Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Lo
ocurrido ayer en Francia, tranquiliza y preocupa. Lo primero porque la lógica vuelve a ser lo que era; lo segundo porque los antieuropeos surgen
en paralelo, por la derecha y la izquierda, si bien controlados por las
mayorías.
El
amigo Mélenchon, ese que se multiplica ante los ojos de la gente esparcida por
la República, ya nos ha dado un dato: él no es quién para decirle a nadie qué
se debe votar en la segunda vuelta. Con la modestia de este gesto paradójico,
entierra definitivamente a sus múltiples egos tecnológicos. ¡Lástima de
tecnología!
A los
herederos de Hollande no les ha quedado herencia. No se ha visto presidente más
gafado que el francés actual. Hollande ha sido un zombi de día y galán de
noche. Su caída, contra el mito francés, se produjo por sus escabrosas
situaciones y por aquello de mezclar lo sentimental con lo político. Esas cosas
se hacen antes o después, pero no en medio. Francia no se lo perdonó, unos
porque era poco serio, otros porque lo era demasiado. Y lo ha pagado su delfín,
Benoît Hamon, dejando las cifras de un histórico, el socialismo francés, en
unos niveles de escándalo. No sería Francia justa si le echara toda la culpa a
François Hollande. El fiero Manuel Valls también ha hecho lo suyo. No sabemos
cuánto tardará el socialismo francés en rehabilitarse ante la opinión pública.
Nadie lo sabe, pero se verá en poquito tiempo con las generales.
Con
todo, lo que me parece peor de lo ocurrido ha sido lo del candidato Fillon, que
también ha recibido lo suyo. Ha demostrado al votante francés que era un hombre
terco y ambicioso, algo que pueden ser tanto virtudes como defectos. En esta
ocasión se han percibido como defectos. Pocos observadores podrían deducir otra
cosa de sus gestos nerviosos, de sus miradas esquivas. Fillon tenía que haberse
retirado antes de que fuera demasiado tarde, momento que llegó sin cambios. El
que fuera favorito en las primeras encuestas se aferraba a ellas. Pero la vida
de las encuestas es como la de esas moscas que solo viven un día. Momificarlas
no sirve de mucho.
Cada
uno tenía su propia lacra, que ha marcado su destino electoral. Cada uno ha
sido víctima de sus errores y obcecaciones, sin que se sepa muchas veces qué es
uno y qué es otra.
Entre
los dos triunfadores, Marine LePen ha demostrado que, sometida a la lógica del
victimismo —los demás se alían contra ella—, mantiene el electorado básico
radical y las circunstancias le van trayendo algunos más en cada elección. Tras
cada una, Le Pen robustece su discurso de la conspiración contra el pueblo y es
eso lo que le hace avanzar. Esperemos que en el tiempo que queda hasta la
segunda vuelta no se intente dar un vuelco sorprendente en las elecciones
mediante la introducción de algún deus ex
machina.
El
mantenimiento de sus bases electorales muestra que hay una Francia inamovible
que confía en ella o, lo que viene a tener efectos similares, no confía en los
demás. Marine Le Pen dice sin pudor "Yo soy el pueblo", una
afirmación que conlleva un sistema metafórico anexo. Con su centro en la figura
de Juana de Arco —Santa Juana para sus votantes—, Le Pen muestra una Francia
oprimida por conspiraciones nacionales e internacionales de las que hay que
liberarla. Ella ya ha emprendido su cruzada.
Podemos
percibir que su discurso es el mismo del Brexit, devolver el poder y la
soberanía al pueblo. Y es el mismo que el de Trump. Hay que ser justos y
reconocer que el discurso de Le Pen es el más antiguo, aunque para muchos, como
Trump sea el más nuevo. La mala suerte para ella es que el hecho que otros copien
y mejoren el Frente Nacional. De esta forma, no solo se le juzga por lo que
ella hace sino por lo que otros hacen. Pero la mente funciona así, mediante
asociaciones. Siendo el discurso más antiguo el suyo (y de su familia), Francia
tiene ya los antídotos para frenar a los Le Pen, que esperamos que funcionen de
nuevo. Le Pen es el seguro para la final. Si pasan, el otro recibe los apoyos generales, por encima de ideología. En el fondo, Marine Le Pen les hace un favor. Peligroso, pero favor
Y nos
queda Macron, la novedad. La presencia del Frente Nacional es tan determinante
en Francia que parece que las elecciones giran siempre sobre que no gane.
Francia se ha formado diciéndole no a los Le Pen. En estas décadas pasadas ha
visto el crecimiento con preocupación y ha procurado que las crisis no
beneficiaran al Frente.
Macron
se enfrenta a un poder solitario, sin un partido que le respalde. El argumento
es que él está por encima de los partidos. Donde Le Pen dice "yo soy el
pueblo", Macron dice "vosotros, todos, sois Francia" y se atrinchera
tras la palabra "ciudadanos". La idea orgánica de "pueblo"
frente a la cívica de "ciudadanía".
En Europa respiramos porque también debemos seguir los caminos de la ciudadanía, que son los de los derechos y libertades. Los de los pueblos tienden a ser emocionales y excluyentes. Uno debe sentirse de aquello en lo que se puede construir, en aquello que se puede definir. Es más fácil plantear una convergencia de derechos europeos basados en la cultural las libertades, etc. que tomar el divergente camino de la Historia. Hay muchas cosas que hacer, sí, pero convergentes.
Macron
no está todavía en el Elíseo. Le queda algún tiempo para prepararse para el
asalto de Le Pen. Macron juega con ventaja, la que le dan sus votos más lo que
le lleguen, pero hay que tener cuidado porque las pieles de los osos corren
mucho últimamente.
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