Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Todavía
estupefacto tras escuchar las breves palabras (¡agradezco la brevedad!) del ex
ministro del Interior Jaime Mayor Oreja sobre el "creacionismo" en el
escenario del Senado ofrecidas en RTVE. Sus declaraciones le llevan a afirmar que la mayoría de
la Ciencia está a favor del "creacionismo" y en contra del
"evolucionismo", Estupefacto, repito.
No
entro en los mecanismos mediante ha sido aprobado este esperpento en la sede de
del Senado español, que también se las trae. Voy directamente a lo que supone
escuchar estas absurdas palabras por boca de alguien que ha estado en el
gobierno de España, esta manifestación retroactiva de ultraderecha
anticientífica, y que se dirige no a los circunstanciales
"congresistas" sino a los españoles desde una plataforma, el Senado,
que debería estar reservada para otras ocasiones. No se trata de que n o se puedan decir
tonterías en el Senado, sino de que se digan por parte de quienes se han ganado
el derecho a ser imbéciles en las urnas. Estos no lo habían hecho.
Si
vamos a la causa mayor, volvemos a constatar la estrategia global de esta
extraña ultraderecha negacionista de todo lo que la Ciencia va avanzando desde
las supersticiones más recalcitrantes, pues no se puede calificar de otro modo
algunas de las cosas dichas.
De
nuevo comprobamos que a la necesidad de vincular caras y espacios conocidos a
esas barbaridades sirve para dar cierto "reconocimiento". Para
algunos que lo ven funcionará esa aritmética comunicativa, "cara conocida
+ especio solemne + estupidez= verdad alternativa".
Llevo
varios días debatiendo con algunos compañeros nuestra común preocupación por el
crecimiento imparable de la incultura en este país que ha perdido las
referencias culturales. En un mundo mediatizado y envolvente, preocupa
sobremanera la ausencia de referencias culturales, de sentido de la Historia,
la capacidad reflexiva, etc. a la que asistimos. Son esas pérdidas las que
hacen posible hechos como ese canto al "creacionismo" lanzado sin
pudor por Jaime Mayor Oreja. La política ha dejado de usar las ideas políticas
y ha pasado a politizar todas las ideas. Esto es posible por el imparable
avance de la estupidez, encarnada en esos políticos de cualquier signo capaces
de decir cualquier cosa en cualquier sitio. En un país culto, las palabras de
Mayor Oreja le habrían costado cientos de miles de votos; sin embargo, en las
circunstancias actuales le podría hacer ganar la misma cantidad y un elevado
número de suspensos en escuelas e institutos, pero ¿a quién le importa la
educación?
En
nuestros encuentros, los profesores nos desahogamos contándonos las barbaridades
que escuchamos, la ausencia de referencias literarias, cinematográficas o
históricas. Las contamos para no estallar, para ser creídos en la lucha por
tratar de meter algo útil en la cabeza del alumnado, pero cada vez con menos
esperanzas. La marea de la mediocridad avanza distribuyendo la felicidad de la
ignorancia. Y eso es parte del drama: la falta de conciencia de lo que vamos
perdiendo si saberlo.
La falta de responsabilidad absoluta de Mayor Oreja al decir lo dicho nos muestra y demuestra la pobreza intelectual de quienes nos dirigen. Lo que ha hecho es dorar la píldora a los que quieren creer eso por falta de interés en lo que pueda haber más allá de sus errores y sobre todo el redescubrimiento del valor de la ignorancia para el control social. La acumulación de negacionismos —clima, vacunas, ciencia, creacionismo...— es ya un hecho claro en la ultraderecha, algo que afecta ya a la Historia, a la Ciencia, al sentido común.
La
llamada polarización no es solo la agitación en ideas opuestas. Tiene su límite
más allá, en la construcción de mundos incompatibles. Esto crea fronteras
infranqueables, cierres herméticos de los universos, imposibles diálogos. Yo no
me reconozco en los otros y los otros no se reconocen en mí. Así, dentro de mi
burbuja de cemento puedo vivir la ilusión del mito y usarlo como arma.
El
esperpento representado en el Senado es algo más que lo que hemos visto.
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