Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Muy mal
lo debe estar pasando el régimen egipcio para necesitar de nuevo los servicios
periodísticos de Azza Radwan Sedky. La escritora vuelve a las páginas del
estatal Ahram Online —el único que consideraba recomendable porque todos los demás esparcían rumores y mentiras
sobre el régimen, según su artículo de hace unos pocos días— para cargar contra
los medios extranjeros haciéndose una pregunta desde el titular mismo "Will
Western media ever let Egypt be?"* Ya sea con un sentido "esencialista" o
"existencialistas", ese "be" es a todas luces excesivo
incluso para los medios egipcios, entre otras cosas porque nadie duda de su
existencia o esencia por más que produzcan perplejidad muchas de las cosas que
nos llegan desde allí, de la misma forma que maravillaron a los antiguos lo que
llegaba del mundo faraónico.
Las
discordancias se producen esta vez tras la visita del presidente al-Sisi a Nueva York,
a la asamblea general anual de Naciones Unidas, un verdadero calvario por los
problemas que los propios egipcios crean, como este año con la confusión en la emisión de las entrevistas con el presidente. Vayamos al principio.
Lo que
ofende a Azza Radwan Sedky es que se considere a su bien amado presidente,
general Abdel Fattah al-Sisi como un "dictador" y que como tal se le
haya considerado. La primera parte de su artículo es una queja del maltrato
conceptual dado al presidente egipcio y la segunda un tratar de meter el dedo
comparativo con cosas como Guantánamo, etc. Las valoraciones sobre Egipto no pierden sentido por lo que Estados Unidos o cualquier otro haga o deje de hacer. Es ser de Egipto es el propio.
Veamos
la primera parte que es donde se concentran las "razones" del
desacuerdo y la ofensa de los medios occidentales:
Again and for the umpteenth time I tell myself
not to give Western media any undeserved attention and to ignore those who
intentionally belittle from our efforts and tarnish what we hold dear and
precious. And yet no matter how hard I try, sometimes I get so indignant that I
must rebuttal, first to abate my anger, and second to illuminate those who care
for the truth.
The Washington Post’s article on President
El-Sisi’s meeting with US presidential candidates Hilary Clinton and Donald
Trump on the sidelines of the UN General Assembly is today’s angst. “The Stark
Difference Between Trump’s and Clinton’s Meeting with a Dictator” at first
glance compares Trump to Clinton, but it also bears an incomprehensible but not
very subliminal aversion to President El-Sisi.
After referencing President El-Sisi as the
“Dictator,” intentionally not naming him in the headline, the article refers to
the president as the general “who led the military coup against Egypt’s elected
government in 2013 and has since overseen the harshest repression the country
has known in a half-century.”
Ignorance is a bliss but overlooking facts or
neglecting to mention them is an offence. Just a reminder, Washington Post Editorial
Board, the “military coup” came as a response to the demands of Egyptians when
a third of the country’s population went to the streets to seek change; the
army had to intervene or else Egypt would’ve remained at a never-ending
impasse.
The revolution, a more apt name for it, was not
sprung upon them; the revolution was their own making.
As for the repressions, again the Washington
Post ignores facts. Egypt’s plight against terrorism forces it to detain anyone
connected to terrorism, or is gearing the country to further unrest. And amidst
the chaos surrounding Egypt and despite all the powers that would prefer
otherwise, Egypt is in a good place.*
Las razones expuestas tienen tres núcleos: a) Al-Sisi no es
un "dictador"; b) no hubo "golpe de estado" sino "revolución";
y 3) no hay "represión" sino "lucha contra el terrorismo".
Estas tres afirmaciones son las que, según Azza Radwan Sadky —y muchos
egipcios—, Occidente "no entiende". Pero las entiende creo yo
perfectamente; sencillamente, no las comparte.
Para justificar el desacuerdo se responsabiliza a los medios
occidentales, a las conspiraciones internacionales, a los disidentes egipcios
(de cualquier ideología), etc. Vayamos por partes y desde el principio.
