lunes, 29 de diciembre de 2014

Las series sentadas o la tecnología como perversión narrativa

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Es un hecho indudable que muchos avances tecnológicos, sobre todo los referidos a las comunicaciones, tienen como objetivo que estemos el día sentados delante de la pantalla de un ordenador. Trabajamos delante de una pantalla y nos divertimos delante de una pantalla, ya sea para disfrutar de películas y videojuegos o para ver la televisión o navegar por internet. Estar sentados produce dinero. Quizá por eso nos hemos vuelto —los que lo han hecho— más viajeros y se nos urge a que cojamos maletas y maletines, mochilas y neceseres para hacer ese turismo programado que comienza con nuestros sueños ante una pantalla. Allí descubrimos un paisaje precioso, unas costumbres exóticas, y, tras adquirir los billetes por la misma pantalla, nos adentramos en la realidad, retocada para que se parezca a la de nuestras pantallas.

Todas esas tecnologías —"móviles", "portátiles", etc.— nos hacen estar sentados o, si nos movemos, llevar la oficina y el trabajo puestos, como si se tratara de un traje en la calle o de un batín en casa. Todas estas cosas afectan a nuestra forma de vida. Cambiar un canal de televisión a mano, levantarse a contestar el teléfono, etc., se han vuelto gestos de un pasado atribuible a la época de las Cruzadas, al menos. Cada vez las cosas vienen más hacia nosotros y nosotros vamos menos hacia las cosas. Nos dicen que nos hemos vuelto sedentarios y es verdad. Moverse es más una acción complementaria que la principal.
Lo que no se estudia tanto es el efecto perverso de este mundo en las llamadas películas de acción y especialmente en las series televisivas que se distinguen, por su presupuesto mayor o menor, en el grado de movilidad que tienen sus protagonistas. Muchas se ambientan ya en épocas preTIC porque permiten el desarrollo de intrigas que mantengan alguna tensión. Ahora, por ejemplo, tienen que recurrir a trucos como la rotura del teléfono móvil o la pérdida de cobertura para que el argumento mantenga alguna tensión. Cuando hoy se hacen rescates gracias a las llamadas de los móviles que permiten localizar a personas perdidas o enterradas bajo edificios, cuando disponemos de GPS para saber dónde estamos, los héroes tienen que someterse a la humillación de la descarga de sus baterías o a trepar por una ladera para encontrar cobertura.


Los teléfonos móviles son tan útiles y están tan a mano que una civilización que tiene más números que personas, según qué países, tiene que hacer esfuerzos para conseguir tramas imaginativas. Hoy sería poco natural preparar una trama como la que hizo Alfred Hitchcock en "Asesinato perfecto" (Dial M for Murder). Aunque la gente tenga todavía teléfonos fijos muchos son inalámbricos y no tenemos uno sino varios repartidos por la casa.


Todas las películas que se han basado en que a la gente le cortan el cable telefónico para aislarlos y después hacer fechorías, quedan desestimadas. El famoso y socorrido "¡Han cortado el teléfono!" era un indicador del peligro que llegaba; ahora es más probable que sea por falta de pago que por situaciones de violencia en ciernes.
Pero lo que más afecta es Internet. Eso sí que ha supuesto un duro golpe para las películas de acción y en especial para las series televisivas. El cine lo combate a fuerza de explosiones, derrapes y volcados de coches, asteroides que se acercan peligrosamente, amenazas extraterrestres, etc., busca tramas que se alejen de la facilidad tecnológica de hoy en día para muchas cosas. Pero la televisión no tiene esos presupuestos y las facilidades tecnológicas les suponen un gran ahorro de muchas cosas.

El cine oriental ha sabido, en cambio, convertir estas tecnologías en demoniacas, por lo que las ha convertido en el eje narrativo de sus relatos terroríficos. Hay películas en las que tener un móvil y atender una llamada tiene sus castigo de ultratumba; pantallas de ordenadores de las que puede salir cualquier cosa o dentro de la que pueden acabar como te descuides. Han sabido convertir el mundo cotidiano de las comunicaciones tecnológicas en un infierno del que salen todo tipo de seres espectrales y niños con cortes de pelo inquietantes y miradas aviesas. Pero eso es cosa de japoneses y coreanos. Los americanos han hecho sus remakes, pero no es lo mismo.
Hay ciertas series que resuelven gran parte de su tiempo delante del ordenador, pegados al teléfono o, una variante importante, dentro de una sala de autopsias. ¿Lleva alguien la cuenta de cuántas autopsias vemos a la semana? ¿Hay mayor negación de la movilidad que estar quince minutos por capítulo hablando delante de un muerto? Cronometren. Luego se pasan otro tanto dándose los informes y, si no hay otro remedio, salen a la calle, que apenas vemos. Se han construido, además, unos laboratorios casi circulares por cuyos pasillos se dedican a dar vueltas sin cesar comunicándose las novedades de lo que han encontrado en el hígado, el ADN o debajo de las uñas. Ahora no es que los muertos hablen, como en las películas de ultratumba, sino que son parlanchines incontenibles de los que los protagonistas llegan a ser meros portavoces.


