lunes, 28 de octubre de 2024

El poder de censura de las plataformas

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

El caso Errejón tiene una serie de consecuencias colaterales a las que no podemos dejar de atender, por mucho que nuestra atención se lleve hacia otros ámbitos. El primero es, evidentemente, el de las víctimas a las que la exposición puede hacer pasar por otro tipo de experiencia negativa y dolorosa. Las consecuencias políticas no son pequeñas, pero hay que tener cuidado con las generalizaciones. Errejón es Errejón, responsable de todo lo que ha hecho. Los habrá responsables de haber mirado para otro lado o de tratar de evitar ser salpicados. Lo que no es de recibo es aquellos que quieren aprovechar para atacar al "feminismo", a la "izquierda" en su conjunto, etc. De todo esto hay estos días ejemplos. No metamos a todos en el mismo saco, porque las reacciones pueden ser negativas y llevar posiciones poco claras y aprovechadas de la situación.

Conforme pasan las horas se empieza a prestar atención al hecho de algo que comentamos aquí: la actuación de Instagram: 

La red social Instagram ha reactivado la cuenta de Cristina Fallarás (cfallaras), después de que la periodista y escritora denunciase el cierre de la misma de forma unilateral por parte de Meta, como respuesta a que publicase nuevos mensajes de mujeres en los que se acusa a Iñigo Errejón de presunta violencia machista.

Según un mensaje que aparecía en la red social, Instagram había suspendido su perfil por no cumplir las normas de la comunidad. Fallarás presentó enseguida una apelación para que le devolvieran el acceso a la cuenta, que ya está accesible al público general.

En declaraciones al Canal 24 Horas de TVE, Fallarás había asegurado estar "furiosa" por la decisión de Instagram, ya que —afirmaba— "desde que publiqué el testimonio contra Errejón me habían llegado más de un millar de mensajes", muchos de ellos relatos sobre agresiones sexuales llevadas a cabo por políticos, gente de la cultura y periodistas. "Si esa cuenta no se me devuelve, todos esos testimonios quedan perdidos", alertó.

La periodista ha recordado que ya en marzo de este año le suspendieron la cuenta sin más explicaciones, aunque tras apelar le fue devuelto su perfil. Además, ha señalado que no cree casual que el cierre se haya producido "en este momento, en que tengo centenares y centenares de relatos nuevos de mujeres que señalan además a ciertos sectores de la vida pública" y tras la "dimisión de un político a causa del relato de una mujer", en referencia a Errejón.*


Más allá de lo conspiratorio que se puede entre leer en lo apuntado por Cristina Fallarás, lo que esto —y muchos otros casos similares—, lo que deja al descubierto es la forma de trabajar de las plataformas, bastante conflictiva, de criterio estadístico (por llamarlo de alguna manera) y, especialmente, autoritario.

En las dos última décadas hemos sido empujados, por distintos medios, hacia una vida virtual, hacia una forma de sociabilidad nueva, en la que somos movimiento, en la que provocamos con nuestras acciones informacionales un flujo de bits de un lugar a otro de una red de datos. Su uso cotidiano ha hecho que muchas personas tengan que transformarse en "datos" para poder vivir y sobrevivir virtualmente y ahora vitalmente.

No podemos sobrevivir en un mundo en el que todo se desmaterializa sin, por ejemplo, una firma digital, algo que se nos exige ya en todas partes desde las propias administraciones. La vida social, por otro lado, se ha convertido en virtual a través de los múltiples grupos que tenemos abiertos.

La decisión de eliminar una red —como ya ocurrió— se lleva por delante tus datos, la memoria de tus acciones-publicaciones, que puedes intentar salvar, aunque no siempre se pueda. Actuamos como si lo que nos rodea fuera eterno, hubiera estado siempre ahí y fuera a estar siempre ahí.

