jueves, 24 de noviembre de 2016

Las batallas por la Historia

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El artículo publicado el día 20 en Mada Masr por Tarek Ghanem lleva por título "History hurts, disturbs, inspires, revives. The battle for history from below"*. La publicación egipcia se encamina cada vez más hacia una fórmula más cultural que de actualidad. Es de agradecer que busque ese hueco porque da salida a una serie de ideas y visiones a la que la prensa tradicional no ofrece muchas posibilidades, ya sea por los temas en sí o por los espacios disponibles.
El texto de Ghanem trata sobre la Historia y sobre su construcción, la lucha que implica y sus efectos sobre quienes la interpretan o reciben. Pocos campos se han visto más sacudidos por las consecuencias de los cambios en la interpretación de las culturas y sus funciones como la Historia en cuanto disciplina y estatus. Situada en un punto entre la Ciencia y la Humanidades, plantea debates y controversias desde su función misma o desde su estatus.
La Historia es un discurso sobre los "hechos", como tal organiza, selecciona, jerarquiza, valora, muestra de una determinada manera, etc. Nuestro sentido occidental de la Historia ha cumplido unas funciones desde sus orígenes y hoy cumple (además) otras. No es casual que la Historia sustituya a las crónicas cuando surgen los nacionalismos y su necesidad romántica de raíces, metáfora que vincula al hombre a la tierra, que es el país. Hasta hace poco esa tierra era del rey y solo existían los siervos, cuyo vínculo con la tierra era trabajarla para otros. Por eso los vínculos los daba la religión, que era lo que permitía unirse (la "cristiandad") e interpretar el devenir. Un "pueblo" necesita "su historia", en la que se explica o justifica. En ella se mira y se ve reflejado con una mayor o menor distancia. Se crea una identidad que se construye a través de los discursos históricos que van dándole forma especular: es lo que se ofrece a nuestra mirada.

El vínculo entre Historia y nacionalismo es esencial y se muestra en las diferentes miradas sobre los mismos hechos que producen interpretaciones diferentes, a veces de forma radical como ocurre con los conflictos. Pensemos, por ejemplo en cuestiones como el "negacionismo" turco del genocidio armenio. La palabra misma que lo califica "genocidio" implica ya una constitución y valoración de un acontecimiento. Esto afecta a muchos conflictos, no solo bélicos sino de casi cualquier naturaleza. Cuando se produce un cambio social fuerte, es casi imprescindible reescribir la Historia porque se hace "inaceptable", "dolorosa", etc. la visión anterior. Eso ocurre tras dictaduras, guerras civiles, final de procesos coloniales, etc. las narrativas que creaban la Historia dejan de ser "aceptable".
La campaña electoral norteamericana, por ejemplo, ha servido para mostrarnos dos "Américas" con dos sentidos diferentes de su propia historia, lo que para unos era "progreso", parece que para otros era "degeneración". No es casual que el surgimiento de los populismos incorporen un fuerte sentido "nacionalista"; es parte del conflicto reinterpretativo del pasado, una batalla que puede ser muy cruenta por momentos. Unos resaltarán como figuras históricas clave a unos mientras que otros emplearán su fuerza para instalar las suyas como oficiales. Homenajes, celebraciones, biografías, etc. saldrán a participar en la batalla de la visibilidad y de las raíces de sus visiones del mundo.
En la obra de Jesús Mosterín dedicada al pensamiento de China*, se señalan las diferencias con otras formas orientales de concebir la Historia. Al inicio de su capítulo sobre la historiografía china, escribe Mosterín:

Uno de los mayores contrastes entre las dos grandes civilizaciones asiáticas, la india y china, se da en su opuesta actitud ante el tiempo, que determina sus muy diferentes contribuciones a la historiografía. Los indios siempre se han interesado por el significado intemporal, metafísico o moral de los acontecimientos y nunca se han preocupado de fijar un marco de referencia cronológico ni de anotar las fechas ni las duraciones de los eventos y procesos históricos. De la gran mayoría de los personajes indios ni siquiera podemos decir con un mínimo de precisión cuándo nacieron o murieron o cuándo efectuaron las contribuciones o hazañas por las que los recordamos. Hasta muy recientemente, la civilización india ha sido una civilización carente de historiografía. Por el contrario, los chinos siempre han anotado los eventos notables y los han fechado tomando las dinastías como referencia. Los letrados chinos siempre han llevado registros y han escrito anales y crónicas. En cualquier caso, China ha producido una impresionante historiografía. (212-213)**



