Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Desde
que Donald Trump se decidió a participar en la campaña presidencial hay una
palabra que aparece en los medios norteamericanos con frecuencia, "post-truth", la post-verdad. Puede que el único
beneficio que el mundo saque de esta elección sea la gran cantidad de
reflexiones sobre la política en particular (y la condición humana en general)
que está produciendo. Cuando la necesidad aprieta, empiezan a verse los
fundamentos olvidados.
Si la
cuestión de la "verdad" tiene una serie de consideraciones desde la
lógica, el conocimiento, etc., que se han tratado de desentrañar, desde la
política la dimensión adquiere una serie de características específicas. En las
sociedades democráticas, la verdad de
lo que se dice es importante porque se entiende que es lo que determina la
opinión que finalmente decidirá la elección. Un candidato mentiroso en un palo
en la rueda. Puede ser elegido, pero hace comprender que el sistema falla.
Las
mentiras de una campaña electoral pueden agruparse en dos grandes bloques: las
mentiras sobre lo ya sucedido, es decir, sobre los "hechos" y las
mentiras de las "promesas" que no se pueden cumplir o no hay
intención de cumplirlas. Los dos tipos de mentiras son los ejes de la campaña, cuyo
fin es hacer llegara al electorado una combinación de "hechos" y
"promesas".
Las
falsedades dichas por boca de Trump o esparcidas por sus seguidores o acólitos
han sido sacadas a la luz una y otra vez. Sus afirmaciones sobre si el
presidente Obama no era norteamericano de nacimiento o sobre el papel de China
en el cambio climático entran de lleno en las mentiras de hechos. Para estas se han desarrollado equipos e
instituciones para el "fact checking", es decir, la comprobación la
verdad de lo que cada candidato afirma en la campaña. Las promesas son más
complicadas a menos que se demuestre que son incumplibles, algo que no es
sencillo en ocasiones. En cualquier caso, al final del mandato se suele recoger
la información sobre el cumplimiento de las promesas hechas en campaña. Estos
dos elementos son necesarios en una democracia para primero tomar las decisiones
sobre el voto y posteriormente, al final de la legislatura, comprobar si el
elegido ha hecho aquello por lo que fue elegido fiándose de su palabra.
Con
Donald Trump, todo esto se complica. ¿Qué pensar de un candidato que ha mentido
en una gran cantidad de cosas y que, a pesar de ello, ha sido elegido? Me he
contenido de escribir "por ello" y he preferido "a pesar de
ello" pues mi fe en la naturaleza humana prefiere vernos como crédulos antes que como malvados. Y aun así, no me salen las
cuentas. Trump ha hecho manifestaciones "racistas",
"xenófobas", "machistas", contra la libertad de creencia,
de expresión, etc. Ha exhibido su dinero, su mal gusto y su ignorancia, Pero
pese a todo ello, ha sido elegido. Está bien que la gente establezca hipótesis
sobre cómo es posible lo que ha ocurrido para tratar de evitar que vuelva a
ocurrir.
La consideración
del trumpismo como el reino de la post verdad lleva a la necesidad de
reflexionar, analizar, sobre el fenómeno. Los comentaristas han entendido que
es necesario intentar explicar esta extraña interacción entre un
demagogo y sus seguidores. The Washington Post dedica varios artículos diarios
a intentar comprenderlo.
La
columnista de política nacional Ruth Marcus escribe un artículo titulado " Welcome to the post-truth presidency" en el que trata
de encontrar algunas respuestas o, al menos, caminos por los que transitar ante
este nuevo espacio de la política:
Welcome to — brace yourself for — the
post-truth presidency.
“Facts are stubborn things,” said John Adams in
1770, defending British soldiers accused in the Boston Massacre, “and whatever
may be our wishes, our inclinations, or the dictates of our passion, they
cannot alter the state of facts and evidence.”
Or so we thought, until we elected to the
presidency a man consistently heedless of truth and impervious to
fact-checking.
