Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Hay que combatir el negacionismo en cualquiera de sus formas, de efectos o causas, de igual forma que hay que sancionar de forma ejemplar a los incumplidores. De no hacerlo, los incumplidores aumentarán trasladando el conflicto a la sociedad. Ayer hablábamos de escuelas, pero cualquier ámbito se puede convertir en lucha entre los que van a los suyo y los que quieren que su sacrificio sirva para algo.
No deja
de sorprenderme el negacionismo del COVID-19. Desde mi muro de Facebook me
asaltaba un escandaloso "¡Todo es mentira!" dicho por supuesto
director de una revista de Discovery,
trasportado por una persona a la que di de baja de mi lista. ¿Es posible que
haya gente que siga diciendo que "todo es mentira"? ¿Qué es ese
"todo" al que se refieren? ¿Qué son "mentiras", los muertos,
los que están entubados en las UCI? ¿Los cadáveres en las calles de Quayaquil,
las tumbas brasileñas, la morgue improvisada del Palacio de Hielo de Madrid, los
camiones frigoríficos llenos de cadáveres aparcados ante los crematorios en
Nueva York... mis tres antiguos alumnos que lo pasaron? ¿Qué es mentira?
El
negacionismo no es solo un insulto a la inteligencia; lo es para aquellos que se
dejan la salud o la vida atendiendo a los que llegan enfermos, los es para las
familias de los muertos y de los contagiados.
Los
negacionistas se dividen en dos grandes bloques, los que lo niegan todo y los
que construyen teorías conspirativas sobre el origen. Los primeros solo lo admitirán
cuando les pase a ellos o a alguna persona próxima. Los segundos son los que
niegan que sea un virus y se lo adjudican a todo tipo de causas, desde las
torres el 5G (da igual que haya casos en países que no tienen ni el 4G) a los
productos almacenados para la guerra, pasando por todo tipo de incongruencias.
Pero
más allá de las paranoias y la estupidez, la mayor parte del negacionismo tiene
una causa oculta inteligente. La negación implica también negarse a seguir las
medidas porque no se cree en las causas. Hay negacionistas para los que el
COVID-19 no es más que un nuevo episodio de esas guerras que mantienen con la
realidad, que consideran una ficción creada por gobiernos y agencias
internacionales. Su vida es un episodio de la enésima temporada de
"Expediente X", que viven con intenso protagonismo. Los gobiernos
siempre ocultan; lo hace por sistema.
Los
negacionistas tienden a construir lazos entre teorías conspiratorias que les
sirven de fundamento para mantener reforzadas sus ideas iniciales. Para los
republicanos recalcitrantes, para los trumpistas acérrimos, todo es un invento
de la prensa liberal y de los demócratas para cargarse la carrera hacia la
reelección de Donald Trump. Los muertos en Estados Unidos se acercan ya a los
200.000 y los contagiados son millones. No es bastante para ellos, que siguen
diciendo que todo es un invento.
Las
manifestaciones contra el uso de la mascarilla o la violencia contra quienes
les exigen que la usen en lugares públicos (ha habido muertos por este motivo,
como ocurrió con el vigilante de unos almacenes en USA —dimos cuenta de ello— o
el ataque a un conductor de autobús dejándolo en muerte cerebral en Francia) forma
parte de un negacionismo implícito. Es el negacionismo de las medidas. Con él
no se niega necesariamente el origen, pero se insiste constantemente en las
contradicciones de las autoridades, en los cambios que se han producido en el
tiempo.
Esta
forma de negacionismo es muy peligrosa porque lo que busca es minar la
confianza en las autoridades y en sus recomendaciones. Todos los gobiernos han
cometido errores. Muchas veces provienen de nuestra exigencia de
"seguridad", de riesgo cero, de verdades absolutas en un campo en el
que todo lleva su tiempo, con la detección de nuevos fenómenos. En otras
ocasiones del desconocimiento frente a un fenómeno nuevo, cambiante, del que
vamos comprendiendo su funcionamiento de forma precipitada, sobre la marcha.
Las
medidas que se nos piden no son específicas contra el COVID-19. La distancia
social, la higiene, las mascarillas, la ventilación son los remedios contra
cualquier riesgo de contagio, sea de lo que sea. Son de sentido común.
Provienen de la experiencia de cientos de años de evolución en las técnicas de
protección contra las infecciones. La mayor parte de nuestras discusiones son
bizantinas. Discutimos al detalle cosas absurdas cuando solo hay una clara y
evidente: cuanto más lejos estemos de la fuente infecciosa, mejor.
A veces
da vergüenza ajena ver las discusiones sobre si un metro, metro y medio o dos
metros son seguros; sobre el número cabalístico de personas que pueden asistir
a un funeral o a una representación de una ópera. ¿Es seguro?, quiere que le confirmen. Da vergüenza igualmente
escuchar a los que defienden "su libertad", sus derechos, para
incumplir las normas que trata de evitar que se contagie o contagie a otros.
Hemos
estado discutiendo sobre las terrazas y el fumar hasta el infinito y ¡no ha
sido hasta seis meses después cuando alguien ha planteado cerrar los burdeles!