Puede que se le haya escapado a Jesús Mosterín que el centro de toda la cuestión (o problema) es la redundancia circular de "anotar lo notable" ("los chinos siempre han anotado los eventos notables y los han fechado tomando las dinastías como referencia", dice en su texto). "Anotar" y "notable " tienen el mismo sentido pues la idea es la de "nota" fijación en la escritura: lo anotado es lo es por notable y lo notable lo es porque es anotado. Es su carácter de discurso fijado lo que lo hace convertirse en Historia. Que la referencia —la segunda parte de la cuestión— sean las "dinastías", es decir, los periodos de poder hace que estas adquieran consistencias. Es el sistema de puntuación y referencia de lo "anotado" o "notable". Lo que se "anota" pasa a ser hecho "notable" frente a lo que no es importante, lo trivial. Se anota porque es importante para el imperio o simplemente para el ejercicio del poder.
Uno de los efectos de la revisión de la Historia como disciplina es comprender cuántas cosas se dejaban fueran de los registros, cuántas no se tenían en cuenta porque no eran "notables", es decir, "memorables", no se consideraban importantes. Para ellas el olvido o la falta de atención. Hoy se escriben historia sobre las mujeres, ausentes como "sujetos" de la Historia, salvo contadas excepciones, muchas veces negativas; se escribe sobre la "vida cotidiana", desde perspectivas muy diferentes a las que sirven apara anotar los hechos de los poderosos, que son quienes controlaban las escrituras y con ello lo que se debía recoger y anotar, definiendo así el "hecho memorable" y mandando a la nada del tiempo todo lo demás. Escribas egipcios, monjes cristianos, letrados chinos... todas las culturas han cumplido esa vertebración cultural a través de la escritura.


La diferencia señalada por Mosterín entre las civilizaciones india y china refleja visiones diferentes de lo "memorable", del qué y del quién, de la Historia. No la Historia ni es ni puede ser "objetiva", palabra de gran inocencia y candor o, por el contrario, término perverso que esconde los mecanismos de fijación de lo memorable, de lo notable, es decir, de lo importante frente a lo trivial. Tiene una función de filtrado cuyo efecto final es una arquitectura de la Historia, un edificio que se sustenta en los pilares fundamentales, los discursos religiosos, económicos, filosóficos, etc. La Historia no prescinde de ellos, pues son los que están afectando al modo de ver (percepción de los "hechos" y al modo de contar (traducción a modelos discursivos, a géneros narrativos, etc.) que es el de las representaciones.
El artículo de Mada Masr plantea el grave conflicto de la construcción de una historia egipcia. Lo que ocurre en Egipto, por ejemplo, puede ser contado desde múltiples perspectivas y, previamente, mediante la selección de un mega marco: como egipcio (nacionalista), como musulmán (marco religioso) o como árabe (marco étnico). Las relaciones entre estos aspectos determinarán la construcción de los discursos históricos posibilitando unas lecturas u otras, es decir, la capacidad de identificarse con cada una.
La Historia necesita de una unidad grande entre los que la aceptan (la Historia puede ser aceptada o rechazada desde el punto de vista de la identificación con el discurso que la crea) o de un poder absoluto que la imponga como discurso oficial e imposibilite cualquier otra opción dentro del campo que controla. Sin ninguno de estos elementos, acuerdo o imposición, la Historia puede convertirse en un escenario de disputas de mayor o menor intensidad o virulencia.
El texto de Tarek Ghanem comienza recogiendo una serie de frases sueltas:

“Gone are the good old days when the world was a better place.”
“I swear the days of Abu Ala [meaning Hosni Mubarak] were the best. We were tired, but alive.”
“I am a driver. My father and my grandfather before him were both directors of the department of transport in a public sector company.”
“There were angels wearing white gowns fighting in the 6th of October War. Tons of people saw them.”
“Egypt is neither Muslim nor Coptic. Egypt is Pharaonic.”
These are a few examples of historical statements I’ve heard in Egypt recently.*