La cuestión (a) es sencilla de entender. Abdel Fattah al-Sisi
era el militar al cargo de la Inteligencia Militar egipcia desde 2010. Es
decir, era la persona en el régimen de Hosni Mubarak que debía haberse dado
cuenta de que algo ocurría en 2011 con la fuerza suficiente como para derribar
al régimen o al menos a su cabeza visible. Fue ministro de Defensa con Morsi.
Un dictador puede ser definido por su forma de llegar y su
forma de actuar. Se puede dar un golpe de estado y, sin embargo, llevar que de
ese golpe salga una democracia. Para ello se debe dar el golpe contra una
dictadura. Y aquí empiezan los líos egipcios.
Los egipcios se levantaron contra el régimen de Hosni
Mubarak, que había sido elegido presidente en diversas ocasione, hasta
completar su "reinado" de treinta años. Mubarak, como al-Sisi, ganaba
por goleada en elecciones que no convencieron a nadie, especialmente a los
egipcios. Pese a ser aceptado internacionalmente por sus acuerdos de paz en
Oriente Medio, los egipcios no estaban demasiado de acuerdo con el presidente y
menos con su partido político, una maquinaria electoral fraudulenta.
Los líos egipcios comienzan cuando se considera que Mubarak
era un dictador y se le echa del poder pero se acepta su régimen, es decir, se
recibe con los brazos abiertos a los militares que estaban a sus órdenes de
facto. Por un extraño sentimiento inducido, muchos egipcios no consideran que
estar bajo los militares sea un mal, sino que lo consideran la quintaesencia de
lo egipcio y una necesidad como única fuerza que impone el orden. El Ejército
egipcio vive todavía del prestigio de la revolución colonial y del nasserismo.
Cuando Egipto se libera de los ingleses no tiene más que dos organizaciones: el
Ejército y los Hermanos Musulmanes. Nasser utilizó a la Hermandad para
conseguir el apoyo, pero pronto comenzó el enfrentamiento. Entre unos y otros
se han encargado de que Egipto no tuviera más opción, debilitando cualquier
intento de crear algo al margen, que es siempre debilitado y desprestigiado
rápidamente.
El general al-Sisi es considerado por todo el mundo un
"dictador" porque los gobernantes que proceden de los ejércitos y que
han entrado en el poder por la fuerza —da igual quiénes les haya llamado— son
considerados así.
A-Sisi podría haberse librado de la etiqueta cumpliendo su
promesa de no ser "presidente" de Egipto. Fue él mismo quien venció
las primeras resistencias de los liberales ante el golpe afirmando que no se
presentaría a la presidencia porque no tenía ningún deseo del cargo, que el
gobierno de Egipto seguiría siendo civil. Es aquí donde radica la etapa oscura
o del "sueño profético". ¿Quiénes hacen cambiar de opinión a al-Sisi?
La historia del sueño en el que se le presenta Sadat no merece la pena ser discutida
por más que los egipcios adeptos al régimen lo consideren como una
"señal" divina. Seamos serios.
Desde 2011, todo el proceso político se encaminaba a
desalojar a los militares del poder. Uno tras otro, los tres presidentes de
Egipto —desde la revolución de 1952— habían sido militares. El Ejército
controla toda la vida política y económica por más que se muestre discreto y se
haga querer como representación del espíritu y valores de Egipto. Esto no es
más que una bien orquestada campaña de imagen que algunos han estudiado a
través de la formas de la cultura popular —cine, canciones, iconografía, etc.—
y que controla el país.
