Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Se ha
reunido el club de protectores de Al-Assad para expresar explícitamente que la
solución al conflicto debe ser "política" e implícitamente que el
presidente sirio debe seguir donde está. ¿De verdad se puede creer alguien
esto?
Hemos
puesto entrecomillado el término "política", pero igualmente
deberíamos hacerlo con "solución" o "conflicto", término
ambos que requieren de unas importantes matizaciones. Gran parte de los
problemas que se plantean ante esta situación y sus consecuencias es
precisamente por la dificultad que presenta el conflicto para su definición.
Los
atentados de Berlín contra un mercadillo navideño y el selectivo del embajador
ruso son formas diametralmente opuesta de una guerra multiforme, con unos
campos de batalla físicos localizados y otros potenciales repartidos por gran
parte del mundo.
Cuando
se habla de la "guerra de Siria" se está incurriendo también en una
forma de error, pues hay varias guerras superpuestas. Una es "civil",
que sería por el poder, la que comenzó con la Primavera Árabe y que trataba de
que un régimen dictatorial se volviera democrático. Pero esa guerra fue pronto
transformada en una guerra que quería hacerse con un espacio, crear un estado
nuevo, el Islámico. Esta segunda guerra ya no es civil, siria, sino que es
internacional en dos sentidos, en la ausencia de nacionalismo en los yihadistas,
y en los contendientes extranjeros que actúan, los occidentales más Rusia, Turquía e Irán.
Las discrepancias entre estos últimos obedecen a la contemplación del papel de
Al-Assad y su destino final.
Con
Al-Assad definido como vencedor, no se habría conseguido nada. Sería el único
dictador que sobrevivió a la Primavera Árabe. Y eso es un mensaje para el
futuro. Desde ese momento, interesará ser un amigo de Rusia.
Puede
que se llegue a un acuerdo entre fuerzas políticas, como el que preconizan
ahora rusos, turcos e iraníes, y se dé por cerrada la guerra. Pero eso no
acabará con el terrorismo. Será la solución del destino de Al-Assad, pero poco
más
Pero la
guerra por el poder en Siria no es la guerra más "preocupante" por
más que esté dando muestras de ser de una crueldad infinita. La llamada guerra
de Siria es el comienzo de una nueva fase de un conflicto mucho más amplio y de
mayor profundidad, un conflicto de identidad donde aflora el conflicto interno
del mundo árabe y su resistencia a una modernidad que se rechaza una y otra
vez. La llamada guerra de Siria es una guerra contra lo que representaba inicialmente
la Primavera árabe: la democratización y la apertura contra las dictaduras.
Pero las dictaduras poscoloniales habían mantenido una guerra subterránea
contra el proceso de reislamización que se inició en los ochenta.
El caso
de Egipto es muy claro. Nasser se enfrentó a los islamistas; era un socialista
que tenía muy claro lo que representaban los islamistas, el mundo oscuro y
retrógrado que suponían para Egipto. Anwar El-Sadat, el piadoso, se enfrentó a
los nasseristas y dio entrada a los islamistas de nuevo. Como respuesta a su
buena acción, los islamistas le mataron. Pero el mal ya estaba dentro y el
mundo árabe empezó a radicalizarse a través de las doctrinas salafistas y wahabís.
Para ellas el futuro está en el pasado, en la vuelta a una "edad de
oro" islámica. Para conseguirlo utilizaron todas las técnicas y manejaron
todas las estrategias con mucha inteligencia. El enemigo era Occidente y
especialmente la occidentalización. Occidente
podía ser un enemigo o un aliado, según conviniera, pero la occidentalización
siempre era un enemigo. Unos se plantearon cómo "modernizarse" sin
"occidentalizarse"; otros, sencillamente, solo se plantearon como
evitar que las ideas occidentales alejaran a los pueblos de su control.
Se
trataba de evitar seguir los pasos del propio Occidente en la separación entre
la Iglesia y el Estado. Esto es complejo en un mundo, como el musulmán, en el
que no hay "iglesia", pero sí una "ley religiosa" que con
la que se gobierna el estado y desde el estado. Y es ahí donde radica,
paradójicamente, el núcleo del problema.