Cada una de esas frase llevan implícitas una serie de modelos explicativos, de percepciones del por qué estamos hoy aquí. Implican distintas valoraciones de lo acontecido u diversas formas de evaluarlo. Los tiempos pasado, señalan algunas, fueron mejores, lo que implica, por ejemplo, la negación del valor positivo de las revoluciones árabes de 2011. Si con Mubarak se vivía mejor, los jóvenes revolucionarios son responsables del empeoramiento de la situación. Los hay que juran que vieron ángeles en la batalla contra Israel del 6 de octubre. Eso convierte a los ejércitos y a quienes los mandaban en hijos predilectos de Dios, que envió sus legiones a ayudarlos. Eso determina la importancia de que los presidentes egipcios hayan sido considerados "héroes" (Dios está a su lado) frente a los enemigos demoniacos, los israelíes. Los debates sobre la falsificación de imágenes respecto al papel de Mubarak en la guerra implicaban meterle o sacarle de esa historia que necesita que las autoridades tengan a Dios de su parte. El-Sisi no participó en la Guerra contra Israel pero sí tuvo un "sueño profético" en el que el "héroe" Anwar El-Sadat, el decía que sería presidente de Egipto. Lo "notable" aquí es el sueño.


Los que consideran que finalmente (otra línea que se deprende de las frases) que no existen diferencias entre musulmanes y coptos, que solo se les debe "comprender" como "egipcios", plantean una línea que será difícil que triunfe si se considera que una línea en la que se identifica solo lo musulmán como egipcio. Eso llevará, además a escribir la Historia de una manera distinta porque habrá que construir primero un mecanismo de identidad: ¿la religión, la nacionalidad, la etnia? ¿Historia de los musulmanes, Historia de los egipcios, Historia de los árabes? Cualquiera de esas elecciones predetermina el resto y da lugar a una "Historia" distinta. "Faraónico" es una construcción discursiva como lo es "musulmán" o "árabe".
La inestabilidad política egipcia es una manifestación de una inestabilidad más profunda de la propia identidad que se refleja precisamente en esos discursos conflictivos que tratan de imponer una visión como verdad asentándose en los principios de autoridad que más se valore. El poder no abandona nunca la explicación religiosa porque es la que permite un mayor control. En otro caso, será política.
El problema de la Ciencia Histórica no es tanto la capacidad de encontrar hechos "objetivos" como su actitud crítica, antidogmática", ante ellos. El problema de la constitución científica de la Historia no es el de encontrar "verdades", leyes, etc. que sean incontestables (eso solo se explica por el desconocimiento de cómo funciona la Ciencia y cuáles son sus objetivos), sino el de desprenderse de errores y criticar sus propios planteamientos. Eso es precisamente lo que una Historia basada en el dogma religioso o equivalente no hace. 
Un texto de un historiador académico, que trabaje con métodos críticos, podrá referir que El-Sisi dijo haber tenido un sueño con Sadat, pero no establecerá nunca que es sueño se tenía que cumplir porque fue la divinidad quien se lo envió para animarse a incumplir su promesa de no presentarse a la presidencia. Tendrá que recurrir al "sueño" para explicar cómo se puede conseguir convencer a la gente, pero no le dará más valor que ese. El historiador "religioso", por el contrario, considerará ese sueño como un mensaje que certifica el hecho de que accediera a la presidencia tras el "no-coup". El historiador "político" usará el término "revolución del 30 de junio" al golpe de estado que derrocó al presidente Morsi después de que cientos de miles de personas manifestaran en las calles el rechazo a la política autoritaria de los islamistas. El argumento dado por los propios militares al inicio (evitar una guerra civil) era más convincente que negar la existencia de un golpe de Estado, aunque fuera por "petición popular", otro término que creará controversias, aunque veamos las manifestaciones de entonces. Un historiador estudiará las justificaciones religiosas, políticas, etc. diferenciándolas de los "hechos", que serán de una mayor complejidad de la pretendida por los explicadores.


