viernes, 2 de febrero de 2018

Borrar la historia

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El gobierno polaco ha llegado a una nueva fase totalitaria que es el control de palabras y pensamiento. Trata de borrar de páginas y mentes la expresión "campos de exterminio polacos" o "campos de concentración polacos". No se niega que existieran los campos o el exterminio. Niegan que los polacos tuvieran algo que ver, más allá de ser víctimas, como los demás, pese a que no existieran "campos de exterminio" para polacos.
No es agradable, desde luego, que se asocien actos criminales de tamaña envergadura con el propio país. Pero hay lo que hay. Y lo que hay son muchas pruebas históricas, testimonios, etc. de que algunos polacos fueron más allá de los deberes del "ocupado".
Con el titular "Polonia aprueba una polémica ley que impide vincular al país con los crímenes del Holocausto", el diario El País escribe:

Polonia continúa su camino hacia el aislacionismo. Pese a las críticas de Israel y la preocupación de Estados Unidos, el Senado polaco ha aprobado la polémica ley que revisa el Holocausto. La norma, propuesta por el ultraconservador y nacionalista Ley y Justicia (PiS) —el partido del Gobierno—, castiga con hasta tres años de cárcel el uso de la expresión “campos de concentración polacos” para referirse a los centros de exterminio de judíos situados en el territorio del país centroeuropeo bajo la ocupación nazi. También tipifica penalmente las acusaciones a Polonia de complicidad con los crímenes del Tercer Reich. El Gobierno israelí ha condenado firmemente este jueves la controvertida norma, a la que sólo le falta la ratificación presidencial. La nueva ley puede abrir un nuevo conflicto a Varsovia, esta vez con Israel y con EE UU, dos de sus aliados más valiosos en un momento en el que sus relaciones con Bruselas son cada vez más complicadas debido a la deriva autoritaria de sus reformas y su incumplimiento del Estado de derecho.*


Lo absurdo de la cuestión planteada es que se divide en dos frentes: el verbal (no poder usar ciertas expresiones) y el enterramiento. Por esta segunda vía entiendo la prohibición de que se investiguen los hechos y se saquen a la luz. Puedo entender que  el gobierno polaco prefiera la expresión "campos de exterminio nazis en Polonia", por ejemplo. Pero para eso tiene posibilidad de expresarse en esos términos cuando desee dirigirse a los demás. Pero no se trata de eso sino de prohibir hacerlo.
Como toda prohibición, llega hasta los límites de sus leyes. El mundo podrá seguir usando la expresión prohibida si la considera pertinente. La Historia de Polonia no es de Polonia, como saben todos los países, que tienen en ocasiones a sus mejores historiadores en personas que no han sido educadas en los prejuicios locales o están sujetas a restricciones como va a ocurrir en Polonia. La Historia es siempre escenario de disputa, pero ignorarla o prohibirla es peor.
Esto se traducirá, por ejemplo, en que no existirá financiación para proyectos en los que se trate de sacar a la luz testimonios sobre ese periodo que el gobierno y parlamento polacos trata de imponer. Es absurdo, entre otras cosas, porque la expresión se seguirá usando fuera y existirá una demanda de libros y artículos que traten de explicar el miedo polaco.


Recogen en el diario El País las declaraciones de políticos: «"Cada polaco tiene el deber de defender el buen nombre de Polonia. Al igual que los judíos, también fuimos víctimas", ha afirmado la ex primera ministra Beata Szydlo.»*
La señora Szydlo tiende a definir qué es el "buen nombre" y los "deberes" de "todos" los polacos. Un polaco que hable de los campos de concentración o niegue que todos los polacos se opusieron a la invasión nazi es un "mal polaco". La mayoría lo hizo pero, como ocurrió en muchos países, encontraron sus "colaboracionistas". La mayoría se sentían unidos a los nazis precisamente por la conexión antisemita.
El antisemitismo no fue un invento nazi. Era parte importante de la Europa de la época, incluida  Polonia. Y el antisemitismo fue exportado como parte de la propia cultura a América por unos y otros instalándose allí. Lo malo germina fácil.
Es precisamente el hecho horrible de los campos de exterminio y la barbarie nazi lo que hace despertar la conciencia de la monstruosidad del antisemitismo y de su existencia entre los prejuicios sociales. Será el conocimiento de lo que se ha visto o de lo que no se ha querido ver lo que cambie muchas conciencias y se trate de evitar su repetición.
A finales de agosto pasado, The Telegraph británico, con información de la Agence France-Presse, titulaba Anti-Semitism being 'normalised' in Poland, Jewish Congress warns" y advertía:

The European Jewish Congress expressed "grave concerns" on Thursday over an increase in anti-Semitic acts in Poland under the rightwing Law and Justice government.
"There has been a distinct normalisation of antisemitism, racism and xenophobia in Poland recently and we hope that the Polish government will stem this hate and act forcefully against it," EJC president Moshe Kantor said in a statement.
The group cited a proliferation of "fascist slogans" and unsettling remarks on social media and television, as well as the display of flags of the nationalist ONR group at state ceremonies.
[...]
Earlier this year, University of Warsaw’s Centre for Research on Prejudice found that acceptance for anti-Semitic hate speech – especially among young Poles on the internet – had risen since 2014.
The study, released in January, found that 37 percent of those surveyed voiced negative attitudes towards Jews in 2016, up from 32 percent the previous year, while 56 percent said they would not accept a Jewish person in their family, an increase of nearly 10 percent from 2014.**


