Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
diario El Mundo nos trae una
interesante entrevista con el primatólogo Frans de Waal en relación con la
aparición en España de su obra "El bonobo y los diez mandamientos" y
su presentación en Barcelona. En su carrera el científico holandés, asentado en
los Estados Unidos, siempre ha tenido presente la cuestión del papel de la
ética en el comportamiento de los primates como fundamento de nuestro propio
comportamiento individual y social.
Frente
a los que solo ven el conflicto como estrategia evolutiva, la lucha por
sobrevivir, como una forma de enfrentamiento constante, están los que, como de
Waal, entienden que existe un comportamiento colaborativo en cuyo origen estaría
un sentimiento ético. Digo "sentimiento" porque posteriormente, los
humanos nos preguntaremos por él, dentro de nuestra capacidad reflexiva,
convirtiéndolo en decálogos y sistemas para regularnos. Son nuestros mecanismos
de interpretación y justificación —las racionalizaciones— los que han ido
construyendo las historias sobre por qué lo hacemos o sentimos, sobre el origen
de la ética y su trascendencia.
Cuando
se le pregunta por el conocimiento que las personas que trabajan sobre la ética
tienen de los primates, de Waal contesta:
R.- La mayoría de los filósofos de la ética
son kantianos, y consideran que los principios morales vienen dictados por la
«razón pura». Pero lo que nos sugieren las investigaciones con primates es lo
contrario: en realidad, poseemos ciertas tendencias afectivas compartidas con
los simios que nos impulsan hacia la empatía y la cooperación, y posteriormente
racionalizamos estas intuiciones con normas éticas o religiosas.
P.- Lo que usted ha comprobado es que la «ley
de la selva» es mucho más que una lucha brutal por la supervivencia, ¿no?
R.- Por supuesto. Cuando la gente habla de la
«ley de la jungla», se refiere a una competición feroz en la que ganan los
fuertes y pierden los débiles. Pero ésta es una idea muy anticuada, porque
presupone que en el reino animal, cada individuo lucha única y exclusivamente
por sus propios intereses. Pero esto es falso. Muchos animales -como los
elefantes, los delfines y los primates- viven en grupos porque tienen mayor
éxito cooperando y uniendo sus esfuerzos que solos. De hecho, fuera del grupo
son muy vulnerables y no suelen sobrevivir durante mucho tiempo sin apoyo
social. Eso significa que necesitan cooperar y sacrificarse por el grupo del
que dependen para sobrevivir. Lo mismo es cierto de los humanos.*
Esa "tendencia
afectiva" es la que se ha denominado "empatía" y se centra en
nuestra capacidad de ponernos del lado de los demás, entrar en ellos para
sentir como ellos. Una de las obras anteriores de Frans de Waal se titula
"La edad de la empatía". Jeremy Rifkin nos ofreció también
recientemente una visión de la historia de nuestra cultura en su obra "La
civilización empática".
El
estudio de la "empatía" ha ido avanzando a través de obras de muy
distinto signo en las que se vuelve a considerar que tenemos un vínculo
sentimental que nos une por encima del beneficio racional. Señalo que "se
vuelve" porque el siglo XVIII —al menos una parte— fue
"sentimental" y elevó los sentimientos —simbolizándolos en el "corazón"—
por encima de la razón. Se contraponía la "abundancia de corazón" a
la "sequedad de la razón" El racionalismo económico filosófico de la
época teorizó desde un ser abstracto centrado en el cálculo del beneficio y en el interés propio que nos
ha marcado culturalmente. Hoy interesa de nuevo la empatía.
El
interés actual por los fundamentos biológicos de la Ética parte de que el
comportamiento altruista, uno de los aspectos clave, no va contra la doctrina
evolutiva que señala que las ventajas se seleccionan para el futuro frente a
las desventajas que se quedan por el camino. Lo que se discute, en el fondo, es
si solo es posible tener ventajas a través de la lucha y los conflictos o si,
por el contrario, puede ser más ventajoso en ocasiones avanzar por caminos
empáticos, en los que nos sentimos llamados a la colaboración mediante los
procesos de identificación con los demás.
La
afirmación de Frans de Waal de que en el reino animal la evolución ha llevado a
ciertas especies a desarrollar mecanismos cooperativos y que estos son primero
"sentimentales" es aceptada porque puede ser comprobada en el
comportamiento de los grupos. También se acepta, como señala, el propio de Waal
en la entrevista, que los lazos de unión entre unos y otros tiene como
contrapartida los mecanismos de rechazo de los que quedan fuera de esas
uniones, dando lugar a comportamientos que
derivarán en xenofobias y racismos. La solidaridad del "nosotros" no
va más allá. Lo esencial pasa a ser entonces la definición del
"nosotros", su capacidad de inclusión.