Son muchos aspectos los que intervienen en la constitución del discurso histórico: la lengua, los géneros, los valores, etc. Ninguna es fácil de controlar de forma absoluta; todas son creaciones humanas.
¿Y la "verdad"? Mientras no distingamos entre "verdad", "realidad", "científico", "hecho", etc. tendremos que seguir haciéndonos las preguntas heredadas que la gente quiere que se le contesten. Dicen que el futuro presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quiere que le presenten los problemas escritos en unas cuantas líneas y que sobre eso decide. La tarea de los científicos, historiadores, críticos, etc, tiende a ser un poco más compleja en la forma de enfrentarse a los problemas incluso en la forma en que son definidos.
El mundo es complejo en unos aspectos y sencillo en otros. El universo asciende desde lo más elemental, desde donde es posible construir grandes leyes aplicables y hasta es posible buscar una Teoría del Todo (que unifique otras), hasta la máxima complejidad que conocemos, nuestro cerebro y lo que producen las culturas. Nada nos resulta más complicado que estudiarnos a nosotros mismos desde el punto de vista cultural La Historia participa de esa dificultad porque crecemos dentro de ellas y nuestras mentes toman forma recibiendo valores, opiniones, ideas, conceptos y hasta hechos "notable", "memorables". Gran parte de nuestro trabajo vital es asimilarlo como "verdades" porque las recibimos de esa manera. Pero la función de la Historia como disciplina es la revisión de a qué llamamos "hecho", por qué es "memorable" y "quién lo ha decidido". La Historia necesita ser modesta, crítica, antidogmática y hasta un poco neurótica. También un poco rebelde, dispuesta a no convertirse, como lo ha sido, en una herramienta del sistema para mantenerse estable.
Tras recoger esas frases escuchadas, el artículo de Ghanem señala:

History is omnipresent and active in the lives of people around me. There is a fierce battle over history, some of which takes place in the open, but some of which is also concealed. For example, there is a narrative that implies certain events in Egypt over the past half decade are the result of a conspiracy between Hamas and Hezbollah, carried out via locally paid agents — and not the result of struggles against injustice, or catastrophic socio-economic conditions.
What does this imply? It denotes that we, as a people, are easily influenced, manipulated and pandered to, that our contemporary history is up for grabs, or, even worse, that an authority is reordering our history for us, in our name. But what is perhaps more insidious about such narratives is blaming foreign intervention rather than internal affairs, which suits the interests of the authority, as it reinforces its position as protector— imported from the era of national wars between the 1950s and 1970s— and supports the state’s solution for everything being necessarily security based.*

En efecto hay una feroz batalla por la historia. Se percibe como síntoma allí donde se ha perdido la unidad que provoca la aceptación de discursos comunes. Cuando hay divergencias de identidad, las Historias tienden a ser consideradas inservibles por unos y verdades inamovibles por otros.
Como señala Ghanem, la Historia es un arma que se disfraza como otras de verdad. Tiene sus mecanismos de enmascaramiento institucional, sus máscaras solemnes, como ya estudio Foucault, entre otros. "¡Los hechos sagrados!" repetía anoche en televisión un periodista citando una vieja máxima del periodismo británico, sin darse cuenta de que es lo "sagrado" lo menos adecuado para invocar ante los hechos y la frecuencia con la que se invierte: ""¡lo sagrado se transforma en hecho!", algo mucho más cercano a lo que ocurre realmente.


La Historia sirvió, como veíamos en el texto sobre China de Jesús Mosterín, para mediante la escritura, del registro, dar densidad a las dinastías, estableciendo las diferencias entre los "notables", sobre los que se escribe, y el invisible vulgo, el nada notable. Posteriormente se escribirá para dar identidad ese vulgo que pasa a ser "pueblo", "nación" y que necesita de mecanismos de unión a través de los discursos que les expliquen quiénes son. Lo harán mediante fiestas nacionales, desfiles, himnos, libros de textos, etc., que le expliquen quiénes son, despierten su orgullo y sus emociones.
Las relaciones interculturales nos permiten ver las diferentes construcciones de los "hechos" en sus valoraciones propias frente a las ajenas. No sé si es imposible hacer una historia "aceptable" por todos. Tengo mis reservas. Pero estudiar la diversidad de miradas, como lo fue para los ilustrados dieciochescos mostrarnos las perplejidades de los viajeros de un país a otros muy diferentes o incluso a otros planetas es muy enriquecedora porque debe despertar el deseo (y las responsabilidad) de de no dar por "hecho" (en los dos sentido) nada sin darle un vistazo. Madurar como personas o grupos es aprender, pero también desaprender y relativizar. Por eso exige un ejercicio constante de evaluación de lo que consideramos importante y por qué.
Una vez que hemos comprendido esa diversidad, es importante estudiar las diversidades de los discursos que reflejan la Historia. Podemos estudiar los "hechos" pero también podemos estudiar las representaciones de esos hechos, su construcción, sus retóricas y gramáticas, sus conexiones, sus géneros discursivos... Esto no es exclusivo del discurso académico, sino de las formas en que esas concepciones se traducen en otros tipos de discurso que, por decirlo, así son capaces de trasmitir esa "historicidad" de los acontecimientos. Lo hacen de forma más canónica o de manera distorsionada, pero están ahí, formando parte de la "recepción" constante que significa vivir en el seno de una cultura. Las frases que recogía Tarek Ghanem en su artículo son muestras de esa transformación de lo histórico en lo cotidiano, de ese marco interpretativo de lo que vemos y vivimos desde otros discursos más amplios que sirven de estructura.