Sé que Henry James decía que la acción se encontraba en el interior de las mentes, que era algo interno, pero era porque le interesaba un cierto tipo de novela que requería de esos movimientos mentales que salen a la luz gracias a las conversaciones. Aún así, sus protagonistas al menos viajan de Europa a América y de América a Europa, según toque.
Pero me refiero a algunas series que tienen ya en su reparto un papel fijo, el "informático", los expertos en acceder a todo lo que se les pida (la mayor parte de las veces de forma ilegal). Basta con decirles con energía "X, localízame lo que se sabe de Z" o "¡intervén sus llamadas telefónicas!" o "¡dame el estado de sus cuentas bancarias!" o "¡Búscame los parientes hasta tres generaciones!", etc. Pasamos otro tiempo esperando a que otras máquinas nos den sus resultados. Esto ocurre con los bancos de datos de ADN o de huellas dactilares. La tensión llega muchas veces por lo que tarda en salir de la maquinita el dato necesario para resolver el caso.


Entre forenses e informáticos se nos ha ralentizado la acción de las películas de acción. En algunas series de televisión llega a ser exasperante, ya que una vez que has descubierto este sencillo truco narrativo, una vez que has llegado a desautomatizarlo, se te vuelve obsesivo y no puedes dejar de notarlo. 
En ocasiones, un largo texto explicativo se fragmenta entre los diversos suministradores de datos, que van y vienen trayendo los papeles que han salido de sus impresoras o, si la serie es muy moderna, con sus tablets en las que leen para que parezca más natural. "¡Hemos encontrado que el sospechoso X fue a l guardería con el sospechoso Z!", se cuentan. Todo está ahí, en la red. Una vez que se lo han contado todo, lo analizan y se congratulan de lo listos que son y deciden ir a por el sospechoso. Eso en el mejor de los casos, porque es bastante habitual que manden a algún acólito a por él o ella y nos los encontremos ya en el tercer lugar favorito de las series tras las alas de autopsias y los ordenadores: las salas de interrogatorio.


De nuevo más aislamiento, más sillas y mesas. Hay actores que ganan peso en el trabajo. Se convierte en un alarde interpretativo levantarse de golpe y lanzar una silla para intimidar al interrogado. Entran y salen interrogadores, abogados y todo el que tenga justificación para estar allí. Se les interroga de dos en dos, en salas paralelas; más sillas, más mesas. Nos muestran a los personajes sentados y a los miran tras el espejo y especulan sobre lo que acaban de escuchar.
Los guionistas trabajan armonizando todo esto, que supone unos grandes ahorros en producción frente a las series de "exteriores" (también las hay baratas), con movilidad, que se vea la luz del sol o la de las farolas si es necesario. Ahorran en varios capítulos de interiores para luego poderse permitir el derroche de salir a interrogar de puerta en puerta, de encontrar cadáveres en los parques o campos. Pero esto solo se lo pueden permitir las series de más éxito y más ingresos. A las de tipo medio se les permite algún ligero paseo por la ciudad llevando un café en la mano o parar a comprar un "hot dog" o arrinconar a un sospechoso en una acera, frente a su casa. Pero sin excesos, que luego los de producción se quejan.


Hay series en las que esto se llega a hacer insufrible. Han llegado a ser lo que Gila decía en una de sus celebradas intervenciones, la "radio en colores": conversaciones interminables, llegadas de datos y más datos (del censo, de la seguridad social, del FBI, de tráfico...). Se va de sala en sala: de las autopsias a los ordenadores, de los ordenadores a los interrogatorios y vuelta a empezar. Se ha trasladado lo que eran aquellas comedias (y son) en las que los personajes entran y salen de una habitación y hablan y hablan, a las series llamadas de acción, en las que va quedando poca.


Hay grandes series y los guionistas saben camuflar muy bien las costuras de los guiones para evitar que se noten demasiado las limitaciones. Pero en otras, los zurcidos cantan estrepitosamente. Es el ingenio y el saber narrativo el que permite superar limitaciones de espacio y presupuesto. Una buena realización puede hacernos olvidar que estamos dando vueltas por el mismo sitio desde hace diez minutos. Pero no siempre es así.
La serie "Sexo en Nueva York" destacaba porque se pasaban la mitad del día en la calle y la otra mitad en la cama o hablando de ella. Así es posible que se montaran tours turísticos por la ciudad recorriendo los lugares de la serie, sus bares, clubes, restaurantes y tiendas, para satisfacción de sus fans. Hoy las series sentadas nos enseñarían salas de autopsias, de ordenadores y de interrogatorios, y poco más. Los fans no tendrían mucho que ver.




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