Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Todo acaba llegando. Lo que parecía imposible, del fichaje de Mbappé al acuerdo sobre el Consejo General del Poder Judicial, llega. La España de los milagros funciona, por sorprendente que parezca. Y es en este último caso, el del Poder Judicial, donde se dan todas las circunstancias del modelo del absurdo español, las paradojas que no cesa,
Indudablemente, el caso deja al descubierto las miserias políticas españolas. Ha resultado tan extraño que los dos partidos mayoritarios llegaran a un acuerdo como encontrarse en un desierto, a la vuelta de una duna, tras cinco años perdidos.
Oficialmente, los partidos mayoritarios debían sentirse satisfechos por haber llegado a un acuerdo, pero ¡era tan raro! Hasta en darse la mano les tuvo que guiar la comisaria europea, tal era la falta de costumbre. Ellos fingían estar felices y satisfechos. Pero, sí, se les veía faltos de costumbre, demasiado forzados, sin acabar de creérselo.
Lo más evidente era la reacción de los pequeños. Estaban muy en su papel de abandonaditos. Lo veíamos en Gabriel Rufián, el perfecto circunspecto, siempre buscando la frase. ¡Y la encontró: la “gran coalición”, que en términos de política española significa “el fin del mundo”. La encontró también Podemos, que advertía de las maldades del acuerdo y hablaba de traición en aquello, de cómo el PSOE se vendía a la derecha, a un ladino PP que los había llevado al huerto, huérfanos como estaban de su conciencia de clase defenestrada anteriormente.
En la extrema derecha, el discurso iba por otro lado. Los de Vox señalaban por boca de Abascal de cómo el PP se había vendido a la izquierda traicionando a sus electores, que debían huir rápidamente hacia sus seguras y fiables filas.
Mientras a los firmantes se les ponía cara de foto, todos los demás gruñían malhumorados por aquel feo, feísimo, que se les había hecho a la sombra de Europa.
Creo que no se ha visto una reacción como esta. ¿Qué van a hacer ahora después de tantos años dándole vueltas a lo mismo? ¿Habrán comprendido algo?
Algunos han señalado que no entendían que para “esto” hubiera que darle tantas vueltas, tanta tinta, tanto faltarse unos a otros. ¿Pero qué es la política española sino un río de tinta desbordado, un reproche continuo que olvida su porqué?
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