Muchos echan de menos los viejos tiempos en los que había verdades inamovibles. Pero hace mucho tiempo que el mundo nos ofrece un dilema: aceptamos lo inamovible y nos condenamos al dogma o si, por el contrario, aceptamos que el juego de lo humano es la transformación de su cultura mediante la creación constante, conflictiva muchas veces, que es la elaboración de discursos de identidad.
Aceptar la variabilidad discursiva de la historia es aceptar que no tenemos por qué ser esclavos de nuestras propias visiones, especialmente cuando implican dolor, conflicto, injusticia. Esa curación solo puede provenir del conocimiento de que somos nosotros quienes la escribimos, que traduce también nuestros deseos de reconciliación, superación, etc. No solo nosotros nos dibujamos, sino que retratamos a los otros estableciendo unas relaciones determinadas en esas visiones.
Comprendernos culturalmente es comprender la producción, la intencionalidad y los efectos de nuestras propias acciones y discursos. Que los egipcios crean que lo que les ocurre a ellos es el resultado de las acciones de otros es una hábil maniobra que desvía las responsabilidades del poder, su incapacidad para resolver los problemas. Esas interpretaciones hace, además, que la identidad egipcia se construya sobre el concepto de amenaza (todos son enemigos, conspiraciones), ellos son elegidos (hasta los ángeles van en su ayuda en las batallas).


Tarek Ghanem plantea la necesidad de una historia "desde abajo", alejada de dioses y reyes, que se centre en la vida de los pequeños, de las personas "normales" y no en las excepcionales, en los héroes y caudillos. No es, como él mismo señala, una novedad. No están presenten como sujetos, pero sí como destinatarios finales y como receptores implícitos en la construcción de los textos. Los discursos históricos se escriben, hoy como ayer, para ellos.
La cuestión no es cambiar de "sujeto" si la finalidad es la misma. ¿Es posible hacer una Historia que no sirva a ningún amo, que no se enmascare como objetividad sin intención? ¿Existe una Historia que no nos encierre en sus identidades creadas y nos anule?
Estudiar la Historia sí debe conllevar el estudio de la propia actividad. No solo sus limitaciones científicas, sino su finalidad social, entonces y hoy. La idea de que la "Historia" esta esparcida como fragmentos de un discurso, como modelo para otros discursos, etc. es rica y merece ser desarrollada. No se trata de solo de saber qué es verdad o mentira, que es otra cuestión, sino de por qué las necesitamos, qué función cumplen, cómo trabajan.
No sé si es deseable una Historia que se presente como un discurso único, objetivo y verdadero. Es demasiada perfección, teniendo en cuenta que es construcción humana. El historiador debe modesto en cuanto a sus logros, señalar sus límites y dudas, y también vigilante en cuanto a las manipulaciones que su propia obra pueda sufrir. El regreso triunfante del dogmatismo es muy peligroso y el control de la Historia es esencial para el control social. No hay que permitir que vuelva a ser mito.




* Tarek Ghanem "History hurts, disturbs, inspires, revives. The battle for history from below" Mada Masr 20/11/2016 http://www.madamasr.com/en/2016/11/20/opinion/u/history-hurts-disturbs-inspires-revives/

** Jesús Mosterín (2007 2ª ed 2016). China, col. Historia del Pensamiento. Alianza, Madrid. 



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