Tras
analizar el papel de las religiones como herederas del sentimiento de grupo, De
Waal señala:
R.- Nuestras investigaciones han comprobado
que tanto en simios como en humanos, es mucho más fácil sentir empatía por
alguien que conocemos, que por desconocidos. Así que la empatía no es nada
imparcial, sino que la sentimos sobre todo hacia personas que se parecen a
nosotros, y nos resultan familiares. La otra cara de esta moneda es que nos
cuesta empatizar con los extranjeros y los diferentes. Creo que la religión
también funciona así: fomenta la cohesión de un grupo, pero simultáneamente
genera hostilidad hacia otros. Este mismo mecanismo lo hemos observado en todos
los primates: empatía y cohesión hacia dentro, pero desconfianza y agresividad
hacia fuera.
P.- ¿Cree que esto ayuda a explicar el
resurgimiento de los nacionalismos en la propia Unión Europea?
R.- Desde luego, demuestra que seguimos
teniendo fuertes tendencias xenófobas en grupos muy cohesionados hacia dentro,
pero hostiles hacia los extranjeros, que se perciben como una amenaza. En esto
seguimos siendo básicamente igual que los chimpancés.*
La
cuestión que nos plantea Frans de Waal es peliaguda porque parece indicarnos
que la creación de lazos internos solidarios implica mantener necesariamente lazos
defensivos frente a todos aquellos que no pertenecen al grupo.
Eso es
lo que ocurre con otros animales, efectivamente. Pero los humanos disponemos de
otros medios, que son los que nuestra propia capacidad para extender más allá
de lo físico, de la proximidad local, nuestros lazos.
El
diario El País nos trae una
entrevista con otro holandés, el líder de los antieuropeos Geert Wilders. El
titular de la entrevista es directo: "Los europeos no existen"**,
algo que me ofende porque yo no he dudado de su existencia.
Para
que la empatía que de Waal nos describe funcione es necesario convertir al
otro en amenaza, algo que Wliders y otros aintieuropeos hacen frecuentemente, y llega ahora a negarle su existencia.
Wilders confunde sus objetivos —que no haya europeos— con sus deseos y pone
delante el carro y después los bueyes.
La
Holanda de Wilders, como la Francia de LePen, etc. buscan la intensificación
empática del nacionalismo fabricando agresores contra los que dirigirse
canalizando los miedos y frustraciones que se generan en el día a día. Curiosa
actitud la de los europeístas, que le echan la culpa a Alemania (un país) y la
de los nacionalistas que, en cambio, se la echan a Europa en su conjunto, una
Europa de la que forman parte pero a la que le niegan existencia o capacidad de
decisión sobre sus espacios.
"Europa"
existe y existen los "europeos". Existe en la misma medida que existe
"Holanda", "Francia", "España" o incluso "Bélgica",
a la que un colega antieuropeísta de Wilders, como es el británico Farage,
considera "un chiste de país". Pero su existencia es sentimental como
lo es la "holandesa", "alemana", "francesa" o
"española". Son fruto de una convivencia, de un deseo y de una construcción
histórica. Las nacionalidades no son "esencias" —como a muchos les
gustaría en todos los bandos que disputan de estas cosas—; son construcciones
de la voluntad social para sentirse unidos en proyectos comunes. Creo que esto
es que lo vemos, en toda su crudeza, en Ucrania.
El
problema no es "si existe Europa" sino cómo construir la mejor Europa
posible, la que atienda mejor a sus ciudadanos para que estos la perciban,
dentro de los mecanismos empáticos, como parte y no como contraparte. Por eso
insistimos una y otra vez en la necesidad de empatizar con Europa frente a los
que dedican tiempo, historia y recursos a demostrar lo contrario y a despertar
sentimientos xenófobos contra "algo" que dicen que no existe.
Lo que
nos diferencia de los bonobos o de otros animales que compartan los beneficios
de agruparse e identificarse es que podemos dirigir nuestros sentimientos, para
bien y para mal, hacia nuevas entidades. Ya no somos grupos aislados que nos unimos
contra los que nos vienen a invadir el bosque. Esos grupos se han ido uniendo
para lograr ventajas en la colaboración y se han dotado de normas, de códigos y
compromisos para poder mantenerse unidos. Todo ha ido creciendo a lo largo del
tiempo y tejiendo historias de identidades comunes para poder actuar unidos y
comprometidos en los proyectos.
