viernes, 21 de noviembre de 2025

Respetar y compartir... la democracia

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

No sé si nuestros políticos son conscientes de los efectos de esta guerra expansiva que nos hacen observar desde la tribuna nacional en la que nos sitúan. Lo de "la guerra de las urnas" ha quedado atrás, obsoleto, olvidado, inútil. No hay lugar hacia el que miremos en el que no nos encontremos con desastres, pifias, ambigüedades y errores de bulto.

Narcisistas, los políticos reclaman nuestra mirada atenta y casi exclusiva. Sin embargo, los rechazos crecen y con ellos la tentación del extremo, del antisistema, de la polarización que es el campo de recogida, según les han dicho sus asesores comunicativos. Hay lograr un voto cautivo, se trata —les dicen— de convertir al otro en una monstruosidad incompatible con nada positivo. El problema es que todos hacen lo mismo.

Hoy nuestro panorama político es de tal debilidad, tan necesitada del apoyo de otros, que se hace imposible gobernar sin recurrir a los que sacan su rentabilidad pese a la pequeñez. Son esos votitos necesarios para tener un poco de control efímero. Los grandes partidos se hacen débiles y los pequeños partidos lo rentabilizan jugando con sus apoyos. El miedo a las urnas y a sus efectos en la ocupación institucional (es decir, el "poder") hace que haya pactos débiles por todas partes.

Nunca ha habido tanta debilidad y con ella un crecimiento del ruido político mediático. A falta de razones, se eleva la voz, se grita con la inútil esperanza de movilizar a unos electores que cada vez se sienten más manipulados. Y no es una ilusión, es una manipulación constante en este universo cacofónico y estridente de la política española.

En su debilidad, los partidos apuestan por todo convirtiéndolo en "causa", en arma arrojadiza que debe ser mostrada para que sea eficaz. El ruido es ya ensordecedor y está arrastrando a una batalla institucional más allá de la política.

Los efectos de estas discusiones continuas son el minar las propias instituciones, en especial la Justicia, cuya culminación la encontramos (por ahora) en el caso de juicio al Fiscal General del Estado. El gobierno dice "respetar" y "no compartir" lo que los jueces han dictaminado. En un mundo mediático, "el que calla otorga", es decir, el silencio es un reconocimiento de derrota, algo a lo que contribuye el intenso ruido mediático previo. Al no poderse pasar del apoyo continuo al silencio inmediato, la respuesta ante el dictamen de los jueces no puede ser el silencio y se crea sin ambages un conflicto institucional de gran repercusión, un mal ejemplo.


El hecho de que todo, absolutamente todo, sea objeto de disputa no ayuda a la solución de problemas, sino que debilita a las instituciones, incluidos los partido políticos que se ven "obligados" a defender las causas más erradas solo porque tienen que hacerlo para no manifestar debilidad. De esta forma lo que muestran es precisamente lo contrario: que son incapaces de desligarse o corregir los errores.

La política española desayuna cada día con un nuevo escándalo. Los partidos, cada vez más débiles, atraen a todo tipo de medradores y aprovechados. Familiares de diverso grado, amigos, socios, etc. salpican la política española donde ya no se debaten ideas o problemas reales sino este tipo de casos que pasan por los tribunales. La alfombra roja española hace tiempo que se tiende frente a cárceles y juzgados. Allí la prensa se hace con esas declaraciones tan buscadas en las que todos se dicen inocentes hasta que los jueces determinan su responsabilidad. Los hay que "no se reconocen en los audios", los que han dado un nuevo sentido a la "fontanería", los que no conocen el sitio donde constaba oficialmente que trabajaban, alcaldes con plantaciones de marihuana, "comisionistas", "mordedores"... toda una fauna de la que un buen cine satírico nos daría la posibilidad de reírnos.

Los gobiernos son débiles, se mantienen gracias a apoyos interesados y sacan con acuerdos lo que no logran en las urnas. Esto supone una gran distorsión de los resultados electorales a la vez que da un mal ejemplo de dónde está el poder.

Se nos vende que la economía va bien mientras en las calles aumentan las manifestaciones de los que no tienen una vivienda, de los que viven explotados con sueldos mínimos acumulando contratos y que se enfrentarán al drama de la falta de pensiones en el futuro; los inmigrantes explotados a los que se convierte de forma interesada en enemigos y responsables de la falta de empleo y de la seguridad; padecemos apagones inexplicables y se producen muertes en las residencias, a la vez que desciende la edad en los delitos...


El riesgo en España es esa parte que toma el mal ejemplo como referencia, se justifica en el caos. El aumento de jóvenes, según las encuestas, que apoyaría un gobierno autoritario es el resultado de ir en la dirección contraria a la que deberíamos. Los políticos muestran las debilidades y, sobre todo, la falta de solución a los problemas. Si esto lo condimentamos con los continuos escándalos de corrupción, el guiso autoritario está servido.

Una generación ha vivido la democracia a la sombra de lo que fue la dictadura. La democracia era por sí misma un logro. Pero ya han paso cincuenta años desde la muerte de Franco y los que no vivieron la dictadura exigen resultados a la democracia. El espectáculo de los enfrentamientos constantes, el ruido, como formas políticas ya no satisfacen a nadie... o solo a los que se benefician de esta forma de actuación, a los que la rentabilizan como forma de atracción hacia el autoritarismo. Los datos de los jóvenes, el futuro, son claros.

Si la política española, institucionalmente hablando, no entiende estos mensajes y rectifica, ese futuro está servido.

El Mundo 7/04/2024

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