Oxford Dictionaries last month selected
post-truth — “relating to or denoting circumstances in which objective facts
are less influential in shaping public opinion than appeals to emotion and
personal belief” — as the international word of the year, and for good reason.
The practice of post-truth — untrue assertion
piled on untrue assertion — helped get Donald Trump to the White House. The
more untruths he told, the more supporters rewarded him for, as they saw it,
telling it like it is.
As Politico’s Susan Glasser wrote in a sobering
assessment of election coverage for the Brookings Institution, “Even fact-checking
perhaps the most untruthful candidate of our lifetime didn’t work; the more
news outlets did it, the less the facts resonated.”
Indeed, Hannah Arendt, writing in 1967,
presciently explained the basis for this phenomenon: “Since the liar is free to
fashion his ‘facts’ to fit the profit and pleasure, or even the mere
expectations, of his audience, the chances are that he will be more persuasive
than the truth teller.”
So there is no reason to think Trump is about
to suddenly truth-up. Indeed, all signs are to the contrary — most glaringly
Trump’s chockfull-of-lies tweet that “I won the popular vote if you deduct the
millions of people who voted illegally.”*
Lo preocupante, coincidimos con la articulista, es la
aceptación de la mentira. Por supuesto, quien la acepta no la acepta como "mentira"
sino como una forma del deseo que acaba satisfaciendo los requisitos de
aceptación. Creo que es esencial la diferencia entre "mentira" y "promesa"
porque cada una de ellas ofrece una dimensión distinta, es decir, satisfacen
una parte diferente de la psique del que las acepta.
Quizá ya no vivimos en un mundo de hechos, sino de
representaciones sobre representaciones, es decir, ese mundo en el que el
parecer es esencial. En un mundo de
hechos, nos definimos por nuestras acciones y estas son verificadas. En un
mundo de discursos, podemos decir aquellos que otros desean escuchar y desean ver cumplido. Solo debe ser verosímil. Los votantes de Trump deseaban
que eso fuera verdad: deseaban que Obama fuera un musulmán infiltrado en la
Casa Blanca, deseaban que el padre del senador Ted Cruz hubiera participado en
el asesinato de John F. Kennedy, deseaban que el cambio climático fuera una
invención de China para frenar su desarrollo. Deseaban al hombre y sus
promesas. Y el hombre, Trump, les preparaba el camino para la aceptación final
de la gran promesa que casa con su
versión de los hechos, es decir, con las mentiras contadas.
En un mundo convertido en espacio de medios, discursos y lectores, estos últimos son coautores del texto que se les propone. No se trata de convencerlos de nada sino de encontrar de qué están ya convencidos. Y repetirlo para que se unan al coro.
Unos comprueban lo dicho con los hechos; en el caso de Trump
es al contrario, se comprueba que las mentiras son coherentes con la promesa
final: la solución de todos los problemas que han generado la frustración que
han llevado a aceptar al demagogo. No se trata del hecho, de lo que es, sino de lo que queremos que sea. No vivimos en el positivismo
del siglo XIX, sino el XXI, el siglo de los discursos mediados. La verdad no es
racional o empírica, es repetitiva. Es el poder de los medios: el poder de la gota de agua horadando la piedra. Trump ha recogido la antología de la paranoia reinante y ha lanzado una edición multitudinaria.
Un segundo artículo de The Washington Post sigue la
indagación. Esta vez está
escrito por Margareth Sullivan y se titula "The post-truth world of the
Trump administration is scarier than you think"**. En su comienzo,
escribe:
You may think you are prepared for a post-truth
world, in which political appeals to emotion count for more than statements of
verifiable fact.
But now it’s time to cross another bridge —
into a world without facts. Or, more precisely, where facts do not matter a
whit.
On live radio Wednesday morning, Scottie Nell
Hughes sounded breezy as she drove a stake into the heart of knowable reality:
“There’s no such thing, unfortunately, anymore,
of facts,” she declared on “The Diane Rehm Show” on Wednesday.
