc.es/sociedad/abci-hombre-42-anos-y-problemas-personales-perfil-agentes-ley-suicidaron-2021-202204260322_noticia.html