lunes, 21 de noviembre de 2011

De nuevo Tahrir

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La revolución egipcia está a mitad de camino. Lo hemos señalado en muchas ocasiones. Saltó la cabeza, pero como la hidra, se regenera bajo la forma de cúpula militar. La idea de que los militares no son muy distintos de Mubarak, solo tienen otra cara, se impone. O, si se prefiere, que Mubarak era un militar más de la lista de militares que gobiernan Egipto desde los años cincuenta. No está dispuestos a ceder los privilegios que han tenido en el control de la sociedad.
La voz de Egipto es su pueblo, una gente que mayoritariamente quiere perder de vista la corrupción y el autoritarismo. Los militares quieren seguir y los miedos se siembran en Occidente sobre lo ocurrido en Libia o el cariz que ha tomado Túnez, en donde no son los jóvenes que deseaban libertad a través del rap, sino los partidos islámicos los que han recogido el fruto. Libia y Túnez son casos muy distintos. También lo es Egipto. Hace falta tiempo para que se sedimenten los movimientos emocionales en propuestas racionales, pragmáticas e ideológicas que arraiguen en la gente. Los más organizados tienen ventaja ahora, en la salida, pero esto es una carrera de medio fondo.
Que vuelva la sangre a las calles egipcias, a Tahrir, a Alejandría —de nuevo muertos y heridos— no es bueno para Egipto ni para ninguno de los demás países envueltos en los procesos de transformación. Lo que se está pagando ahora es precisamente la falta de vertebración social, la inexistencia de una clase política consistente al margen de las camarillas personales y familiares de los dictadores o de los militares que cambian sus uniformes por ropas de paisano para aparentar que no son dictaduras de sables. Los políticos árabes son gente que discute, más que gente que llega a acuerdos. Esa es la cultura que hay que dar la vuelta. Y es así porque llevan décadas discutiendo, sin resquicio en los regímenes monolíticos dictatoriales.


Es difícil hacer política cuando no hay verdadera clase política. Es muy difícil intentar llegar a acuerdos entre personas con visiones muy diferentes y a veces radicales de cómo se debe gobernar o regular un país, con grupos casi autistas, aislados de la realidad. La democracia es una asignatura prácticamente inexistente en los países árabes. Inexistente pero necesaria si quieren salir del agujero mental, histórico y político en el que están metidos. Hay una constelación de personas probablemente valiosas que deben ser detectadas cuanto antes para poder sacar adelante sus países antes de que la pelota comience a rodar tejado abajo y vuelva al suelo.
El papel de Egipto es crucial porque es un referente en el que se podían mirar muchos y tomar ejemplo. Sin embargo sigue existiendo esa fractura que impide que se cristalicen los resultados en transformaciones positivas para el país. Los militares siguen empeñados en ser ellos los que lo controlen, los que lo dirijan hacia el puerto que les interesa. Y ese puerto, por evidencia histórica, es el mismo al que se ha dirigido Egipto durante sesenta años. Los juicios militares a los civiles que disienten confirman que el pueblo ha cambiado, pero no el Ejército.

No existe, según parece, la clase política capaz de sacar adelante, de asumir un liderazgo, capaz de tener una voz que hable firmemente en nombre de los egipcios. Y lo mismo ha ocurrido en los demás países. El liderazgo moral, paradójicamente, lo está llevando a cabo Erdogan, el primer ministro turco, que sigue siendo el que planta cara a los dictadores —esta vez al sirio— diciéndoles que no deben seguir mandando el ejército o a la policía a matar a su propio pueblo, tal como hizo antes con Mubarak y Gadafi.
Los militares piensan que no tienen enfrente un opositor real, sino una masa cuyos recursos se limitan a concentrarse en una plaza refugio, en Tahrir, un lugar de sangre y sacrificio, pero también de ira y desesperación, el lugar del eterno retorno porque en Egipto, una vez más, todo vuelve y parece que nada cambia. Sin embargo, sí ha cambiado. Han cambiado las mentes de muchas personas que han decidido que quieren otro país, que tienen derecho a desearlo.

Esta falta de liderazgo está siendo aprovechada por aquellos que no lo necesitan. Las dictaduras no dejaron más que huecos para los enemigos hechos a su medida. El integrismo islámico ha sido fomentado de forma directa por el dinero y pensamiento que llegaba desde el Golfo como forma de evitar la expansión de de la revolución iraní por un lado y el poder de los militares laicos, tal como eran todos los regímenes dictatoriales dominados por las revoluciones y golpes de estado anteriores. Como consecuencia, son los primeros en la línea de salida, no los mayoritarios, sino los mejor colocados, que no es lo mismo. Lo importante son los equilibrios de fuerzas resultantes y la capacidad de interactuar entre ellos para hacer países más libres.
La mujer es la pieza esencial, no nos cansaremos de repetirlo; es la prueba de que se avanza dentro de su propio pensamiento hacia cotas de mayor libertad e igualdad, que se profundiza en los derechos humanos. El mundo árabe tiene que encontrar sus caminos, los que le permitan resolver sus contradicciones internas en la historia y el que le permita la convivencia con el mundo. Los que piensan que ambas cosas no les importan porque tienen su camino fijo y que la salida es elevar una muralla de obcecación e intransigencia alrededor de sus propios pueblos no harán sino llevarlos de nuevo a la oscuridad y a perder los múltiples trenes de la historia, y a seguir siendo rehenes de sus propios y seductores liberadores que acaban volviéndose tiranos y hundiéndoles.
El columnista Issandr el Amrani explica con claridad lo que las encuestas reflejan en Egipto:

Polls of Egyptian public opinion suggest that while this country is deeply pious and wants to retain some aspects of religion in public life, the majority want a secular state that does not differentiate between citizens according to their religion. Likewise, this is a fiercely patriotic country where the military holds an important symbolic role, but most Egyptians want a civilian state. In Arabic, the word most commonly used for both civilian and secular is madani — the distinction that could be made by using the word almani (secular in a strict sense) is not often made because the latter word has been tinged with negative associations in Islamist discourse.*

El panorama es sencillo. Los egipcios son religiosos y quieren un estado laico; los egipcios respetan a su ejército, pero quieren un gobierno civil. Las tensiones se producen cuando los militares quieren gobernar, los políticos quieren imponer la religión o la religión quiere imponer la política. Este caos inducido, directa o indirectamente, por las actitudes de los militares que tratan de colar salvaguardias que garanticen no su autonomía sino su impunidad en ciertos aspectos de la vida política, es lo que está sumiendo a Egipto en la confusión. Como señalaba Issandr el Amrani, lo reflejado en las encuestas realizadas encaja bastante bien con los móviles de la revolución egipcia, que no tuvo en momento alguno el componente integrista que pudiera esgrimirse hoy por parte de algunos.
Plantear militarismo o integrismo islámico es volver a la estrategia de Mubarak y de las dictaduras militares. La mayoría de los egipcios quieren paz, orden, convivencia y dignidad porque entienden que eso es lo que su país requiere para abandonar los lastres de su pasado de una vez por todas.

* Issandr El Amrani, “Is the Islamists vs. the military?”. Al-Masry Al-Youm 15/11/2011 http://www.almasryalyoum.com/en/node/515091


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