miércoles, 17 de abril de 2024

De la violencia simbólica a la violencia física

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

¿Son tan ingenuos los políticos como para creer que su crispación constante no se puede convertir en un momento determinado en violencia física? Estos días de campaña nos han mostrado un par de agresiones a políticos. Han sido dos casos, pero se abre un precedente y, sobre todo, la posibilidad de que la intensidad suba en cualquier momento.

Previamente hemos asistido a la violencia simbólica del apaleamiento o quema de figuras ante sedes de los partidos. ¿Creemos que esa violencia simbólica no supone violencia, sino libertad de expresión? ¿Creemos que la creciente tensión verbal no es el anticipo de lo que puede producirse después, la física?

Llevamos unos años en los que no hay descanso en la tensión acumulada en la vida política o, para ser más precisos, en que la agresividad se ha ido convirtiendo en una forma "normalizada" de política. La polarización se convierte en una estrategia teatralizada que busca la atracción de seguidores que acaban enganchados a estas formas. Hacia ellos se dirigen palabras, acciones, actitudes. Es, en gran medida, una representación destinada a conseguir eso que llaman "fidelización". Cada partido busca su propia forma de radicalidad que busca configurar a sus seguidores, que pasan a estar enzarzados en una lucha contra aquellos hacia los que se dirige la tensión. Como estamos viendo, en cualquier momento se puede dar el salto a la acción física.

La violencia verbal se genera por los miembros de los partidos que busca radicalizar a sus seguidores señalando a los causantes de los problemas, a los responsables de los desastres magnificados.

Los casos de manifestaciones a las puertas de las sedes de los partidos, de los insultos, quemas, apaleamientos de muñecos, etc. se convierten en una forma de entrenamiento mental que va posibilitando que algunas personas, saturados sus niveles simbólicos, den el salto a la violencia real.

Lo hemos visto con claridad en los Estados Unidos de Trump. El paso de responsabilizar a los otros de la derrota al asalto armado al Capitolio no es difícil de dar, especialmente cuando se llega a un grado de polarización en el que se pierde cualquier tipo de objetividad y se adquiere una subjetividad controlada desde fuera. Ya no hace falta pensar, solo procesar el mundo tal como se nos ha instruido. De esta forma ya no ves en el otro tu igual, sino una entidad deshumanizada, un obstáculo para el cumplimiento de un destino. Es sorprendente cómo se puede llegar a destruir las bases de pensamiento democrático, el basado en el diálogo que posibilita la igualdad, en la igualdad que posibilita el diálogo y, con él, la convivencia.

Estamos ignorando demasiadas señales en una sociedad en la que cada vez tenemos más indicios de que se empieza a percibir la violencia como una forma de resolver problemas. Eso vale para la terrible violencia vicaria, los robos con asesinatos, como tenemos en titulares, la forma de vivir el deporte, etc. Es una violencia que va del acoso escolar a esas quemas de muñecos con las efigies de Sánchez o Núñez Feijóo o quien sea, de la negación del terrorismo de ETA evitando reconocer las muertes causadas, como hemos escuchado. Forman parte de ese aumento del racismo en los estadios o de cualquier otra señal que indique que no se valora a los otros como personas. Son obstáculos en algo que se percibe como destino en este modelo visionario. Este modelo es profundamente antidemocrático ya que no se percibe el futuro como decisión de los votantes, sino como un cumplimiento de lo que está escrito y a lo que unos se oponen, por lo que deben ser eliminados.

La transición española, que fue modelo para muchos países y que el nuevo radicalismo pretende convertir en una caricatura histórica por parte de gente que no la vivió, estaba llena de gestos de reconciliación que eran simples pero efectivos, como un simple partido de fútbol entre diputados. Se trataba precisamente de superar con estos ejercicios de normalidad las tensiones y descalificaciones previas. Se trataba entonces de humanizar la política frente a su sentido excluyente y de enfrentamiento actual. El camino que hoy recorremos es justo el contrario. Habrá un momento en que se pueda producir lo que nadie después quiere admitir.

Los nuevos canales de comunicación, por otro lado, necesitan de esta presión continua para mantenerse activos y eficaces. No invitan a la concordia precisamente, sino a lo contrario. Hay que cambiar las estrategias antes que ocurra algo que no nos guste.

El País 7/01/2024

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.