martes, 18 de octubre de 2011

Las barbas de los amish

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los Amish saltaron al conocimiento universal gracias a los poderes extensivos del cine, con la película de Peter Weir, Único testigo (Witness 1985), un policiaco protagonizado por Harrison Ford en el que un niño amish es testigo ocasional de un crimen y es buscado por los asesinos para evitar que declare. La historia se desarrollaba en el seno de una comunidad amish permitiendo que se conociera su forma de vida. La película fue un gran éxito en su momento y sirvió para que el mundo descubriera unas comunidades de personas que habían elegido voluntariamente vivir casi de la misma manera con que llegaron a América en los siglos XVII y XVIII desde Holanda, Suiza y Alemania. La imagen de sus vestimentas o de sus coches de caballos por las carreteras se ha hecho popular y son una reliquia del pasado incrustada en nuestro presente tecnológico y trivial.
Las comunidades amish son anabaptistas, es decir, dan la opción del bautismo con la mayoría de edad y, con ella, la posibilidad de seguir en los grupos, ateniéndose a las estrictas reglas que se dan en cada comunidad o saliendo de ellas. Algunas, incluso, dan la opción a los jóvenes a que vivan un año fuera, a la “inglesa”, para que cuando regresen lo hagan convencidos del valor de su decisión. Los que no regresan, sencillamente se apartan de la comunidad y mantienen con sus familias y amigos lazos de intensidad variable, según los casos. Es también frecuente que pasen de unas comunidades a otras.

Son profundamente pacifistas y como resultado de su antimilitarismo, rechazan los bigotes, que era algo que en su tierra de origen se identificaba con los oficiales del ejército, que eran siempre de la nobleza. Las barbas para ellos son un signo de identidad importante que se vincula con la mayoría de edad. Es el símbolo de que se es hombre, adulto y miembro de la comunidad.
Por eso nos sorprende la noticia de The New York Times de hoy en la que se cuenta la historia de una comunidad amish “renegada” que se dedica a sacar a los hombres de sus casas en mitad de la noche y a destrozarles las barbas a base de tijeretazos infamantes*. Los autores de estas tropelías, auténticos actos de guerra y humillación en una comunidad pacifista, que reniega de la venganza como uno de sus principios morales básicos, son los miembros de una comunidad que lejos de consentir las fugas a otras comunidades de sus miembros, las persigue con saña. La comunidad  de Bergholz (Ohio), llevada por un tal Sam Mullet, de 66 años, ha quedado marginada del resto de las comunidades, que comienzan a padecer la rabia que les guía. Tiene además resonancias orwelianas, pues algunos de los atacantes son los familiares de los atacados, como ocurrió en septiembre, cuando un matrimonio que había abandonado la comunidad hacía cuatro años fue atacado por sus propios hijos.



La comunidad de Bergholz ha pasado a ser una auténtica secta. Se ha convertido en un centro de odios contra los otros miembros de las demás comunidades, que por el contrario, guiados por sus creencias pacíficas, no ponen denuncias contra ellos porque han desarrollado una creencia en el valor del acuerdo y el perdón como forma de dirimir los conflictos. El desequilibrio entre las reglas del juego de unos y otros se hace manifiesto. Mientras unos son pacíficos y han desarrollado una política cívica, los otros incumplen las reglas de su propia comunidad, ya que haciendo lo que hacen se autoexcluyen de sus orígenes amish, por más que los pregonen. ¿En nombre de qué ortodoxia actúan ya, si contravienen todos sus principios de identidad?

El caso planteado por los amish es interesante porque nos muestra que hay momentos en que una parte minoritaria de una sociedad —en este caso de las comunidades amish—, se convierte en atacante del resto perdiendo el sentido de sus propias actuaciones. La comunidad Bergholz se ha transformado en un grupo de fanáticos en el que sus ideas ya solo son compartidas por ellos mismos. El resto de las comunidades amish siguen compartiendo sus principios y son atacados para desposeerlos de sus señas de identidad, la barbas. También a algunas mujeres se les ha destrozado el cabello a tijeretazos en la mejor tradición humillante totalitaria.
El ataque barbero no es más que una forma de decir “vosotros no sois amish; nosotros sí”. La lucha es por los signos identificadores. Se trata de borrar los elementos que los definen. Sin embargo, visto desde fuera, lo que tenemos es una comunidad mayoritaria que acepta unas reglas y las mantiene, y una minoría que, por el contrario, reclama la exclusividad e incumple los principios básicos, que no son las barbas —tan solo un signo—, sino la paz y el respeto mutuos.
La comunidad Bergholz es una comunidad depredadora. Se aprovecha de los principios pacíficos de los demás para actuar violentamente sobre ellos. Cuenta en su ataque con que la respuesta de los demás será acorde con sus principios, viendo en ello una “debilidad” del enemigo. Su estrategia parece clara: aprovecharse de sus ventajas —la falta de principios es una ventaja estratégica— y ver el respeto de los demás a las reglas como una debilidad del “mercado” amish. Los seguidores de Sam Mullet no tienen inconveniente, convencidos de que son superiores a los demás, en perseguir su propósito hasta donde haga falta.
Si leemos esta noticia como una fábula, es decir, como una enseñanza moral a través de una historia aplicable fuera de su propio contexto, podremos sacar algún provecho más allá de barbas y tijeras. Los recortes, como vemos, se practican en muchas partes.

* “Amish Renegades Are Accused in Bizarre Attacks on Their Peers”. The New York Times 17/10/2011 http://www.nytimes.com/2011/10/18/us/hair-cutting-attacks-stir-fear-in-amish-ohio.html?_r=1&hp



2 comentarios:

  1. Muy interesante reportaje! Me acuerdo cuando estuve en Pensilvania y les había a montones. Me acuerdo que tenían en los parkings de los centros comerciales sitios específicos para los carruajes.

    La verdad que me encantaba verlos! Incluso nos llevaron a ver una comunidad unos de los días y cocinaron para nosotros. Una pena que no se pudiera hacer ninguna foto ya que no les gusta mucho... Pero en el recuerdo se queda :D .


    Un saludo!

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  2. Sí, son unas comunidades interesantes. Lógico que nos les guste convertirse en objeto turístico. Me imagino que es una de esas cosas que no entran en su código de conducta y principios... Tratan de vivir su vida; nosotros los convertimos en "raros" con nuestra mirada. A lo mejor los "raros" somos nosotros y no nos damos cuenta. Gracias por el comentario, Un saludo. JMA

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