El
negacionismo es una tentación muy fuerte para los sectores que indudablemente
se ven perjudicados en esta guerra no declarada, pero llevada a cabo sin
disimulo, entre salud y economía. Los dos países con más casos han sido los
presididos por dos "relativistas", una variación más suave del
"negacionismo" de los efectos, han sido los Estados Unidos de Trump y
el Brasil de Bolsonaro, el de la "gripezinha". Ambos siguen
acumulando muertos y contagiados en números vergonzosos por lo que tienen de
fondo, que ya no puede considerarse infravaloración de los efectos sobre las
personas sino sobre sus economías, que tampoco han salvado, más bien lo
contrario.
Junto a
los negacionismos y el relativismo está el "ignorantismo", el me da
igual causas o efectos, porque voy a ignorar las medidas. Es el incumplimiento,
puro y duro, como el que nos cuenta hoy la prensa sobre el dueño del
restaurante El Pirata de Formentera, con trabajadores y clientes contagiados
que regresaron a sus ciudades llevando en coronavirus en el equipaje personal. Con
los trabajadores infectados, siguió trabajando. Los resultados que se conocen
—solo algunos casos— son deprimentes:
Según ha publicado este viernes «El País»,
siete amigas procedentes de la Península que el 10 de agosto almorzaron en El
Pirata decidieron hacerse recientemente las pruebas PCR, después de que una de
ellas hubiera tenido conocimiento del llamamiento urgente que, como se ha
indicado, hizo el Gobierno balear para intentar localizar a todas las personas
que habían estado en el citado establecimiento entre el 10 y el 14 de agosto.
La media de edad de ese grupo de siete amigas
es de 30 años. Por lo que respecta a sus lugares de residencia, viven
mayoritariamente en Madrid o Murcia. En esta última ciudad reside una de esas
siete jóvenes, Irene, quien ha explicado al citado rotativo su experiencia.
Así, ha señalado que tras conocer la labor de búsqueda iniciada por el Govern
decidió hacerse las analíticas con celeridad en un centro privado de su
provincia, ante el temor de poder estar infectada. El test que se le hizo
confirmó que se había contagiado de Covid-19, al igual que le ocurrió también
al resto del grupo. Desde entonces, Irene no ha sufrido los síntomas de la
enfermedad, mientras que sus amigas sí han desarrollado algunos, si bien no han
requerido ser ingresadas en ningún hospital.
«Nosotras lo vimos de casualidad en la prensa
local porque alguien nos envió la noticia, pero mucha gente quizás no se ha
enterado», ha indicado Irene en relación al llamamiento urgente que había hecho
el Govern el 17 de agosto, para añadir: «Tendrían que haber tenido un registro
de las reservas y los clientes del restaurante». Esta joven cree que ella y sus
seis amigas sólo se pudieron haber contagiado en El Pirata, ya que la única
integrante originaria del grupo que finalmente no ha dado positivo no almorzó
ese 10 de agosto en ese establecimiento. Irene también ha desvelado que ha
tenido conocimiento de que otro grupo de amigas que en esas mismas fechas
comieron en el citado restaurante se encuentran en una situación muy parecida.
Así, de las 14 jóvenes que conformaban ese segundo grupo, 11 de ellas han dado
positivo por coronavirus recientemente.*
Es solo
un mal ejemplo, pero de muchas cosas.
La primera esta forma criminal de llevar un negocio. Muestra también la
creciente resistencia de los negocios a someterse a las normas y de los
trabajadores a mantener las cuarentenas en un sector en el que se vive de unos
meses de trabajo.
Baleares
era uno de esos lugares "seguros", según sus autoridades. No es culpa
de ellos, si bien la vigilancia debe ser mayor. El irresponsable que ha
mantenido a los trabajadores puede hasta presentarse como un héroe emprendedor,
un mantenedor contra viento y marea de su negocio y trabajadores. Esperemos que
no fallezca ninguna de las personas que pasaron por su fuente de infección.
Nunca se eligió un mejor nombre para un restaurante, El Pirata de Formentera.
Hay que
frenar este tipo de acciones porque son una forma de minar la salud y la credibilidad.
Hay que, hacer, como ha hecho el Colegio de Médicos de Cádiz expedientando a
los facultativos negacionistas que
firmaron un manifiesto, dejar claro el daño que hacen estos irresponsables. No
es cuestión de libertad de expresión o de cualquier otro orden. Es un atentado
contra la salud pública en el que las víctimas serán los crédulos que les sigan
y acaben contagiados y contagiando. De nuevo, el hecho de que haya mayoría de asintomáticos es un factor que determina el egoísmo de muchos, a los que dejan
de importarles los demás y se centran en lo suyo, como el empresario de
Formentera. Nos dicen, para mayor vergüenza, que es el juez de paz de la localidad. ¡Buen ejemplo!
*
"Un restaurante de Formentera ha sido un foco de contagio de Covid-19 para
diversos empleados y clientes" ABC 28/08/2020
https://www.abc.es/sociedad/abci-restaurante-formentera-sido-foco-contagio-covid-19-para-diversos-empleados-y-clientes-202008282053_noticia.html
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