Hughes, a frequent surrogate for
President-elect Donald Trump and a paid commentator for CNN during the
campaign, kept on defending that assertion at length, though not with much
clarity of expression. Rehm had pressed her about Trump’s recent evidence-free
assertion on Twitter that he, not Hillary Clinton, would have won the popular
vote if millions of immigrants had not voted illegally.
(The
apparent genesis of Trump’s claim was Infowars.com, a site that traffics in
conspiracy theories and is run by Alex Jones, who says the 2012 massacre of 20
schoolchildren in Newtown, Conn., was a government-sponsored hoax.)
What matters now, Hughes argued, is not whether
his fraud claim is true. No, what matters is who believes it.**
La libertad de expresión es una gran libertad, pero no
asegura que cualquier cosa que se diga sea cierta. Es más, muchos consideran
que lo que no puede ser probado que es falso es lo mismo que el que sea
verdadero. Evidentemente no lo es, pero hay muchos interesados en que así sea,
pues les abre el camino hacia la falsedad "improbable". Si yo no
puedo demostrar que la masacre de los 20 niños no fue una conspiración del
gobierno, para ciertas personas lo convierte en verdad como si pudiera ser
probada. Los medios (no solo los norteamericanos) han jugado con estas
diferencias nada sutiles pero sí muy rentables, pues es más barato decir que
alguien dice que la masacre ha sido una conspiración que intentar confirmarlo
antes de anunciarlo. Si se le recrimina al medio por decir que está esparciendo
falsedades, el medio se defiende diciendo que él "no dice que eso sea
verdad" sino que "dice que hay alguien que lo dice", lo cual es
cierto. Esto eleva el mero sensacionalismo, las mentiras infundadas, al plano
de las disquisiciones semánticas. Si son denunciados, los jueces dictaminarán
que no es delito decir que otros dicen.
De esta forma es como Donald Trump se ha ahorrado millones y
millones de dólares en publicidad de sus mentiras, repitiendo viejas mentiras e
insinuaciones, etc. que le han dado un fantástico resultado: el que quiere
creerlas le da igual la fuente, no entra en sutilezas.
La mentira no se acaba de inventar. No es el primer político
que miente, pero quizá sí el primero a cuyos votantes tampoco les preocupa que
lo haga. Eso es lo que está desconcertado a todo el mundo. Los analistas
repiten eso de los hechos sagrados,
etc. pero ya no estamos en el mundo que acepta los hechos, que son referencias,
a referencia, a referencias... si es necesario. No le han votado porque le
crean, sino porque quieren creerle. Satisface sus necesidades y si les hace sus
sueños realidad mejor. El deseo no es racional, no entiende de leyes, enmiendas
constitucionales, garantías, etc. Solo entiende de lo que quiere y de cómo
conseguirlo. Trump es el que promete satisfacer el deseo futuro y el que libera
los traumas del pasado dándoles sentido acorde a sus deseos. Como en un sueño,
los que se oponen se transforman en los diablos comunes: Obama en musulmán, Ted
Cruz en hijo de un conspirador cubano, Hillary Clinton en una delincuente... A
todos ellos les gusta escucharlo. Dan salida a su rabia.
Todos hablan de lo emocional. Es lo que están haciendo los
populistas de todo el mundo: crean o escogen enemigos y dirigen las frustraciones comunes
hacia ellos. Lo hace Marine LePen; lo han hecho los británicos del Brexit. Y la
cuenta crece.
Cuando terminó la campaña británica, se produjo el despertar
del sueño, plácido para unos pesadilla para otros. Las mentiras han ido
saliendo a la luz y probablemente haya más todavía por salir. Como se ha
filtrado, Theresa May no logra realizar un plan de salida posible,
probablemente porque todos sean presumiblemente malos vistos objetivamente. Pero
se convenció a la gente de que Europa era un freno a la grandeza de Gran
Bretaña, como se ha convencido a los norteamericanos que la culpa la tiene
Europa, la OTAN, los musulmanes, los hispanos, los liberales, etc.
