Joaquín Mª Aguirre (UCM)
No sé
si queda alguien o algo, alguna institución, lo que sea, a salvo de esta
corriente que nos arrastra y que se puede calificar de muchas maneras. Dejémoslo
en "basura", en "ríos de basura". La política española en
su conjunto es un río que nos arrastra y absorbe hacia lo peor. Produce mal
ejemplo y se expande hasta los rincones más alejados.
La vida
política es ejemplar, tanto en lo positivo como en lo negativo. El espectáculo
de la violencia verbal, gestual, institucional permanente se acaba trasladando
a la ciudadanía y a los actos más cotidianos.
El
incidente de los insultos homófobos al ministro Grande Marlaska en la
Universidad de Navarra es una muestra más de cómo se está desarrollando este
modelo de acción política en nuestra sociedad.
Las instituciones dejan de respetarse como deja de respetarse a las personas. Lo que hemos visto en la Universidad de Navarra es lo que se nos está contando durante un juicio por asesinato en el que se trata de establecer el papel de la homofobia. Es el mismo espíritu el que se da en ambos casos; es solo cuestión de grado. Algo parecido ocurre con la expansión del racismo, que va de los campos de deporte a las palizas en los barrios.
Algo
están haciendo mal los políticos; algo hacemos mal los ciudadanos. Y, sobre
todo, algo malo estamos transmitiendo que se va constituyendo como "normalidad"
peligrosa, algo que nos sitúa dentro de un conflicto permanente con tendencia a
desbordarse.
Mientras
la política española, sus partidos y representantes, no asuman que están
arrastrando con sus actitudes y comportamientos, con sus discursos y acciones,
hacia una violencia ambiental que se transforma en picos de situaciones graves,
la política general carecerá de credibilidad en sus fines y merecerá rechazo y
olvido.
Es la
única reacción posible ante estas maniobras que hacen del enfrentamiento una
norma, del insulto y la descalificación una forma actuación. Hay un límite,
aunque parezca no tenerlo. El límite es la falta de sentido de la
representación.
La
democracia es representación, pero aquí parecen haberse invertido los papeles.
Yo exijo que los que me representan, aquellos a los que voto para que lo hagan,
asuman mi respeto hacia la dignidad de los otros por más que puedan pensar de
forma contraria. Sin embargo, aquellos que me representan hacen que me avergüence
de su forma de actuar, pues lo hace de una forma que yo no haría nunca.
No solo actúan de una forma en que yo no lo haría, sino que pretenden ser imitados en sus malas formas, directa o indirectamente. Lo ocurrido en la Universidad de Navarra no es más que la consecuencia en la calle de lo que se hace en las instituciones. Se busca la polarización y con ella se llega al insulto y a la agresión.
Cada
vez cuesta más votar; cada vez cuesta más sentirse representado por las malas
formas, por una política barriobajera y agresiva, insultante, descalificadora. La política no son solo las ideologías, sino también abarca las formas y
actuaciones. ¿Por qué debo votar a alguien con quien no me siento identificado en
su forma de actuar, alguien que me genera rechazo?
Cuando
la gente deja de confiar en la acción política empiezan a producirse muchas
tentaciones que una política de corrección debería evitar. Cuando se llega al
insulto, a la descalificación, se acaba llegando a la agresión y en casos extremos a la muerte. Quizá
algunos no quieran reconocer determinados crímenes como de base política, pero
la falta de sentido de la convivencia y el respeto a los demás sí son
cuestiones políticas. Forman parte del marco y de los objetivos. ¿No es
político el "respeto"? ¿No es político la "falta de
respeto"?
Los
grupos políticos no pueden asumirlo porque han derribado las formas, pero las
formas representan la parte pragmática de la política, su traducción a
convivencia. Es un hecho que en muchos países democráticos la convivencia se ha
deteriorado gravemente y se ha elegido la vía de la polarización y del
enfrentamiento, de la falta de respeto como vía de la acción. Esto se puede
traducir en formas agresivas que pronto se normalizan en todos los ámbitos, del laboral al educativo pasando por el político, al que pronto se imita y se toma como referencia.
El
hecho de que los insultos a Grande Marlaska se hayan producido en una universidad
es algo significativo de la pérdida de valor de las instituciones. Eso se
percibe de muchas formas y se traduce en actos como el señalado.
Vivir es convivir; vivir en democracia es convivir democráticamente. La democracia no es algo que se realiza el día en que se vota, sino que se practica todos los días del año y en todos los niveles personales e institucionales. No tiene sentido una democracia en la que no se vive democráticamente, en la que no se respeta al otro. Es tan sencillo como esto. Los que lo fomentan, lo permiten o lo usan son responsables del deterioro que se está produciendo.
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