Con el gobierno de Mohamed Morsi se mostró que los egipcios
querían un cambio. Muchos votaron por los islamistas, siendo liberales, laicos
y demócratas, porque no querían más militares en el poder. Algunos egipcios me
comentaban: "votar por Shafik —el candidato militar— es hacer buena la
dictadura de treinta años de Mubarak". De forma un tanto oscura —de nuevo—
Egipto se encontró con una competición entre un militar y un islamista, ambos
prometiendo una democracia. Quedaron aparcados en una primera vuelta todos los
candidatos demócratas o al menos civiles. La sociedad eligió a Morsi por dos
motivos: unos porque eran islamistas y otros porque no querían más militares. Cómo diferenciarlos
es lo complicado, por no decir imposible. ¿Se había vuelto el Egipto de la
Primavera Árabe islamista?
El año de Morsi en el poder fue nefasto para Egipto y para
la democracia. Fue una mezcla de prepotencia y dogmatismo y, sobre todo, del
incumplimiento de sus promesas electorales de no llevar un programa islamista sino de gobierno para todos y hacer una
consolidación de la democracia. Fue un asalto a las instituciones y la
imposición de una retrógrada constitución. El mundo criticaba a Morsi cada vez
que salía al extranjero diciéndole que no era una democracia lo que estaba construyendo
sino que se comportaba como un dictador al no respetar los derechos de las minorías,
mujeres, etc. Azza Radwan Sadky debería recordar esto también, las críticas
fuertes a Morsi desde gobiernos (Angela Merkel, por ejemplo) y desde los medios.
Fue un periodo de represión fuerte encabezada por el
entonces ministro del Interior, un viejo especialista que ya había ejercido en
la época de Mubarak y con muchos muertos en su haber profesional. En el
ministerio del Ejército se encontraba ya Abdel Fattah al-Sisi, que había dado
el salto de la Inteligencia Militar al Consejo de Ministros.
Morsi llegó democráticamente al poder y se convirtió en un
dictador inmediatamente, en cabeza de un régimen que no respetaba las reglas
del juego democrático, represor, censor, etc. No hay que olvidarlo. Los
egipcios no se levantaron contra la democracia de Morsi sino contra su
intransigencia, dogmatismo y represión, contra el asalto islamista al poder e
instituciones.
Vayamos ahora a la cuestión b), el "golpe". ¿Fue o
fue? Evidentemente sí, pero esa no es la cuestión. El mundo entendió lo que
había ocurrido en Egipto. Lo que advirtió fue sobre eso que al presidente no le
gusta mucho para Egipto: los derechos humanos. Lo que no entendió el mundo es
la brutal represión posterior.
Los egipcios no pidieron un golpe de estado, al menos la
mayoría. El documento Tamarod o Rebel pedía el abandono de Morsi del palacio
presidencial y la convocatoria de unas elecciones (también la ruptura de los
tratados militares con los Estados Unidos). Lo firmaron más de veinte millones
de egipcios.
El Ejército dio un ultimátum a Morsi para que aceptara las
condiciones, salida y elecciones. Pero la soberbia de Morsi y su falta de
sentido político le hicieron tomar las decisiones equivocadas. La excusa
militar era buena: evitar una guerra civil entre partidarios del la salida y
los islamistas, bien organizados. La decisión de intervenir con contundencia
contra las sentadas de protesta, un auténtico fortín, abrió definitivamente la
brecha.
Antes de la violencia, con la promesa de un gobierno civil y
democrático, el "no-coup", al que Azza llama una
"revolución", tuvo el apoyo de las fuerzas políticas y sociales,
hasta de las religiosas. Todos —incluidos los salafistas— estaban allí para
prometer que el golpe sería para bien, para todos los egipcios. Cuando la
violencia y la represión comenzaron, los apoyos empezaron a desaparecer y a
tener que afrontar los insultos y las difamaciones por no sumarse a lo que
ocurría. El régimen emergente perdió los apoyos y se vip en la necesidad de
jugar la única baza que le quedaba: la sisimanía.
Se trataba de crear una imitación de Nasser. Pero Nasser
sacó a Egipto del colonialismo británico; al-Sisi, en cambio, lo metía de nuevo
en su propio régimen de treinta años al ir regenerando a todos los que en
primera instancia había encarcelado.
