viernes, 31 de enero de 2014

Marguerite Duras y la moralidad periodística

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Cae en mis manos de nuevo, por pura casualidad compradora de segunda mano, un volumen de Marguerite Duras, perdido hace tiempo entre cajas de libros, titulado Outside, que recoge una selección de sus textos periodísticos realizada en 1984 y publicado entre nosotros dos años después traducida por Clara Janés. El volumen recoge artículos que comienzan a finales de los cincuenta y llegan hasta las puertas de la edición, 1980, en que ella realiza una breve presentación. En ella escribe:

No hay periodismos sin moral. Todo periodista es un moralista. Es absolutamente inevitable. Un periodista es alguien que mira el mundo, su funcionamiento, que lo vigila cada día muy de cerca, que lo ofrece para que se vea, que ofrece, para que se vuelva a ver, el mundo, el acontecimiento. No puede lleva a cabo este trabajo y a la vez no juzgar lo que ve. Es imposible. En otras palabras, la información objetiva es una añagaza total. Es una mentira. No existe el periodismo objetivo. Yo me he liberado de muchos prejuicios, entre ellos este que a mi juicio es el principal. Creer en la objetividad posible del relato de un acontecimiento. * (5)

Vincula Duras la "objetividad" con la "moralidad", que es la forma de vincular el mundo con la mirada primero y con su escritura después. Pensar que la moralidad es un obstáculo para contar el mundo es pensar erróneamente, porque en efecto el problema no es la objetividad imposible sino el tipo de moral que pueda usar para convencernos de que su mediación es transparente.
En este aspecto se amontonan toda una serie de equívocos acumulados durante siglos sobre el lenguaje, la comunicación y nuestro conocimiento del mundo, incluidos nosotros mismos. La creencia en la existencia de un lenguaje preciso, claro, que habla por sí mismo, que describe a la perfección la "cosa"; el pensar que entrar en contacto con los otros puede hacerse sin una retórica, una estrategia de manipulación para la consecución de un objetivo, loable o despreciable; creer que podemos ver el mundo tal cual es, sin que existan filtros y procesos que condicionen mirada y comprensión... todos ellos son falacias culturales acumuladas en un pensamiento que sigue vigente en muchos campos.
En la medida en que el periodista mira y cuenta —pone en marcha su cerebro y usa el lenguaje para construir un mundo de palabras— está sujeto a todas las limitaciones señaladas, idénticas para el resto de los seres humanos. No es una máquina: es un sujeto cultural. Eso implica que es una intersección entre su cultura y su propia experiencia acumulada. Trabaja con las informaciones que acumula desde ambas fuentes. Su cerebro las acumula y las usa como fondo de las experiencias posteriores.


Duras usa el término "moral" como una forma de tensión entre el mundo y quien lo observa, una tensión judicial. No se puede dejar de juzgar lo que se ve, nos dice. Y, en efecto, así es. Como todo juicio, su calidad depende de nuestra capacidad de comprender. En eso el periodista, también como cualquier ser humano, nos ofrece una reacción comprensiva a lo que ocurre. Nos habla de lo que es capaz de comprender con los medios con los que es capaz de construir. Comprensión analística y sistémica, por un lado, y capacidad constructiva a través de los recursos comunicativos de que disponga.
El elemento "moral" —el juicio— surge ya con la contemplación, está ya en la mirada misma. La cuestión está en si ese juicio debe estar en el resultado final, en el relato del acontecimiento. Para Marguerite Duras esa cuestión es falsa porque ese juicio está inexorablemente en el discurso. Es un prejuicio considerar que se puede hablar del mundo sin juzgarlo.

Que Marguerite Duras plantee estas reflexiones ante el texto periodístico no es casual. De hecho hay cierta contraposición indicada desde el título de la selección "Outside", lo exterior, entre el mundo interior de quien crea y el mundo exterior en el que vive y convive. Duras señala que escribía artículos por dos razones poderosas: salir de su habitación y comer. Cuando escribía libros, no escribía artículos. Eran ocho horas diarias de escritura aislada; el mundo quedaba fuera. El periodismo, por el contrario, la hacía salir de su encierro, física y mentalmente.
Y añade una tercera causa para la escritura periodística:

Las razones, además, por las que he escrito y escribo en los periódicos, ponen de manifiesto el mismo movimiento irresistible que me llevó hacia la resistencia francesa o argelina, antigubernamental o antimilitarista, antielectoral, etc.; y que también me indujo, como a ustedes, como a todos, a la tentación de denunciar lo intolerable de una injusticia, sea del orden que sea, sufrida por un pueblo entero o por un solo individuo...* (6)

Muchos de esos artículos son sus respuestas morales frente al mundo. No hay pretensión alguna de esa objetividad y sí una construcción poderosa de los argumentos y razones por los que se juzga una situación. A Duras le tocó vivir una época, especialmente en la cultura francesa, en la que se teorizó mucho sobre la moralidad y la objetividad. De Gide y su "inmoralista", Camus con su "juez penitente", en La Caída, o toda la reflexión de la "escuela de la mirada" que supuso el "nouveau roman" o los debates sobre Sade de los estructuralistas.
La "indiferencia" pasó también a primer término por los intentos de explicar lo inexplicable: la participación de la "culta" Europa en las masacres de las Guerras Mundiales, cómo la población había mirado hacia otro lado, de los colaboracionistas franceses (o de toda Europa) a los pueblos enteros que aceptaron la barbarie sin tapujos, gozosamente algunos.
Quizá tras los 60, la palabra "moral" quedó desprestigiada y convertida en objeto de burla, como algo burgués, con los aspectos peyorativos que la palabra adquirió. Pero la moralidad de la que habla Duras para el periodismo es otra forma, menos "social" o convencional y más próxima a la ética, al compromiso con la conciencia y al distanciamiento de la indiferencia. En el campo del Periodismo, esa ética es doble, un compromiso con el mundo y la conciencia propia, tal como lo señala Duras, y un compromiso comunicativo con los que lo reciben, los lectores. El periodista escribe para que otros se hagan una representación del mundo desde su propia construcción. Su moralidad es en dos direcciones: es responsable de su comprensión del mundo (para ello trabaja sobre sí mismo, en su formación para comprender) y es responsable de la que otros se hacen desde su interpretación (mejora sus cualidades comunicativas).

Creo que las palabras de Duras, su defensa de la moralidad de la escritura como forma de no mantenerse indiferente ante lo que ocurre en el mundo son de nuevo muy pertinentes, si es que alguna vez dejaron de serlo. La objetividad no implica ausencia de juicio, sino por el contrario un deseo de justicia. 
A la mirada justa, le sigue la palabra justa, en el doble sentido judicial y flaubertiano, la adecuada para lograr un objetivo. ¿Son verdaderas ambas, mirada y palabra? No lo sabemos, pero entre una objetividad imposible y una moralidad razonada, creo que es superior la segunda opción, con la que al menos es posible el diálogo que quien lee entabla con el texto. Si no es posible escribir prescindiendo de esa moralidad es porque tampoco es posible hacerlo en la lectura. No hay escritura objetiva porque no hay lectura objetiva.
Puede que renunciemos a la verdad desde un punto de vista filosófico o empistemológico, pero eso no significa renunciar al deseo de verdad, que es lo ético en sí, la aspiración. De igual forma, por ejemplo, la Justicia puede ser imperfecta, pero no debe por ello renunciar a su aspiración a ser más justa porque cuando deja de hacerlo se caerá en la indiferencia. Y eso, creo, es el gran mal que trae todos los demás males en cadena.


* Marguerite Duras (1986): Outside. Plaza & Janés Editores, Barcelona.




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