Lo que nos muestra el caso de Cristina Fallarás es que ese espacio que creemos "nuestro", "privado", etc. es cualquier cosa menos eso. Vivimos de prestado en las redes sociales, sujetos a algo que no percibimos hasta que nos ocurre, como en el caso citado.

¿Qué son esas "normas de la comunidad", que han hecho cerrarle la cuenta con las denuncias de acoso que le habían llegado a la periodista?

La realidad es que estamos en manos de unas cuantas compañías norteamericanas que han dibujado el espacio público y privado conforme a sus normas y criterios, conforme a sus intereses comerciales y políticos. Como en cualquier estrategia de dominio, lo primero es convertirse en absolutamente necesarias, imprescindibles. Una vez logrado esto, es posible que actúen desde ese autoritarismo que hemos visto en Instagram, digno de cualquier western; "dispara primero y pregunta después".

Aquí he expresado en dos ocasiones los ejemplos de dos ocasiones en las que "alguien" decidió que artículos como el que está leyendo debían ser suprimidos. Las normas son dignas de ese autoritarismo que no necesita dar explicaciones. Si le parece bien rectifica, si no te ignora.

¿Puede alguien conseguir que se cierre una cuenta de Instagram a la que están comunicando denuncias por acoso, violencia sexual, etc.? Por lo visto, sí. Sería un buen momento para que la compañía dejará claro cómo tomó esa decisión, cuáles fueron sus criterios. Creo que sería importante saber quién y cómo se decide sobre nosotros, sobre nuestra vida privada y pública.

El carácter global de las redes, su instalación en países alejados y casi siempre con protección legal extra, lo que les asegura impunidad, dificulta su control y asegura su funcionamiento sin dar explicaciones. La primera vez que algo así ocurre, el usuario entra en shock; de repente es consciente de su vulnerabilidad y dependencia.

En estos días han surgido diversas noticias relacionadas con esto. Se nos ha dicho que Elon Musk pidió a sus ingenieros que los usuarios tuvieran que ver obligatoriamente sus mensajes, asegurando así la llegada de su apoyo a Donald Trump y su capacidad de llevar a la Casa Blanca a un presidente de su elección. Se nos ha hablado también de las tendencias antidemocráticas de las empresas tras las plataformas sociales; también se nos habla de continuo sobre los discursos de odio camuflados (y no tanto) en las redes.

La vigilancia es imposible, por lo que se automatizan ciertos criterios y ocurren casos como el de Cristina Fallarás en los que apenas se atiende al contenido sino a su creación de "movimientos" que se salgan de las rutinas y estándares establecidos.

¿Cómo se ven desde las empresas estos casos? ¿Les importa lo que significan socialmente en cada país o lo ven como simples "perturbaciones" que les alteran los efectos publicitarios que buscan?

Sea lo que sea, los criterios permanecen ocultos tras palabras vacías sobre el funcionamiento de las redes. A Cristina Fallarás se le ha devuelto su cuenta, pero habrá muchos otros que no tengan tanta suerte o que el escándalo causado apenas perturbe el estado de la red.

Vivimos en un mundo cada vez más controlado, de apariencia libre pero controlado por intereses políticos y económicos, Un artículo norteamericano hablaba hace unos días de cómo las grandes empresas no están interesadas en un mundo democrático, que les atrae más un escenario autoritario en el que sean ellos los que doblegan a ciudadanos y políticos, que quedarían bajo su control. No es demasiado apocalíptico; está más próximo de lo que pensamos, sobre todo si proliferan los Musk por el mundo.

Hasta el momento, el acento se ha puesto en los comportamientos negativos de los usuarios. Va siendo hora que miremos también hacia arriba. 

* "Instagram reactiva la cuenta de Cristina Fallarás donde llegan nuevas denuncias de mujeres contra Errejón" RTVE.es/Agencias 26/10/2024 https://www.rtve.es/noticias/20241026/instagram-cierra-cuenta-cristina-fallaras-tras-nuevas-denuncias-errejon/16304531.shtml

 

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