Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Las
personas, cuando reciben las cosas, tienden a olvidar pronto los esfuerzos que
cuestan. Ocurre algo así con Europa (también con nuestra democracia española).
Parece que fuera algo de lo que hay que protegerse en vez de algo que hemos
construido con mucho esfuerzo y con una finalidad precisa: la paz y concordia
europeas.
Federica
Mogherini, la alta representante de la Unión Europea en el exterior, publica un
necesario artículo en el diario El País
con el título "Una estrategia para unir Europa". Tras hablar de
desafíos e incertidumbres, de economía y fines, el artículo se cierra así:
El pueblo de Europa necesita unidad de
propósito y acción entre nuestros Estados miembros. Un mundo frágil exige una
UE más segura y responsable, equipada con una política exterior y de seguridad
que mire hacia afuera y hacia adelante. La nueva Estrategia Global nos guiará
en nuestro progreso hacia una Unión que verdaderamente cumpla con las
necesidades, esperanzas y aspiraciones de sus ciudadanos; una Unión que se base
en el éxito de 70 años de paz; y una Unión lo suficientemente fuerte como para
contribuir a la paz y la seguridad en nuestra región y en todo el mundo.*
Es
evidente que así debe ser. La cuestión es cómo.
En estas décadas de unión, Europa ha tejido una maraña de lazos, un intrincado
ovillo de relaciones en todos los sentidos, de la economía a la defensa, de las
universidades a los transportes, pero Europa está mal preparada en un sentido
especial que hemos podido apreciar por la salida de los británicos de la Unión.
Europa ha sabido tejer sus relaciones, pero no ha sabido crear sus símbolos. El aspecto simbólico, por el
que pasa la construcción de la identidad, no ha sido reforzado sino que se ha
ido debilitando por las estrategias nacionales durante sus crisis, lo que hemos
podido comprobar con el "Brexit".
Una de
las noticias que menos se ha aireado, pero que los británicos han puesto
rápidamente en sus portadas es que han sido precisamente las zonas más
beneficiadas con las inversiones de fondos europeos las que han votado con más
fuerza a favor de la salida de Gran Bretaña de la Unión. Pudiera parecer una
paradoja, pero no lo es; tiene su lógica. Se ha invertido allí donde más se
necesitaba y esa necesidad la han sabido transformar en insatisfacción contra
Europa escamoteando la parte positiva, la inversiones. Ahora estas zonas están
aterrorizadas porque el gobierno británico ha paralizado el reparto de los
fondos. Empiezan a ver a Europa como una pérdida
real. Todos hablaban de lo que daban pero nadie de lo que recibían de
Europa.
Este
problema va a ser especialmente grave en la investigación donde se ha impulsado
la creación de grupos europeos con miembros de diferentes países. Los
británicos dejarán de ser incluidos en los grupos investigadores y, por
supuesto, dejarán de recibir los fondos que hasta el momento habían recibido.
Van a usar la libra más de lo que les hubiera gustado.
Los
enemigos internos de la Unión poseen algo poderoso: el imaginario nacionalista, de fuerte enganche emocional. Madre nos hay más que una y esa es la patria. A los británicos se les pedía el
voto para la salida y se les ha bombardeado con héroes y heroínas, batallas de
la Historia, con toda una serie de aspectos simbólicos que sale de las
relaciones conflictivas entre los países. La cuestión más clara en el caso
británico es la identificación de Europa con Alemania y de Alemania con Adolf
Hitler y el nazismo.
Las
preguntas entonces son: ¿quién construye la imagen europea? ¿Cuáles son los
elementos con los que debe ser construida? Todos estos símbolos tienen que
salir del mismo sitio que sacan los eurófobos los suyos, de la Historia. Marie
Le Pen se sitúa bajo la estatua de la Doncella de Orleans, de Juana de Arco,
combatiendo ingleses; es la imagen perfecta del nacionalismo combativo.
¿Y Europa? Europa necesita de algo más que de
una bandera y un himno. Son los rituales, los símbolos de la cultura, los que
hacen unirse a las gentes. Los mecanismos identitarios son los mismos, aunque
los símbolos sean diferentes. Hay que dotar de sentido a Europa. Si no se hace, solo será un enemigo, una madrastra cruel de cuento para asustar niños en las
noches. Es en eso en lo que la han convertido por acción los eurófobos y por
omisión los que no han sabido ver.
Es
sorprendente la ausencia de Europa en la mayor parte de nuestro sistema educativo.