No es el único lugar del mundo en el que esto ocurre. Como consecuencia del ascenso de populismo nacionalista y, sobre todo, religioso, se está volviendo a los viejos odios raciales y religiosos. La pureza de sangre o religión está comenzando a ser un elemento demasiado frecuente. Los nuevos dirigentes populistas se erigen en defensores del cuerpo, el alma y el destino histórico de los que viven en sus fronteras. Las identidades que surgen son definidas frente a los "otros" sobre los que se dirigen los odios.
En un mundo comunicativamente abierto e intenso es fácil que proliferen los discursos del odio, que son reproducidos reforzando y normalizando (como señala el artículo) lo que debería ser controlado de forma eficaz para evitar males mayores en el futuro. El autoritarismo de Polonia viene siendo denunciado desde hace tiempo y de ahí las sanciones de la Unión, pero los mensajes del odio racista no son fáciles de expulsar una vez que han prendido en las mentes crédulas. Es fácil programar al racista; es muy difícil desprogramarlo.
La Historia sirve entonces como antídoto de los errores si no se convierte en una forma de ocultación de los hechos anteriores. Debemos comprender siempre a dónde nos llevaron para tratar de frenarlos en su perversa tendencia a repetirse.


La historiadora canadiense Margaret MacMillan escribió en su notable obra "Juegos peligrosos. Usos y abusos de la Historia" (2009): «La historia también puede ayudar a conocernos a nosotros mismos. La luz favorable a la que nos vemos a nosotros mismos también puede arrojar sombras.» ***
MacMillan recoge un ejemplo que podría anticipar lo que ocurrirá en una Polonia que se niega a aceptar parte de su pasado y trata de convertir la Historia en una campaña de relaciones públicas y en la que todo sean sonrisas propias y responsabilidades ajenas. El ejemplo se refiere precisamente en las actitudes de Canadá ante lo que estaba sucediendo en Europa:

La historiadora quebequesa Esther Delisle ha tenido muchos problemas al intentar poner de relieve algunas ambigüedades presentes en semejante retrato. Señala que el abad Lionel Groulx, el famoso erudito y profesor, se convirtió en un icono para los nacionalistas francocanadienses que, sin embargo, consiguieron ocultar su antisemitismo. Mientras los nacionalistas recalcan los errores cometidos con Quebec en las crisis de reclutamiento de las dos guerras mundiales, no han tenido en cuenta el hecho de que durante la segunda guerra mundial en Quebec existía una simpatía considerable por el gobierno pronazi de Vichy en Francia. Tal y como confirman diversas obras de Pierre Trudeau, él, como otros miembros de la joven elite francesa, llevó a cabo su vida y su carrera entre 1939 y 1945 sin prestar demasiada atención a lo que ocurría por el mundo. «Leyendo las memorias de Pierre Elliott Trudeau, Gérard Pelletier y Gérard Filion, entre otros francocanadienses a los que esperaban prestigiosas carreras», escribe Delisle, «se puede concluir que no vieron nada, no oyeron nada y no dijeron nada por aquel entonces, y que sólo les interesaba (y marginalmente, además) la lucha contra el reclutamiento… Pero el silencio y las mentiras tienen más motivaciones que un simple prurito narcisista. Existe la necesidad de ocultar posturas que la victoria aliada hacía inmencionables. Esos hombres tenían que olvidar, y hacer olvidar a otros, su atracción por los cantos de sirena del fascismo y la dictadura en los peores casos, y en los mejores, su carencia de oposición a ellos».***


La molestia canadiense por las simpatías de algunos de sus líderes hacía la Francia colaboracionista se parece a la molestia polaca. Se manifiesta en silencio e incomodidad. Pero Polonia va un poco más más allá, bastante más allá con su prohibición legal. El pasado se vuelve incómodo.
La vida se vive sin ensayo general; la Historia se cuenta después. Uno de los capítulos más interesantes de la obra de MacMillan es precisamente el que dedica al tratamiento del pasado incómodo por parte de los gobiernos en el presente. La Historia se hace siempre hacia atrás desde el presente y lo que vemos no nos gusta en la mayoría de las veces. Pero es lo que hay. Ocultarlo implica mentirnos y, especialmente, dejar de comprendernos. Por malo que sea el pasado es el que nos ha traído hasta hoy. Si nuestro presente es mejor que nuestro pasado, ¡felicidades!, hemos mejorado. Pero si ocultamos lo malo o menos presentable implica que ocurrirá lo que está pasando en Polonia: mientras el gobierno intenta prohibir expresiones que no le gustan proliferan los hechos que le contradice, es decir, el aumento del antisemitismo y de actitudes nazis. Y si existen ahora es porque existieron entonces pues no sale de la nada, como está saliendo a flote el racismo en Estados Unidos gracias a Donald Trump, que actúa como un toque de corneta para que los fantasmas del pasado despierten de nuevo.
Es una pena porque Polonia sufrió un terrible doble acoso por los nazis y por las tropas de Stalin, que habían pactado repartírsela. Pero no es el camino tratar de borrar la historia. Toda historia tiene sus cobardes y villanos. También sus mentirosos y sus encubridores.
Como suele ocurrir, los países que se empeñan en la lavar mucho su imagen, acaban con otra más oscura y emborronada. Es una paradoja frecuente.



* Juan Carlos Sanz - María R. Sauquillo "Polonia aprueba una polémica ley que impide vincular al país con los crímenes del Holocausto" El País 1/02/2017 https://elpais.com/internacional/2018/02/01/actualidad/1517475787_162025.html
** "Anti-Semitism being 'normalised' in Poland, Jewish Congress warns" The Thelegraph / Agence France-Presse 31/08/2017 http://www.telegraph.co.uk/news/2017/08/31/anti-semitism-normalised-poland-jewish-congress-warns/

*** Margaret MacMillan. Juegos peligrosos. Usos y abusos de la historia, Barcelona, Ariel, 2010. 222 pp. ISBN: 978-84-344-6935-8.  Traducción de Ana Herrera Ferrer.



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