Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La
pregunta que Jean-Claude Juncker al eurodiputado Nigel Farage tras los
resultados del referéndum británico para la salida de la Unión Europea me ha
sido comentada por varias personas en estos días. Ha llamado la atención. La
pregunta, tal como la recoge la BBC, es sencilla: “Estoy sorprendido de verlos
aquí. Ustedes lucharon por salir (de la Unión Europea), el pueblo británico
votó por la salida, ¿qué hacen acá?”*
La
pregunta es sencilla, pero la respuesta es muy compleja y resalta la
contradicción de los partidarios de la salida de la Unión. Farage y otros
eurófobos se encuentran en el Parlamento europeo, institución a la que denuestan
acusándola de "nazi", según los términos del propio eurodiputado.
Creo
que son millones los británicos que se han dado cuenta inmediatamente de que
han cometido un gran error, un inmenso error que tardará décadas en repararse y
tendrá consecuencias graves en muchos órdenes de la vida en Gran Bretaña. El
país no ha salido más unido sino con una fractura que convierte a la isla en
archipiélago social.
Los
millones de peticiones online para que se organice un referéndum, las
manifestaciones con banderas europeas y pancartas de amor a la Unión, etc. no
van a parar los resultados, piedra que rueda por la ladera. Los líderes
europeos lo saben y su actitud es lógica ente los resultados. Si los británicos
no han sido capaces de valorar y se han dejado engañar sobre las consecuencias
de su salida de la Europa unida, no va a ser la propia Europa quienes les salve
de su propia clase política y de lo que han elegido en las urnas.
Solo en
dos lugares se han visto tantas banderas europeas al viento: en Ucrania,
invadida por la Rusia de Putin, y ahora en Gran Bretaña. Durante este tiempo
marcado por las crisis económicas, lo que ha proliferado, en cambio, han sido
los ataques a la Unión y el crecimiento de los eurófobos que hacen los mismos
discursos que Farage. Son los grupos antieuropeos de Francia, Holanda, Grecia,
Italia, etc. La rapidez con la que Marine Le Pen ha solicitado un referéndum se
ha visto frenada por la reacción inmediata de los británicos. No se puede
cambiar, pero sí se puede indicar que ahora —solo unas horas después— muchos ya
se han arrepentido.
El
problema de Europa y que el caso británico muestra claramente lo hemos señalado
en muchas ocasiones. No se trata de que funcione o no funcione, se trata de que
no hay discursos que la defiendan. A Jeremy Corbin le ha costado la pérdida de
confianza de su partido la tibieza de su comportamiento ante el referéndum
sobre la permanencia británica en Europa.
El
pragmatismo político, basado en los sondeos y en los medios, ha hecho que
ningún líder político se haya empleado a fondo para evitar desgastes. La
permanencia en Europa iba más allá del combate entre partidos puesto que había
miembros del mismo partido sosteniendo posturas opuestas. Pero esto no es una
cuestión exclusiva del Reino Unido, sino que ha sido allí donde se ha planteado
de forma directa en un referéndum.
"Europa"
ha pasado de ser un argumento común a los partidos, que veían esta como una realidad
sobre la que las discrepancias eran puntuales, ser un argumento arrojadizo. El
efecto de esto es claro: al abandonar los grandes partidos los discursos de
refuerzo de la idea europea, el hueco ha sido aprovechado por los grupos claramente
eurófobos, que han crecido sobre este argumento reconduciendo su nacionalismo a
antieuropeísmo. Eso supone la paradoja de que los políticos más unidos hoy en Europa son los
antieuropeos. Ante el vacío en los grandes partidos o en la discreción de sus
discursos europeístas, dentro de los propios partidos han surgido los euroescépticos
o eurófobos que han buscado ese vacío para promocionarse. De esta forma,
criticar (en el mejor de los casos) o atacar a Europa se ha convertido en un
instrumento eficaz de promoción conforme en la opinión pública iba cundiendo la
idea de que si nadie defiende la idea de Europa es porque Europa no tiene
defensa. Y su contrario: si todos atacan a Europa será porque se lo merece.
Esto es
una perversión más de la decadencia del sistema político basado en la creación
de corrientes o en actuar según ellas. El que se sube a la ola del
antieuropeísmo sabe que ya tiene ganada la simpatía pues se convierte en
"main stream". Por el contrario, el que sale a un auditorio a
defender la Unión Europea tendrá en contra a vociferantes ultranacionalistas que
le expondrán, en el mejor de los casos, argumentos falaces, como han
descubierto los británicos para gran escándalo de todos. Uno de los argumentos
de los partidarios de la repetición del referéndum —con pocas posibilidades de prosperar
la idea— es haber sido engañados para la toma de decisiones. La democracia
parte del principio de que el juego es limpio, algo que es mucho presumir.
