Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
De todo
este mundo bárbaro del que recibimos cada día información sobre desastres y
maldades, siempre hay cosas pequeñas que adquieren valor de ilustración no por
ser frecuentes sino por lo contrario. Su perversión aparece resaltada
precisamente por el valor simbólico que tienen ante nuestros ojos. Todos sentimos
el horror cotidiano, contra el que estamos vacunados: es aquel que nos afecta y
ratifica nuestra visión del mundo. Es el horror de los decapitadores, de los
maltratadores, de los lapidadores, el de los falsos justos, el de los
hipócritas virtuosos, el de los necios poderosos.
Tres
historias estos días me han dejado estos días con el ánimo débil. Lo han hecho
precisamente por su novedad, porque sus imágenes son inhabituales y te abren espacios
de reflexión sobre el estado de las cosas y el mundo que se eleva ante nuestros
ojos cada día.
La
primera de ellas ha sido la noticia sobre las ejecuciones en los Estados Unidos
por el hecho de que caducaban los productos químicos usados en el proceso. El 5
de marzo, El País titulaba "Arkansas ejecutará a 8 presos en 10 días para
evitar que caduque un componente de la inyección letal". Decía el
periódico:
Mejor matar a que se eche a perder la
inyección letal. Tras 12 años de interrupción de la pena capital, el pequeño
estado de Arkansas (tres millones de habitantes) va a poner fin a la vida de
ocho presos en tan solo 10 días. Será la mayor ejecución en cadena en Estados
Unidos desde la reinstauración de la pena máxima en 1977. El motivo para acabar
con tantos condenados en tan poco tiempo es, según la Coalición para Abolir la
Pena de Muerte de Arkansas, evitar que caduque uno de los tres componentes de
la inyección letal. Las últimas existencias de la sustancia, un ansiolítico de
efecto rápido, expiran en mayo. Y las posibilidades de obtener nuevas partidas
son extremadamente difíciles dada la negativa de la industria a facilitarlas
para ejecuciones.*
Asusta
la lógica que está bajo este hecho y el desprecio absoluto de la vida humana,
la falta de valor asignado en una escala en la que un producto tiene más valor.
Es una perversión que procede del sistema, que como la del nazi Eichmann se
ampara en la eficacia y hasta se disfraza de virtud. La comunidad ahorra en
gastos y se deshace de ocho personas, de ocho fuentes de gasto. Los
jueces han logrado bloquear las ejecuciones evitando está marea de eficacia.
El
segundo caso es el del atentado contra el autobús del equipo de fútbol Borussia
Dortmund. En una ola de atentados por todo el mundo, este —que no causó más que
un herido pero podía haberlo hecho con más— se descubrió que era una maniobra
de un especulador en bolsa. Había puesto en juego vidas humanas para una
maniobra bursátil. Demuestra igualmente una perversión del sistema, una forma
depravada de pensamiento. Frente a los crímenes constantes de los fanáticos que
muestran una locura, el atentado contra el equipo de fútbol es una pequeña
anécdota, pero revela esa carencia que refleja muchas otras carencias a las que
nos hemos acostumbrado y que nos lleva al mundo de la especulación arriesgando
a los demás, piezas intercambiables para conseguir nuestros fines.
El
tercero es otro asunto pequeño: la detención en su colegio de Florida de un
niño de 10 años, autista. La madre grabó las imágenes del niño pidiendo, por favor, no ser tocado. Las imágenes
no nos dejan distanciarnos emocionalmente. Sin embargo, más allá de las
emociones, está de nuevo la inhumanidad del sistema que sigue los mismos
protocolos para detener a un asesino que a un niño autista de diez años. Como
escribieron algunos, muestra un fracaso de la escuela y de los jueces,
incapaces de solucionar de una forma diferente un caso diferente. Pero el
sistema es implacable. Como señala un periodista en la CNN, la única novedad del caso es el vídeo grabado por la madre. La práctica es corriente.
Algo similar ha ocurrido con el
vídeo del pasajero sacado a la fuerza de su asiento en un vuelo ha sido portada
en miles de periódicos y noticiarios de todo el mundo. De nuevo el protocolo.
El avión no puede esperar y no se puede perder el tiempo discutiendo. La misma
lógica de la caducidad de los productos químicos, de la especulación tras el
atentado, del arresto del niño autista. Hay algo que falla en este modo de
pensar y que está enrareciendo el mundo en el que vivimos.
Hay una
violencia que nos abruma, unas ideas que nos repugnan a las que nos enfrentamos
cada día. Pero hay otras que se disfrazan de normalidad, de eficacia o de
audacia que son aplaudidas por el sistema como ahorro, eficiencia e iniciativa. Cuando salen a la superficie, cuando se nos muestran, surge la inquietud, el horror, la indignación. Pero están ahí, se enseñan y aprenden.
Con el
título "La advertencia póstuma del pensador Zygmunt Bauman", el
diario El País publicó ayer un artículo de Antonio Pita dando cuenta de la
aparición de dos textos póstumos del sociólogo polaco, Retrotopía (Paídós) y "Síntomas en busca de objeto y nombre",
dentro de una obra colectiva titulada El
gran retroceso (Seix Barral).
"Hay una creciente brecha abierta entre
lo que hay que hacer y lo que puede hacerse, lo que importa de verdad y lo que
cuenta para quienes hacen y deshacen; entre lo que ocurre y lo deseable",
señala. Bauman defiende que hemos regresado a la tribu, al seno materno, al
mundo despiadado que describía Hobbes para justificar la necesidad del Leviatán
(El Estado fuerte que evite la guerra de todos contra todos) y a la más
flagrante desigualdad, en la que "el 'otro' es una amenaza" y
"la solidaridad se le antoja al ingenuo, al incrédulo, al insensato y al
frívolo una especie de trampa traicionera". "El objetivo ya no es
conseguir una sociedad mejor, pues mejorarla es una esperanza vana a todos los
efectos, sino mejorar la propia posición individual dentro de esa sociedad tan
esencial y definitivamente incorregible", lamenta.**
Sí.
Nuestra tribu es ordenada, protocolaria, eficiente. Nos horrorizamos, con
razón, ante muchas noticias que nos llegan cada día. Es fácil defenderse de lo absolutamente otro. Pero deberíamos también
preocuparnos por esta perversa cotidianeidad en la que vivimos porque nuestra
toxicidad no caduca, porque nuestra especulación no cesa y nuestra sensibilidad
desaparece.
*
"Arkansas ejecutará a 8 presos en 10 días para evitar que caduque un
componente de la inyección letal" El País 5/03/2017
http://internacional.elpais.com/internacional/2017/03/04/estados_unidos/1488600606_420874.html
**
"La advertencia póstuma del pensador Zygmunt Bauman" El País
24/04/2017
http://cultura.elpais.com/cultura/2017/04/17/actualidad/1492423945_605390.html
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