Joaquín Mª Aguirre (UCM)
No sé
si nuestros políticos son conscientes de los efectos de esta guerra expansiva
que nos hacen observar desde la tribuna nacional en la que nos sitúan. Lo de
"la guerra de las urnas" ha quedado atrás, obsoleto, olvidado,
inútil. No hay lugar hacia el que miremos en el que no nos encontremos con
desastres, pifias, ambigüedades y errores de bulto.
Narcisistas,
los políticos reclaman nuestra mirada atenta y casi exclusiva. Sin embargo, los
rechazos crecen y con ellos la tentación del extremo, del antisistema, de la
polarización que es el campo de recogida, según les han dicho sus asesores
comunicativos. Hay lograr un voto cautivo, se trata —les dicen— de convertir al
otro en una monstruosidad incompatible con nada positivo. El problema es que
todos hacen lo mismo.
Hoy
nuestro panorama político es de tal debilidad, tan necesitada del apoyo de
otros, que se hace imposible gobernar sin recurrir a los que sacan su
rentabilidad pese a la pequeñez. Son esos votitos
necesarios para tener un poco de control efímero. Los grandes partidos se hacen
débiles y los pequeños partidos lo rentabilizan jugando con sus apoyos. El
miedo a las urnas y a sus efectos en la ocupación institucional (es decir, el
"poder") hace que haya pactos débiles por todas partes.
Nunca
ha habido tanta debilidad y con ella un crecimiento del ruido político
mediático. A falta de razones, se eleva la voz, se grita con la inútil
esperanza de movilizar a unos electores que cada vez se sienten más
manipulados. Y no es una ilusión, es una manipulación constante en este
universo cacofónico y estridente de la política española.
En su
debilidad, los partidos apuestan por todo convirtiéndolo en "causa",
en arma arrojadiza que debe ser mostrada para que sea eficaz. El ruido es ya
ensordecedor y está arrastrando a una batalla institucional más allá de la
política.
Los
efectos de estas discusiones continuas son el minar las propias instituciones, en
especial la Justicia, cuya culminación la encontramos (por ahora) en el caso de
juicio al Fiscal General del Estado. El gobierno dice "respetar" y
"no compartir" lo que los jueces han dictaminado. En un mundo
mediático, "el que calla otorga", es decir, el silencio es un
reconocimiento de derrota, algo a lo que contribuye el intenso ruido mediático
previo. Al no poderse pasar del apoyo continuo al silencio inmediato, la
respuesta ante el dictamen de los jueces no puede ser el silencio y se crea sin
ambages un conflicto institucional de gran repercusión, un mal ejemplo.
La
política española desayuna cada día con un nuevo escándalo. Los partidos, cada
vez más débiles, atraen a todo tipo de medradores y aprovechados. Familiares de
diverso grado, amigos, socios, etc. salpican la política española donde ya no
se debaten ideas o problemas reales sino este tipo de casos que pasan por los
tribunales. La alfombra roja española hace tiempo que se tiende frente a
cárceles y juzgados. Allí la prensa se hace con esas declaraciones tan buscadas
en las que todos se dicen inocentes
hasta que los jueces determinan su responsabilidad. Los hay que "no se
reconocen en los audios", los que han dado un nuevo sentido a la
"fontanería", los que no conocen el sitio donde constaba oficialmente
que trabajaban, alcaldes con plantaciones de marihuana,
"comisionistas", "mordedores"... toda una fauna de la que
un buen cine satírico nos daría la posibilidad de reírnos.
Los
gobiernos son débiles, se mantienen gracias a apoyos interesados y sacan con
acuerdos lo que no logran en las urnas. Esto supone una gran distorsión de los
resultados electorales a la vez que da un mal ejemplo de dónde está el poder.
Se nos
vende que la economía va bien mientras en las calles aumentan las
manifestaciones de los que no tienen una vivienda, de los que viven explotados
con sueldos mínimos acumulando contratos y que se enfrentarán al drama de la falta
de pensiones en el futuro; los inmigrantes explotados a los que se convierte de
forma interesada en enemigos y responsables de la falta de empleo y de la
seguridad; padecemos apagones inexplicables y se producen muertes en las
residencias, a la vez que desciende la edad en los delitos...
Una generación ha vivido la democracia a la sombra de lo que fue la dictadura. La democracia era por sí misma un logro. Pero ya han paso cincuenta años desde la muerte de Franco y los que no vivieron la dictadura exigen resultados a la democracia. El espectáculo de los enfrentamientos constantes, el ruido, como formas políticas ya no satisfacen a nadie... o solo a los que se benefician de esta forma de actuación, a los que la rentabilizan como forma de atracción hacia el autoritarismo. Los datos de los jóvenes, el futuro, son claros.
Si la política española, institucionalmente hablando, no entiende estos mensajes y rectifica, ese futuro está servido.
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| El Mundo 7/04/2024 |




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