Durante
estos años hemos sostenido la constante y clara idea de que Europa necesita ser
defendida como idea y proyecto. Defender Europa significa dos cosas,
profundizar en su "identidad" construyéndola y mantenerla bajo
constante crítica positiva para mejorarla.
La
cuestión de la identidad es muy importante porque ha de enfrentarse a las
barreras de los nacionalismos en los que seguimos siendo educados, con
estereotipos y prejuicios, con visiones parciales de la Historia, del Arte, la
Literatura. Nunca se ha enseñado "Europa" o se nos enseña como
"europeos". Seguimos "yendo a Europa", estableciendo la
distinción natural entre un ellos y
un nosotros. No hay un sentimiento
que haga sentirse unidos; todo lo más
algún tema escolar en el que se explica las instituciones y se nos cuenta su
historia.
Toda
identidad es una "construcción". No se ponen los ladrillos europeos,
con lo que los caminos de los ultranacionalismos se abren expeditos para
recoger los símbolos como armas. Basta con ver los actos de Marine Le Pen para
ver esa Juana de Arco con la que se equipara y que, con la ayuda de Dios y de
la espada, se enfrentará a los británicos invasores. Los símbolos nacionales
están ahí y funcionan; se recogen y utilizan contra la idea de Europa. Todo lo malo llega de allí.
Los
antieuropeos han forjado un campo semántico polarizado sobre la idea romántica de lo
"orgánico" frente a la deshumanizada de lo "burocrático".
Las naciones son organismos vivos;
Europa, en cambio, es una máquina
burocrática. Bajo este principio simple, se construyen todo tipo de
metáforas y marcos para el ataque a Europa y a los europeístas. Como decían
Farage y compañía a los británicos: "recuperemos nuestra democracia",
es una "cuestión de principios", "venzamos al nazismo",
etc.
El
triunfo en las urnas de los demagogos es la derrota de los pueblos. Como se han
dado cuenta rápidamente, han sido engañados y separados de un proyecto, Europa,
del que ha votado a favor el 75% de los jóvenes. No creo que nunca se haya dado
una diferencia generacional tan enorme en una cuestión de futuro. En realidad
no han votado contra Europa sino contra su propia juventud. Son los jóvenes los
que levantan banderas con estrellas y muestran carteles de afecto hacia Europa.
Contra ellos han ido Johnson, Farage y compañía.
Europa
seguirá; un poco más pequeña, pero seguirá. Gran Bretaña vuelve a ser una isla
en todas las dimensiones, reales y simbólicas, del término y las negociaciones
que se le exige que abra serán un proceso doloroso sobre una herida ya abierta.
La
decisión es ahora tener una dura
negociación, que acabe provocando un auténtico antieuropeísmo en Gran
Bretaña; o ser menos beligerantes, lo que puede animar a los antieuropeístas a
que sigan diciendo que es mejor salir. La decisión no es fácil. No se puede
dejar que Gran Bretaña se beneficie de la salida de Europa desde la propia
Europa porque eso sería darles la razón a los partidarios del Brexit y animar a otros a hacer lo mismo: salir y luego tener trato de favor. Pero
tampoco se puede olvidar que Gran Bretaña forma parte de Europa aunque esté
fuera de la Unión Europea. Una vez que los británicos se convencieron de que
Europa no era el "paraíso" y que Gran Bretaña tampoco lo va a ser, les queda por escoger ahora entre "purgatorio"
e "infierno". Es el temor de los británicos y la incertidumbre de todos, no quién saldrá más beneficiado, sino quién saldrá menos perjudicado. Los indicadores parecen claros, pero el tiempo lo dirá.
La
pregunta de Jean-Claude Juncker a Farage es absolutamente pertinente y se le
irá haciendo a todos los británicos en cada una de las instituciones europeas
en los próximos meses o años, el tiempo de las negociaciones.
Es también una
pregunta a todos los europeístas o simplemente europeos: ¿qué hacemos acá? De su respuesta depende nuestro futuro en la
Unión y de la Unión misma. Si no aprendemos del caso británico y dejamos que los discursos antieuropeos sigan campando en solitario y haciendo que se suban a su carro los nacionalistas, populistas, etc., habrá poco que hacer. La pregunta es para todos.
*
"“Ustedes lucharon por la salida de Reino Unido, ¿qué hacen acá?”: las
duras palabras del presidente de la Comisión Europea a los promotores del
Brexit" BBC Mundo 28/06/2016
http://www.bbc.com/mundo/media-36655827
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