Somos todos los que hemos convertido la Unión Europea en una
"institución" distante, pensándola en términos de una ventanilla o
unos políticos que discuten sobre cosas muy complicadas que nadie entiende.
Escuchamos las quejas pero no nos cuentan demasiado los beneficios.
Pero la
mayor fuente de símbolos es la cultura y está repartida por toda Europa. Esa es
nuestra poderosa herramienta y consiste en hacer propio lo que es europeo
y europeo lo que es propio.
En
estos día me han regalado dos libros de poesía: "Fresas blancas"
(2001), de la polaca Ewa Lipska, y "La piedra habla (antología
poética)" (2010), del rumano Lucian Blaga. Agradezco doblemente el regalo —¡gracias
Iuliana e Isabel!— porque me permite conocer la Europa escrita en nuevas
vertientes. Europa es una fuente inagotable, rica de cultura. No los veo como autores
"extranjeros" sino como parte de una herencia ampliada que me permite
conocer mejor el presente y, sobre todo, pensar mejor en un futuro común
compartiendo ideas, sentimientos, versos.
Me
encuentro en el libro de Ewa Lipska, publicado en el 2000 en su edición
original, un poema en prosa titulado "El señor Schmetterling reflexiona
sobre la Europa unida". Nos va describiendo en pequeños detalles la vida
de ese hombre que ha vivido como niño una primera experiencia política:
agarrado a la pierna de su padre mientras vitorean a un Hitler triunfal. Hoy, nos dice Lipska, el señor
Schmetterling "tiene 66 años y admira su higiénico país". El señor
Schmetterling, un funcionario obediente, "piensa con escepticismo en la
Europa unida. Considera esta idea una desacertada oferta turística". Al
señor Schmetterling la democracia le "parece una medicina para el estómago"
con dañinos efectos secundarios. Nos dice la poeta: "El Señor
Schmetterling se unifica con su soledad. No necesita para nada la nueva
Europa".
El
poema de Ewa Lipska retrata a un "euroescéptico" preventivo. Su vida
ha sido "obediente", desde la invasión nazi a la invasión soviética.
Para Lipska, la ruptura de ese estado viene de Europa, de una Europa unida, en
la que es posible frenar la inercia de esos mundos pequeños sometidos a
violencias, dictaduras, invasiones, anexiones, etc. Como para los ucranianos
hoy, Europa es sobre todo una Europa unida,
un concepto que contrata con esa "unificación en la soledad", expresión
irónica y reveladoramente poética. No es Francia, Alemania, etc.: es Europa, un espacio simbólico y geográfico,
un paisaje con sentido.
Tiene
razón Federica Mogherini, pero hay que abrir otras puertas para que esta Europa
sea capaz de encontrarse a sí misma, pueda encontrar otros discursos, los de su
propia construcción, y pueda escribir los nuevos que tiendan lazos entre todos
y con el espacio exterior, las nuevas fronteras. Lo imperdonable del
euroescepticismo es que quiere alejarnos de nosotros mismos, de una Europa que
es deseo de paz, voluntad de convivencia y construcción de libertades. Pero lo
primero es definirnos conjuntamente como "europeos".
Hay
demasiada ignorancia orgullosa y muy poca curiosidad por lo que nos espera en cada
rincón de una geografía cultural que no es solo turismo o comercio, sino otra
cosa más profunda. Solo el carácter superficial de estos tiempos confunde el
conocimiento de los pueblos, la apreciación de su riqueza con lo que ofrecen
los tour operadores. Antes se llamaba
"cultura" y tiene que ver con las ideas, con los principios
generadores de símbolos y discursos de identidad. Hay que buscar también este tipo de estrategias necesarias para que Europa se forme ante nuestros ojos desde la cultura inagotable.
Leyendo
a esos dos poetas, en su diversidad, aprecio más el mundo al que pertenezco, me
siento más europeo, y escapo de la
"unificación conmigo mismo", tentación narcisista en la que es fácil
caer dejándose llevar por los vientos de enaltecimiento del casticismo.
Despreciar lo que no se conoce y embelesarse con lo propio no es el mejor
camino para el futuro. Conduce a la estupidez satisfecha e higiénica del Señor
Schmetterling.
*
Federica Mogherini "Una estrategia para unir Europa" El País
2/08/2016 http://elpais.com/elpais/2016/07/16/opinion/1468701804_322725.html
** Ewa Lipska "Fresas blancas" (2001) Huerga & Fierro, Madrid.
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