jueves, 25 de abril de 2024

La política de la sospecha

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Esto de la "política" se está poniendo complicado. La necesidad de superarse es cada vez más evidente y los partidos luchan por ganarse el pan en redes sociales, pantallas de los televisores, radios y demás posibilidades comunicativas. Hoy nos salta a los medios y a la cara el "caso Sánchez".

Desde hace tiempo da vergüenza escuchar a los políticos en sus rifirrafes.  Sánchez se rasga las vestiduras, pero porque esta vez le ha tocado a él. Él es una pieza más en la que esto se sale de madre dejando al descubierto las miserias dobles de la política española, hacer y contar.

No me refiero a ningún caso en especial. El "hacer" es la extensión de la corrupción, con juzgados convertidos en "alfombras rojas" de la política española. Ahora, Senado y Congreso rivalizan cada uno en sus comisiones de investigación citándose unos a otros aprovechando la presencia mediática que observa y vive de estos espectáculos bochornosos incrementados por la tensión electoral en tiempos inflacionarios. El contar hace que sea esa finalidad escandalosa la que prime en la comunicación. Los partidos apenas hablan de ellos mismos, de sus ideas; les sale más rentable caricaturizar a los otros, buscarles puntos flojos, escándalos, sospechas, etc.

Los políticos españoles han trasformado la política en una especie de morbosa lucha en el fango, un espectáculo cutre cuyos efectos comparábamos hace unos días con los de un circo romano.

No sé si es un consuelo ver el espectáculo de la política en otros países, empezando por los Estados Unidos, con los de Trump o los que se están produciendo por toda América Latina, donde la normalidad es ya excepción, con todo tipo de incursiones escandalosas.

Pero que cada uno aguante su vela. La nuestra es pesada y molesta, contagiosa y despreciativa. Se basa en el escándalo, el insulto y en llamar la atención. Pedro Sánchez tiene motivos para sentirse molesto. Pero es hipócrita considerarse el caso "límite" cuando esos límites los están superando unos y otros cada día.

España tiene problemas muy graves y, sin embargo, los titulares los copan otros casos, más ruidosos y por ello atractivos. Se está produciendo un fenómeno en espiral, es decir, que reclama cada día más atención, por lo que produce más ruido. Necesita, además, el ruido en los momentos más adecuados para sus propios fines.

Si algo se hace bien o se ignora o se sepulta bajo el ruido de los escándalos, bajos los dedos acusadores. Da vergüenza escuchar lo que se dice en esas mal llamadas "comisiones de investigación", más pendientes de alcanzar protagonismo que de llegar a algo.

En España se ha desarrollado en todos los grupos una línea que va de la insinuación a la acusación. La insinuación es cobarde pero altanera, tiene sus efectos sobre los titulares, los que actúan directamente sobre la opinión pública y después se traducirán en más o menos votos, lo único que importa.

Lejos de reducirse, esto va a más. Esto quiere decir que los partidos españoles, no han conseguido (¿les ha importado?) filtrar las personas que se les unen y trepan. Los juicios contra dirigentes políticos de todos los colores se suceden cada día en distintos tribunales y las causas hacen cola esperando que les legue su turno.

La existencia de redes con familiares y amigos en esta amplia corrupción acaba salpicando a unos y a otros. Este "efecto llamada" hace que la acumulación de casos sea incontenible. Convertida en espacio de enriquecimiento, ya nadie —como dijo un ministro recientemente— puede poner la mano en el fuego por otros, solo por uno mismo. Se le añade la presión mediática y tenemos la tormenta perfecta en la que son sacrificados, como figuras falleras, todos los que salen a la palestra directa o indirectamente.

La política de los hechos es sustituida por la de la sospecha. Basta con poner el foco sobre alguien para que se dispare. Con la sospecha se alimenta la lucha política.

Si la corrupción llama a la corrupción, el escándalo llama al escándalo. No, no se ha llegado más lejos que nunca; sencillamente ha tocado en este proceso en el que nadie está a salvo, por mucho que se pretenda.

Si no se modifica esta forma de hacer "política" —ya lo hemos ido diciendo en muchas ocasiones— el daño que se hace al país, a la ciudadanía en su conjunto es grande. Ver el comportamiento, real o imaginado, de la clase política, hace daño porque parece que vale todo, que todos valen. Ni todo vale en política ni todos valen para estar ahí. 

Ahora esto se extiende más allá de lo estrictamente político o quizás es que ya todo es política, este tipo de política.


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