Europa
es eso, un proyecto de compromiso. Un proyecto manifiestamente mejorable, hay
que añadir, pero que solo se puede mejorar si hay voluntad de hacerlo y no de
dinamitarlo. Los mecanismos romántico sentimentales se han incrementado
conforme se avanzaba en el proyecto. Ahora hace falta empatizar más allá de la
burocracia, que es poco atractiva, desarrollar los lazos históricos comunes más
allá de las subvenciones y del turismo. En resumen, tomárselo en serio en todas
aquellas dimensiones que no se están desarrollando para fortalecer los lazos.
Dice
Geert Wilders que su modelo es "Suiza". Parece que quieren ser
"suizos", que para ellos significa firmar acuerdos con "Europa"
(que no existe) y regular la entrada de los europeos (que tampoco existen) como
hace ese prodigio de solidaridad bancaria con el mundo que es Suiza. Es una pena que el
caso de Ucrania haya enfriado la cuestión
suiza, por cierto, que no debería quedar zanjada como si no hubiera pasado
nada. La existencia una Europa repleta de países con las pretensiones de Suiza
(que no pertenece a la Unión Europea) no sería más que un retroceso a estas
alturas. Todos hacen los mismos cálculos simples: nos quedamos con lo que nos interesa y rechazamos lo que no nos
conviene; somos los perjudicados y los demás son los parásitos. Poca solidaridad y mucho egoísmo disfrazado de patriotismo sentimental.
Si explicamos
Europa en los términos de Frans de Waal, el "grupo" ha decidido ampliarse para
obtener mayores beneficios y para ello crea una identidad común a través de la que
empatizar, que implica identificarse unos con otros y compartir comportamientos solidarios de ayuda. Esto no es privativo de Europa sino el mecanismo mediante el cual se
han construidos todas las naciones: han creado un espacio simbólico de
encuentro. Para eso se inventó la historia y se la reinventa cada día por todo
aquel que quiere ir por libre. En términos de Geert Wilders, los monos de otros
grupos se están quedando con los mejores frutos de su árbol particular y hay que echar a la gente del árbol; algunos incluso prefieren quedarse aislados en su propia "rama". La empatía tiene las dos caras: la de la unión y la del rechazo. Es aplicable en el nivel correspondiente, solo tiene que elegir amigos y enemigos y diirgir hacia ellos filias y fobias. Lo amo es cuando se convierte en un mundo primario de exaltaciones emocionales que derivan hacia cauces incontrolados, como, señalo de nuevo, en el caso ucraniano en el que los mecanismos del nacionalismo se muestran en conflicto entre ellos y deseosos de resolverse en unidades superiores, Unión Europea y Federación Rusa. O crean un espacio común en el que poder establecer la necesaria empatía o se condenan al conflicto sin solución.
Europa
no es perfecta, como no lo es ningún país. Se encuentra atascada
entre lo nacional, que tiene su
tradición sentimental centenaria, con la que es fácil implicar a los demás
(Marine LePen se rodea de los símbolos franceses para delirio de sus seguidores), y la necesidad de crear vínculos más allá de
las discusiones presupuestarias, negociaciones sectoriales, etc. Es una identidad en marcha que se debe construir
mediante las aportaciones de todos. No solo racionalmente, como beneficio, sino
también empáticamente, como sentimiento de solidaridad con el conjunto, que
también representa sus propios beneficios en nuevos términos.
Tan
agresivos con Europa son los que como Farage, LePen o Wilders consideran que
son "perjudicados" por la Unión y la niegan, como aquellos que se
dicen ser Europa pero no sienten la
solidaridad con los que se encuentran en peores condiciones. Hemos desarrollado
nuestra ética próxima, pero, como
señala de Waal, también un sorprendente mecanismo de solidaridad abierta como
son las declaraciones universales de derechos humanos. También debemos
sentirnos responsables y altruistas de lo que ocurra. De no ser así existirá
solo una Unión Europea burocrática y distante que será difícil no presentar
como un monstruo sin alma. Europa necesita de un Volkgeist, como le crearon los poetas, pintores y músicos a las
nuevas "naciones", porque es desde ese sentimiento de surge el deseo de convivencia y no solo del racional
"homo economicus", apátrida por definición.
No es
sencillo, pero hay que avanzar en esa senda.
* Frans
de Waal' El origen de la ética no es Dios, sino los simios' El Mundo 13/05/2014
http://www.elmundo.es/ciencia/2014/05/13/537120e3268e3ed1688b457e.html?cid=MOTB23701&obd=obinsite
**
Geert Wilders “Los europeos no existen” El País 14/05/2014
http://internacional.elpais.com/internacional/2014/05/14/actualidad/1400083152_297636.html
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