¿Hubo un golpe de estado? Por supuesto. La negativa de Morsi
ayudó a ello. Posteriormente ha habido informaciones en las que se ha puesto en
cuestión al movimiento Tamarod y se ha hablado de conexión con los servicios
secretos. Tampoco sería sorprendente. Lo extraño es que no lo hubieran hecho.
El Ejército egipcio es más que un Ejército; es un gigantesco imperio que muchos
no están dispuestos a perder ni tan siquiera a que se controle por un
parlamento, como hemos podido apreciar no hace muchos días cuando se ha pedido
información sobre los sueldos. Los únicos que han aumentado son jueces, policía
y militares.
Los estigmas de un golpe de estado solo se borran cuando se
pasa a una situación mejor. El golpe se considera liberador. El problema
egipcio es que el golpe no ha traído más libertades sino que se ha vuelto más
intransigente y retrógrado que la propia época de Mubarak. Que se diga esto,
acaba de soliviantar a Azza Radwan Sadky.
Esto nos lleva a la cuestión c), la de la "represión".
En nuevo régimen nació manchado de sangre. Realizó una brutal represión llevada
a cabo por el mismo que había reprimido en la época de Mubarak, en la época de
Morsi y contra los islamistas atrincherados. El presidente hizo una especie de
lavado de conciencia pidiendo permiso al pueblo para hacer lo que había que
hacer y lo que hizo se acercó a los mil muertos.
Crecieron las voces de las personas diciendo que se debía
cambiar al Ministro; nadie hizo caso. La represión se dirigió en primer lugar
contra los islamistas, que comenzaron sus atentados. La guerra de Siria le
permitió al régimen decir que ellos se estaban encargando de sus propias zonas
y que lo hacían dentro de la estrategia internacional. Esto solo era verdad a
medias porque cuanto más crecieron las voces criticando la falta de respeto a
los Derechos Humanos, la represión —como sucede hoy— se dirige contra todo el
que critique al régimen en cualquier sentido, sean problemas sectoriales o las
islas regaladas a Arabia Saudí.
La represión, pese a lo que diga Azza Radwan Sadky ha
crecido hasta límites superiores a los de Hosni Mubarak. Los desaparecidos
existen y la impunidad en los crímenes y torturas también. Lo único que ha
construido el régimen con profusión, además del segmento de Canal, han sido
cárceles en las que las denuncias crecen. El caso del asesinato en plena calle
de Shaimaa al-Sabbagh muestra que no es a los islamistas a quienes se reprime,
sino a los liberales, demócratas, socialistas, laicos, etc. que son los que han
levantado la voz contra el régimen, primero como advertencias, luego como
críticas. Ahora solo quedan las voces de las que como la escritora tratan de
justificar la mala prensa mundial del régimen egipcio desde todos los ángulos.
Solo queda la propaganda ciega y agradecida ante un régimen con estallidos
constantes de incompetencia, censura y corrupción no curada y otra nueva que
esquilma el poco dinero disponible para un pueblo subsidiado y temeroso de que
esos regalos le sean retirados. Más
vale lo malo conocido.
El general Abdel Fattah al-Sisi solo tenía que haber cumplido
la hoja de ruta que inicialmente se propuso. Hubiera logrado seguramente muchos
apoyos internacionales. Pero pronto se desveló que el objetivo era el poder. Lo
quisiera él o se lo ordenaran otros —lo más probable—, lo cierto es que al-Sisi
se ha ido convirtiendo en una figura muy egipcia, la del dictador consentido. Es indudable que tiene
apoyos, pero también que esos apoyos se basan en el mantenimiento de una
situación hoy ya insostenible, en la tradición del mando militar desde su
fundación moderna con Nasser y en una mentalidad caudillista del liderazgo.
Los escritos apologéticos se suceden intentando frenar de
forma ingenua el descrédito exterior del régimen y, especialmente, el interior.
