Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Queda
poco tiempo para que se decida en las urnas (o fuera de ellas, según algunos)
quién gobernará Estados Unidos. Los mensajes de Donald Trump giran alrededor de
una afirmación vacía, "hacer América grande otra vez". Desde el punto
de vista de la comunicación, es una sentencia que permite a sus seguidores
imaginarse dos cosas, la "grandeza pasada" y la "grandeza
futura", dos formas indefinidas que han de rellenar.
Todo lo
que Trump señala que va a hacer, si los jueces lo permiten, va en contra de lo
que hizo a América "grande", que no fue su poder militar o económico,
sino ser lo que se llamó "tierra de oportunidades" en un país creado
por colonos, un país abierto en el que la nacionalidad de llegada no tenía
importancia porque lo importante es la salida, la americanización.
Releo
en estos días la obra de Alexis de Tocqueville (1805-1849), La democracia en América. Tocqueville la
publicó en dos partes, la primera en la década de los treinta del siglo XIX.
¡Qué lejos está aquella América que el viajero francés contempló y plasmó en su
libro! ¡Qué lejos y distinta! Aquel proyecto modélico para la conflictiva
Europa, la Europa de guerras y absolutismo, decadente, se basaba en el
imparable progreso hacia la igualdad que había roto las barreras y alentado la
convivencia. Lo que a Europa proponía Tocqueville no era la perfección, sino la
buena voluntad, por decirlo así, el deseo de convivencia y de superación de las
distancias de todo tipo existentes en el resto del mundo. ¡Qué lejos!
Guardo
especial simpatía, admiración y recuerdo de la obra de Tocqueville porque fue
el objeto de la primera conferencia de mi vida, en un momento convulso de la
vida política española, en la que muchas voces llamaban a la divergencia, al
conflicto.
La
América que Tocqueville vio se situaba en el extremo opuesto. La pregunta que
me surge con la relectura es si hemos terminado el ciclo de la convivencia como
objetivo y se está produciendo un retroceso.
Que "hacer
grande América" —un país de inmigrantes, construido por emigrantes—
signifique deportaciones masivas, como Trump ha prometido, construir muros tras
los que esperan gentes prestas a disparar para defenderse de los "criminales
y violadores, narcotraficantes", etc., lo peor del mundo; que se convierta
"América" en una forma de racismo pseudocristiano, en una copia del peor
puritanismo del que muchos huían, etc. no deja de sorprendernos tras leer cada
una de sus páginas y lo que se describe en ellas.
América,
la tierra donde cumplir los sueños, ha construido su nuevo ideal bajo el
trumpismo, en la esencia de lo contrario a lo que América representaba para el
mundo. Los Estados Unidos no son ya tierra de sueños, sino una pesadilla
claustrofóbica que se mira el ombligo y quiere golpear al mundo desde una nueva
prepotencia llamada eufemísticamente "grandeza". El política también
hay límites en el diccionario aunque a veces no lo parezca.
Más
allá de su propio espacio, imitamos las tendencias norteamericanas que
enganchan a los electorados radicalizándolos y llevándolos hacia los extremos
en los que aumentan, convencidos de que son víctimas, que el planeta entero les
envidia y quieren aprovecharse de ellos. Esto en un país que se ha caracterizado
por llevarse a golpe de talonario a los mejores cerebros de cada país,
fomentando la llamada "fuga de cerebros". Esa puerta, en cambio,
nunca está cerrada, pare el genio no se levantan muros ni se le criminaliza,
aunque haya construido bombas volantes, como las V2, por von Braun.
Kamala Harris llama a los votantes norteamericanos a "pasar página", a desprenderse de Trump, a no repetir. Pero tengo serías dudas sobre que Trump pueda ser un "final" y no un "principio", lo que sería terrible no solo para Estados Unidos sino para el mundo, un conjunto en el que se ve crecer el autoritarismo. El "árbol Trump" no nos deja ver el "bosque del autoritarismo" en el que hunde sus raíces. Hay más Trump en la recámara.
Releo La democracia en América y no deja de asaltarme la duda. Escribía Tocqueville en el prefacio:
Concibo una sociedad en la que todos,
contemplando la ley como obra suya, la amen y se sometan a ella sin esfuerzo;
en la que la autoridad del gobierno, sea respetada como necesaria y no como
divina; mientras el respeto que se tributa al jefe del Estado no es hijo de la
pasión, sino de un sentimiento razonado y tranquilo. Gozando cada uno de sus
derechos, y estando seguro de conservarlos, así es como se establece entre
todas las clases sociales una viril confianza y un sentimiento de
condescendencia recíproca, tan distante del orgullo como de la bajeza.
Conocedor de sus verdaderos intereses, el pueblo comprenderá que, para aprovechar los bienes de la sociedad, es necesario someterse a sus cargas. La asociación libre de los ciudadanos podría reemplazar entonces al poder individual de los nobles, y el Estado se hallaría a cubierto contra la tiranía y contra el libertinaje.
En un
mundo de redes y pantallas, los ideales son sustituidos por los intereses, que
son alentados de forma continua. Lo que se dilucida en las lecciones
norteamericanas es más que una presidencia. La gente ya conoce a Donald Trump y
sabe lo que vota. Él sabe que ellos lo saben, por lo que los límites son
difusos y van a ser movidos hacia lugares insospechados.
La idea
de que los Estados Unidos exporta la democracia hace tiempo que perdió su
sentido y lo que Trump promete es la defensa de las dictaduras afines y un
mundo bajo los intereses de grandes corporaciones con el peso de las armas y la
vigilancia en un mundo controlado de las comunicaciones, con aumento general de
las censuras.
La
política en las democracias ha dejado de actuar como Tocqueville consideraba
propio de ellas, con América como modelo. La "grandeza" se busca hoy
por otros medios, significa otra cosa. Kamala Harris es una esperanza de que
Trump no gane; no sabemos si esto será suficiente para frenar lo que se nos
viene encima en un futuro.
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