Lo malo es que no todas las promesas son imposibles. Lo que
está haciendo antes de llegar a la Casa Blanca ya empieza a preocupar, dentro y
fuera, a muchos. Los políticos honestos en tiempos duro prometían "sangre
sudor y lágrimas", sacrificios. Trump no es un político y presume de nos
serlo (otro juego de paradojas). No tenía nada que perder y ha llevado su estrategia hasta el final.
Ahora necesita algunos hechos entre sus promesas.
Para los medios y las personas que los leen con sentido de
la realidad la afirmación en un tuit de Trump sobre millones de votos ilegales como respuesta
a la petición de recuento de votos en tres estados en los que ganó por poca diferencia ha sido traumática. Decir que se ha
producido un fraude de millones de votos y que él es el ganador del voto
popular ha mostrado el peligro de alguien
cuyo objetivo era la Casa Blanca, pero ahora tiene en sus manos decisiones que
afecta al mundo. ¿Mentirá siempre que algo no le guste? Si la cosa funciona...
Muchos están
escandalizados por esta reacción de Trump, pero para esas personas que solo
buscan que lo dicho cuadre con sus
esquemas mentales, es una "verdad" aceptada. ¿Qué otra cosa se podía esperar
de los seguidores de Clinton? Todo les encaja.
Algunos comentaristas echan las culpas a los deconstruccionistas, a Derrida, a Foucault, etc. responsabilizándolos por haber complicado la determinación de los "hechos", pero esto es como echarle la culpa a Alfred Einstein del relativismo moral. Muchos confundieron la relatividad con el relativismo, pero eso no era culpa de Einstein.
Trump pertenece a otra escuela más vieja; no le interesa conocer el poder tras las palabras, sino usar las palabras para conseguir el poder. La post verdad se funda más en el papel de la emociones y las contradicciones constantes del ser humano. Trump las utiliza como las usan hoy los vendedores después de haber abandonado al racional "homo economicus". No estudiemos la razón; estudiemos los miedos, las frustraciones, las envidias, etc. Sepamos cómo utilizarlos, dicen. Y han aprendido bien teniendo en cuenta los resultados. Sus gurús llevan años dentro de las redes sociales comprendiendo cómo se mueven, cómo se multiplican los efectos entre los adictos a las mentiras paranoides. Cuanto más irracional es la oferta, más firme es la adhesión.
Que la palabra "post verdad" (o la "posverdad", como recomiendan los expertos en palabras) haya sido designada como la estrella del año por el Oxford Dictionary es bastante preocupante, pero también interesante. Significa, al menos, que hay alguien que se preocupa por dejar a la vista el tinglado. Las nuevas formas de engaño nos seducen con mejor aparato teórico detrás y mucha práctica. Es más, tratan de que amemos las mentiras (están hechas con todo cariño para nosotros) y a los mentirosos que nos las hacen llegar.
* Ruth
Marcus "Welcome to the post-truth presidency" The Washington Post
2/12/2016 https://www.washingtonpost.com/opinions/welcome-to-the-post-truth-presidency/2016/12/02/baaf630a-b8cd-11e6-b994-f45a208f7a73_story.html?hpid=hp_no-name_opinion-card-f%3Ahomepage%2Fstory&utm_term=.3c10ffe3f463
**
Margareth Sullivan "The post-truth world of the Trump administration is
scarier than you think" The Washington Post 3/12/2016
https://www.washingtonpost.com/lifestyle/style/the-post-truth-world-of-the-trump-administration-is-scarier-than-you-think/2016/12/02/ebda952a-b897-11e6-b994-f45a208f7a73_story.html?hpid=hp_hp-top-table-main_sullivan-345pm%3Ahomepage%2Fstory&utm_term=.ac6a9e300009
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.