Este se ha producido sin necesidad de ningún tipo de campaña o conspiración
sino por la acumulación de errores garrafales en todos los órdenes. Hasta Rusia,
un amigo generoso que lo prometió todo —de armas a turistas, de trigo a
centrales nucleares— ha tenido que enfadarse seriamente con la incompetencia
egipcia.
Egipto no funciona ni política, ni económica ni socialmente.
Lo es porque los desafíos de levantar una nación no se puede hacer con un
sistema corrupto que había llevado al desastre y la desesperación a los
egipcios, que siguen manteniendo sus reivindicaciones: pan, justicia y
libertad. El régimen no les está dando ninguna. Solo les queda pensar que no
existe alternativa al Ejército, solo los islamistas, como el propio Ejército se
ha encargado de demostrar. Se ha decapitado cualquier intento de desarrollo de
una sociedad civil organizada para seguir manteniendo el control del país. Eso
va del pan a la leche infantil de la construcción a la hostelería. El Ejército
se aseguró de no perder el control de su imperio creando las necesidades de su
presencia. Serían tan brutales las reformas necesarias para cambiar el sistema
que nadie podría afrontarlas. Es el efecto de los subsidios: nadie muerde la
mano que te da de comer.
Los intentos de al-Sisi de ser un gobernante amable se
vieron desde el principio. Sus primeros gestos hacían pensar que realmente se
iba a tratar de construir una democracia. Así se hizo con las enmiendas de la
constitución islamista, que la dejaban más presentable. Sin embargo pronto se
vio que el control de estado era el objetivo. La realización de las
presidenciales le daba margen de maniobra para poder reorganizar la política
creando un movimiento político de respaldo. Como se ha dicho, son en gran
medida los empresarios los que han mantenido al régimen con sus apoyos.
Necesitan "estabilidad" y situarse dentro de las esferas del poder.
Las elecciones generales posteriores tuvieron muy poco respaldo popular (¿para
qué un parlamento con tan buen presidente?, decían algunos). Nadie se las
creía. Se trataba de escenificar una democracia, no de construirla realmente. La
ley que se hizo para el reparto de escaño movía a la risa por ser tan burda en
sus manejaos y debilitar a los posibles partidos que se presentaran. Puede que
muchos egipcios, acostumbrados a décadas de elecciones fraudulentas no vieran
las diferencias, pero desde fuera se perciben con claridad. El régimen no ha
logrado pasar los estándares mínimos para levantarle al presidente la etiqueta
que tanto molesta: "dictador".
Las cuestiones (a), (b) y (c) están profundamente unidas. En
la vida real están entremezcladas y solo el análisis permite separar. La única
conclusión lógica es que en Egipto solo hubo una revolución digna de este
nombre, la del 25 de enero de 2011, que fue abortada mediante el
descabezamiento del régimen pero no su desmantelamiento. La Junta Militar, la
SCAF, se comprometió a la realización de elecciones con la pretensión de
proponer un candidato que permitiera seguir controlando el país. Dada su
desconexión de los demás partidos, presentó su candidato, encargándose de dejar
fuera a los que podrían hacer sombra al candidato oficial. Una vez más, el
Ejército falló en sus cálculos y estrategia, ganando los islamistas, sus
simpatizantes y afines, con el apoyo importante de los que no querían más
militares en el poder. Pero Mohamed Morsi fue incapaz de renunciar a su
programa de islamización. Creyó que podría controlar a los militares, que le
colaron en su gabinete a al-Sisi y al Ministro del Interior. Fue suficiente.
Si Tamarod fue apoyado o manipulado por los militares desde
la sombra para desestabilizar al gobierno es algo que los historiadores podrán
establecer en el futuro, estando hoy oscuro. Pero las decisiones del gobierno
de Morsi están ahí y no fueron democráticas en casi ningún momento, entre otras
cosas porque se habían deshecho de sus reformistas y moderados antes de las
elecciones, jóvenes incluidos, exigiéndoles obediencia al líder.
La gente salió a la calle, pero a pedir democracia. No querían una dictadura. El gobierno de al-Sisi ha ido
aumentando su autoritarismo conforme le fallan los recursos y la propaganda.