No se
puede separar, no puede haber equilibrio, al haber una sola
institución que aspira al control social. Lo religioso y lo político están
fundidos. Por eso les molesta a algunos que se hable de "estado
islámico", porque es la aspiración de muchos y no quieren que se mezcle
con esa imagen negativa que se está concentrado en el término. Los yihadistas
no hacen más que cumplir su visión de la Yihad, por más que otros quieran
interpretarla de forma "metafórica". Es una competición por la
"pureza" y la "ortodoxia" que lleva a los estados existentes
a una trampa competitiva. Es lo que ocurre, por ejemplo, en Egipto donde un
golpe de estado saca del poder a los Hermanos Musulmanes para después seguir
avanzando en el camino de la ortodoxia islámica enfrentándose a los demócratas
y laicos. Por más que el presidente al-Sisi clame por la reforma religiosa, esa
reforma no se produce porque genera rechazo.
El
liderazgo en el mundo islámico pasa por ser un "buen musulmán". Los
fundamentalistas arremeten contra aquel que no siga las normas, que se aleje de
los preceptos coránicos. Es una terrible ironía que unos y otros recurran a la
religión y que declaren siempre sus enemigos a los que tienen un concepto de
"ciudadanía" o de "estado". Desde esa posición, dándole el
estatus de revelación, se proclama la propia superioridad frente al resto del
mundo y se promete la victoria final. Esa victoria final pasa a convertirse en
objeto de cualquier "buen musulmán" quien recurrirá al martirio, a la
inmolación, con tal de acelerar la Historia y hacer que se llegue al triunfo
deseado por Dios.
Cuando
la guerra de Siria deje de ser posible, quedará esa otra guerra, cuya
manifestación ya no serán los campos de batallas, sino el terrorismo. Los
islamistas han conseguido convertir en un discurso coherente los problemas
críticos de identidad que afloran en un mundo en donde la cultura propia ha
quedado relegada en el panorama mundial en gran parte debido a su propia
parálisis intelectual y a la eliminación de la crítica. Desde el dogmatismo de
lo revelado, se ha eliminado el pensamiento que no sea reforzador del hilo
conductor islámico.
Todos
los pensadores que han intentado reformar el islam desde dentro han sido eliminados
por las propias instituciones que ellos proponían reformar. Las reformas
aceptables son las que refuerzan lo ortodoxo.
Los
jóvenes que tiran su vida y acaban con las de otros han reconvertido sus
frustraciones individuales y colectivas en saludables, ajustadas a la letra. No
es un problema de radicalización, sino de literalidad. Allí donde otros
trataban de entender metafóricamente el
término "yihad" para ajustarse a los nuevos tiempos, ellos vuelven a
la lectura literal.
Y este
el campo en donde está el peligro futuro. Las soluciones políticas, como quieren Putin y los iraníes, son soluciones sobre el
poder y no valdrán de mucho. Las soluciones militares
solo podrán actuar en los focos donde se produzca la emergencia local de los
conflictos. Pero ni una ni otra sirven de nada si no se actúa sobre el origen
del problema.
Nada de
lo que se está haciendo permite avanzar por el terreno. Eso significa que el
terrorismo se intensificará y tendremos que empezar a convivir con él, aceptando
sus zarpazos. Por eso resulta paradójico y una gran ironía que Angela Merkel se
tenga casi que disculpar por haber aceptado acoger a los desplazados tras cada
atentado. Los islamistas perciben la islamofobia como un bien que les devuelve
a los hijos pródigos cuando regresan después de haber comprobado que Occidente
es malo.
Lo bueno realmente que puede llegar desde
Occidente tiene que ser el apoyo a los que combaten el retroceso hacia posturas
literales. Y hacerlo de forma inteligente para que no se vuelva contra ellos ni
contra nosotros. No es fácil. Lo hecho hasta el momento solo buscaba el
establecimiento de relaciones con "aliados", aceptando gobiernos que sus pueblos no
aceptaban. Hoy se paga esa política, la de no haber exigido reformas que
modernizaran los países y sacaran a sus pueblos de los embrujos. Pero hay más: no se
trata de una cuestión nacional sino cultural. Lo evidencia el hecho de que la
mayor parte de los que han atentado contra Occidente han sido personas que
estaban viviendo o habían crecido en Occidente, personas que justificaban sus
males como un castigo por haberse
alejado de la religión y perdido su identidad. Han sabido hacerse con ellos.
Desgraciadamente,
parece que los tiempos se presentan como de extensión del conflicto. La pérdida
de la guerra siria será el banderín de enganche como lo ha sido la cuestión
palestina. A diferencia de esta última, que podría tener un plan aceptable por
la mayoría, el "Estado Islámico" pasará al ámbito de la Utopía, por
lo que podrá mantenerse como reivindicación personal y colectiva, como excusa
para dar salida a la frustración. El camino hacia el pasado comienza a ser más
factible que el camino hacia el futuro. La muerte pasa a ser un atajo en el camino
hacia la nada.
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