Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
fuerte "castigo" caído sobre Ciudadanos está produciendo alguna que
otra interpretación que creo que no se ajusta a la realidad y, lo que es peor,
puede conducir a decisiones que se lamenten en el futuro sobre el mapa político
español. Todo ello, creo, procede de la imposición de una estrategia interesada
y falsa (pero que ha funcionado) sobre el mal llamado "bipartidismo"
español.
Vayamos
a algunos hechos de nuestra historia reciente. 1) La transformación política
española que hace posible la "transición" del antiguo régimen
franquista hasta la nueva democracia pasó por la creación de un
"centro", que quien lideró el cambio entre una maraña de partidos, de
izquierda y derecha, tanto "históricos" como de nueva creación. 2) el
proceso que se desencadenó fue el de desaparición de partidos, por ambos lados
del espectro, consolidando una derecha centrista, que en una segunda tanda se
produjo por una nueva fusión (conservadores, liberales, demócrata-cristianos,
etiquetas con un perfil ideológico claro), y una izquierda centrista que tuvo
sus fusiones en dos bloques (centro izquierda, con socialdemócratas y
socialistas, por un lado, y una izquierda ordenada alrededor de los comunistas
y grupos político-sociales afines). 3) A estos hay que añadir el peso local de
los grupos de corte nacionalista de ciertas autonomías, —Galicia, País Vasco y
Cataluña—, también con su espectro más radical entre la derecha y la izquierda,
con grupos cercanos al terrorismo en ocasiones. 4) El centro desaparece absorbido
cuando se producen las alternancias del centro derecha y del centro izquierda
(PSOE y PP). 5) La izquierda queda dividida, lo que produce un conflicto que
les aleja del centro al ser cuestionada desde su propia izquierda, que gana
peso acusando de "indefinición" o de "abandono" de sus
causas sociales frente a la larga crisis económica española. 6) El centro
izquierda, por temor a perder su electorado ante la presión de la "nueva
izquierda" se aleja del centro. 7) El mismo fenómeno empieza a ocurrir
como reacción a la radicalización de la izquierda por la derecha, por lo que
surgen dos fenómenos consecutivos: primero la emergencia de un centro
(Ciudadanos), como respuesta al endurecimiento de las políticas en la política
de enfrentamientos, y la emergencia de un partido más radical por la derecha,
Vox.
Esto es
una simplificación, pero creo que el resultado final de esta lucha por la
definición ha sido un mayor grado de radicalización en las posturas, que creo
que es un fenómeno diferente. Quien lo ha pagado, como sabemos, ha sido
precisamente el centro, con Ciudadanos, que como ocurrió con el primer centro
español tras el protagonismo de la transición hasta la llegada de los gobiernos
socialistas —de más de una década, recordemos— desapareció desmembrado por sus
contradicciones y por el abandono de su propio espacio, del que fue desocupado
por las fuerzas de ambos lados del espectro. Durante años, la fórmula política
era que en España las elecciones se ganaban en el "centro", un
espacio de moderación y estabilidad para el conjunto del país.
Los
efectos de la desigualdad tras la crisis económica, los casos de corrupción sin
resolver adecuadamente por los partidos y la crisis secesionista, principalmente,
han dado lugar a un aumento considerable de la inestabilidad y de la ingobernabilidad.
En vez de ir hacia el "centro" convergente y del diálogo, España se
ha dirigido hacia los extremos y el fraccionamiento. Eso quiere decir que todos
los grandes pierden fuerza, mientras que son los más radicales (derecha,
izquierda y secesionismo) los que pasan a tener más poder del que realmente les
han dado las urnas porque tienen la capacidad de ser llaves para el gobierno.
El drama
histórico es la desaparición de una bisagra moderada —del centro, como los
liberales en Inglaterra, por ejemplo— y la aparición de "bisagras
radicales" ofreciendo ayudas envenenadas para una gobernabilidad que solo
será un foco mayor de inestabilidad, produciendo una mayor radicalización por
la derecha, como respuesta, y un fraccionamiento mayor por la izquierda, a la
que se obliga a elegir entre un modelo nacional moderado y otros secesionista
más radical por sus posiciones locales.
La
cuestión está en saber si este mapa seguirá fragmentándose y radicalizándose con
cada nueva elección y condenándonos a un futuro proceso de caos o si se
producirá una nueva reorganización en torno a la moderación de un centro
tripartito, desplazando la radicalidad a una periferia testimonial que pierda
fuerza política.
La
consecuencia de nuestras frivolidades políticas es la inestabilidad. Lo que
tenemos por delante es más que oscuro y políticamente cainita al esconder
procesos de intentos de recuperar el espacio perdido, el añorado tras los
descensos de todos los grandes por el ataque de pirañas de los pequeños, que se
han vuelto más poderosos.
Lo que
está sobre la mesa no permite alegrías y lo que se propone solo llevará a
nuevos enfrentamientos pues lo que se cuestiona tiene líneas rojas por todas
partes. Crear turbulencias, como estrategia, en vez de avanzar hacia zonas
estables y seguras, con acuerdos entre interlocutores razonables en
planteamientos y en objetivos, es mejor que este clima de desmembramiento que
vivimos hoy. Ningún acuerdo, por más que ofrezca un gobierno asegura la
gobernabilidad. En este contexto, el hundimiento del centro es la peor señal y,
además, el peor futuro ya que —como vemos— los dos partidos mayoritarios han
perdido fuerza y temen perder más si se desplazan hacia el centro, al estar
vigilados por los más radicales.
En
España, el centro es necesario para recuperar una bisagra posible y no tener
que recurrir al radicalismo que cuestiona el sistema desde diversos ángulos.
Eso solo dará más enfrentamientos, crispación social y desvió de los problemas
reales en beneficio de los problemas creados por los políticos y sus intereses
partidistas.
No se puede pactar el gobierno de un país con los que quieren dividirlo porque te arrastrarán cuando consigan lo que quieren. Es de sentido común. Eso no es diálogo; es demagogia. No basta con "dialogar"; hay que construir un espacio posible con interlocutores posibles. Ese es el reto y no simplemente "sumar". Y es precisamente lo que no han sabido o querido hacer los políticos españoles en estos años. Han buscado "sus espacios", pero no "el espacio". Les ha preocupado más lo suyo que lo nuestro. Debemos —deben— cambiar esto.
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