Aun así, debe estar agradecido a que el papel de Egipto contra los islamistas
ha sido bien considerado para la seguridad internacional y eso ha impedido un
peor trato o sanciones. No debemos olvidar que hoy se condena a Egipto en todos
los foros internacionales de Derechos Humanos, en Naciones Unidas y en el Parlamento
Europeo.
No sé si es la vocación de al-Sisi ser un dictador. Probablemente no. Pero eso no
quiere decir que no se pueda comportar como lo hace. Lo que hay ahora es una
reedición intensificada por la mayor respuesta de lo que fue el régimen policial
de Mubarak. Con una policía omnipresente y omnipotente, Mubarak consiguió
salvar la imagen del Ejército y así lo vieron quienes les besaban y abrazaban
en la Plaza de Tahrir, sin imaginar que poco después muchos caerían bajo sus
disparos.
Azza Radwan Sadky se enfada cuando ve cómo tratan a su
presidente. Me parece bien. Pero su enfado es el resultado de haberse
acostumbrado al maniqueísmo reduccionista de la política egipcia en la que se
considera egipcio al que está junto al poder y a todos los demás como enemigos
del país. Es cierto que los islamistas son un peligro para la democracia por el
sencillo hecho de que no son demócratas. Pero en Egipto se encarcela a
cualquier que critica o discrepa con la excusa de que sirven a los intereses de
los islamistas o que hacen mal a Egipto. Eso es un razonamiento absurdo y muy
peligroso que se traduce en que las cosas son verdad cuando tienes el poder de
encarcelar o hacer desaparecer a quien diga lo contrario.
Eso fue lo que comenzó a hacer el régimen cuando empezaron a
fallarle sus cálculos, considerar enemigos a todos. Muchos de ellos dirigieron
leales cartas al presidente, los periódicos las reprodujeron en forma de
artículos. Pedían, casi imploraban, un cambio que les permitiera estar con la
conciencia limpia. Pero no han sido escuchados. Los errores no existen y la
situación egipcia es tan perfecta como su presidente.
Los que hicieron la revolución del 25 de enero han sido
difamados, considerados traidores, agentes extranjeros, se ha pedido que se les
retire la nacionalidad a algunos, se ha tratado de borrar su memoria y se ha
matado a quienes iban a honrarles a Tahrir. No eran islamistas, eran personas
que quería sacar a su país del sueño militar y de dependencia en el que se
vivía durante décadas. Soñaron que eran libres entre botes de humo, disparos y camellos
lanzados en su contra.
Hoy no se sueña, se vive una fantasía escapista en la que
las críticas se llaman envidia y las advertencias conspiraciones. Pero solo
Egipto conspira contra Egipto. El "ser" de Egipto que Azza Radwan Sadky considera que está amenazado por los medios occidentales solo está amenazado por aquellos que consideran normal la situación actual del país.
Egipto ha pasado muchos momentos duros, de carencia de libertades. Pero solo ahora pretende de forma ofendida que los demás le reconozca que esto es una democracia. No se puede hacer por respeto a los propios egipcios que, aunque a ella no le guste, están encarcelados, han sido censurados o han desaparecido; por respeto a aquellos que corren riesgos, son presionados por intentar describir lo que ocurre cada día desde medios menos afectos al régimen que los que la autora recomienda.
No tengo la más mínima simpatía por los islamistas; los considero culpables de muchos de los males de Egipto y de la situación internacional. Pero creo que los derechos humanos son universales. Mis simpatías están los egipcios que desean un país más libre y moderno, de convivencia y tolerancia y que por ello son difamados por esos medios que a Azza Rawdan Sadky le parece que dicen la verdad.
* Azza Radwan Sedky "Will Western media ever let Egypt be?" Ahram Online
http://english.ahram.org.eg/NewsContentP/4/244622/Opinion/-Will-Western-media-ever-let-Egypt-be.aspx